Aquellas “Vibraciones” me hicieron periodista, sin saberlo. Claro que no podía saberlo porque compré la revista por la pose sexy en portada de Wendy O. Williams la cantante de The Plasmatics, pero no entendí nada de nada. No entendí nada de lo que escribían en aquella revista, con grapa, el “Vibrata” con Ángel Casas (74) a los mandos y Francesc Fábregas firmando todas las fotos. Ir a comprarla cada mes me hacía sentirme diferente de los demás.
Nada más pillarla -las revistas como el chocolate se van a pillar- la guardaba con cautela en la carpeta azul de cartoné con gomas esquineras de los apuntes. ¿Porqué me daría por esconderla? La mente del adolescente es laberíntica. Al menos la mía lo fue. Quizá la adolescencia sea la sensación de estar atrapado en el laberinto de El Resplandor pero sin ni nieve, ni persecuciones.
El quiosquero de la Plaza de Manuel Becerra, hoy el quiosco lo defiende -porque los quioscos como las porterías de un estadio de fútbol, se defienden- explicarme porque Vibraciones dejó de llegar. Yo no sabía que las revistas podían dejar de salir. Yo lo que sabía es que las revistas dejaban de llegar.
Empecé a fijarme en quién firmaba los artículos. ¿Qué cara tendrían Constantino Romero, Oriol Llopis, Jaime Gonzalo, Ignacio Juliá, Jesús Ordovas o Diego A. Manrique? Aquel viaje a lo desconocido costaba cada mes 50 pesetas. Nunca una clase me salió tan barata. 92 números publicados y se esfumó el año que Felipe González ganó con su pose sexy las elecciones por goleada. Algunos de los ejemplares están expuestos en el MUSAC de León. Hay un tipo en internet que vende la colección completa a 1.200 castañas.
Vibraciones no nos dejó huérfanos, había otras, pero para mí no eran lo mismo. También estaba el Popular 1 y el blandito El Gran Musical en formato tabloide, pero no terminaban de atraparme (¡cómo imaginarme que acabaría siendo su último director!); pronto llego Popster (que según el artista molaba más o menos, un gran póster central plegado y poco texto). Y entonces llegó Rock Espezial rompiendo formatos. En su primer número Gordon Matthew Thomas Sumner “Sting” (68) en la portada y de regalo un Disco Flex (un single delgadito pero que sonaba) con una canción de The Pretenders y otra de Los Ramones.
38 números y al hoyo. Me pregunto como quebrarían las editoriales entonces. Me imagino la imprenta cerrando el grifo del crédito, el distribuidor dejando impagados y todos sin cobrar. Y ahí mi quiosquero otra vez loco, no solo por mi insistencia, sino porque el quiosco era un hervidero. Qué tiempos.
Yo no sabía que las revistas podían dejar de salir. Yo lo que sabía es que las revistas dejaban de llegar
Y así debió nacer el Rock de Lux, que esta semana ha anunciado su cierre, con una cascada de adhesiones en estos tiempos de emociones enredadas en las redes. Aprendí que cuando una revista cierra es como cuando te deja una chica, que hay que pasar el luto, sobrio o ebrio allá cada cual, y abonar el corazón para que la próxima relación rebrote.
6 de Noviembre de 1979. Teatro Alcalá Palace (Madrid). La Orquesta Mondragón presentaba con Gurruchaga vestido de novia en silla de ruedas y el pequeño Popotxo Ayestarán y los guitarrazos de Jaime Stinus su primer disco producido por el murciano Julián Ruiz (69). Mi primer concierto. Fui con un compañero de clase, Quique Soria, su padre Enrique Soria, apoderaba a José Durán, campeón del mundo de boxeo como superwelter el 18 de mayo de 1976 contra el japonés Koichi Wajima, al que tumbó en la lona en el décimocuarto asalto en Tokio.
Al día siguiente del concierto escribí la crónica y la mandé por correo a Rock de Lux. Nadie me contestó. Nadie la publicó. Normal. Lo que no es normal es que la mandase sin ni siquiera saber qué era una crónica. El silencio debió servirme de puyazo y decidí fundir el teléfono de la redacción hasta que me aceptaron escribir una reseña de un disco de Twisted Sister. ¿Por qué ese disco? Por qué había ido a la Warner a ver si me daban alguno y me dieron ese. No tenía ni la mas mínima idea de quiénes eran esos tipos, ni de que existía el glam heavy ni entendía por qué el cantante de la banda, Dee Snider (65), llevaba el pelo frito, maquillaje y los ojos pintados. Pero la envié.
Aquella reseña para Rock de Lux fue el primer artículo que publiqué en mi vida. Hasta creo haberla cobrado. ¿Qué tendrá el periodismo musical que se repite como mejor entrada de entrada para novatos?
Quizá la adolescencia sea la sensación de estar atrapado en el laberinto de 'El Resplandor' pero sin ni nieve, ni persecuciones
Todos nos acongojamos cuando una revista deja de salir pero es un sentimiento tramposo porque somos los mismos que no la compramos con regularidad. Mi último número de Rock de Lux lo compré hace dos meses -¡ay que tranquilo me quedo!- pero apenas les llegaría a la editorial dos o tres euros, tras los gastos de distribución, tras mi compra infiel.
¿Por qué no la compré más? Porque buena parte de la revista ya no la entendía. Entiéndame el lector. Porque la revista me hablaba de tendencias, bandas, pelis... que, aunque me considero periodista informado, me quedaban muy muy lejos. Quizá el que me alejé fui yo.
Cuando Jann Wenner (74) me entregó la licencia para editar Rolling Stone en España (noviembre 1999) recuerdo que la revista publicó algún comentario “picajoso”; no me consta si como reseña de nuestro primer número o poniendo en duda la credibilidad de la edición española. “¡Mira Andrés, lo que dicen los del Rock de Lux..! Me vino a atusar el periodista, escritor, poeta gallego Ramón Reboiras que me acompañaba de subdirector... “¡Tienes que contestar!”. Nunca lo hice.
Ha llegado el momento. Ahí va mi contestación: “Santi y equipo, gracias por no ceder aunque un cierre parezca una cesión. Sabes que una revista no existe sin proyectar el punto de vista del que la edita, el que la dirige y los que la escriben, ilustran y fotografían. Espero que el cierre no os haya dejado muchos pufos”. A mí me da que Carrillo y sus secuaces tienen algo en la cabeza. Eso espero. Abrazo fuerte a los colegas”. Con gratitud.