Esta historia arranca en dos tiempos a la vez. El primero, este lunes, cuando sale a la luz el vídeo en el que la ministra de Igualdad, Irene Montero, hace su particular valoración de la manifestación del pasado 8M. Y vaya cómo lo hace. El segundo, el 9 de marzo, cuando se produjo la conversación. En esas imágenes, que seguramente ha visto todo español que haya entrado en internet en los últimos días, la titular de Igualdad dice que salió contenta porque fue “mogollón de peña”. Pero, a pesar del mogollón, la afluencia fue menor de la esperada. ¿Por qué? “Pues tía, creo que por el coronavirus. O sea, no lo voy a decir porque no lo voy a decir porque, tía, quiero ser muy prudente”.
Superado el debate periodístico de si se tenía que haber publicado o no -porque la conversación es con una periodista antes de una entrevista y se entiende que es off the record- lo que revela no es poco relevante. De ahí se puede extraer que el coronavirus no era una nimiedad entonces, a pesar de la insistencia del Gobierno, que había países tomando medidas “súper drásticas”, y que ella, como autoridad, ya sentía preocupación por el contacto físico en esa época en la que algunos querían hacer creer que aún no pasaba nada. El calado de las imágenes es tal que la Guardia Civil las ha incluido en un nuevo informe remitido a la juez que investiga si la Delegación del Gobierno de Madrid incurrió en responsabilidad penal al autorizar la marcha del 8M.
Pero quizás lo más interesante de las imágenes de la que ahora han apuntalado como número dos de Podemos es que dejan al descubierto, al mismo tiempo, las tres facetas que han acompañado a Irene Jotíanolovoyadecir Montero desde que llegó al Ministerio, aquel día que juró por el Consejo de Ministras ante el Rey. La primera es una forma de entender el Gobierno como un nosotros contra ellos, un todo vale en el que no importa servirse de la manipulación, la fabulación y la ocultación; la segunda es la instalación de la política pop en las más altas esferas del Estado; y la tercera, que abraza a las anteriores, consiste en llevar a cabo el ejercicio del Ministerio con poco pragmatismo y mucha ideología.
Hay una anécdota que rescata esta idea de nuevo. Poco después de asumir la cartera, Montero, bebé en brazos, visitó el Instituto de la Mujer, pilar fundamental de su Ministerio. Bien. Ella no sabía ni dónde se ubicaba ni qué labores exactas tenía el organismo. Durante la excursión no dejó de sorprenderse por todo ello e hizo un vídeo para las redes. Eso sí, en enero ya había colocado en la dirección general del mismo a la activista LGTBI Beatriz Gimeno, que es de Podemos pero no es funcionaria, saltándose la norma establecida para quién debe ocupar esos puestos.
Así, el mandato de Montero al frente de Igualdad oscila entre la ocultación de la importancia del coronavirus en una fecha clave y el ataque a las formaciones políticas contrarias. Lo mismo acusa a las autoridades policiales de preguntar a mujeres violadas que si llevaban minifalda que acusa al Partido Popular de llamar a la insubordinación militar. Lo mismo se graba un vídeo celebrando el cumpleaños en el Ministerio que lleva a cabo una Ley de libertad sexual sin contar con los agentes clave. Lo mismo culpa a las cloacas del Estado, en las que cabe cualquier no-adulador de su ideal, de todos los males que se contagia de coronavirus y no avisa a los funcionarios del Ministerio que entran en contacto día a día con ella.
Las fabulaciones de Montero
Aquel vídeo, difundido por el diario ABC, en el que Irene Montero reconocía la preocupación de las autoridades por el coronavirus “pero no lo voy a decir”, podría acabar trayendo cola. Este jueves se ha conocido que el Juzgado de lo Social número 1 de Teruel ha dictado la primera sentencia en la que se condena a una administración pública por su actuación ante la pandemia provocada por el Covid-19. Aunque en este caso es contra el Gobierno de Aragón, la magistrada dice que los contagios masivos en España eran algo “previsible”.
Casi sin quererlo y sin conocer la investigación de Teruel, Irene Montero ha venido con su vídeo a apuntalar esa previsibilidad. Dice que lo conoce, que es igual de predecible ya que le pone nerviosa que la gente le de dos besos y toque a su bebé. Sin embargo, en su faceta pública opta por el “no lo voy a decir”; prefiere una suerte de ocultación y fabulación en torno al 8M. Esa huida hacia adelante ha conseguido que el 8M sea el origen de todos los males del Gobierno -cuya última expresión ha sido el cese de la cabeza de la Guardia Civil por no informar de la investigación- y ha conseguido que la derecha más escorada argumente en torno al feminismo y a la pandemia al mismo tiempo.
Pero esa no es la única fabulación en la que se sustenta Montero. Una semana antes, el viernes 29 de mayo, en una entrevista de Los desayunos de TVE, Montero aseguraba que tanto Vox como el Partido Popular llevaban semanas llamando a la “insubordinación del Ejército”. En el caso de Vox sí que había sucedido, cuando la diputada Rocío de Meer tuiteó “Hoy más que nunca, es hora de recordarle al ejército que la nación, no es lo mismo que el Estado. Y que ellos juraron lo primero”. Pero en el caso del PP la realidad no va tan lejos.
Para hacer aquella fuerte declaración en la que Montero elevaba el tono de Pablo Iglesias cuando dijo que Vox quería dar un golpe de Estado pero que no se atrevía, se había servido de unas palabras que Teodoro García Egea, secretario general del PP, había hecho en el Congreso. Egea había rescatado una anécdota de cuando la Guardia Civil se fundó y su alto cargo presentó su dimisión al considerar una acción injusta. Esto es algo muy cercano a Henry D. Thoreau, elevado por los teóricos de la desobediencia civil, pero muy lejano del guerracivilismo.
Sin embargo, poco importa para Irene Montero, quien no tiene problemas en jalear proclamas sin importar demasiado su correlación con la realidad. Da igual que sea ministra. Otra de las más graves afirmaciones tuvo lugar antes de que estallara la pandemia tal y como se conoce hoy, en ese mundo tan lejano de a.C. -antes del coronavirus-. En febrero, la ya ministra dijo que “cuando una mujer denuncia una agresión sexual se le pregunta que si iba vestida con minifalda”.
Lo hizo en el Programa de Ana Rosa y, cuando la presentadora le cortó para decirle que eso ya no ocurría, ella insistió en la máxima: “Claro que ocurre”, dijo, y añadió “y que a lo mejor como iba con una minifalda iba provocando y que un hombre ha pensado que tenía derecho”. Las declaraciones rápidamente estallaron en el seno de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, que la acusaron directamente de mentir y pidieron que rectificara. La rectificación, por supuesto, no se produjo.
Con todo esto, Montero demostraba que a pesar del Ministerio no se apeba del tono que había ido curtiéndose en la militancia política. Lo dejó claro a finales de 2019, antes de la formación del Gobierno. Por un lado, la campaña electoral giró en torno a Podemos como víctima de las cloacas del Estado por el caso Dina Bousselham. Ahora se sabe que no son tan víctimas y que mintieron a sabiendas de ello. También Montero aprovechó su voz para señalar públicamente a la propietaria de un piso en Cataluña, comprando la versión de los okupas y provocando un acoso a la dueña del mismo.
La política ‘pop’
Tras la manipulación puesta de manifiesto en el vídeo del 8M, firmada por el “no lo voy a decir”, hay otra cosa que sorprendió a muchos: su lenguaje; los mogollón de peña y los o sea tía. Una de las críticas que más se le hace es que no parece una ministra, que en su forma de comportarse no se ve por ningún lado la institucionalidad que se entiende inherente al cargo. Y eso que muchas de las ministras del Ejecutivo ya habían subido el listón con el grito de “feminismo liberal, ridículo total” en la manifestación del 8M del año anterior, pero otros del mismo ala de la coalición que Montero, como Alberto Garzón o Yolanda Díaz, sí que han sabido vestir el cargo en las formas.
Hay una anécdota que ha pasado absolutamente desapercibida en este sentido y que ahora cobra especial relevancia por su paralelismo con el presente. Antes de las elecciones del pasado noviembre de 2019, Montero concedió una larga entrevista al youtuber Julen Hernández. En el vídeo, él acompaña a Montero en su día a día en el Congreso de los Diputados. La entrevista resultó muy llamativa porque iba acompañada en todo momento de su bebé y soltaba soflamas tan jugosas como “yo pienso mientras hago cosas”.
Hay un momento del vídeo en el que Hernández acompaña a Montero a una entrevista a las afueras del Congreso. La periodista que la atiende es la misma que la del polémico vídeo del 8M y ahí también hay una charla distendida antes de entrar en el directo. Pero el “tía, no lo voy a contar”, esta vez va sobre el CIS.
Cuando ambas se ponen a discutir sobre el barómetro de turno, Montero toma la palabra. “Hay que ser prudente”, arranca la ahora ministra y que entonces sonaba para la Vicepresidencia. “Porque, tía, no es un CIS en plan de estabilidad, es un CIS de precampaña…”. Después, le enseña un vídeo de campaña a Hernández. “Qué spot más guapo”, dice Montero. “Es la hostia, tío. Joder, tío, me mola que lo digas así, tan contundente”, responde la ahora ministra, cuando el youtuber le dice que, en efecto, el spot es la hostia y que está guapísimo. Poco más y todo es la polla, tío, y mola mazo, tronco -Montero es de Madrid, no olvidemos-.
Esta utilización del lenguaje, tanto antes de ser ministra como después de ser nombrada, viene a significar que la cartera en nada ha cambiado la actitud ni la presencia de Montero. Seguramente no sea criticable, no es lo más grave, pero es como si obviara que representa al Estado; que Igualdad no es ella, sino que ella es Igualdad. Pero no es sólo que el peso de la representación no ha logrado que abandone la visión pop de la política, sino que ha contagiado todo eso al Ministerio de dirige.
De nuevo antes del Covid-19, uno de los vídeos más llamativos fue la celebración del cumpleaños de Irene Montero en la sede ministerial. En las imágenes se ve a ella y a su equipo como si estuvieran en un patio de recreo. Pero no son las únicas. Irene Montero, desde que ocupó la cartera, ha ido confundiendo su figura con la del Ministerio, retuiteando asiduamente en redes sociales contenidos publicados en su cuenta personal y grabando vídeos con el móvil, en primera persona, de cada uno de sus pasos por el Ministerio.
Todo ello da un aura de reality show con un fuerte personalismo centrado en su figura. Y hay más: el barómetro del TikTok en el que cuentan como una victoria la cantidad de visitas que ha generado una intervención de la ministra, sus reuniones con influencers LGTBI en vez de con asociaciones reales.
La que mejor definió este asunto fue la filósofa, sexóloga y autora del libro Maldita feminista, Loola Pérez. “Los resultados de una ministra se miden por el impacto que sus políticas públicas tengan para la ciudadanía no a través de TikTok. En Podemos parece que la coherencia fue sustituida por la mediocridad y el infantilismo”, publicó en Twitter. “¿Qué aporta a la ciudadanía? ¿En qué le cambia la vida a las mujeres que tanto dice Irene representar y defender?”, se preguntaba Pérez.
Mucha ideología, poco pragmatismo
Recogiendo el guante de Loola Pérez sobre los resultados de la ministra, llega la tercera y última cara de Irene Jotíanolovoyadecir Montero. Toda esta forma de hacer política, por mucho que use un tono casi navajero y se exprese de manera infantil en la institución, no recibiría ningún tipo de crítica si, por lo menos, las políticas que lleva adelante fueran intachables. Nadie diría nada si como ministra fuera impecable, si, como Salvador Illa, se creciera ante las circunstancias y quitara la razón a los escépticos. Pero no.
El primer y gran golpe, que ha quedado en suspensión a causa del coronavirus, le llegó a Montero con la publicación del anteproyecto de la Ley de libertad sexual, la que iba a ser su medida estrella y que sin embargo se acabó convirtiendo en un lodazal. El anteproyecto no iba acompañado de Memoria de Impacto Normativo, no tenía ni memoria Económica, se detectaron asuntos inconstitucionales, errores gramaticales, artículos copiados de otras leyes, invasión de competencias y un etcétera que venían a subrayar que Irene Montero era la de siempre, no la ministra que ahora cabía esperar.
Más allá de las polémicas sobre si sólo sí es sí o el “sola y borracha quiero llegar a casa”, que se atisban más ideológicas que jurídicas, el anteproyecto causó un profundo malestar en el sentir de muchas agrupaciones feministas. Se quejaban de que había llevado a cabo el anteproyecto sin haberlas consultado, como si estuvieran simplemente poniendo sobre el papel un par de puntos del programa de Podemos y no creando una norma para todos.
Una de las críticas más avezadas vino por parte de la histórica feminista Ana María Pérez del Campo, presidenta de la Federación Nacional de Asociaciones de Mujeres Separadas y Divorciadas, que participó en la Ley del Divorcio y la Ley contra la Violencia de Género del PSOE, y la hizo en este diario. Acusaba a Montero de esconderles la redacción de la norma, de no contar con expertas como ella y de entorpecer el trabajo que el feminismo histórico había hecho. “Somos feministas militantes. Ella solo militó en Sol cuando nosotras éramos ya ancianas”, recordó. “Se cree dueña de hacer, de decidir y de hacer funcionar una ley sin contar con las mujeres”, aseguraba.
También recibió críticas por parte de la Asociación de Mujeres Juristas Themis, que también participó en la Ley contra la Violencia de Género del PSOE y de la Alianza contra el Borrado de las Mujeres, que calificaron el contenido de “torticero”. Si a todo ello se junta su experiencia reveladora en el Instituto de la Mujer, cuya práctica existencia parecía desconocer, viene a subrayar todas esas denuncias de que Montero dirige el Ministerio desde la ideología, la suya propia, y no desde el pragmatismo en contacto con la realidad. Otro de los críticos con el anteproyecto de Ley fue el Ministerio de Justicia, esta vez ya mucho más serio, y desde Podemos se encargaron de cerrarle el paso llamándole machista. Así, se volvía a los tonos nada institucionales y se cierra el círculo de las tres caras de Montero al frente de Igualdad.