Vergüenza y maltrato a los científicos en España: 18 años de experiencia, 1.600 euros y eventuales
EL ESPAÑOL ha contactado con ocho científicos experimentados de toda España para preguntarles sobre la precariedad de su sector.
22 junio, 2020 02:41“Si hace un año a cualquier ciudadano le preguntan por la importancia de financiar un proyecto sobre la evolución del sistema inmunitario de los murciélagos y sus virus, seguramente le habría parecido una excentricidad inútil y prescindible”. Habla Lorenzo Pérez Rodríguez, investigador en Ecofisiología y Comportamiento Animal en la Universidad de Castilla-La Mancha, UCLM. Hoy, con una pandemia por Covid-19 el cuento es otro... Aun así, en financiación, lo que incluye cuánto y cómo cobra un científico, nada ha cambiado.
Ni desde hace un año, ni desde hace más de un siglo. Recordemos a Ramón y Cajal: “Investigar en España es llorar”, decía el Nobel de Medicina en 1906. O trabajar con contratos temporales. Tener un ojo en el microscopio y otro en el paro. O estar ya en el paro… y a la espera del Ingreso Mínimo vital. Cobrar salarios bajos a pesar de currículos de infarto. Verse obligados a acudir a los tribunales para reclamar el indefinido tras sumar contratos temporales. Es el pan nuestro de cada día de los científicos españoles. Lo denunciaban esta semana en Twitter con el hastag #sinciencianohayfuturo.
Porque a pesar de que hoy el planeta está pendiente de ellos, que son quienes traerán una vacuna, nuestros investigadores no ven un futuro mejor. “La sociedad a grandes rasgos no reconoce nuestro trabajo. Si lo reconociera, no estaríamos así”, explica Ginés Luengo-Gil, decano del Colegio Oficial de Biólogos de Murcia. Nos cuenta que él presentó un “proyecto básico sobre el SARS-COV-2”. Lo dice en pasado. Porque nuestro investigador, pese a sus 14 años de experiencia, hoy está en el paro. Ya sin prestación: va a pedir el Ingreso Mínimo vital.
La precariedad ronda un sector en el que hay quien trabaja gratis o en condiciones irregulares, sin contrato laboral ni vínculo de prácticas o de estudios. A la pregunta ¿qué es lo peor de vuestra profesión?, la respuesta es unánime: la falta de estabilidad laboral. EL ESPAÑOL se la ha hecho a ocho investigadores con una media de 15 años de experiencia y de diferentes Comunidades Autónomas. Lucen Premios Extraordinarios de Carrera, experiencia en el extranjero, artículos de prestigio, becas… pero encadenan contratos temporales, han llegado a trabajar por 300 euros al mes y la mayoría de sus nóminas no superan los 1.600 euros. Eso los que trabajan en investigación, porque además de parados lo hay que han tenido que cambiarse al otro lado: la edición de artículos de otros investigadores. Cosas de la vida, o de la financiación pública de la ciencia. Editar se paga en ocasiones mejor que remangarse en el laboratorio.
¿Soluciones? “Hasta que no veamos en el CIS que la investigación está en el top de preocupaciones, no habrá cambios significativos”, continúa explicándonos Luengo-Gil. Y sin la ciencia en ese ranking, “los políticos harán muy poco por mejorarla”. La era postcovid tampoco pinta mejor. Viene otra crisis. También para la ciencia. En la anterior, la de 2008, se recortó en I+D. Todavía les duele recordarlo.
Ginés Luengo-Gil. Decano del Colegio Oficial de Biólogos de Murcia. 13 años de experiencia en investigación, fundamentalmente en Hematología y Oncología clínica y experimental. En el paro. A la espera del Ingreso Mínimo Vital.
Luengo-Gil tiene un máster en Biología Molecular y Biotecnología en la Universidad de Murcia, donde se licenció en Biología en 2010 y se doctoró en Hematología y Oncología Clínico-Experimental. Ha trabajado en proyectos sobre el cáncer de mama, colon, gástrico y de próstata, sobre la metástasis y trombosis de tumores digestivos y ha escrito artículos científicos y de divulgación. Pero hoy está en el paro. Y ejerce como decano del Colegio Oficial de Biólogos de la Región de Murcia, un cargo de representación, no remunerado.
Tampoco ingresa del desempleo. Subsiste, nos cuenta, gracias a algunas clases ocasionales. Y en Twitter señala que está pendiente del Ingreso Mínimo Vital. La suya es una visión cruda sobre la situación: “La ciencia no ha sido declarada actividad esencial [durante el Estado de alarma] de modo que se paralizaron los trámites administrativos, lo que supondrá retrasos en las convocatorias que están pendientes”. Más tiempo perdido. Y poca esperanza en los políticos. “¿Ha visto usted algún decreto, norma o protocolo durante el estado de alarma en el que aparezcamos biólogos?”. Señala que sólo se han autorizado casos muy concretos de Covid-19. Y no todos, porque él mismo presentó un “proyecto básico” pero no tuvo luz verde.
Y aún así, Luengo-Gil adora su profesión. “Es maravillosa, todos los días aprendes, te equivocas, corriges. Pero hay una cruz enorme: la inestabilidad laboral y la corrupción”. Repite la palabra varias veces, como asimilada en su día a día. Porque ante los pocos contratos, denuncia “favoritismos”. La tónica general es que “no puedes tener un proyecto de vida sencilla, olvídate de sueños mundanos: lo típico de hipoteca e independizarte o comprarte un coche”. Como mucho, explica, un investigador tendrá un contrato para tres años y después no habrá un indefinido.
“La investigación en biomedicina está en general externalizada”. Explicamos: no les contratan los hospitales, sino fundaciones. A veces, sin convenio, sin antigüedad… “Trabajarás por un sueldo no acorde a tu cualificación y al terminar el trabajo, te irás con una mano delante y otra detrás”. Su último sueldo, a pesar de su experiencia, fue de 1.500 euros al mes. Ahora ni eso. “Es muy difícil no acabar quemado en esta profesión si encadenas contratuchos de dos años seguidos de meses o años de paro”.
Se queja incluso de no poder quejarse: “Está mal visto por parte de muchos líderes el hecho de que reclamemos trabajo digno y derechos laborales básicos”. Alguna vez se ha planteado dejarlo, pero a la vez, no pierde de vista su sueño: “Aprobar la oposición del BIR –Biólogo Interno Residente- y hacer análisis clínicos. A todos nos apasiona la ciencia, pero unos estamos menos dispuestos que otros a pasar por el aro de la corrupción científica”. Entre sus propuestas: “Reforzar las inspecciones laborales por sorpresa, para acabar con el presentismo y el trabajo sin contrato ni vínculo de prácticas o de estudios”.
Lorenzo Pérez Rodríguez. Biólogo. Investigador en Ecofisiología y Comportamiento animal. 17 años de experiencia. UCLM. 1.500 euros al mes. Le queda un año de contrato.
“Acabo de cumplir 40 años, hace 13 que soy doctor y desde entonces enlazo contratos temporales”. Es Lorenzo Pérez Rodríguez. Biólogo por la Universidad de Córdoba, Premio Extraordinario de Carrera. Se doctoró, también con Premio Extraordinario, con una tesis sobre la selección sexual de la perdiz roja. Actualmente lidera una investigación sobre la reproducción de aves. Su contrato acaba el año que viene. Asumido: “Con suerte lograré algún nuevo contrato, también temporal en otro sitio y volverá a empezar de cero".
A lo largo de su carrera ha cambiado de centro investigador… siete veces. Dos de ellas en el extranjero: la Universidad de Aberdeen, en Reino Unido y el Centro de Investigación en Biodiversidad y Recursos Genéticos –CIBIO- de Portugal. Ha pasado por el Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid y la Estación Biológica de Doñana en Sevilla. Hoy tiene un contrato SECTI –Sistema Español de Tecnología e Innovación- en la Universidad de Castilla la Mancha, UCLM. Anual, podía prorrogarse cuatro años. Éste es el cuarto.
“Entre la movilidad enriquecedora de los investigadores y obligarles a ser nómadas años y años hay un trecho”. Problema estructural:” “Si dependemos de contratos temporales, de poca duración, no podemos abordar preguntas ambiciosas que requieren más tiempo”.
Y así llegamos a cómo se ha tratado a la ciencia y a los científicos durante la pandemia en España. “Durante el estado de alarma, he visto al menos cuatro convocatorias destinadas a financiar investigaciones sobre Covid-19, a menudo con periodos de solicitud brevísimos y con poco margen de planificación”.
No parece el mejor contexto para investigar. “Hace 20 años, un microbiólogo español, Francisco Mojica, estaba investigando cómo ciertos microorganismos habían evolucionado para vivir en un ambiente tan extremo como las salinas de Santa Pola, en Alicante”, relata. “Aquel trabajo de ciencia básica dio pie al mayor avance técnico de la genética de las últimas décadas, con innumerables aplicaciones industriales y biomédicas”. Se conoce como CRISPR y hoy el CSIC lo utiliza precisamente en la investigación contra el COVID-19.
Paciencia y euros. Fundamental para lograr resultados: “Resulta casi enternecedor ver que mucha gente piensa que tenemos un sistema científico que puede jugar en la misma liga que el de otros países de nuestro entorno…”. “Si supieran que los doctorandos financiados por las administraciones públicas -que son los expedientes más brillantes- no llegan ni a mileuristas, que científicos con más de 15 años de experiencia internacional y un currículo brillante penden de contratos temporales y precarios y que el presupuesto de ciencia en España no llega al 2% del PIB –muy por debajo de la media de la UE-, y encima, apenas se ejecuta la mitad del mismo… se sorprenderían”.
“Pensar que la ciencia es importante está bien, pero, usted ¿cuánto está dispuesto a que se gaste de sus impuestos en ello? ¿De dónde quitaría fondos para ponerlos en la ciencia?”. He ahí la clave. Porque hace falta. “Sólo hay una vacuna universal contra futuras pandemias, llámese coronavirus, consecuencias del cambio climático o cualquier otro desafío aún desconocido: priorizar desde ya la ciencia básica de calidad”. Palabra de científico.
Jesús García Cano, doctor en biomedicina experimental. 12 años de experiencia. Cambió el laboratorio por una editorial.
Seis meses antes de que Jesús García Cano, bioquímico y doctor en Biomedicina Experimental, le cumpliera su último contrato en la Universidad de Barcelona, mandó su CV a 400 sitios. En concreto, a 400 directores de proyectos. “Los que me respondieron me decían que mi CV era muy interesante y querían contratarme pero…”, no tenían financiación.
Estaba en la Bolsa de Empleo de Educación de la Generalitat, en la lista de cuatro institutos para ser docente y daba clases en una academia. Finalmente, mandó su CV a una editorial: “Ahora trabajo ahí, como editor de los artículos que científicos como el que yo era unas semanas antes envían a las revistas y que deben ser reseñados por otros científicos anónimos que aseguren su calidad”. Sólo se requería el grado, él es doctor. Está en fase formación: 1.830 brutos al mes. En unos meses, cuando pase a indefinido, llegará a 2.300 al mes, más un plus por responsabilidad, “cosa impensable en investigación”.
Su carrera era prometedora. Se licenció en Bioquímica en la Autónoma de Madrid y quedó entre los tres primeros en su promoción. Eligió un laboratorio de prestigio: 9 meses a 380 euros. Todo privilegios, con ironía: “En general, lo normal era no cobrar”. Hizo un máster en Bioquímica y Biología Molecular en la Universitat Autònoma de Barcelona y se doctoró en Biomedicina en la UCLM. Premio extraordinario de tesis. Tuvo suerte: consiguió una beca de 980 euros. En 2013, durante tres meses estuvo en un laboratorio de Investigación Médica en París. Voilà: “Allí vi que está prohibido que se trabaje sin contrato o sin cobrar, cosa que aquí hemos hecho todos en algún momento”.
A la vuelta, beca en Castilla-La Mancha. Cobraba pero no cotizaba. Las nóminas de investigación se consideraban “pagos a proveedores” y llegó a acumular cinco meses de retraso. A punto de volver a vivir con sus padres. Tiene compañeros que tuvieron que dejar la tesis, ha vivido anulaciones de convocatorias y un año casi le hacen devolver lo cobrado. Y aún así, Jesús considera que los que vienen detrás aún lo tienen peor. “Los últimos compañeros que he tenido cobran 1000 euros, que se les quedan en unos 980 euros mes”.
Desde febrero en la editorial, “sigue pendiente” de un proyecto: entrar en las líneas de investigación de la Juan de la Cierva. ¿Optimista? “Sinceramente, cada vez tengo menos esperanza de que me la den, y quizá, menos ganas de cogerla”. Sí cree en la sociedad: “Cuando la gente pide medicamentos y vacunas, como cuando sale el tema de una enfermedad grave, se entiende que se necesita investigación básica”.
Cristina Peña Maroto. Bióloga, investigadora de cáncer de colón en el Hospital Ramón y Cajal. 18 años de experiencia. Dos años en Suecia. Su contrato acaba este diciembre.
“Cada día es una lucha por ver si te renuevan o no”. Es Cristina Peña, 18 años como investigadora en oncología, con una estancia en el Instituto Karolinska en Estocolmo, Suecia. Su contrato actual en el Hospital Ramón y Cajal acaba en diciembre. “Y luego el vacío”. Trabaja en un hospital, pero a través de una fundación. Una dicotomía que la ANIH, la Asociación Nacional de Investigadores hospitalarios y de institutos públicos lleva años denunciando: no son personal sanitario, no acumulan antigüedad al pasar de un hospital a otro…
Peña empezó en el Hospital Puerta de Hierro. Tras marcharse a Estocolmo regresó a Majadahonda, luego al Ramón y Cajal. “Según la normativa, cuando encadenas más de un contrato y superas tres años si no te hacen indefinido entras en fraude de ley”. Pero no les hacen indefinidos… hasta que no lo ordena un juez. Así que la mayoría acaban en los tribunales. Demandan y ganan. Podría ser su siguiente paso. O cambiar de bando. “A la privada, pero… ¿por qué tendría que hacerlo? ¿Qué sentido tiene que esté en el público tantos años para luego?”. Alguna vez ha pensado dedicarse a otra cosa. “¡Por supuesto! Creo que no hay investigador que no haya pasado por ello en algún momento. La condiciones de precariedad laboral son totalmente desalentadoras”.
Ella lleva toda su carrera encadenando becas y contratos temporales. Y su voz se llena de impotencia al hablar de cómo han vivido la pandemia los investigadores hospitalarios, enviados a casa en muchos casos. “Trabajo en un laboratorio, sí, pero hablo con pacientes, manejo sus pruebas. ¿Es normal que no nos hayan pedido ayuda, mientras han contratado a gente sin experiencia y cientos de investigadores han ofrecido su ayuda voluntaria?”, se pregunta. Y añade: “No había test, decían, pero si tenemos todos los medios para ponerlos en marcha en el laboratorio”.
¿Tienes la sensación de que la sociedad no reconoce vuestro trabajo? “Totalmente, la gente no es consciente de que detrás de ese ‘dolor de cabeza’ que se pasa tras ‘tomar un paracetamol’ hay un proceso de investigación de muchísimas personas, años, dinero y esfuerzo invertido”.
Desde casa, trabajando con sus tres hijos pequeños, y a la espera de lo que pueda traerle el 2021, no ve un futuro mejor. “No hay duda de que el parón de los circuitos de pacientes, muestras, cultivos celulares y demás afectará en gran medida al desarrollo de la ciencia en España”.
Elena Alañón Pardo. 15 años de experiencia investigadora. Licenciada en Ciencia y Tecnología de los Alimentos. Premio nacional fin de carrera. Doctorado Cum Laude. Investigación Posdoctoral en la Universidad de Reading, Inglaterra. Tiene un contrato de ayudante doctor en la UCLM por debajo de su categoría.
“Lo más desalentador de este momento es pensar en que los recortes volverán a aparecer en la investigación y la docencia”, explica Elena Alañón. Y eso, que considera que en estos momentos, con el Covid-19, “se valora un poco mejor a los investigadores”. Pero no a todos: “Parece que si no investigas en la lucha contra enfermedades como la Covid-19 o el cáncer tu investigación se desmerece”. ¿Sus líneas de investigación? Enología y alimentación.
La carrera de Alañón es una gymkana a la caza de contratos: “Hay que buscarse la vida”. Ésta es la suya: Se licenció en 2005 en la Universidad de Castilla La Mancha, UCLM, en Ciencia y Tecnología de los Alimentos con dos premios de fin de carrera. Doctorado cum laude y Premio extraordinario de Doctorado en Ciencias Experimentales. Inició su etapa postdoctoral en la Universidad de Reading, Inglaterra, con una beca de la Fundación Alfonso Martín-Escudero.
A la vuelta enganchó varios proyectos a “900 euros y pico”. En 2016 le concedieron un Juan de la Cierva, un contrato de excelencia para investigadores con gran talento. Lo más de lo más. Dos años. En la Universidad de Granada. Después, dos años en la Universidad de Castilla-La Mancha. Y ahí, sigue, ahora con un contrato de ayudante doctor “muy por debajo de la categoría que poseo”.
Asegura que esa búsqueda incansable de contratos les convierte en “adictos al trabajo”. Es como una “promesa en el aire de que finalmente conseguirás la ansiada estabilidad pero los años pasan y nunca llega”. Frustración, desmotivación. Habla de la fábula del burro y la zanahoria. Cerca de los 40, “parece que he conseguido un contrato medio estable, pero nada acorde con mi categoría ni con el esfuerzo”. Cobra 1.600 euros al mes. Poco se habla, asegura, “del concepto del trabajador quemado en la investigación, pero desde luego algunos de nosotros estamos más que chamuscados”.
Manuel Collado. 28 años en investigación contra el cáncer. Licenciado en Biología, en Bioquímica y Biología Molecular. Doctor en Ciencias. Ha trabajado en Londres y Nueva York. Hoy, en Investigación Hospitalaria en el Servicio Gallego de Salud. Le acaban, literalmente, de renovar el contrato, por un año.
Este 1 de junio, Manuel Collado no sabía si tenía acceso a su correo electrónico. Cosas del contrato. Le tocaba renovar. Al final, todo ok: un año más. Es la extensión de un contrato Miguel Servet que duró cinco años y se renovó tres más. La última ficha: un año más y “en el último segundo”. Dirige un laboratorio en el Servicio Gallego de Salud con cuatro estudiantes de doctorado y una investigadora postdoctoral y financiación del Ministerio de Ciencia.
Collado investiga contra el cáncer. Ha trabajado en Londres y en Nueva York. En España ha pasado por el CNIO, Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas, donde llegó a tener un contrato indefinido. Ha sido investigador del Programa Ramón y Cajal, “el más competitivo a nivel nacional”. En 2012 se trasladó a Santiago de Compostela, con un contrato Miguel Servet, que es como un Ramón y Cajal, pero hospitalario. Y allí sigue. “Lo más desalentador es la falta de estabilidad”, explica. Cree que la sociedad apoya a los científicos, pero las administraciones, el vehículo de la financiación y los contratos, “no nos consideran ni valoran”.
De todos los entrevistados para este reportaje Manuel es el que tiene mejor sueldo. Pero no llega al nivel de un director general de un Ministerio. Nos vamos a Sanidad, el director general de Salud Pública o la directora de la Agencia del Medicamento con unos 90.000 anuales. Nuestro investigador se queda en la mitad. Con sus 28 años de experiencia, Collado dice que “no sabría ni querría hacer otra cosa”.
Martina Pérez Serrano. 17 años como investigadora. Ingeniera Agrónoma. Doctora. Trabaja desde 2015 en la Universidad de Castilla-La Mancha. Este septiembre finaliza su contrato.
Frenar el cáncer con la cuerna de ciervo. Es una de las investigaciones del Hospital Universitario de Albacete. Lo que se investiga son los efectos de suministrar extracto de la cuerna de ciervo en crecimiento sobre la proliferación de células cancerosas de glioblastoma, el tumor cerebral más agresivo. Los resultados son muy prometedores. Y que la gente “sepa que en España se hacen estas cosas creo que puede ayudar mucho a nuestro reconocimiento”, explica Martina Pérez Serrano. Está en el equipo, como lo estaba su compañero Louis Chonco, en el paro desde 1 de mayo, cuando cumplió su contrato de seis meses tras dos renovaciones.
En la anterior crisis, Martina Pérez también se quedó sin trabajo. “Mi carrera estaba enfocada puramente a la investigación, mis perspectivas se derrumbaron”, recuerda. Era 2012. Un tiempo se dedicó a la gestión en la Universidad, luego se reenganchó al laboratorio. “Sin horarios ni calendario”. Todo vocación: “No creo que haya muchos casos en los que el objetivo de investigar sea hacerse rico”. Tiene un contrato SECTI: Sistema Español de Ciencia y Tecnología hasta septiembre. Y un mensaje duro para los que vienen detrás: “Si no te gustan las carreras de saltos de obstáculos, no es momento para dedicarse a investigar”.
Louis Chonco. Químico y doctor en Biología Molecular. 17 años como investigador, con estancias en Sudáfrica, Francia, Polonia y Hungría. Ha investigado contra el cáncer y ha trabajado en una vacuna contra el SIDA. En paro desde mayo de este año.
Lo de saltar bien lo sabe Louis Chonco, licenciado en Química y Doctor en Biología Molecular. En plena pandemia finalizó su contrato. Y eso, que cuando llegó el Covid-19, este investigador con 17 años de experiencia que ha pasado por Sudáfrica, Francia y Polonia, con proyectos para encontrar una vacuna contra el VIH, montó “un grupo de ayuda al servicio de microbiología del Hospital de Albacete”, para ayudar con los test PCR. Todo en marcha… y en plena pandemia, fin de su contrato. El día de la marmota de los investigadores en España.