A principios de marzo, cuando el Covid empezaba a cobrarse vidas a pares en España, en Cercedilla nevó todo lo que no había nevado durante el invierno. Bajo un grueso manto blanco, la residencia de mayores Mirasierra quedó durante varios días parcialmente aislada del mundo. Más que un lugar de asilo para 46 personas mayores, parecía el hotel Overlook de El Resplandor. Pero, a diferencia del edificio más letal de la obra de Stephen King, esta residencia no albergaba la muerte en su interior. Ya se habían asegurado sus responsables de ello.
“El 5 de marzo le puse un mensaje a todos los familiares en el que decía que a partir del día 6 cerraba toda la residencia”, explica Rocío Pérez, directora de esta residencia en la sierra de Madrid. Pocos días antes de esto, Pérez le había prohibido la entrada a varios familiares que resultaron estar infectados de Covid-19.
“Tengo un caso caso clavado en la mente”, recuerda la directora. Era un hombre que quiso entrar a la residencia soltando tosidos en los que parecía que se le iba a salir el alma por la boca. Pérez le paró en seco. “¿A dónde vas?”.
El hombre le explicó que pretendía darle un beso a su padre e irse, porque se encontraba fatal. La directora le hizo irse por donde había venido. La determinación de Pérez es una de las claves por la que la residencia Mirasierra ha estado 100% libre de coronavirus desde que comenzara la pandemia. Pero no es la única.
Para Javier García, presidente de la Confederación Española de Organizaciones de Mayores (CEOMA), las claves principales para que las residencias españolas aguanten un rebrote son dos: dotar de medios y prever.
Edificios obsoletos
En España hay cerca de 5.000 residencias que daban cobijo a unos 375.000 residentes. Daban, en pasado, porque a ese número hay que restarle cerca de 20.000 muertos, es decir, un 69% de las muertes por coronavirus, según las cifras oficiales.
“El principal problema que tenemos con las residencias es que no podemos cambiar la estructura. Las residencias son como son, tienen los espacios definidos que tienen”, explica García. “Si no se les prevé previamente de material suficiente para subsistir al menos un mes de manera independiente y no se les dan sistemas que puedan atender uno a uno a los residentes, volverá a pasar lo mismo”.
Según cuenta García, el grueso de esas 5.000 residencias fueron construidas entre la década de los 80 y la de los 2000, “cuando las personas mayores tenían unas características físicas y unas necesidades que no son las de ahora”, explica. “Quien hoy acude a una residencia tiene unas necesidades de movilidad o de atención muy diferentes, porque van personas con altos niveles de dependencia, trastornos conductuales, problemas de movilidad, enfermedades degenerativas como alzheimer o parkinson… y esto no se daba en la década de los 90, por ejemplo”.
Además de este problema, las residencias han tenido que enfrentar este 2020 la mayor amenaza de su corta historia: una pandemia que ha segado decenas de miles de vidas, la mayoría, en estos edificios que son como una bomba de relojería cuando se trata de enfermedades infecciosas.
Por eso, lo ideal es que las residencias cuenten con medios para poder aislar a pacientes que presenten síntomas de Covid y que puedan subsistir un mes sin que nadie ajeno al recinto pise el mismo. “Que no les falten calzas, batas, mascarillas, unidades de oxígeno. Por lo menos para un mes. Con eso se puede establecer un sistema de aislamiento que impida que en las residencias entren nuevos focos de contagio”.
Mirasierra cumple con estos requisitos, algo de lo que no pueden presumir muchas otras residencias, como ya se ha visto en esta crisis. Pero es que este centro de Cercedilla, ya venía con la lección aprendida desde años atrás.
“Todos los años, durante la época de gripe, hemos tomado medidas, tanto con los usuarios como con los familiares. Siempre hemos tenido medidas, si un familiar presentaba síntomas le decíamos que se abstuviera de venir. Y, sobre todo, mucha higiene”, explica Pérez.
Además, Mirasierra cuenta con más espacio del que requieren sus 46 residentes y constantemente tiene material y víveres que le permiten estar dos meses aislada. Si a esto le unimos los duros protocolos aplicados por su directora y personal médico, es difícil que se cuele ningún virus.
“Era importante reducir los vectores de contagio, por eso en la residencia debíamos entrar y salir las personas necesarias. Reduje proveedores, mantenimiento y personal como la recepcionista o los terapeutas”, cuenta Pérez. ”Todas las personas que venían del exterior pasaban por un circuito de higiene”.
“Tenemos más espacios de los necesarios. Los residentes se distribuyeron por todos los salones, para que estuvieran bien separados. Por ejemplo, en uno de los salones concentramos a aquellos que son bronconeumópatas, el comedor eran tres turnos y lo dividimos en seis, para que estuvieran más separados todavía… y a día de hoy seguimos, esto ya se ha convertido en costumbre”.
Asimismo, habilitó varias habitaciones para algunos trabajadores que pasaron toda la cuarentena en la residencia, para evitar que fueran a sus pisos compartidos y trajeran consigo lo que no debían.
Pese a estas duras medidas, la directora ha tenido que bregar con el comportamiento irresponsable de muchos familiares. Un ejemplo reciente: "He tenido una [bronca] con una nieta esta mañana. Su abuela lleva aquí cinco años y no la he visto en mi vida, y me dice que este sábado quiere sacar a su abuela a comer a un restaurante. Digo, ¿perdón? Me dice: ‘Es que quiero disfrutar de mi abuelita, a ver si va a ser la última vez’. Pues haberlo hecho durante los cinco años que ha estado aquí. Yo ya no me corto ni un pelo”.
Hay más ejemplos: “Tenemos una zona habilitada para las visitas. Tengo unas vallas de obra, que las compré en Amazon, monísimas, con un cartel de PROHIBIDO EL PASO, ZONA RESTRINGIDA, tal y cual.. ¿Te puedes creer que hay familiares que me saltan la valla y se me presentan dentro de la residencia?”.
El hartazgo es palpable en las palabras de la directora, que define esta crisis vivida con una frase lapidaria: “De angustia en angustia y tiro porque me toca. ¿Qué me sorprenderá hoy?”. “Esto es una lucha diaria, la gente no se ha enterado de qué va esto. No se dan cuenta de que si contagias a tu familiar, nos contagias a todos. Las residencias no podemos seguir las fases normales”.
Por cierto, ¿y los test? “No nos han dado test, como no estábamos contagiadas… tócate la peineta... ¿Entonces tengo que esperar a tener síntomas?”. Pérez habla en femenino porque los 25 trabajadores de Mirasierra son mujeres.
Por eso ha seguido sus propios protocolos, obviando los que venían por parte de la Consejería de Asuntos Sociales y la de Sanidad que, en algunos casos, hasta se contradecían entre sí, algo que también corrobora Javier García.
¿Y ahora qué?
La amenaza de un rebrote planea peligrosamente sobre España. Hay pronósticos que indican que en otoño vamos a volver a pasarlo mal y, de ser así, las residencias volverán a ser los focos más vulnerables. “Creo que ahora se han asustado lo suficiente como para empezar a adoptar medidas, falta que por parte de la administración se les dote de pruebas suficientes para poder detectarlo lo más pronto posible”.
—¿Van a soportar las residencias un posible rebrote?
—Lo van a pasar muy mal. Por la experiencia que yo tengo con las residencias, creo que aguantarán solo porque van a seguir prestando servicio a las personas mayores, no tanto por su capacidad financiera, sino por que se van a negar a darse por vencidas sin intentar dar atención a las personas mayores.