Cada estío aguardo impaciente la edición veraniega de mis diarios favoritos con la ilusión del recién licenciado. Desde que lloré de risa con el atracón de churros del extraterrestre Gurb (1990) y sus ligoteos con Marta Sánchez (54), aquel serial de Eduardo Mendoza (77) para El País, el diario en verano es mi amante en la siesta, mi pala en la playa, mi tapa con el tinto de verano, mi testigo en los Sanfermines y mi capa protectora ante la adicción telefónica. ¿Te pasa a ti también, sufrido lector de esta columna, que en verano sientes el diario más tuyo?
En verano los periódicos se visten con ropa más ancha. Los periodistas duermen menos, beben más, amanecen en camas distintas y le abren la puerta a la bohemia. Se ponen camisas de lino y usan pantalones holgados. Hay veces que no llevan ropa interior. A los diarios, y a sus lectores, les sienta mejor el lino arrugado de la información humana que el tergal almidonado que los oprime cuando cubren hasta la última ventosidad que se le escapa a un político.
Hay periódicos que cuando narran la información política no distinguen entre ese eructo que se te escapa cuando te has bebido rápido una cerveza y ese otro que se tira el adolescente para hacerse el gracioso. Mucha de la cobertura política invernal de los periódicos se hace eco de eructos políticos de adolescente. En verano eso no pasa, porque todos bebemos mucha cerveza, y todo es más natural.
El periódico de verano es distinto porque nosotros tampoco somos los mismos. Tenemos más tiempo para leer. Y, sobre todo, parece que detenemos por unos días, cada vez son menos, esa obsesión por tener más cosas, comer menos pasta, ganar más pasta, perder más kilos, ganar más kilos (de billetes). Follamos más, dormimos mejor y, casi todos (ya, ya sé que no todos), nos vamos a pasar la canícula a otro lugar.
El periódico también se muda. Deja su casa y se marcha a la costa, en busca de esas historias humanas que parecen no encontrar sitio ni en la reunión ojerosa de la mañana, ni en la reunión soporífera de la tarde. Ojo, que los diarios no se relajan cuando entra el solsticio. Los periódicos refrescan sus páginas, normalmente, a partir del 1 de agosto, más cuando los jefes se piran de vacaciones que cuando San Juan celebra su noche más corta. Propongo que el diario de verano comience la noche del 24 de junio a ver qué pasa.
Trabajar en un diario en verano es una de mejores cosas que le pueden pasar a un periodista. Ojo, que no me refiero a un aprendiz de periodista, es de lo mejor que le puede pasar también a un viejo periodista. Para un veterano quedarse a hacer el diario en verano es como apuntarse a la Universidad de Mayores, solo que los profesores tienen menos años que tú. Hay excepciones claro.
He conocido a muchos, me estoy mordiendo las teclas para no escribir su nombre, periodistas profesionales del escaqueo (normalmente viejos perros de la sección de cultura o cierre) que siempre se pedían las vacaciones en junio y luego se sumaban los días conseguidos por haber trabajado en invierno algún domingo, así que volvían al periódico el 15 de julio y se tocaban las pelotas todo el verano y por si fuese poco, estiraban la treta y se guardaban algunos días para desaparecer el 1 de septiembre cuando el director regresaba con ideas nuevas.
Mucha de la cobertura política invernal de los periódicos se hace eco de eructos políticos de adolescente
Estos profesionales de la holgazanería, -casi escribo su nombre ahora otra vez- pertenecen a la fauna del verano, en cuyas ediciones colocan a sus colegas, devuelven favores para luego pedirlos y birlan, incluso, alguna que otra pertenencia de las mesas de los compañeros… digamos, de economía, internacional u opinión. Las redacciones de los diarios, ya mayores de edad, tienen como en cualquier ecosistema, depredadores.
En verano hay periódicos que parece que se han tomado un Red Bull y tienen alas. ¿Por qué Jeff Bezos (56) que se compró el Washington Post con los intereses de nuestras compras online no usa drones para repartir las suscripciones? ¡Por favor Jeff, que necesitamos revulsivos!
Cada verano al Diario de Ibiza le sube la presión arterial porque la pitiusa mayor se convierte en el Manhattan mediterráneo e informa lo mismo de un balconero que va de tripi en San Antonio o de la fiesta privada en Roca Llisa que cada año ofrece una dama de la alta sociedad milanesa para lucir los caftanes de Vicente “Ganesha” Hernández. Editado por el grupo Moll que lo protege y vigila desde su refugio/bodega en Formentera, convierte a su directora, Cristina Martín Vega, en la Soledad Gallego de las Baleares.
En otoño todo decae y con el silencio de las chicharras y los frescos mañaneros el periódico se aletarga con informaciones de permisos de chiringuitos no renovados y ramblas anegadas por la gota fría, para resucitar con la apertura hippie de Atzaró en la primavera siguiente. Salir en la contra del Diario de Ibiza está más valorado en verano que salir en la contra de La Vanguardia en invierno. No exagero.
¿Los diarios digitales son mejores en verano? La cosa no está tan clara. ¿Por qué? Porque los diarios digitales no tienen limitación de espacio. Les cabe todo. Todo lo que diga su director, claro. Porque los diarios digitales ya informan del lado humano del lector el resto del año para conseguir audiencia. La información política no da audiencia, proporciona influencia y está claro que un diario sin influencia es poco más que la hoja parroquial. La influencia está en el púlpito.
Yo no noto que los diarios digitales se vistan de otra ropa en verano. No me recreo con una edición gráfica más rotunda, ni con más fotos que buscan emocionar, ni con más textos en primera persona, echo de menos un poco más de irreverencia en los titulares. No es fácil porque el orden vertical del teléfono móvil proporciona una experiencia de lectura rígida.
El 31 de agosto, y no quiero correr mucho que aún no me he ido de vacaciones, me imaginaré como cada año que el diario en septiembre sigue fresco como el atún toro del Kabuki, que al becario que brilló y se le subieron los humos lo nombran jefe de nacional, y que a Pablo Iglesias le contestan: “Disculpa, pero eso que nos estás contando no aporta nada, ya lo daremos en verano”. Porque este otoño, aunque cambien la hora, nosotros vamos a cambiar el diario y pensar en los nuestros, los lectores.