El trío tóxico que se inventó Corinna, con un Juan Carlos entregado y un jefe de espías cumplidor
El exdirector del CNI, Félix Sanz Roldán, es la víctima que completa el puzzle dentro de la trama de espionaje urdida por la examante del rey.
12 julio, 2020 03:16Noticias relacionadas
Tras la alargada sombra que proyectaba la relación discreta entre la empresaria alemana Corinna Larsen y el rey Juan Carlos, de cacerías y millones, que han socavado la imagen pública del que fuera jefe del Estado, comenzó a brotar un tercer personaje, el punto sobre el que, de repente y de manera interesada, todo empezó a pivotar: el entonces director del CNI, Félix Sanz Roldán.
El jefe de los espías españoles, el más político de todos los encargados de la agencia, fue el otro protagonista, involuntario, de la historia de amor, dinero y poder que casi se lleva por delante la institución monárquica. Un triángulo en el que se vio envuelto cuando la que fuera amante del monarca decidió salvarse como pudiese.
Sanz Roldán (Uclés, Cuenca, 1945), general, ex Jefe de Estado Mayor de la Defensa, compartía con Juan Carlos I una relación a veces con tintes más amistosos, a veces puramente profesional. Siempre, eso sí, cercana, para lo bueno y para lo malo. Como cabeza de la inteligencia española, Sanz era una figura siempre cercana a la Jefatura del Estado: protegiendo y velando por la integridad de la institución. Conocía secretos. Ese, al fin y al cabo, es parte de su trabajo.
Por eso, su rol dinamitó cuando la princesa zu Sayn-Wittgenstein sintió que su papel menguaba, que las fuerzas del Estado querían controlar la influencia que ella ejercía sobre el monarca. Todo degeneró: la cordialidad se empañó de toxicidad y la empresaria inventó una película de espías, en la que es difícil dirimir qué es verdad y qué no, en la que, claro, ella era la perseguida.
Con una escena principal.
Londres. Verano de 2012. Una mañana de junio. En el exclusivo barrio de Mayfair se erige uno de los hoteles más emblemáticos de la capital británica, el Connaught. Allí, en un establecimiento de tan alto postín en el que se prohíben los pantalones vaqueros y las reuniones de trabajo, y donde los móviles no están bien vistos, reina la discreción.
Puede que ese sea el motivo por el que la mayoría de sus huéspedes sean miembros de la realeza y aristocracia, o, como poco, de la jet set. Lo cierto es que era el lugar de residencia provisional de la empresaria Corinna, aún amante del rey de España por aquellas fechas, que se encontraba adecentando, reforma mediante, una de las mansiones millonarias que poseía en la capital del Támesis.
En esos calurosos días estivales fue a visitarla Félix Sanz. El jefe de la inteligencia española, que conocía bien a su interlocutora, probablemente decidiera acudir por su “sentido de Estado”, uno de los rasgos que más destacan quienes lo conocen cuando son preguntados por EL ESPAÑOL. Esa mezcla de obligación y profesionalidad fue el origen, según las fuentes consultadas, por la que Sanz decidió intervenir.
Amenazada, pero regalando champán
No se sabe bien a qué título. Quizás fuera un encargo del rey. O del presidente del Gobierno. Pero sí se conoce, a ciencia cierta, que fue una conversación larga, de varias horas, en la que el lenguaje y el tono siempre fueron exquisitos. Aquello se convirtió, para Corinna, en el origen de su cruzada particular contra todo aquel que se interpusiera en su camino. Para empezar, adujo que en el encuentro hubo “amenazas de muerte” a ella y a su familia.
El testimonio ofrecido por la consultora germana al comisario José Manuel Villarejo en 2015, en las llamadas Cintas de Corinna, reveladas en exclusiva por EL ESPAÑOL, ahonda en esa imagen. Corinna aseguró en la conversación mantenida entre ambos que el hombre que lidera el CNI la habría amenazado de muerte. Tanto a ella como a sus hijos. Y que el servicio de inteligencia español montó dos operaciones para hacerse con la documentación que pudiera guardar tras años de relación discreta con Juan Carlos I: una en Londres, con mercenarios de por medio, y otra en Mónaco. De esta segunda, tendrían pruebas los equipos de seguridad del príncipe Alberto de Mónaco, con el que Corinna trabaja como asesora y persona de confianza.
Por su parte, el máximo responsable del servicio secreto español, Sanz Roldán, ha negado siempre en privado que amenazara a la empresaria alemana, o que la cita con ella en Londres, a la que asegura que asistió a título particular, transcurriera fuera de la normalidad. Además, la institución niega cualquier operación para recuperar documentación alguna en poder de Corinna, al contrario de lo expresado a Villarejo por la asesora germana de Alberto de Mónaco.
La versión que aporta la que fuera princesa alemana por matrimonio a la periodista Ana Romero en su libro Final de Partida (La Esfera de los Libros) es la siguiente: “El general repite a quien lo quiera oír que el actual CNI, democrático y profesional, está limitado por la ley y solo puede hacer «lo que le pide el Gobierno». Así, que fueron «labores de inteligencia» lo que estaba haciendo en el desayuno de junio de 2012 en el Connaught. CSW [el acrónimo que la autora utiliza para referirse a Corinna] no lo ve así, y ella mantiene que un jefe de los servicios secretos «no está para eso», y que si fue a verla a Londres lo hizo con la luz verde de Juan Carlos I”.
La conversación, eso sí, tuvo lugar una vez Corinna Larsen ya había recibido la transferencia de 64,8 millones de euros “por gratitud y por amor”. Más aún, “para garantizar mi futuro y el de mis hijos”. en su cuenta de las Bahamas. La recepción del dinero tuvo lugar el 5 de julio de 2012, pero el 30 de mayo de 2012 el monarca rubricó una carta dando instrucciones a sus gestores para la transferencia.
Corinna nunca perdonó a Sanz Roldán su actuación, pero, con todo y con ello, en las navidades de ese mismo año, el director de la inteligencia española recibió un curioso regalo en su despacho: una botella de champán Bollinger con una clave en secreto -007-, detrás de la que estaba la empresaria alemana. Dicha marca, claro, es la emblemática bebida con la brinda James Bond cuando consigue algo, el espía de cine más célebre del imaginario popular.
Militar con querencia política
De la profesionalidad de Sanz Roldán nadie puede dudar. Las fuentes consultadas por este periódico recuerdan que el exjefe del CNI es general de ejército con cuatro estrellas, el máximo grado al que puede aspirar un militar en España. Lo describen como un hombre muy inteligente, afable, de carácter accesible. Su trayectoria no tiene tacha, a pesar de que se le acusa de ser el “más político” de todos los directores que ha tenido el CNI.
Reemplazó en el cargo a Alberto Saiz, el hombre de José Bono que dimitió tras desvelar el periódico El Mundo que usó fondos públicos para fines privados en viajes de trabajo. Pero precisamente gracias a él se puede observar cómo el asunto Corinna, cuyo nombre en clave para los servicios secretos españoles era Ingrid, llevaba tiempo preocupando a los poderes del Estado: cómo Juan Carlos I no atendía a razones y mezclaba lo privado con lo institucional cuando se trataba de ella.
Lo narra el propio José Bono en su libro de memorias. En un determinado pasaje de Se levanta la sesión. ¿Quién manda de verdad? (Planeta), el que fuera presidente del Congreso explica: “Corinna, según Alberto Saiz, exdirector del CNI, ‘es una mujer que no le conviene al rey’”. “[...] Es muy ambiciosa. El rey merece mejores compañías. Yo, desde luego, haré lo que pueda por echarla de su entorno: no traerá nada bueno”, atribuye Bono a Saiz. En similares términos se expresaba Roldán.
Una personalidad casi de Mata Hari, de mujer fría, calculadora, maquiavélica, que no teme a nada ni nadie excepto a la Justicia, y que está dispuesta a sacrificar a quien se ponga en su camino con tal de seguir a este lado de las causas judiciales. Caiga quien caiga, sea el CNI, el excomisario Villarejo… o la propia institución monárquica. Todo por salvarse.
Por eso cabe preguntarse si ahora, con el cerco tan estrechado a su alrededor con la declaración que hizo el abogado Dante Canonica al fiscal suizo Yves Bertossa, con todos los focos apuntándole a ella y a Juan Carlos, qué más estará por salir.
Porque la “entrañable amistad” que ambos dos compartían, y que se fue al traste ese mismo 2012 con la caída en la cacería de elefantes de Botsuana, incluyó un reguero de tejemanejes en forma de diversos entramados empresariales y proyectos que no culminaron y se fueron al traste. Por no hablar, claro, de la aparente donación de los 100 millones de dólares saudíes que el monarca español le regaló como “muestra de amor y gratitud”, según adujo la propia Corinna, el 5 de junio del mismo año. En torno a esa misma fecha se citó con Sanz Roldán.
Del papel de Juan Carlos I poco más cabe añadir. Quizás un comentario de Alberto Aza, exjefe de la Casa del Rey: “El rey es un hombre solitario que desde niño estuvo muy solo y al cuidado de un general excesivamente riguroso, pero sin la compañía de sus padres. Esto ha hecho que en cuanto alguien le ofrece afecto, él se entregue”.
Huida hacia delante con reguero de víctimas
En medio de esa huida hacia adelante de Corinna, cuyo aroma impregna las revelaciones del diario Telegraph sobre los negocios opacos de Juan Carlos, aparece Félix Sanz. Siempre discreto -como no podía ser de otra forma dado su cargo- y aunque sin ninguna reticencia a los medios, no ha querido comentar jamás nada sobre el asunto.
Pero quizás la puntilla fuera el programa televisivo en el que Villarejo le inculpa como supuesto urdidor de una campaña de persecución y amenazas a la empresaria. Es en una entrevista con Jordi Évole en LaSexta. Ahí se debió mover un resorte en la cabeza del jefe de la inteligencia española: entre la espada y la pared, entre el deber y las acusaciones, se dirigió a la Fiscalía, donde pide amparo.
No se sabrá con certeza por qué. Pero, según siluetean al personaje quienes lo conocen bien y han colaborado con él, la explicación parece sencilla: marcado por el orden y la ejemplaridad, Sanz probablemente quería dejar claro entre los 3.500 funcionarios del CNI que el máximo responsable no se dedica a amenazar de muerte a ciudadanos ni a amantes, aunque ésta empezará a poner en peligro a la misma Jefatura de Estado. Y, también, claro, para limpiar su honor.
De hecho, el juicio por calumnias de Villarejo, que se enfrenta a 2 años de cárcel, a Sanz Roldán estaba previsto para el pasado 23 de marzo, pero la vista fue suspendida por la titular del Juzgado de lo Penal número 8 de Madrid un día antes de decretarse el estado de alarma por la pandemia del covid-19. Cuando se celebre, la propia Corinna habrá de declarar como testigo.
El encuentro se sumará a esas pocas más veces que se vieron en persona la amante y el colaborador del Borbón. Algún almuerzo, algún sanedrín en la finca de la Angorrilla, en el monte de El Pardo, donde Corinna se instaló mientras duró su relación con Juan Carlos y donde la conocían como La Vecina. Probablemente, Sanz Roldán no se arrepienta de nada. Ya jubilado, y con el CNI en buenas manos -la actual directora fue una de sus más estrechas colaboradoras-, este militar consiguió sobrevivir no a una guerra, sino a los ataques de Corinna.
Quien no puede decir lo mismo es el rey. Ni rastro de su prestigio, repudiado por su propia familia y por su pueblo. El resultado de una relación tóxica urdida entre las sombras... y de espaldas al fisco.