La rutina, de un tiempo a esta parte, es inevitable y, en gran parte del territorio, obligatoria. Cada mañana, toca sacar la mascarilla de la bolsa de la farmacia, de Mercadona o Alcampo; ajustársela bien y salir a la calle con ella. Difícilmente alguien puede cometer un error en este primer proceso. Sin embargo, a partir de ahí, pocos son los que actúan con corrección. Unos, los más frioleros –nótese la ironía–, la usan de bufanda; otros la llevan en el codo, por si se caen; y unos últimos, simplemente, no saben qué hacer con ella cuando se sientan en una terraza o llegan a la oficina.
El desconocimiento, a menudo, es total, pero tiene consecuencias: “Si no colocamos correctamente la mascarilla, arrastraremos todo tipo de bacterias”, reconoce Itziar, farmacéutica, en conversación con EL ESPAÑOL. “En ese caso –prosigue– el filtro no funcionaría al 100%. Pero, además, puede causar algún tipo de alergia atópica, irritación en la zona de la boca… O, si la guardamos mal y mucho tiempo, generar hongos, lo que puede llevar a tener alguna infección en la boca”.
Por eso es importante seguir ciertas recomendaciones. La primera, no llevarla más de cuatro horas puesta. Y la segunda, guardarla adecuadamente al quitársela –siempre que se vaya a reutilizar–. ¿Dónde? “Un sobre de papel es un buen sitio –por ejemplo, el que nos dan en la farmacia con las propias mascarillas–”, recomienda la farmacéutica Gemma del Caño. “A mi modo de ver, además, deberíamos proteger siempre la parte que va a estar en contacto con nuestra boca. Es decir, mejor doblarla por la parte interna”, prosigue.
A partir de ahí, las cajas o bolsas de plástico son las peores compañeras de la mascarilla. “Y luego hay que desinfectarla y separada de las fuentes de calor”, añade Gemma del Caño. “Al fin y al cabo, no sólo hay que protegerse –aunque sea muy importante– del coronavirus, sino también de otro tipo de bacterias”, finiquita.
La prueba
La analista y farmacéutica clínica Marisa García Alonso ha hecho la prueba elaborando un cultivo de cinco mascarillas usadas en diferentes situaciones y dando a conocer sus resultados a través de su cuenta de Instagram. Y, en todos los casos, ha arrastrado bacterias. Eso sí, no siempre en la misma proporción ni con el mismo ámbito de peligrosidad.
Marisa García Alonso usó la primera mascarilla para cantar. En ella, se acumularon “estafilococos y algunas bacterias de diferentes especies”. En cualquier caso, nada grave. La segunda que analizó fue la que llevaba en el bolso, la que utiliza “de vez en cuando” –para hacer la compra, por ejemplo–. “Tiene unos cuantos estafilococos y no tiene demasiada contaminación. La he usado muy pocas veces y durante una hora”, aclara.
En su tercera prueba, la analista farmacéutica examina una nueva, recién comprada. Sin embargo, se da cuenta de algo realmente sorprendente: “Ya tiene alguna bacteria. Quizás, al cogerla se ha contaminado… No se la ha puesto nadie y, sin embargo, tiene alguna colonia”, explica. Y en la cuarta analizada, la que estaba utilizando cuando realizaba el experimento, también encontró “estafilacocos, estreptococos y bacterias que no sabemos qué son”. La especialista la había utilizado dos veces y durante poco tiempo.
El gran problema, realmente, se lo encontró en la última mascarilla utilizada. Para ello, eligió una usada durante tres semanas y al menos ocho horas al día. En ella, García muestra en su vídeo de Instagram todos lo que se encuentra. “Y es bárbaro. Aquí hay de todo”. Muchas de esas bacterias, contaminantes. Incluso, duda si hay algún hongo. “Y bichos que no sabemos”, explica, finiquitando.
¿Soluciones?
Todas las farmacéuticas coinciden en lo mismo: sentido común. Es decir, no colocar la mascarilla en cualquier sitio, ni tampoco en el cuello, en el codo o en cualquier otra parte del cuerpo que no sea la boca. Utilizar gel desinfectante hidroalcohólico al quitársela y no utilizarla más de cuatro horas –en el caso de las quirúrgicas e higiénicas–.
A partir de ahí, la evidencia es clara: hay que usarla para evitar el coronavirus, pero haciéndolo bien. De lo contrario, podemos almacenar cerca de nuestra boca bacterias poco deseables.