Tres disparos en el pie. Tres tiros al oficio, a sus profesionales y a sus lectores, nos reventaron los tímpanos a los que estamos atentos al devenir de la industria de las revistas. Dos cierres y un escándalo de reputación en uno de los grandes editores, Hearst, quizá el grande entre los grandes. Que nadie tema por el negocio. Los hay que estamos más vivos que nunca, como cantaba el escocés Jim Kerr (61) al frente de Simple Minds Alive & Kicking (“Vivito y coleando”).

Cerró Q Magazine. Su último número saldrá el lunes. Todos los fetichistas corremos ya a comprarlo. Algunos ya ni se acordarán pero no se pueden explicar los ochenta, tan de moda ahora, ni los noventa, tan de moda también, sin el vocero de la industria musical británica, mano a mano con The Face. Recuerde el lector que The Face en formato trimestral resucitó el año pasado. 34 años anduvo el mensual Q en el quiosco, tenía asegurado el muro de entrada, y a veces el escaparate, de la HMV de Oxford Street. Ted Kessler, su director, ha dicho: “Debo disculparme por mi fracaso en mantener Q a flote”. En descargo de Kessler, sin repetir todo lo que ya sabemos de la reconversión de la industria musical, del boom de los festivales y del incierto futuro postcovid, escribiré que su propia editora le hizo mucho daño a Q, editando Mojo.

Mojo, que estuve apunto de publicar en España pero no me arranqué al final, era más auténtica, más pureta, menos brilli brilli, más para iniciados. Mojo daba pena tirarla a Q, la señora de la limpieza la tenia ojeriza. Mojo mató a Q como la cochinilla se zampa tu naranjo, por el envés de la hoja, sin que la veas. Hasta que la ves.

La palabra “cocaína” en la portada del primer número de 'Q Magazine' seguro que ayudó a vender ejemplares.

Los alemanes de Bauer Media pusieron a la venta Q en mayo -los editores se equivocan sacando a la venta cadáveres a punto del estertor, nadie compra un animal moribundo- y nadie se animó. La revista fue fundada por los periodistas Mark Ellen y David Hepworth y vivió una de sus épocas doradas con la edición de discos compactos especiales con cada número. No había lanzamiento europeo sin portada de Q.

El lector que piense que los lectores dejaron caer a Q Magazine que no concluya muy rápido, porque el segundo cierre de esta semana es el de Vice, en su edición española. Eldiario.es de Escolar titulaba La revista “millennial” Vice cierra definitivamente en España tras anunciar despidos a nivel global. Está bien tirado. Los millennial abrazaron Vice porque las nuevas generaciones raramente quieren leer las revistas de sus mayores. Porque los millennial eran de consumo rápido, vídeo provocación en YouTube, solo Vans y mucho skate.

57 compañeros que cobraban de Vice Iberia Media Group, participada 100% por la filial inglesa, andan llamando a todas las redacciones y productoras y agencias de publicidad a ver si se colocan. Ya solo quedaban 7 dedicados a la parte editorial.

Tiempos duros. Los chicos de Vice crecieron rápido con la viralidad de las redes, no era sólo una revista, eran un portal, y otras cosas, tanto que Disney y Hearst aflojaron la chequera (aunque no se lo crea estas corporaciones tienen a menudo dificultades para colocar el exceso de caja) e invirtieron en la marca.

El modelo de Vice era claro: crear contenidos para que los anunciantes les contratasen como agencia. Sin límites. Guía breve para aprender a chuparse la polla es una de las piezas colgadas en Vice España, traducida de Vice USA. Lectura profunda, garganta profunda. 

Aunque el lector piense que no se puede superar, la noticia más morbosa del sector la levantó el New York Times el pasado miércoles. Troy Young, presidente de la división mundial de revistas de la editora americana, acusado por las trabajadores de conducta tóxica. Young, de 52 años, fue nombrado en julio de 2018 y sustituyó a David Carey, que había lanzado para Conde Nast la revista financiera Portfolio. Carey a su vez había sustituido al inglés Duncan Edwards que cogió el testigo del verdadero inventor del negocio de las licencias George Green. Todos hicieron su trabajo con éxito y ningún estropicio en su reputación.

Hearst estuvo firme y rapida zanjando el escándalo de reputación.

La noticia saltó a la página web corporativa de Hearst después de que el New York Times publicase el pasado miércoles, -supongo que contactaría con Young- un artículo que recogía denuncias de empleados sobre lenguaje sexista, en especial a una trabajadora de Hearst. Young que tenía bajo su mando, además de un salario millonario, 300 ediciones impresas (algunas de ellas en España), y 240 marcas digitales. Precisamente su experiencia digital, antes había sido presidente de Hearst Magazines Digital Media, fue la que hizo que Steven Swartz, presidente de Hearst, confiase su negocio de revistas.

El portal Business of Fashion (BOF), se preguntaba esta semana: “¿Y ahora qué?”. Continuidad es la palabra clave. Según el Washington Post, Troy, en la fabulosa cafetería que Norman Foster -Foster mantiene su despacho en la última planta de la Hearst Building en la calle 58- le habría preguntado a una trabajadora de Cosmopolitan que estaba embarazada: “¿Entonces... es mío el bebé?”. El día que el NYT publicó el artículo, Hearst borró al biografía de Troy en su página corporativa. Imagine el lector lo difícil que será para Young buscar un nuevo trabajo tras el reportaje. Mi consejo, quizá primero llamar al psicólogo antes que al headhunter.