Es mediodía en el kilómetro 13 de la carretera de Colmenar, en Madrid, donde se encuentra la residencia de ancianos Dr. González Bueno, el mayor centro público de este tipo en España. El sol de finales de julio hace que la temperatura no recomiende pasear por terrenos yermos. No es un problema aquí. Los árboles cobijan senderos. En uno de ellos, una residente, con mascarilla incluida, disfruta de una agradable lectura. El gimnasio al aire libre también está escoltado por la flora, así que hay quien anda por allí. La tranquilidad reina en un lugar que hasta hace poco regentó la tormenta.
Los datos de fallecidos registrados en esta residencia en los últimos meses son escalofriantes. En total, 126 muertes se han contabilizado allí durante la pandemia: es la residencia con más casos de Madrid. Tan sólo cuatro de estos decesos han sido considerados confirmados por coronavirus; otras 74 personas perdieron la vida con signos compatibles con el coronavirus, aunque no hay confirmación posible. El resto, otras causas.
Antes de que la Covid-19 se expandiera, en Madrid había autorizadas un total de 52.123 plazas para mayores en las residencias. De marzo a julio han fallecido, según los datos oficiales de la Comunidad de Madrid ofrecidos ayer por El País, 11.555 mayores por cualquier causa. La residencia Dr. González Bueno ha contabilizado el número más elevado: 126. Le siguen la Residencia de Mayores Reina Sofía (Las Rozas), con 111 decesos, y Los Nogales Pacífico, con 107.
Forman parte de esa trágica lista Eduardo y Paz, los padres de Mari Paz Villanueva, residentes de la Dr. González Bueno. “Los han dejado morir… Los han matado…”, expone en conversación con EL ESPAÑOL. El dolor y la rabia traspasan el teléfono. Su voz, entre lágrimas y sollozos, pide “que no se olvide lo que ha pasado”. Aún no entiende cómo a su padre no se le trasladó al hospital de La Paz. Pasó dos semanas enfermo en la residencia, en la misma habitación que su madre, con síntomas de coronavirus. No les realizaron test.
La última vez que Mari Paz pudo ver a su padre fue la segunda semana de marzo. Rememora: “Fue todo muy extraño, complicado. El fin de semana del 7 y 8 de marzo, sábado y domingo, vimos que iban a cerrar los centros de día. A mí me habían operado recientemente, pero le dije a mi marido: vamos, no sea que cierren y no pueda verles. Yo me he encargado de ir durante los 5 años y medio que han estado allí. Conocíamos la residencia porque primero estuvo mi suegra. El día 9, por la mañana, hablé con mi padre y me dijo que no fuéramos, que no nos iban a dejar entrar. Estábamos a medio camino, nos separan 30 kilómetros e iba a ir igualmente”.
Mari Paz logró contactar con su padre aquel día. Les lavaba la ropa cada semana en casa y se la llevaba los fines de semana. También algo de comida. “Me eché dos mascarillas en el bolso, no sé el porqué. Entré sin la ropa de ellos y sin nada. En recepción me dijeron que no podía ver a mis padres. Mi única intención era poder ver a alguno de los dos”, continúa antes de explicar: “Mi padre no era asistido, mi madre sí, por él. Mi padre bajó y le saqué a la calle. Le expliqué las cosas y fue la última vez que le vi. Hablaba con mis padres para que estuviesen tranquilos, para que hiciesen las cosas”.
Fue el 25 de marzo cuando le comunicaron a Mari Paz que su padre tenía síntomas de catarro, compatibles con los del coronavirus. Su madre dormía con él en la misma habitación. Ella estaba bien, le dijeron.
Cuenta que trató de contactar con la residencia a diario, pero no le ofrecían información: “No me pasaban con clínica”. Lo máximo que logró, a través de una conocida, fue un vídeo en el que una enfermera denunciaba la falta de equipos de protección para trabajar en plena pandemia.
Durante los últimos días de marzo y los primeros de abril, dice Mari Paz, “se puso en contacto conmigo la fisioterapeuta. Ella era la encargada de llamar a los familiares”.
Afirma tajante que vio el protocolo en el que se pedía no trasladar al hospital a personas mayores desde las residencias. “Yo vi el protocolo de no derivar a las personas de una residencia con 75 y 76 años. No entiendo cómo no lo guardé... Mi madre seguía normal, pero estaban los dos en la misma habitación. Pregunté si mi madre llevaba mascarilla, pero contestaron que mi madre se la iba a quitar…”.
Su padre iba empeorando. “¿Por qué no le lleváis a La Paz (el hospital madrileño)? Cuando pasa algo les lleváis a La Paz…”, se cuestionaba.
El desconcierto era máximo. Los días pasaban y, con ellos, las llamadas: “Las siguientes fueron para decirme que mi padre estaba peor. Suero, analgésicos, oxígeno…”. Su madre, según le decían, continuaba bien. Sin embargo, el día 6 de abril le llamaron para decirle que había fallecido. “Me dijeron que llevaba dos días que no quería comer y que murió por un fallo cardíaco…”, explica. Ni rastro de síntomas del coronavirus, aunque llevaba dos semanas con su marido, en la misma habitación, y él sí los presentaba y estaba grave.
Mari Paz habló por última vez con su padre aquellos días. Preguntaba en la clínica si él sabía algo de la muerte de su madre, porque quería protegerle. En la última conversación que mantuvieron, él expuso: “Ay, no puedo...”. “Esas son las últimas palabras que tengo de mi padre”, dice entre sollozos.
“¡¿No le pueden llevar a un hospital?! ¡Lleva desde el 25 de marzo malo!”, repuso Mari Paz cuando le dijeron que iban a sedar a su padre. El 8 de abril por la mañana le llamaron para decirle que había fallecido.
Ni su padre ni su madre engrosan las listas de las muertes confirmadas por coronavirus, pues no le consta a Mari Paz que se les hicieran pruebas PCR. “Eso me lo han confirmado ellos, que no tenían test. La persona de la funeraria, a la que le he agradecido su trabajo, su esfuerzo y su todo, me dio los certificados de defunción. Estaban juntos en la misma habitación, pero mi madre ponía muerte por parada cardiorrespiratoria. Con mi padre sí ponía muerte por coronavirus”.
Está rota por el dolor aún. No quiere que esto quede en el olvido. Mari Paz no deja de llorar en toda la entrevista: “Los han dejado morir; los han matado. Yo vi el primer protocolo y nunca se me ocurrió guardármelo. No pensé que se llegaría a ese extremo. A mí me han operado recientemente y en el mismo hospital había etiquetas para no atender a personas mayores de 65 años. Inclusive, cuando no daban a más y tenían a personas en los pasillos, había etiquetas para no atender a personas de 50 años. Eso me lo ha dicho una enfermera llorando a lágrima viva. Y eso ha ocurrido en Madrid, en España, en el año 2020. Eso ya no sale por televisión, ya no es importante, porque no quieren que se sepa que los han matado. Así: los han matado”.
Mari Paz continúa: “A lo mejor les quedaban cinco, cuatro o un año de alegría. No lo sé… Pero la cara de alegría de mis padres cuando entrábamos todos los fines de semana no me lo quita nadie. El estar con ellos me lo han quitado. Un año, dos, meses... Pero mis padres no han muerto porque les tocaba. Los han abandonado y como consecuencia de ese abandono, después de ese abandono, después de 60 años pagando la… perdón… ¡puta! Seguridad social universal, de la que tanto presumen, los han dejado morir: como a perros y solos. Y yo me tengo que creer que las cajas que me han enviado, en las que pone Paz y pone Eduardo, son mis padres. Me lo tengo que creer porque no he podido verlos”.
Asociaciones de víctimas
Lo cierto es que nadie parece creerse los datos de personas fallecidas por coronavirus en las residencias de Madrid, adelantadas ayer por El País, que tuvo acceso a un informe de la Comunidad de Madrid. Familiares de los fallecidos y asociaciones de las víctimas no dan credibilidad a estos datos. “No nos cuadra porque hay gente que no las han contabilizado porque las han mandado al hospital y han muerto allí. Eso no se han contabilizado como muertos en residencias”, expone Carmen Flores, presidenta del Defensor del Paciente.
Desde Ademaf tampoco lo creen. Carmen López, la presidenta de esta asociación, expone en conversación con EL ESPAÑOL: “ La cifra total de fallecidos es correcta más o menos, pero no es correcto la sospecha por coronavirus. Ahí cada uno ha hecho de su capa un sayo”.
Concuerda lo que dice López con lo que le ocurrió a Mari Paz Villanueva: “Lo que ha ocurrido es que hay residencias cuyos doctores han sido más puntillosos y otros que, al no tener certezas, se curaban en salud y ponían fallo cardíaco”.
Sobre las cifras que alberga la residencia Dr. González Bueno expone que “eso no es realista. Si contrastas con otros años, no mueren 54 personas en unos meses. Es simplemente por estadística. Si se basan en los certificados por defunción, pues cada uno ha actuado bajo su propio criterio o el del director. No ha sido uniforme y algunas quizás hayan sido más veraz y otros han sido más conservadores”.
López tiene claro que dentro de las cifras expuestas de las residencias, “probablemente de los que se desconoce la causa de la muerte, el 90% también sean sospecha de coronavirus. Cuando se le han hecho las pruebas, un 70 u 80 por ciento han dado positivo. Se han infectado casi la totalidad de los que se han encerrado en las residencias. El virus ha entrado en las residencias y ha arrasado”.
Ahora muestra su preocupación por los rebrotes en todas las residencias. “No se están tomando medidas para un posible rebrote. La medida es recortar derechos y aislarlos, pero no se toman medidas como dejar las residencias a media ocupación, ni ampliar el personal para dar una atención más personalizada en la que separar a los enfermos de aquellos”.
Además, explica que los familiares que se llevaron a sus mayores a casa, ahora han recibido una notificación para que estos vuelvan, bajo amenaza de la pérdida de la plaza: “Se están viendo ‘amenazados’ con perder su plaza si no ingresan antes del 20 de agosto. En vez de considerar estas plazas como alivio, intentan llenar las residencias en lo que está siendo una improvisación”.
La residencia González Bueno
Mientras tanto, en la residencia González Bueno nadie quiere hablar. ¿Puedo pasar dentro del edificio? Una trabajadora responde con otra pregunta: “¿Tiene usted cita?” A la entrada, un dispensador de gel hidroalcohólico y señalizaciones para entrar por la puerta correcta. Los trabajadores y algunas personas, que por su edad parecen ser residentes, entran al recinto. En el edificio, debes lavarte los zapatos antes de acceder y pasar por una máquina que te mide la temperatura. Apto, dice mientras te enfoca la cámara.
Los trabajadores cuentan ahora con EPIs, cosa que al principio de la pandemia no tuvieron. La situación en la primera línea de batalla de la González Bueno es complicada por todo lo ocurrido en estos meses. Son los que más fallecimientos han tenido que lamentar, quizás por ser los que más personas albergaban. En porcentaje, la cifra ronda el 12% del total, no es la mayor.
Hay quien cree que para mantener la lucha también hay que dar un hilo de esperanza. Difícil dentro de esta batalla. Hay que ser prudentes, pero no tener miedo, es lo único que dicen desde la residencia. Una de cal y otra de arena, aunque compensar en estos casos parece harto complicado.