Las chicas de Kiraz. Me pregunto, ¿quién traduciría así su colección de dibujos femeninos originalmente bautizada Les Parisiennes? Al leerlo, en aquellos tres días sin colegio tras la muerte del dictador, pensé que Kiraz tenía un harén de mujeres delgadas como una garza, todas con el pelo liso lacio, unos ojos almendrados que ya hubiera querido Disney dibujar y los pechos pequeños. Kiraz, que ha muerto esta semana sin el reconocimiento que merece en España, hizo más por la educación sexual, sensual, imaginada, de los que nacimos en el baby boom, que Luis García Berlanga y su Sonrisa Vertical o la Doctora Elena Ochoa a las órdenes del erotómano Chicho Ibáñez Serrador.
La muerte de Kiraz, cuentan que murió como se van los elegantes “de manera serena”, en su apartamento del Distrito 6, no puede pasar desapercibida. Edmond Kiraz nació en Egipto y estoy convencido que la sensualidad de sus dibujos tiene mucho que ver con el cálido viento del desierto, los hombres en los cafés con sus pipas de agua, y el té con menta. El próximo 25 de agosto hubiese cumplido 97 años.
Las chicas de Kiraz conocieron la España de las faldas escocesas plisadas a través de la revista Semana que buscó siempre inspiración en el semanario Paris Match, como gran semanario europeo. Y también, de reojo, en el Playboy de Hugh Heffner, cuyos ejemplares se le pedían como favor a los pilotos de Iberia que cruzaban el charco. Los pilotos disfrutaban gratis del póster central y luego te endosaban la revista que corría de mano en mano.
Nacionalizado francés tras huir de su país como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial, Kiraz empezó ilustrando sátira política pero se pasó al humor por consejo de uno de sus jefes. A partir de entonces comenzó a colaborar con las revistas de moda parisinas y es así como la familia Montiel, con el patriarca Vicente a la cabeza, sindican (en el argot periodístico sinónimo de licenciar para una publicación o para una serie) los derechos para una viñeta semanal. Los Montiel, que entonces editaban además de Semana, el diario As y tienen (aún la tienen) la imprenta Rivadeneyra en la empinada Cuesta de San Vicente de Madrid, le entregan a Kiraz la última página de la revista durante años.
Me hubiera gustado saber cuál era el coste de publicar entonces cada una de aquellas viñetas que quedaron impresas en mi retina como una de las primeras experiencias de erotismo ilustrado. Y así, con esa decisión, tan sencilla, Vicente Montiel contribuyó a los sueños húmedos de miles de hombres, hombrucos, monicacos o cagurrios que imaginaron en esas chicas mucho más de lo que Kiraz enseñaba. La revista Hola, bien dirigida hoy por Eduardo Sánchez Junco, era el saber estar; Semana, aún editada por los Montiel, la pillería; Diez Minutos, hoy en manos de Hearst, el gusto del pueblo llano.
Kiraz no era un pacato. Para Playboy, siempre elegante, durante años periodísticamente a la vanguardia, dibujó culos al aire, pechos al viento y piernas larguísimas. En Semana los “lectores”, aunque Semana no se leía se ojeaba, no vimos nada de eso. Tuvimos que imaginarlo. El libro Kiraz Dans Playboy (Dencël) recoge algunos de sus trabajos para la revista americana.
Los chicos del baby boom no íbamos a cines X, donde intuíamos que entre el aprendizaje y la praxis había un camino aún por recorrer
Como todos los chicos, especialmente los nacidos en los “felices” sesenta, sabíamos dónde encontrar pornografía. En ese Rastro al que escribe Andrés Trapiello (El Rastro. Teoría y Práctica. Destino) se encontraban con facilidad. Como si a los grises lo que se vendiese en el Rastro a los chavales no fuese de su incumbencia. Como si las órdenes fuesen que las revistas porno con todas sus filias no estuviesen en primera fila de quiosco, bajo los pesados bloques de hierro con el logo impreso de El Alcázar de Blas Piñar que también sujetaba los ejemplares del Ya para que no se volasen.
Las revistas te las prestaban los amigos, iban siempre camufladas entre las páginas de otras revistas y te llegaba acartonadas por mil y un usos. Las mujeres de aquellas revistas parecían lejanas. No se veían por la calle. Las de Kiraz tampoco.
Los chicos del baby boom no íbamos a cines X, donde intuíamos que entre el aprendizaje y la praxis había un camino aún por recorrer. Hasta la llegada del VHS no hubo pornografía en movimiento a nuestro alcance. Seguro se acuerda el lector de esas visitas al videoclub de madrugada, y de aquellos títulos de películas que parecían inventadas más por Gomaespuma que por un director de cine. Y luego, claro, el Canal +, y las acusaciones a Jesús Polanco de divulgar el pecado, y los chavales que no tenían descodificador y aprendían de posturas y demás ejercicios ante la neblina de la pantalla toda rallada. En la historia de la educación sexual de este país Kiraz figura en la letra K.
Esta semana un empresario, con una de las casas más espectaculares de Ibiza, en plena puesta de sol, me contó los avatares del alquiler de la vivienda para extranjeros con pasta, para sesiones de fotos con editores con pasta, para fiestas con DJs para clientes con pasta. “¿Has tenido alguna vez algún problema alquilando tu casa?”, le pregunto cuando el sol se esconde dentro del Mar Mayor. “Nunca... bueno, una vez rodaron una película porno aquí sin avisarnos y me enteré porque me la envió un amigo diciendo... ¡oye, ésta no es tu casa! No pude hacer nada”. No hace falta escribir que en la ficha del alquiler de la casa no figura ese mérito audiovisual.
Seguro que el ilustrador uruguayo Jordi Labanda (52) le ha mandado una corona de flores a Kiraz. Aunque sea una corona dibujada. En Ebay se venden muchos originales de Kiraz que no son otra cosa que páginas arrancadas de las revistas. ¿Quién dijo que una revista se muere cuando sale el siguiente número? Habrá que esperar a que el bicho se tome unas vacaciones para volver a París a caminar por Le Marais y volver a ver a esas chicas que le gustaban a Kiraz, ¿por qué si no le gustaban tanto iba a dibujarlas?