Me lo tengo que hacer mirar. Tres semanas de vacaciones y ya llevo 15 escapadas matutinas a la ferretería. Porque cuelgo ya el Speedo que sino hoy mismo regresaba otra vez a la que me pilla más cerca porque ya tengo una lista de cosas, apuntada con lápiz de carpintero, que se me olvidó comprar en mí última visita.
“Doctor, no quiero que me cure, sólo que me escuche. Soy adicto. Al móvil también, sí. Soy adicto a la ferretería”.
Lo he sabido este verano, aunque ya lo intuía, porque mi padre me lo debió adosar en los genes. Mi padre recogía del suelo cualquier argolla, arandela o tornillo que encontrase porque la remota posibilidad de que un día sirviesen para arreglar algo era para él una manera de vencer al sistema. No le he visto curvar la espalda con mayor rapidez que cuando descubría un tornillo abandonado en la acera.
Mi padre inventó el reciclaje antes de que a nadie se le ocurriese ni siquiera imaginarlo. Su mayor logro: un rollo de cuerda de pita que con una potera de pescar calamares servía para recoger los calzoncillos que se habían caído al patio tras un tendido mal entendido, sin tener que avisar al portero. Adquirió el hombre tal destreza que de haberlo patentado ahora yo mismo podría haber abierto una ferretería, con su nombre claro, con los pingües beneficios de aquel invento que yo bautizaría como El Rescatador.
Algunos síntomas. Al adicto a la ferretería siempre le falta algo en su garaje. Es una filia que comienza tarde, cuando ya te has comprado casa, porque si vives de alquiler crees que las ñapas no repercuten en tu patrimonio, que son temporales. El adicto a la ferreteria que vive de alquiler suele hacer suya la frase “Con lo que yo he invertido en esta casa”, normalmente para quejarse de una próxima subida del alquiler.
El adicto a la ferretería siempre encuentra algo que reparar en casa, o en el jardín, o en el garaje, para la que necesita una herramienta. La maldición del ferretero es que siempre te irás de allí habiendo olvidado algo y que te acordarás según llegues a casa. La maldición del ferretero es la mejor membresía que conozco. Cuanto más vas a una ferretería, más vas.
Mi padre recogía del suelo cualquier argolla, arandela o tornillo que encontrase porque la remota posibilidad de que un día sirviesen para arreglar algo
¿Voy siempre a la misma ferretería? No, claro que no. El adicto siempre compagina una y otra. ¿Qué objeto tiene cambiar de ferretería cuando sabes, ya por varios veranos de uso y abuso, cuál es la mejor? La respuesta es que, en el fondo, confías en que tendrán material distinto, que en esta nueva visita descubrirás algo nuevo. El mejor cliente de una ferretería es un arqueologo ferroso. Le vale lo mismo un prensa estopa que unos imanes, el caso es traerse algo a casa. Amontonar.
¡Ah, una advertencia! La adicción no funciona en las tiendas de los chinos. Si eres de los que vas al chino a comprar una alcayata (probablemente mi palabra favorita) no estás en mi terapia de grupo. La de los adictos a los chinos está en otra columna, en la de al lado. De nada.
Una ferretería es un centro de autoayuda para varones adultos. En cada pasillo descubres que hay algo que no sabes. Que hay un juguete nuevo. Una ferretería te pone en tu sitio, te cura el ego. Tú que te creías alguien porque escribes papanatadas cada semana en EL ESPAÑOL, que en el invierno le cuentas a Juan Ramón Lucas cómo ves la economía para su Brújula (!qué ganas de volver¡) y que convenciste a Steven Forbes y a Jann Wenner para que dejasen sus revistas en tus manos, compruebas con cada visita que no tienes ni idea del calibre de las brocas, de cómo usar un trampa para ratones o de si el minio es un antioxidante para metales o un personaje de la nueva entrega de Los Minions.
¿Te acuerdas de Many Manitas? Manny García era un persona de gorra hipster que con sus herramientas parlanchinas intentaban enseñar hablar a los niños. La serie arrancó en el 2006 y duró 7 años. A mi Manitas, un MacGyver para infantes, me mola más que Bricomanía. Creo que el que padece el Síndrome de la Ferretería no es el mejor cliente de Leroy Merlin o Bricodecor, ambos son parques temáticos, están muy bien para perderse por sus pasillos escuchando a toda tralla a Motörhead pero a mí me falta el dependiente de mandil, que controla el barrio y que tiene un casquillo detrás de la caja registradora donde te prueba la bombilla, mientras, al mismo tiempo -un buen dependiente atiende siempre a dos clientes a la vez- le vende una goma a señora para la olla express.
¿Qué nivel de enfermedad ferrosa tengo? Juzgue usted. Ya milito en la tribu de la plancha de pared con agujeritos de garaje para colgar las herramientas. Ya soy de los que tiene botes de judías verdes atornillados a la balda para que los tornillos (que nunca usaré) luzcan vistosos. El número de tornillos que un adicto a la ferretería puede acumular a lo largo de su vida es directamente proporcional al de discos de vinilo. ¿Habrá alguna relación entre el agujero del centro del vinilo y la taladradora?
Una ferretería es un centro de autoayuda para varones adultos
Este verano, una fuente anónima, mujer, ejecutiva de éxito, me contó que tenía un pretendiente al que le pidió que si tan interesado estaba en sus afectos le ayudase a colgarle unos cuadros en su casa. El candidato la mandó por sorpresa un taladro, y nunca se presentó a ejecutar la operación. “Ahí tengo el taladro muerto de risa, los cuadros sin colgar...”. ¿Y el pretendiente?, pregunto. “Silenciado en el whastapp. Yo buscaba un hombre, de los de toda la vida, de los que te cuelgan los cuadros en casa, y ahora tengo un taladro”.
Mi última conquista ha sido darme cuenta de que si eres un ferretero profesional tienes que “abrir cuenta”. ¿Cómo ha sido posible que con mi nivel de gasto no tenga yo cuenta aún? Ayer mismo me abrí una. Tembloroso ante la posibilidad de que la señorita encargada de la base de datos me pidiese alguna prueba documental de que me dedico a la construcción profesional y no al ñapas amateur le entregué todos mis datos. “Ya tiene usted su cuenta abierta. Recuerde bien este número, 9412 cuando vaya usted a pagar”. Estoy tan emocionado con el número de cuenta de la ferretería que me he planteado que sea mi nuevo número pin para, ya sabes, el iphone, el ipad, la tarjeta de crédito, (Netflix, HBO, Movistar, Filmin), la banca telefónica, el seguro del coche, el código de la caja fuerte, el código secreto de atención al suscriptor de El País y el resto de suscripciones que sustentan la vida de un hombre libre, sin ataduras.
Ignoro si existirá algún premio periodístico de la patronal de las ferreterías con la que darle a esta columna una segunda vida. De no estar convocado dejo aquí algunas bases: Convocatoria del Primer Premio Periodismo Ferretero del Año. Podrán participar aquellos artículos que pongan en valor un trabajo tan imprescindible en nuestra sociedad como el de ferretero, haciendo especial hincapié en lo que para nuestra convivencia supone tener entretenidos a los varones de entre 30 y 60 años jugando a las casitas. Dotación: un poco de pasta y algo en especie. El premio no podrá ser declarado desierto.