En tres clubs 'swingers' de Madrid: con mascarilla para el sexo, "aunque los límites los pone uno"
Dos reporteros de EL ESPAÑOL se hacen pasar por pareja y van de ruta por locales liberales de la capital para ver si cumplen las medidas sanitarias.
31 agosto, 2020 02:26Noticias relacionadas
Discotecas que cierran, bares que limitan sus horarios y pubs que no pueden abrir por ser considerados ocio nocturno. Sin embargo, los locales 'liberales' permanecen abiertos. O, al menos, los que han decidido hacerlo, ya que no existe un impedimento explícito que les prohíba continuar con su actividad con completa normalidad.
La semana pasada la polémica vino de mano de los prostíbulos. La gente no entendía que estuvieran abiertos estos espacios cuyo consumo está exclusivamente dedicado al sexo. Más aún tras los distintos brotes que habían surgido en algunos en distintas localidades del país. Pero nadie se ha hecho eco de la situación de los clubs de swingers -así es como se conoce a estos espacios- en los cuales las personas acuden, precisamente, para intercambiar sexo con otros clientes.
Hay que señalar que este tipo de locales no emplean la misma licencia que el resto del ocio nocturno. Por lo general, estos establecimientos están registrados como clubes sociales privados, aunque sin la cuota anual o mensual que suele venir ligada a este tipo de sociedades. Como esos espacios donde la gente pudiente va a reunirse para hablar de negocios y dinero, pero dedicados a que las personas puedan cumplir sus fantasías sexuales sin ningún tipo de prejuicio. Y, aparentemente, el uso y disfrute de sus clientes no parece afectar a la naturaleza de estos permisos, pues reciben las mismas visitas de los mismos inspectores que revisan cualquier otro bar y nadie parece tener ningún problema al respecto.
Apelar a la responsabilidad de los clientes puede parecer una forma sencilla de despreocuparse del tema. Las mascarillas son obligatorias dentro de estos establecimientos, como ya venía siendo costumbre en las discotecas hasta que las cerraron. Sin embargo, nadie puede controlar que mientras las personas desatan sus pasiones, se estén preocupando por protegerse del virus -que, por supuesto, no lo hacen-.
Pero más allá del sentido que tenga que no se les identifique como un local nocturno, el conflicto se encuentra en la diferencia que existe entre los prostíbulos y estos establecimientos. Por supuesto que no en relación con la explotación sexual y la situación de las trabajadoras, que esa es otra historia. Sino en el producto que al final se ofrece en ambos espacios, que es puramente sexo. Al igual que pasa con los prostíbulos, estos lugares gozan de un vacío legal que permite que en su interior ocurra todo lo que deseen sus clientes, sin verse afectados por las medidas del gobierno respecto a los locales de ocio. A pesar de ser, por razones obvias, un espacio mucho más propicio para que se produzcan contagios, por mucho que se tomen las medidas de seguridad pertinentes en cuanto a higiene y desinfección.
Hace unas semanas comenzaron a hacerse públicos los casos positivos que estaban surgiendo en distintos prostíbulos de varias comunidades autónomas. Alcázar de San Juan (Ciudad Real), Cox (Alicante) y Rincón del Soto (La Rioja) fueron las localidades afectadas. Aproximadamente 30 contagios confirmados y varias decenas de personas que deberían estar en seguimiento. Por supuesto, no acudirán a un hospital para reconocer que han estado con una prostituta.
El ministro de Sanidad, Salvador Illa, solicitó entonces que se reconociera a estos espacios como locales de ocio nocturno o, al menos, poder tratarlos como tal en el marco de las medidas para frenar la propagación del coronavirus. ¿El resultado? El movimiento de las distintas comunidades para plantear un marco de actuación pero pocos resultados en claro.
Hace unos días cinco de ellas confirmaron el cierre de estos establecimientos: Cataluña, País Vasco, Murcia, Castilla La-Mancha y Extremadura, siendo esta la última en tomar la decisión. El resto ha optado por reforzar la seguridad o aún plantea cómo atajar este problema. La solución parece bastante sencilla.
Sin embargo, nadie se ha cuestionado lo que puede suponer que los locales liberales se encuentren abiertos. Es cierto que el tabú no es el mismo que el de quien paga los servicios de una prostituta y luego no se atreve a reconocerlo. Pero también es cierto que una sola persona contagiada puede hacer correr un riesgo tremendo a todo el local de no ser correctamente desinfectado.
Y aun así, recordemos que estamos hablando de personas manteniendo relaciones sexuales entre desconocidos y en grupo. No habrá dos metros de distancia entre ellas. Por ello, y con el fin de conocer mejor la situación de estos locales, EL ESPAÑOL ha visitado tres clubs de swingers del centro de Madrid para comprobar si se cumplen o no las medidas sanitarias pertinentes.
Fusion VIP
Jueves por la tarde. Primer conflicto: ¿cómo va uno vestido a un club liberal? Supongo que a muchos les parecerá una pregunta absurda, sobre todo porque en esos sitios la gente va, precisamente, a quitarse la ropa. Pero no es el caso, por lo que decido ponerme unos tacones por lo que pueda pasar. Cojo el metro, me bajo en Avenida de América y allí me encuentro con mi compañero y pareja por un día, Domingo. Él también se ha arreglado para la ocasión y parece que nos estemos dirigiendo a la cita más peculiar de nuestra vida.
Ponemos rumbo al primer local, que además parece ser el más antiguo de Madrid y cuya fama le precede, el Fusion VIP. Una puerta verde nos recibe, tan solo con el número identificativo y un pequeño cartel con una lista de los condicionantes para acceder. En estos sitios lo que prima es el respeto y que las personas se sientan cómodas, por lo que resulta lógico que pongan una serie de exigencias bajo las que se reservan el derecho de admisión.
Accedemos y lo primero que vemos -o entrevemos, porque las luces son tan tenues que cuesta apreciar por dónde estás pasando hasta que te acostumbras- es un dispensador de gel hidroalcohólico y una pegatina en la que se informa de que el aire del local está siendo desinfectado periódicamente con una máquina de purificación. De hecho, el dueño, camarero y hostess nos explica que funcionan con un sistema de detección de movimiento para que en todo momento el espacio esté renovado.
Con la mascarilla puesta, nos informa también de su obligatoriedad. "Tenéis que llevarla puesta todo el rato excepto para consumir, como en cualquier otro sitio. Y el sexo no es considerado consumo, así que incluso ahí deberíais de tenerla", nos clarifica. Aunque también deja a entender que si luego al pasar a la acción la gente deja de llevarla, ellos tampoco pueden hacer nada para evitarlo. "Al final cada uno pone sus límites, en todos los sentidos", explica.
Nos toma la temperatura en la muñeca y con los grados sobre la mesa dejamos atrás la entrada, separada por una puerta del interior, para comenzar un tour por el local. Cuartos oscuros, reservados, habitaciones para grupos, espacios para parejas con ventana para los más curiosos e incluso una piscina salada y varias camas balinesas, son algunos de los sitios pensados únicamente para el disfrute.
En nuestro paseo, nos cruzamos con un hombre semidesnudo que echa un vistazo para controlar el movimiento y se dirige precisamente a las camas junto a la piscina. Eso sí, con la mascarilla puesta en todo momento, incluso cuando más adelante se une a la fiesta particular de tres que retozan por allí.
Nosotros, que nos hemos vendido como una pareja primeriza que quería probar si eso era lo suyo, decidimos sentarnos a la vista de todo el mundo, para así poder observar cómo van las cosas. Ciertamente los purificadores funcionan con un sensor que detecta el movimiento, ahora en cuanto a mascarillas la obligatoriedad queda bastante difusa cuando comienzan a juntarse personas a las que muy poco les importa si el de al lado se ha hecho una PCR o no.
La máquina de tabaco, en la que además se pueden adquirir preservativos, se encuentra, como en los bares de toda la vida, junto a las escaleras -aunque estas no bajaban a un baño precisamente-. A la pregunta de si fumamos o no, Domingo y yo tenemos una pequeña confusión que bien deja a entender que igual tampoco nos conocemos desde hace tanto como habíamos querido reflejar, pero gracias a eso nos enteramos de que, al contrario de la norma general y con la pandemia en particular, sí está permitido fumar dentro del local.
El local parece limpio. El aire está aparentemente purificado y los camareros llevan la mascarilla puesta en todo momento. Las toallas y las sábanas son de un solo uso y después se tiran. En el aseo -mixto, por cierto- se puede encontrar un bote de desinfectante al que parecen haber dado buen uso, pues se encuentra un poco maltrecho.
Nadie se encuentra respetando la distancia de seguridad ni llevando la mascarilla -a excepción de nuestro amigo semidesnudo- y participantes y voyeurs gozan de todo el acercamiento que les permiten quienes se encuentran en mitad de un juego sexual. Por lo que mi acompañante y yo optamos por terminar la consumición y dirigirnos a nuestro próximo destino antes de que se nos haga tarde.
Edén Parejas
En este caso, aunque el local también se encuentra relativamente escondido, se puede ver un cartel en la entrada donde claramente pone Edén. La silueta de una pareja también es visible en la pared. Por el nombre del lugar y los pecados que allí se cometen, bien podrían ser Adán y Eva.
Llamamos al timbre -en todos los locales hay un timbre y una mirilla desde la que te pueden fichar antes de acceder- y entramos. Aquí, entrada, pasillo y acceso son todo uno y es, con diferencia, bastante más pequeño que el primero. Sinceramente, da muchísima peor impresión.
Nos reciben el encargado y dos hombres a los que parece interesarles mucho nuestra llegada, pues se paran expresamente para contemplarnos y seguirnos por el local. Uno de ellos de hecho lo hace físicamente y el otro, fumando y vigilando desde su posición.
Total, que nos ofrecen el tour correspondiente y aquí nos dan unas toallas que no parecen de usar y tirar. Las guardamos en la taquilla, custodiadas gracias a una llave que dudo mucho hayan desinfectado previamente, y procedemos a adentrarnos en este sitio que parece más un pasadizo del terror que un lugar en el que venir a cumplir fantasías.
Hacemos el recorrido por el club, que ofrece los mismos espacios que el anterior, pero con un carácter mucho menos íntimo y, desde luego, con un aspecto infinitamente menos cuidado. Pero más allá de que el sitio parezca una cueva y de que nosotros tengamos que quedarnos en el único espacio con luz en el que nuestro querido seguidor no puede atacarnos directamente, somos los únicos del local que llevan la mascarilla puesta en algún momento -a excepción del camarero que nos recibió en la entrada-.
Aquí hay geles hidroalcohólicos casi camuflados -lo que no quita que nadie nos advierta de que podemos o debemos utilizarlos-, pero no se nos ha tomado la temperatura y mucho menos hay una máquina purificando ese aire concentrado en los pocos metros cuadrados que tienen las dos plantas.
El grupo de clientes que había estado jugando entre jaulas, potros y otros elementos del lugar -serían unos cinco- optan por acabar la faena metidos todos en la sala de la piscina, tan pequeña que tampoco inspira a imaginar que se esté tomando algún tipo de medida ahí dentro.
Después de aproximadamente una hora ahí, Domingo y yo decidimos que quizás mejor irnos antes de que nos inviten a unirnos a la fiesta. Sacamos las cosas de la taquilla y nos marchamos regalándoles las dos consumiciones que nos quedan de la entrada. Porque otra cosa no, pero, para no ser considerado ocio nocturno, el funcionamiento es bastante similar al de las discotecas.
Encuentros VIP
Finalmente, llegamos a nuestro último destino, corriendo y con un poco de miedo por si nos quedamos sin entrar, ya que son casi las 12 de la noche. Encuentros VIP ofrece una entrada que aquí sí recuerda a la de cualquier discoteca que se encuentra integrada en un edificio. Tiene un letrero en letras doradas sobre un marco azul y que inspira más confianza que el Edén.
Al entrar nos recibe una chica que nos pone al tanto de todas las medidas, además de que solo nos queda una hora para poder "disfrutar". "Lo sabemos", le comunicamos, "pero por fin nos hemos decidido a venir y no queríamos echarnos atrás", le decimos siguiendo con nuestra tapadera de jóvenes primerizos.
Accedemos. Para empezar vemos que aquí hay bastantes más personas que en el anterior. Este sí se asemeja más a Fusion VIP en cuanto a presencia y encontramos varios dispensadores de hidrogel a lo largo del recorrido. También hay papeleras que se abren gracias a un sensor para no tener que tocarlas. Y a mí, personalmente, me llama la atención y caigo en la falta de ellas en los otros sitios, puesto que entiendo que si hay que tirar preservativos u otros artículos son importantes. Pero juraría que son las primeras que veo en toda la noche, al menos que no se encuentren destinadas al desecho de toallas o sábanas.
El camarero limpia la barra con frecuencia, cada vez que sirve o atiende a alguien y, al igual que nuestra acompañante, lleva la mascarilla y no se acerca a la gente. Sin embargo, entre los clientes, de nuevo, nadie la tiene puesta a excepción de nosotros dos.
Cuando nos deja solos, buscamos un sitio en el que poder observar estando más apartados. Aquí es fácil, pues la mayoría de las paredes ofrecen la posibilidad de ver desde dentro lo que pasa fuera y a veces, también al revés. Y en esas se nos acerca un hombre que al vernos con la mascarilla nos pregunta si nos estamos yendo ya. "No, estamos mirando", le respondemos nosotros tomando cierta distancia. "Ah genial, pues disfrutad", nos desea, aparentemente muy aliviado porque no estemos marchándonos.
En ese tiempo podemos ver cómo nuestra simpática recepcionista limpia butacas, mesas y camas con un spray que bien podría ser limpiador o desinfectante, tampoco lo sabemos. Aquí sí hay un espacio reservado para fumadores, aunque realmente es un pasillo que se encuentra conectado con la mayoría de las salas por agujeros. Entre sus taburetes, varios hombres comparten espacio para ver qué pueden visionar al otro lado.
Como íbamos justos de tiempo, a la 1 de la mañana nos echan y, sorprendentemente, parecemos ser los últimos en abandonar el local. Justo delante de nosotros sale la última pareja y el resto de asistentes parecen haberse esfumado del lugar.
Tras ello, nos dirigimos a nuestras casas comentando la experiencia y preguntándonos por qué esta actividad no es considerada ocio nocturno y cómo puede ser que las comunidades no se hayan pronunciado en relación a estos clubes siquiera. Es cierto que dos de ellos estaban relativamente limpios, pero todos hemos estado en bares tomando algo con muchas más medidas de las que se cumplen en cualquiera de ellos y, aún así, los han cerrado.
También es cierto que muchos de los locales liberales de Madrid han optado por no retomar su actividad por seguridad, a la espera de lo que pueda pasar más adelante. Sin embargo, mientras estas noches de desenfreno sigan en pie ¿cómo se van a poder controlar los contagios? El vacío legal que existe dentro del ocio parece ser mucho más amplio de lo que teníamos entendido. Quizás deberían estudiarse este tipo de locales antes de seguir poniendo limitaciones en otro tipo de establecimientos.