Municipio antes que barrio o distrito, Vallecas conserva un aire de independencia que le distingue del resto de Madrid incluso en el acento de sus habitantes. Se trata de un sentido de pertenencia que enamora incluso a los que llevamos viviendo aquí solo unos meses. Y ello a pesar de que hace menos de 24 horas que en estas calles se ha instaurado el segundo 'confinamiento' por coronavirus desde el que se decretó a escala nacional a mitad de marzo.
Un confinamiento que, aunque es ‘light’, se nota y mucho. La Comunidad de Madrid aprobó una serie de medidas para controlar la movilidad durante dos semanas y así intentar paliar la segunda ola de la Covid-19 en las calles vallecanas y otra zonas básicas de salud de la región. Entre dichas medidas ha estado ‘aislar’ las áreas más afectadas.
Por lo pronto, las reglas habilitadas (que incluyen el ruego de que los ciudadanos eviten los desplazamientos) han interrumpido la vida de los barrios vallecanos. Con el atardecer, la antaño bulliciosa avenida de la Albufera se ha convertido en un cadáver. No solo porque sus establecimientos, al estar en una de las zonas básicas de salud ‘confinadas’, tengan que cerrar como tarde a las diez de la noche, sino porque la circulación de personas se ha desvanecido.
Terrazas desiertas
Terrazas para las que antes los viandantes hacían colas vespertinas se han quedado semidesiertas. Iván, camarero de una de ellas, explica que el trasiego de cafés y cervezas se ha desplomado en este primer lunes de encierro.
En cambio, en el interior del barrio, sus habitantes siguen poblando las mesas y las sillas que en las aceras tienen los numerosos bares de áreas como Numancia. Los dueños llevan botellines, tintos de verano (la temperatura acompaña) y tapas a sus clientes apurando el paso porque tienen que cerrar 60 minutos antes. El daño económico va a ser inevitable, dice Ángel, uno de estos hosteleros. Avisa de que si se les obliga a cierres tan prolongados como los de hace unos meses “esto va a ser una masacre. Nos podemos extinguir”.
Llegan las 10 de la noche, y con ellas la mudez más absoluta a las calles. El cierre de todas las barras y de la mayoría de los establecimientos, tal y como estipula la ley, se cumple escrupulosamente y devuelve al barrio al terrorífico silencio de los meses del estado de alarma. La vida, los adolescentes charlando en los bancos y la algaravía de las aceras mueren y ceden paso a la silenciosa oscuridad.
Frontera desguarnecida
En cualquier caso, el ‘confinamiento ligth’ no lo es tanto. Al menos tras el atardecer. Si bien la Policía Municipal de Madrid se hizo notar durante el día, la noche deja la frontera entre Puente de Vallecas y Adelfas, barrio colindante al otro lado de la M-30, totalmente desguarnecida. Cualquier viandante puede cruzar de un área a otra sin importar si cumple con las condiciones estipuladas para ello.
Al otro lado del puente y de la M-30 el encierro vallecano se nota y hace daño. Los comercios admiten que se ha reducido la afluencia de clientes, igual que el consumo en los bares y cafeterías cercanos. De hecho, hasta el reparto a domicilio se ha resentido. Los ‘riders’ denuncian que, constantemente, son parados por las fuerzas del orden para saber por qué se introducen en tierras confinadas.
Así, la responsabilidad individual de los habitantes de estos barrios ha salido a relucir. A pesar de que la amenaza de las multas no llega hasta el miércoles, ya están cumpliendo con las reglas de este ‘confinamiento’ impuesto por Isabel Díaz Ayuso. Queda ver si la presidenta de Madrid cumple a su vez con los compromisos de reforzar la prevención y la asistencia sanitaria y no solo el control policial.