La inauguración el pasado lunes de una pequeña exposición sobre Julián Besteiro dejó patente lo incómoda que resulta al PSOE de Pedro Sánchez la figura de Julián Besteiro. Un gazapo del ministro José Luis Ábalos puso la guinda al desangelado homenaje. El secretario de Organización del partido aseguró que al histórico líder socialista no le valió ser un hombre de paz “para no ser asesinado”. Besteiro, aunque en la cárcel y en condiciones insalubres, murió por una enfermedad.
El pasado lunes, se cumplieron 150 años del nacimiento de Julián Besteiro (1870). Este 27 de septiembre se cumplen 80 de su muerte (1940). El PSOE, de la mano de la Fundación Pablo Iglesias, ha limitado la conmemoración a la exposición abierta en la sede de Ferraz sólo durante tres horas diarias, de lunes a viernes. En total, diez días. Por la situación sanitaria actual, se necesita cita previa y el aforo límite es de cuatro personas. La exposición solo podrá ser visitada por 240 personas.
Julián Besteiro fue el sucesor directo y el heredero del espíritu del fundador del partido, Pablo Iglesias, y figura clave del socialismo en la primera mitad del siglo XX. Jugó un papel determinante, aunque casi siempre de perdedor, en la República y en la Guerra Civil. Fue probablemente el dirigente socialista con más peso intelectual y más influencia en la futura consolidación de la socialdemocracia. En el acto del lunes, José Luis Ábalos y Adriana Lastra sólo dedicaron lugares comunes a su histórico líder, una “fígura básica del partido” de la que hay que destacar su “gran contribución al socialismo”. El acto fue utilizado, en su mayor parte, para arremeter contra el PP y promocionar el anteproyecto de ley de la Memoria Democrática que el Consejo de Ministros aprobaría al día siguiente.
Las razones de la desmemoria del PSOE respecto a Besteiro son muchas. Y tienen que ver con las posturas del líder socialista, poco coincidentes con la estrategia de la actual dirección del partido. Y muy especialmente, en lo que se refiere al Gobierno de coalición con comunistas y a las líneas maestras de la nueva ley de Memoria Democrática. Estos son ocho de los avatares de su vida que lo convierten en una referencia incómoda.
1. La Revolución del 34, “un absurdo imposible”. Besteiro se opuso fervientemente a la deriva revolucionaria de algunos dirigentes de su partido en 1934. Ya en 1933, proclamó que “hacer un movimiento para implantar el socialismo mediante la dictadura del proletariado” resultaba “un absurdo imposible en las circunstancias actuales, y el anuncio de estos propósitos, que no se realizarán y si se intentan realizar resultarán un fracaso enorme, no servirá más que para estimular la reacción.”
El líder socialista aún fue más allá y llegó a afirmar que había más peligro fascista en Largo Caballero y sus seguidores que en la propia CEDA conservadora. “España no es Rusia”, advirtió, y predijo que la insurrección requeriría más violencia de la que ya padecía el país y devendría con toda probabilidad en un fracaso. En la exposición apenas si se menciona la actitud muy crítica de Besteiro con los radicales de su partido.
2. Denostado en el partido, popular en el país. Al igual que Sánchez, Besteiro hubo de enfrentarse en 1936 a lo que se llamaban unas antevotaciones (primarias), en las que su candidatura fue casi barrida por la de Largo Caballero, que obtuvo en 92% de los votos. Sin embargo, en las decisivas elecciones de febrero fue el segundo candidato del Frente Popular más votado (224.540 votos), sólo superado por Azaña. Su eterno contrincante, Largo Caballero, fue el segundo menos votado de la lista, solo por encima del comunista José Díaz.
3. Heredero de Pablo Iglesias. En el Congreso extraordinario del PSOE de 1921, el partido acuerda no sumarse a la Internacional Comunista, lo que provoca la escisión del Partido Comunista Obrero Español (luego el PCE). En ese mismo Congreso, Besteiro es elegido vicepresidente de Pablo Iglesias, ya enfermo, lo que equivalía a nombrarle sucesor del “abuelo”, como llamaban los militantes al fundador. Efectivamente, cuatro años más tarde, en 1925, tras la muerte de Iglesias, es confirmado presidente del partido como heredero de las esencias ideológicas de los socialistas.
4. Anticomunista acérrimo. Dentro del partido, Besteiro encabezaba el sector más opuesto a la creciente influencia comunista. Más de una vez dejó clara su opinión de que, de haber ganado la guerra, la República se habría convertido en una dictadura comunista, alineada con la Unión Soviética. “Estamos derrotados nacionalmente —escribió— por habernos dejado arrastrar a la línea bolchevique, que es la aberración política más grande que han conocido quizás los siglos. La política internacional rusa en manos de Stalin, y tal vez como reacción contra un estado de fracaso interior, se ha convertido en un crimen monstruoso”.
5. Socialista y pacifista. De la fe socialista de Besteiro caben pocas dudas, como dejó patente al ponerse al frente de la huelga general de 1917, que le costó la cárcel. El reparto más justo de la riqueza y la mejora de la educación en un país lastrado por el analfabetismo siempre estuvieron entre sus prioridades. Pero se opuso radicalmente a la violencia para alcanzar sus metas y, por supuesto a la guerra, porque estaba convencido de que tendría un coste inasumible de vidas y acabaría por laminar los logros sociales de la República.
6. Abierto a negociar hasta con el enemigo. Lo demostró durante la dictadura de Primo de Rivera, convencido de que una actitud colaboracionista de la UGT permitiría lograr avances para la clase trabajadora. Lo demostró encabezando uno de los más serios intentos de llegar a acuerdos con el bando rebelde al reunirse, por encargo de Azaña, con el gobierno británico para pedir su mediación en el conflicto armado. Lo demostró manteniendo contactos con la Falange y hasta con quintacolumnistas en el Madrid sitiado con el fin de poner fin cuanto antes a la guerra.
7. ¿Traidor golpista o héroe? Estaba convencido de que el futuro régimen de Franco sería una dictadura similar a la de Primo de Rivera, con el que sería factible la colaboración. De ahí que su prioridad, visto cómo se decantaba la guerra, fuera negociar una paz. Historiadores como Paul Preston aseguran que su retórica no se distinguía de la de los franquistas.
Se sumó al golpe del general Casado (otro aspecto que la exposición sólo sobrevuela) para frenar cuanto antes el derramamiento de sangre, en contra de la insistencia de Juan Negrín, entones jefe de Gobierno, en prolongar lo más posible el combate.
Fue el único dirigente que permaneció en Madrid, pese a que tuvo muchas oportunidades para salir del país. "Me quedaré con los que no pueden salvarse —proclamó—. Facilitaremos la salida de España a muchos compañeros que deben irse, y que se irán por mar, por tierra o por aire; pero la gran mayoría, las masas numerosas, esas no podrán salir de aquí, y yo, que he vivido siempre con los obreros, con ellos seguiré y con ellos me quedo. Lo que sea de ellos será de mí".
Esperó a los ocupantes en el edificio que de la calle Alcalá que hoy es la sede del Ministerio de Hacienda para asumir su responsabilidad. Fue detenido de inmediato y, tras un consejo de guerra, condenado a muerte. La pena fue conmutada por 30 años de reclusión. Tras un periplo por diversas cárceles, enfermo y envejecido —siempre se negó a recibir un trato especial—, murió en el penal de Carmona (Sevilla) víctima de una septicemia. Según algunos autores fue la consecuencia de las penosas condiciones de la cárcel y, según otros, de la tuberculosis que padecía desde tiempo atrás. En cualquier caso, ni se trató de una ejecución ni de un asesinato como sostiene José Luis Ábalos.
8. ¿Voz de la tercera España? Julián Besteiro, denostado por igual por muchos de sus correligionarios y por los sublevados, atrapado entre los dos bandos, bien pudiera ser un integrante de la tercera España, como Salvador de Madariaga, Niceto Alcalá Zamora o el periodista Manuel Chaves Nogales. En una España polarizada como la de hoy, esos personajes resultan incómodos, ya que ningún bando se los puede apropiar.
Lo que sí está claro es que Besteiro siempre intentó ser fiel a sus principios éticos, por encima de otras consideraciones circunstanciales o partidistas. Sus intenciones las dejó claras en una de sus múltiples cartas a su esposa, Dolores Cebrián, el gran apoyo de su vida. "Nunca hubiese podido dejarte cuantiosos bienes de fortuna —escribió en una misiva a modo de testamento a Lolita, como llamaba su mujer—, pero te dejo en cambio un nombre respetable que algún día, creo yo, habrá de imponerse a la consideración de las gentes".
Los aniversarios de su nacimiento y su muerte hubieran sido una gran ocasión para rescatar su importante obra, muy difícil de encontrar hoy, o para la publicación de una biografía actualizada, aún por escribir. Sería la forma de recuperar la consideración de ese “nombre respetable” que aún tiene mucho que decir en la España de hoy.