Madrid amaneció este jueves con los grupos de WhatsApp sembrados de dudas. La noticia: el Tribunal Superior de Justicia de Madrid (TSJM) ha anulado las restricciones impuestas por el ministro de Sanidad, Salvador Illa. Esto corrió rápido por los móviles dejando a su paso más preguntas que respuestas. Entonces, ¿puedo irme de puente? ¿Vuelve el confinamiento por barrios de Ayuso? ¿A qué hora cierra el bar?

Esta última pregunta, además, ha sufrido un doble vuelco. EL ESPAÑOL ha recorrido en la tarde de este jueves cinco restaurantes de cinco distritos madrileños, todos ellos fuera de barrios confinados. A mitad de esta ruta ha saltado la noticia de que el fallo del TSJM solo afecta a los derechos fundamentales y, por tanto, no levanta la restricciones impuestas a la hostelería. Dicho de otra forma, los establecimientos siguen teniendo que cerrar a las 23 horas, no pueden superar el 50% de su aforo y tienen prohibido servir en barra.

Esto ha pillado por sorpresa a la mayoría de los preguntados, que ya veían en el fallo del tribunal la forma de intentar dar salida a sus maltrechos negocios. 2020 se saldará con cerca de 65.000 establecimientos cerrados en España por la crisis de la Covid-19, según la Confederación Empresarial de Hostelería de España. Estos son algunos de los que aguantan, de momento y pese a todo.

Solo 11 comensales

Son las cuatro de la tarde y el restaurante Detenderete es un desierto. Este local de la calle Santa Cruz de Marcenado (distrito Centro) es un punto de encuentro de la comunidad canaria de Madrid. Aquí se comen papas arrugás con mojo y se bebe cerveza Dorada. Este jueves han dado de comer a 11 personas, mucho menos de lo habitual. “Al mediodía se nota muchísimo, por suerte por la tarde-noche vamos luchando”, explica Guillermo García, copropietario del local.

Guillermo García, copropietario del restaurante Detenderete. J.S.

El hostelero cuenta, con un marcado acento canario, cómo la entrada en vigor el pasado 1 de octubre del confinamiento de Madrid le hizo cancelar muchas reservas. “Fue una medida que entró a las 10 de la noche y ese día el cierre estaba previsto a la una. Entonces ya no son solo las reservas. Somos un sitio donde después de las comidas hay copeteo. Entonces se notó mucho”, lamenta.

La visita a Detenderete tiene lugar antes de que salte la noticia de que los bares siguen teniendo que cerrar a las 23 horas, pero Guillermo ya se huele que algo pueda pasar. “Ahora estoy espectante a que digan algo definitivo. No las tengo todas conmigo”. Buena intuición. A las pocas horas se confirman sus sospechas.

Un trabajador indignado

En la cervecería Galatea solo hay un cliente en la terraza. Ninguno dentro. Este local lleva 66 años en la Calle Príncipe de Vergara (distrito de Salamanca), pero es muy probable que no llegue a cumplir 67. José, el dueño, ve el cierre inminente. El enfado que tiene es tan grande que no es posible terminar de formularle una sola pregunta.

“Perdona que esté disgustado. Es que nos vamos al paro. Ya estamos arañando, pero la situación es muy complicada”. Disculpa más que aceptada. A continuación, José pone al Gobierno a caer de un burro: “Es una castaña lo que están haciendo, por todos los lados. Es una morcillería. Han destruido una nación. Lo que crea puestos de trabajo son las empresas. Es muy fácil ir dando órdenes y poniendo restricciones pero luego desentenderse de las empresas y los trabajadores”.

José, dueño de Galatea y "un trabajador indignado". J.S.

El propietario accede a ser retratado a las puertas de su bar, pese al disgusto que tiene encima. Él y sus dos empleados se van a quedar sin trabajo a menos que algo cambie radicalmente. Tras oír el click, una petición: “Pon abajo ‘un trabajador indignado’. Pero bien grande, ¿eh?”. Dicho y hecho.

Una excepción

La estampa cambia bastante en el distrito de Chamartín. El restaurante Camino tiene bastante gente en la terraza. Resulta lógico teniendo en cuenta que este es el barrio con mayor poder adquisitivo de la capital. “Nosotros hemos tenido una pandemia bastante razonable”, afirma el propietario Víctor Pombo. “Es una buena zona, yo no tengo deuda, he quitado el menú y la terraza nos ha ayudado muchísimo”.

Otro factor clave en el éxito de este establecimiento es el empuje de las tres influencers de la familia: María, Marta y Lucía Pombo. “Gracias a mis hijas he tenido mucha publicidad para hacer delivery”, explica Víctor, que durante el estado de alarma empezó a hacer envíos a domicilio. Ahora que ha pasado el chaparrón, lo que importa son las reservas. “Cuando ha saltado la noticia de que el tribunal ha tumbado las medidas de Illa he vuelto a tener reservas como antes”.

Víctor Pombo, dueño del restaurante Camino. J.S.

Y de pronto llega el golpe. Vibra el móvil. Un mensaje con un teletipo de Europa Press: “El cierre de bares y restaurantes a las 23.00 horas se mantiene al no afectar la decisión del TSJM”. Solo cuatro horas después de que los hosteleros hayan recuperado cierto margen de maniobra.

¿Has visto esto?

¡Anda!

Propietario y periodista comienzan a examinar detenidamente el contenido de la noticia. Hay que volver a cerrar a las 23 ya que el tribunal del fallo solo afecta a los derechos fundamentales, y no a los negocios.

¿Y el aforo igual que antes?

Entiendo que sí.

Víctor lanza unos cuantos exabruptos al Gobierno y a la Comunidad de Madrid. Acto seguido, se gira hacia el encargado: “Edwin, va a haber que cancelar algunas reservas”.

Un lugar peculiar 

Cruzado el Paseo de la Castellana, ya en el distrito de Tetuán, está el bar La Castiza. Es un establecimiento peculiar por varias razones. Una, porque tiene en su interior una pequeña piscina de bolas; otra, porque pese a llamarse La Castiza es de ambiente y propietarios latinoamericanos; y tercero, porque en su interior está Pere Navarro. Curioso lugar para ver al director de la DGT.

Hugo, dueño del bar La Castiza. J.S.

Hugo, el propietario, no ha oído la noticia que ha saltado hace pocos minutos, pero ya daba por sentado que él sigue teniendo que cerrar a las 23 horas. “Sí, a las diez y media dejo de servir”. Sin embargo, algo tiene que celebrar: acaba de salir de una reunión con su casero que le va a rebajar el precio del alquiler. “Tienen la posibilidad de compensar el momento que estamos pasando y han puesto de su parte”, cuenta agradecido.

El hostelero tiene tres bares en explotación. Todos en Tetuán y todos van mal. “Hay que tirar como podamos”. Por el momento, no se plantea cerrar ninguno y espera aguantar.

"La ruina"

Antonio, copropietario del bar Cara y Cruz (distrito de Chamberí) es el único hostelero que ha oído la noticia. “Me acabo de enterar ahora mismo. Lo he visto en El Español, mira”, explica mientras sirve un Ballantines con Cocacola. Salvo por eso, su relato coincide con los demás.

El Cara y Cruz es un local pequeño y añejo, de barrio, de toda la vida. Lleva 25 años regentado por Antonio y Rosa, su mujer. La palabra para expresar lo que está viviendo es “ruina”. “No tengo terraza y el bar es pequeñito. Entonces claro, la mitad del aforo no es nada”. Las pérdidas de este bar están en torno al 70%.

Igual que Hugo, ha conseguido negociar con el dueño el precio del alquiler y gracias a eso puede ir tirando.Pero algo debe cambiar para que no eche el cierre. ¿Reservas este jueves? Ni una. "Yo te digo, las terrazas han hecho el agosto", afirma. "¿Pero qué van a haber hecho el agosto?", replica Rosa. Y se inicia una discusión de bar entre los dueños de uno.