Cuando emigraron a México en 1916, con lo puesto y sin trabajo, a Juan y Florencio Gómez Cuétara ni siquiera se les pasaba por la cabeza que en poco tiempo tendrían su propio y entonces humilde negocio galletero. Tampoco, posiblemente, que su máxima creación en aquellos hornos, la galleta María, por la que todos conocemos a la que hoy es la mayor empresa del sector galletero en España, daría la vuelta al mundo y estaría en millones de hogares.
Pero si hay algo que jamás imaginaron, ni por asomo, es que sus preciadas pastas doradas, cien años después de su existencia y el éxito empresarial conseguido, quedarían manchadas por sus propios descendientes. A quienes un día, estos dos cántabros de Reinosa decidieron legar Cuétara tras toda una vida dedicada a las galletas.
Y es que, aunque probablemente para muchos será ajeno, la segunda y la tercera generación de una de las sagas empresariales más importantes de España, Galletas Cuétara, se ha visto envuelta en los últimos años en guerras familiares y episodios turbios en los que se han mezclado intereses, traiciones, herencias millonarias e incluso ha salido a escena uno de los personajes más oscuros de la actualidad: el excomisario José Manuel Villarejo.
Todo comienza al otro lado del Atlántico, en México DF. Allí es a donde seis de los ocho hermanos Gómez Cuétara, Juan, Florencio, Raimundo, Isaac, Paula y Pedro, deciden marcharse a principios del pasado siglo para encontrar un futuro mejor. Y serían los dos primeros quienes antes lo lograrían. En la capital del país, Juan empezó a trabajar en el colmado de sus tíos hasta que, ayudado por Florencio, decidió crear su propia empresa en 1935, La espiga de oro. Una fábrica en la que dos hermanos comenzarán a producir galletas y pasta alimenaria para sopas y especialidades italianas.
El éxito llegó pronto. Tanto que al poco tiempo decidieron capitalizar su nombre y ampliar el negocio, pasándose a llamar Galletas Gómez Cuétara y abriendo una nueva fábrica en la localidad de Veracruz en 1945. Sin embargo, el fallecimiento de dos de sus hermanos, la inestabilidad que azotaba al país y su añoranza por su tierra natal hicieron un año después que los dos hermanos regresaran junto a su familia a Reinosa y se instalasen allí dispuestos a repetir en Europa los logros alcanzados en América. Aunque claro, entonces, se quedaban cortos.
Regreso a España
En 1947, Juan y Florencio crean una nueva empresa, Gómez Cuétara Hnos., tras la compra de una pequeña galletera en Santander. Y tres años después, inauguran la primera gran fábrica de Cuétara en Reinosa (Cantabria), donde se crearon y elaboraron, por primera vez, las recetas originales de muchas de las galletas de las que seguimos disfrutando. En la actualidad, tiene 170 empleados y presume de ser una de las más avanzadas tecnológicamente del grupo.
En menos de una década, la empresa se convertía en un fuerte competidor para las marcas nacionales, aún con las restricciones que existían entonces, en la dictadura, con materias primas como la harina, según cuenta Javier Moreno, catedrático de Historia Económica de la Universidad de Valladolid, en su investigación sobre la historia de la galletera. Mientras el resto se dedicaban a fabricar un tipo de galleta, ellos sacaban al mercado las cookies y las crackers.
Con las cuentas en positivo, en la década de los sesenta la galletera sigue creando productos y en 1963 lanza su mítico Surtido Cuétara —el que nunca falta en casa por Navidad—, las napolitanas de azúcar y canela, y las conocidas campurrianas. Poco después, Cuétara comienza a inaugurar fabricas en toda España, la más importante en Villarejo de Salvanés (Madrid) y que, desde entonces, se convertiría en la factoría central de la empresa y poco después en la más grande de Europa. Villarejo será clave en el éxito y riqueza de Juan y Florencio Gómez Cuétara (en la actualidad la empresa tiene una cuota de mercado en valor del 21% y exporta a más de 50 países). Aunque años después, paradojas de la vida, un excomisario con el mismo nombre hará vivir a la familia los peores meses de sus vidas.
El buen hacer de aquellos años permitió a la familia adquirir otras compañías, como Bolachas Portuguesas, y convertirse en la empresa del sector más importante de la Península. Pero no solo se expandieron en el sector galletero, también en el alimenticio, cuando la segunda generación comenzó a tomar parte de la empresa. Fue Florencio Gómez Cuétara, hijo de Juan Cuétara (el fundador de Cuétara), quien en 1970 adquirió Chips Ibérica S. A. A la que cambiaría el nombre por Risi y convertiría en un reference en los aperitivos y snacks en España.
Guerra familiar
En los ochenta, a pesar de las dificultades, las fusiones con otras empresas permitieron a un anciano Juan Gómez Cuétara retirarse y dejar en manos de la segunda generación las riendas de la empresa. Sin embargo, el gran número de herederos hace que en el año 2000 llegue la batalla familiar: ¿vender o no vender? He ahí la cuestión.
Los dos fundadores poseían el total de la empresa. Por un lado, Florencio con el 40% de las acciones optaba por la venta, mientras que Juan que controlaba el 60% se oponía totalmente. Como si de una telenovela se tratase, el lío llegó cuando alguno de los hijos de Juan se pasó al bando de su tío, enfrentándose con su propio padre. No obstante, el vaivén final llegó cuando los hijos de Juan vendieron por sorpresa el 52% de las acciones a la empresa arrocera SOS Arana, por 12.160 millones de pesetas. En esa operación, la mitad de la familia se quedaba fuera de la empresa. Y sería al completo poco después, cuando el Grupo Nutrexpa la comprase en 2008 por 215 millones y, en 2015, la volviese a comprar Adam Foods.
El apellido Cuétara se desligaba de la empresa galletera. Y esas operaciones empresariales convertían en prácticamente multimillonaria a la tercera generación de la familia, de la que forman parte Mónica, Silvia y sus otros tres hermanos, nietos del fundador Juan Gómez Cuétara. Ellos ya no se dedican al negocio familiar, sino a sus propios emprendimientos en España, Estados Unidos y México, donde su abuelo y su tío sembraron el primer grano que daría lugar a la fortuna que poseen hoy.
Villarejo
Sin embargo, la vida relajada de los Cuétara se ha visto atormentada en los últimos meses por la implicación de uno de ellos en una de las piezas que integra la macrocausa contra el excomisario Villajero y que investiga la Audiencia Nacional. Se trata de la más conocida, de la dama del papel cuché y de la que muchos definen como la nueva Isabel Preysler, Silvia Gómez Cuétara.
Todo tiene origen en su matrimonio con el empresario Luis García-Cereceda, dueño de Procisa, la empresa constructora de la exclusiva zona residencial madrileña conocida como La Finca. García-Cereceda estuvo casado con Mercedes López, de cuyo matrimonio nacieron Yolanda García-Cereceda y Susana García-Cereceda. Tras el divorcio de su primera esposa, el empresario se volvió a casar, esta vez con Silvia Gómez Cuétara.
Todo parecía a ir bien entre la madrastra y sus hijastras hasta que la repentina muerte del empresario en 2010 por un tumor cerebral desembocó una lucha entre las tres por la herencia de García-Cereceda, valorada en más de 1.000 millones de euros. Un enfrentamiento en el que no faltaron procesos judiciales de incapacitación mental, pérdida de la custodia de hijos, amenazas de desahucio, amenazas, chantajes... Y al que en 2013 llegó el comisario corrupto José Manuel Villarejo para poner la guinda en el pastel.
Susana García Cereceda, propietaria del 51% de las sociedades legadas por su padre, recurrió a Villarejo, según su propia versión, para investigar a una empresa de la competencia. Pero según la Fiscalía, lo hizo para conocer la vida privada de su hermana Yolanda y su marido Jaime Ostos Junior, y la del arquitecto de La Finca Joaquín Torres y la viuda de su padre, la heredera de Cuétara. El excomisario le ofreció averiguar si Silvia había rehecho su vida sentimental y hasta donde tenía conocimiento de los bienes de su padre que no habían sido incluidos en el primer reparto de la herencia. En los audios de la investigación de la causa, Susana García Cereceda se muestra muy interesada en conocer todos los datos posibles.
En esos archivos, el por entonces comisario de la Policía Nacional le ofrece incluso desvelar secretos íntimos de la vida de su madrastra, a la que denomina en todo momento como Cue. Y admite haber comprado un informe supuestamente encargado por Silvia Gómez-Cuétara a la empresa de detectives Método 3 para conocer el patrimonio real de la herencia del empresario García-Cereceda. Todo salió a la luz en la investigación del Caso Land, por el que Susana García-Cereceda fue detenida por revelación de secretos, falsedad documental y cohecho.
Hace tres meses, esta última, la principal acusada en la pieza Land, depositó 10.000 euros a cada uno de los perjudicados por el supuesto espionaje encargado por la rica heredera al excomisario Villarejo. Según apuntan varios medios, lo ha hecho en concepto de adelanto como responsabilidad civil ante la posibilidad de llegar a un acuerdo con su hermana, Silvia García-Cereceda y no enfrentarse a Villarejo.
Por su parte, Silvia Gómez Cuétara continúa en libertad y mantiene desde hace cinco años una relación con Juan Antonio Pérez-Simón, amigo íntimo de su marido fallecido. Para ella y su familia todo empezó en Villarejo (de Salvanés) y puede, quizá, que también termine.