Cuando este jueves, el presidente del PP y líder de la oposición, Pablo Casado, asió los papeles que llevaba en la mano y se encaramó, con determinación, a la tribuna del Congreso de los Diputados, sabía muy bien qué iba a decir. Sabía que sus palabras iban a suponer un antes y un después. Sabía que era un hito en su carrera. Sabía que le lloverían críticas… y halagos. Y, sobre todo, sabía que estaba en lo correcto.
¿Por qué? Porque detrás de cada gesto, de cada guiño, de cada decisión importante que da el político, está su mujer, la psicóloga Isabel Torres. Ella es su mayor asesora, su mejor consejera y con quien calibra todas las medidas relevantes de sus políticas. Que toma él, eso sí.
Isabel, afirman quienes la conocen en conversación con EL ESPAÑOL, tiene un sentido que le permite leer bien la actualidad: qué está pasando y qué puede suceder. Y eso le otorga una capacidad de anticipación que es una de las grandes armas secretas del líder del PP.
Dicen desde su círculo que lo más relevante acerca de Isabel Torres Orts (Elche, Alicante, 1980 -cumple este curso 40 años-) es que sabe “dominar los tiempos”. Los mide. Ella, una mujer que dejó su ciudad natal para estudiar en una universidad pública de Madrid, la Autónoma, nunca ha querido que el foco se dirija a ella. De hecho, lo detesta.
Pero sabe que es necesario: no sólo para dar una imagen de primera dama en la carrera de su marido hacia el palacio de la Moncloa, sino para que Pablo Casado la encuentre en los momentos más importantes a nivel orgánico.
Los caramelos más famosos
Isabel era una absoluta desconocida, dentro de las filas populares, hasta hace un par de años. Tan sólo el núcleo más cercano a su marido sabía de ella: una mujer rubia, alta, finísima y siempre con un buen gesto en el rostro. Discreta, pero constante.
Pocos intuían que aquella chica, que conoció a Casado en una fiesta entre sus colegios mayores -privados y segregados por género-, licenciada en Psicopedagogía, era lo que se conoce como una niña bien: heredera de dos grandes fortunas familiares. Una, por rama paterna. Su padre, José Torres Candela, era el hijo del llamado rey de los caramelos, José Torres Fenoll.
Estos dulces nunca faltaron en casa de los Torres Orts. El abuelo fundó la conocida marca Damel -que no significa otra cosa que Dama de Elche abreviado-, un imperio de las golosinas que lanzó productos tan memorables en la memoria de todos los adolescentes españoles entre los 70 y los 90 como los chicles Cheiw, los palotes, los caramelos con nata Snip, las galletas Meivel o los míticos, mitiquísimos, caramelos balsámicos Pectol.
Desde el siglo XIX, la familia Torres tenía una confitería en la calle Corredora, la vía central de la ciudad de Elche. En los años veinte del pasado siglo, la tercera generación da un paso adelante, industrializando el negocio gracias a maquinaria comprada en Cataluña. En el piso superior de la confitería, comienzan a fabricar caramelos, que se venden a granel, por kilos, mediante vendedores ambulantes. La empresa, antes de que la familia la vendiera a final del siglo XX, llegó a tener más de mil trabajadores.
La fortuna no se terminó ahí. Por vía materna, Isabel Torres también procedía de un clan acaudalado, esta vez ligado al turismo. Su madre, María Dolores Orts Serrano, heredó la gestión de un emblemático hotel de la zona, el huerto Jardín del Cura, símbolo de la ciudad ilicitana, joya de la corona de un grupo con más bienes.
Así, el ambiente en el que se crió le permitió llevar una vida desahogada. Es la menor de 3 hermanos y todos ellos hicieron las maletas y pusieron rumbo a la capital para continuar con su formación, una vez cumplieron la mayoría de edad.
Creencias compartidas
A Isabel es imposible encontrarla en el día a día del partido, en la agenda de su marido. No se la verá en Génova, tampoco por el Congreso. Y, sin embargo, está. Su detalle, su impronta. Está cien por cien alineada con los planteamientos de su marido: comparten proyecto, no sólo personal, sino también para España.
Ella es quien le anima, quien le aporta “la seguridad de que está haciendo lo correcto”, indica a este diario un amigo íntimo de la pareja y parte del núcleo de confianza del presidente popular. “Isabel yo creo que es su brújula moral. Ella es de firmes principios, y Pablo la tiene muy en cuenta en sus decisiones. Es un matrimonio muy equipo”, deslizan.
“De ahí que Isabel entre, pero no en la letra pequeña. Sí está al corriente de las decisiones de su marido. Para él, cuando está en un momento trascendental, en un punto de partido, ella es fundamental”, aclara. Es quien desempata, quien ayuda a desenmarañar el nudo de ideas.
La sintonía entre ambos es una constante en su relación. Tienen ideales compartidos: son conservadores, cristianos -de misa semanal, la de los domingos- y con una visión familiar similar. Él es más extrovertido que ella, con más arrojo, se abre a improvisar. Ella es más sensible, más celosa de su intimidad, le gusta tener todo bajo control. Isabel no duda en decir, en privado, que “cree en lo que él cree”.
Se conocieron en el año 2002, en el barrio universitario de Madrid, Moncloa. Los dos vivían en colegios mayores muy cercanos: ella, en el Santa Mónica -perteneciente a las Agustinas Misioneras-; él, en el Elías Ahúja -de los Padres Agustinos-. Aunque Isabel es un año mayor y, cuando se vieron por primera vez, ella ya acudía a tercero de Psicopedagogía. Él estaba en segundo de Empresariales.
La historia es por todos conocida y Casado no duda en contarla cada vez que se le pregunta. Es el clásico chico conoce a chica. Un flechazo muy similar que el que vivió su adversario político, Pedro Sánchez, con su mujer, Begoña Gómez. Un cruce de miradas en una fiesta y, a partir de ese momento, todo. Cuentan ellos mismos que él se acercó y le dijo que sería la madre de sus hijos. Ella se rió. No se han separado desde entonces.
De hecho, Isabel estaba ahí cuando Pablo decidió afiliarse, con 24 añitos, al PP. Fue el que hoy es su vicesecretario de Territorial, Antonio González Terol, el que le apuntó al partido. Ya llevaban unos años saliendo y, pocos años después, el 20 de junio de 2009, se casaron en Elche, la ciudad de ella.
“Ella es su todo, le da templanza, soporte”, comenta una de sus colaboradoras más estrechas. Siempre lo comentan todo juntos, y están presentes en las vidas profesionales del otro. Da igual cuál sea la agenda de Casado, ella le espera despierta “aunque llegue a medianoche” para estar juntos y analizar el día. A pesar de su horario, porque Isabel es la orientadora de un colegio concertado de Algete, al norte de Madrid, y vive con los horarios escolares. “Es una santa, lo ha apoyado siempre en todo y sin quejas”, sonríen fuentes cercanas al político.
La presidencia, la barba y el discurso
Tras las decisiones que más titulares han acaparado en la carrera política de Pablo Casado está la impronta de Isabel. Son tres grandes hitos, y de muy diferentes perfiles. Una, las elecciones a la presidencia del PP. Dos, el barbagate: el cambio de look del presidente popular que supuso un antes y un después en su comunicación política. Tres, el discurso de su vida, el de esta moción de censura.
El congreso del partido, en julio de 2018, fue su gran puesta de largo. Allí fue donde, por primera vez, Isabel acudió como fiel escudera de su marido. “Él no comunicó que se lanzaba a presidir el Partido Popular hasta que no lo tuvo consensuado con su mujer. Hasta que Isabel no estuvo de acuerdo, él no se lanzó. Él cuenta que tenía una oferta de trabajo en París muy buena y fue Isabel la que realmente le animó. La que le lanzó a que lo intentase”, comenta un colaborador muy próximo a Casado a este periódico. Por eso, hicieron un ticket al estilo americano. Una pareja feliz y aparentemente perfecta como reclamo para liderar al partido.
A ella le costó asumir que él se dedicara a la política, pero una vez ya dentro de perdidos, al río, debió pensar. Lo relata el periodista Graciano Palomo en su libro La larga marcha (La Esfera de los Libros). “Cuando le conocí era un estudiante como yo; entonces su intención era dedicarse por entero a la vida profesional como abogado, como profesor universitario o entrar en el mundo de las relaciones internacionales”, afirma la propia Isabel en esas líneas.
Desde ese momento no dejó de asesorarle, animarle, sostenerle. Lo hizo, por ejemplo, en la devastadora noche electoral del 28 de abril, en el que el PP de Pablo Casado se hundió y quedó en la cuerda floja, al obtener únicamente 66 diputados [de 137 escaños que habían obtenido en la anterior ocasión; posteriormente, en las elecciones de noviembre, remontaron y consiguieron 89]. Isabel había seguido el recuento desde la sede de Génova y, cuando su marido tuvo que bajar a dar la cara ante los medios de comunicación ante la debacle, ella estuvo a su lado.
Bajó a su vera hasta la sala de prensa, le soltó de la mano cuando le llovían los aplausos de apoyo de sus compañeros de filas y ocupó un lugar en primerísima fila, justo enfrente de su pareja, para estar, aunque no encima del escenario, sí en su tiro de mirada.
El siguiente momento que rezuma el aroma de Isabel Torres fue la barba de Casado. Recapitulemos: es el verano de 2019, a finales de agosto. Tras un breve parón estival, el líder del PP vuelve al trabajo para acompañar a su candidata, Isabel Díaz Ayuso, en su toma de posesión como presidenta de la Comunidad de Madrid. Viene de pasar unos días de descanso en su casa de un pueblecito de Ávila, Las Navas del Marqués, y aparece ante las cámaras con una frondosa barba, cuidada, de bastantes días.
Fue la comidilla de aquel momento. Él rápidamente se excusó: se había dejado la maquinilla de afeitar en Madrid y los días de asueto son eso, de asueto, incluso para su barba. Pero pensaba afeitarse pronto. Aquello, sin embargo, fue un éxito. No sólo por que todo el mundo hablara del nuevo estilo del presidente del PP, sino porque le asociaban con un candidato más maduro, más capaz.
A los miembros de su círculo de confianza les llovieron las preguntas. ¿Era una estrategia política? ¿Parte de su nueva comunicación de cara al segundo intento de investidura de Pedro Sánchez, tan sólo un par de semanas después? ¿Se la iba a dejar? Ellos no podían responder, porque sabían que sólo había una voz que podría convertir aquella casualidad en un cambio permanente.
Era, claro, Isabel. Dicho y hecho. Su mujer dio luz verde y la barba se quedó. Hasta hoy.
En el gran discurso de su marido también está proyectada su luz. El “Hasta aquí hemos llegado” que clamó Casado en el Congreso este jueves era parte de un discurso de 18 páginas que escribió él mismo de su puño y letra. Pero el líder del PP consultó su contenido, sus dudas y sus miedos exclusivamente con su mujer, quien le asesoró "desde el minuto uno sobre cómo hacerlo", reconocen fuentes cercanas al líder del Partido Popular. Le animó.
El discurso que sirvió para romper con Vox lo leyó un grupo muy reducido de personas antes de compartirlo desde la tribuna. Tras tener esbozado el esqueleto del documento, Casado pasó el fin de semana previo a la moción de censura arropado por su familia. El sábado disfrutó con sus hijos, Pablo y Paloma, de una sesión en el Circo Price, y el domingo meditó las palabras que quería pronunciar en un paseo por el Retiro, el parque madrileño en el que en verano de 2018 decidió, con Teodoro García Egea, presentar una candidatura a las primarias del Partido Popular.
Todo queda en casa. Isabel sabe cuál es su papel, y lo protege, pese a que acompañe a Pablo en los momentos más importantes. En Génova son conscientes de su potencial, y saben que “cae bien al electorado”. Quizás en ese perfil, en esa visión de mujer y asesora, radique el éxito de su marido el día que consiga alcanzar la Moncloa… o no. Es, desde luego, su mayor aliada.