Sephora, la primera bebé migrante enterrada con nombre tras 26 años de drama en la 'ruta canaria'
La madre ha sido testigo protegido en el juicio contra el patrón de la patera en la que viajaron, al que se le ha condenado a ocho años de cárcel.
20 noviembre, 2020 02:52Noticias relacionadas
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La pequeña Sephora por fin descansa en paz en su tumba del cementerio de San Rafael Arcángel, en Vecindario (Gran Canaria). Su muerte, hace ahora año y medio, ha encontrado justicia hace dos semanas. La niña, de 13 meses, se resbaló del pañuelo con el que su madre la llevaba amarrada a la espalda, como acostumbran muchas mujeres africanas, cuando la patera en la que viajaban juntas colisionó contra unas rocas a 20 metros de la orilla de una playa de Arguineguín. La cría y otras dos mujeres cayeron al mar y se ahogaron. Dos de los tres cuerpos, entre ellos el de la menor, aparecieron con el paso de las horas. La madre de Sephora, R., denunció la actuación del patrón, Abdallah Wazni, un marroquí de 29 años. La madre había subido a la embarcación engañada y apaleada. En una sentencia consultada por EL ESPAÑOL, la Sección Primera de la Audiencia Provincial de Canarias condenó el pasado 30 de octubre a Wazni a ocho años de prisión por un delito contra los ciudadanos extranjeros y por dos por homicidio imprudente.
La patera en la que viajaban R., de origen costamarfileño, y su hija Sahé Sephora, llegó a la playa de Las Marañuelas, cerca de Arguineguín, el 16 de mayo de 2019. El fallo explica que “salieron unos cinco días antes” de una playa de Dajla, en el Sáhara occidental. La treintena de personas que viajaban a bordo apenas comieron ni bebieron durante ese tiempo. Antes de partir les advirtieron de que no podían llevar comida ni bebida para no incrementar el peso que debía soportar la barcaza.
Al aproximarse a la isla, el patrón, que llevaba un gps “para no perder el rumbo”, despreció varias playas más seguras del sur de Gran Canaria por temor a la presión policial. La patera colisionó contra los bajos rocosos de la playa cuando se encontraba a una veintena de metros de la orilla.
El hombre que iba a los mandos de la barcaza saltó antes del impacto. Huyó a la carrera, aunque se le detuvo días después. La mayoría de los ocupantes, que no sabían nadar y apenas se habían podido mover durante cinco días, se hundieron como bolas de cañón al caer al mar.
La madre de Sephora intentó ayudar a su amiga, a la que consideraba como una hermana, pero no pudo evitar su muerte. Entre las brazadas de salvación de la propia madre, Sephora se resbaló de su espalda. R. gritó por su hija, a la que se la tragaron las olas.
Los efectivos de rescate recuperaron el cadáver de la cría al día siguiente. Sephora recibió una sepultura digna gracias a la insistencia de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), que también se hizo cargo de la atención de la madre desde el primer momento.
El nombre y los apellidos de la niña aparecen junto a una foto suya en una lápida de la fila más alta de una hilera de tumbas del cementerio de Vecindario. Se convirtió en la primera víctima de las pateras a la que entierran de esa forma en Canarias tras 26 años de naufragios y migrantes ahogados. La primera embarcación de este tipo llegó a Fuerteventura el 28 de agosto de 1994. A bordo iban dos jóvenes saharauis. Con ellos se inauguró de manera documentada la ruta canaria de la migración.
Testigo protegido
R. se convirtió en testigo protegido tras perder a su hija. El 11 de septiembre de 2020 sentó en el banquillo de los acusados al último peón de una banda de traficantes de seres humanos afincada en el norte de África.
Su confesión anterior frente a la Policía y la juez instructora Pilar Barrado le conllevó numerosas presiones. Su actual pareja, que está en Marruecos, recibió una paliza durante la investigación del caso. "Tiene muchísimo miedo. No sé hasta qué punto se la ha protegido como es debido", reconoció a la agencia Efe la juez Barrado en las horas previas al inicio del juicio.
La familia de R. la obligó a dejar la escuela cuando tenía 15 años para casarla con un hombre de 42 que tenía dos mujeres más. La dejó embarazada al poco de empezar a convivir con ella. En Costa de Marfil son todavía comunes las uniones polígamas, aunque sus leyes lo prohíben desde mediados de los años 60.
R. escapó de aquella relación y huyó hacia el norte de África. Cayó en las redes de traficantes marroquíes de seres humanos. Ella quería cruzar a Europa, pero no en patera. Su idea era comprar un billete para hacerlo en un barco. R. acabó en Dajla trabajando en los frigoríficos de empresas congeladoras de pescado, que le pagaban un euro la hora.
La mujer contó durante el juicio que un día la llamaron para embarcarse. La sentencia dice que pagó 1.000 euros a la mafia. Ella fue al punto acordado. Sin embargo, intentó echarse atrás cuando en la playa vio aproximarse una patera y no una embarcación de mayores dimensiones y más segura.
Los traficantes le dijeron que era obligatorio. Para terminar de convencerla la golpearon con un palo en la espalda y la amenazaron con un cuchillo. No había vuelta atrás. Los mercaderes de seres humanos temían que avisara a la policía marroquí.
Durante la travesía, R. y su niña apenas pudieron moverse. Sólo algunos de los tripulantes llevaban unos rudimentarios salvavidas. Al llegar a costa, la joven madre, de 27 años, vio la muerte reflejada en las olas. Su hija y su mejor amiga murieron sin que ella pudiera evitarlo.
"La que llore"
La tragedia de aquella patera pudo haberse perdido en el olvido de no ser por un policía local canario que colabora con Cáritas. Él le contó a la juez Barrado lo que había visto con sus propios ojos.
La juez llamó a comisaría para interesarse por R. Un agente, cuenta ella a EL ESPAÑOL, le respondió con cierta desgana. "Ya sabe que a veces se inventan cosas para que no les expulsen, pero cadáver no hay ninguno". Hasta ese momento, el cuerpo sin vida de la niña no había aparecido.
Barrado respondió con firmeza. "Me traen ya a la madre de la niña al juzgado. ¡Ya!". "¿Pero, ¿cuál es, señoría?", le insistió el responsable policial con el que hablaba. En ese momento había nueve mujeres allí. "Pues se fija usted en una que no ha dejado de llorar desde anoche".
La médico forense confirmó después que las marcas que presentaba en la espalda eran compatibles con los golpes que R. contó haber recibido justo antes de embarcarse.
A las pocas horas de que la juez Barrado se interesara por el caso de R., los buzos del equipo de rescate encontraron el cadáver de Sephora. Gracias a la ayuda de CEAR sus restos recibieron una sepultura digna, como nunca antes había sucedido en Canarias.
15 lápidas sin nombres
Los cementerios canarios guardan decenas de nichos sin nombre de migrantes que se ahogaron o murieron de hambre y sed intentando llegar a Europa, una situación idéntica a la que ocurre en composantos de localidades gaditanas como Tarifa o Barbate, donde yacen los cuerpos de víctimas que perecieron en la ruta del Estrecho. En los registros sólo aparece un número que los identifica.
Uno de esos cementerios es el de Agüimes, una población ubicada en el este de la isla de Gran Canaria. El sepulturero del camposanto, Bartolomé Gómez, conocido como Tito, enterró a 15 varones de origen subsahariano el sábado 26 de septiembre.
En sus lápidas blancas, todas reunidas en una misma zona, no aparece ningún dato de los fallecidos. Todos los cuerpos aparecieron sin documentación. Las autopsias dictaminaron que llevaban entre ocho y diez días muertos en el momento en que fueron localizados, y que habrían fallecido de hambre y sed tras quedarse a la deriva en el océano Atlántico. Es la enésima tragedia migratoria que se vive en las islas Canarias.