La saharaui Lazisa es enfermera y curó a los combatientes del Frente Polisario heridos en la guerra del Sáhara Occidental (1975-1991). En estas dos últimas décadas, a pesar de que en ocasiones sonaron tambores de guerra, la familia Salama no imaginó que tendría que volver al campo de batalla, y esta vez acompañada de tres hijos.
Su marido es militar y se encontraba en Guerguerat el pasado 13 de noviembre, cuando se rompió el alto el fuego entre Marruecos y el Frente Polisario firmado en un acuerdo el 6 de septiembre de 1991. Uno de sus hijos, Cori, es también enfermero. Los otros dos, Bala y Luali, preparan la instrucción para coger las armas en dos centros militares del campo de refugiados de Rabuni (Argelia).
El conflicto se desató la semana pasada. Las Fuerzas Armadas Reales (FAR) marroquíes intervinieron militarmente en Guerguerat, frontera con Mauritania, para desalojar a algo más de medio centenar de civiles saharauis que impedían el tráfico de camiones desde el 21 de octubre en protesta por el abandono internacional a su pueblo.
Al día siguiente, el Frente Polisario, que nunca ha ofrecido el número de efectivos militares que tiene, dio por roto el acuerdo del alto el fuego y el presidente de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD), Brahim Gali, emitió un decreto declarando oficialmente la guerra a Marruecos.
Entre un conflicto y otro han pasado 29 años, un tiempo que ambos pueblos han vivido en paz con algunos momentos de tensión bajo el amparo o vigilancia de la ONU, que tiene a la Misión de Naciones Unidas para el Referéndum en el Sahara Occidental (MINURSO) desplegada en el terreno.
Macuto militar
Al pequeño de la familia Salama, “el estudioso”, le faltó poco tiempo para abandonar el máster de relaciones internacionales en Argel y volver a los campamentos de refugiados en Tinduf para alistarse al Ejército de Liberación Popular Saharaui (ELPS) y luchar en las filas del Frente Polisario.
“Mi madre le preparó el macuto militar mientras le explicaba cómo dormir para no pasar mucho frío”, confiesa con voz entrecortada su hermano mayor, Bala.
Durante una entrevista telefónica con EL ESPAÑOL, en la que en muchos momentos perdió el habla de emoción, explica que retrató en una fotografía ese instante entre su madre y su hermano menor porque le pareció "muy tierno”.
Bala lleva cuatro días en una de las tres escuelas de formación militar habilitadas en Rabuni. A la academia oficial Luali Mustafa Sayed se han sumado dos centros de especialidades porque han superado las 700 inscripciones, cuando tiene capacidad para 300 soldados.
Por allí pasan hombres de diferentes edades, formación y procedencia, pero todos tienen en común que no han hecho el servicio militar. “La acogida ha sido masiva y siguen llegando voluntarios”, detalla Bala.
En el citado centro de formación militar los segmentan por edad y organizan en divisiones o compañías. Al frente está un veterano del ELPS que luchó en la otra guerra, pero la mayoría de los instructores son jóvenes formados con especialidad.
Cuando Bala llegó para alistarse pensó que les iban a dar armas y un informe y mandarlos al frente, "pero la política de las autoridades es darnos un proceso de instrucción”. Por las mañanas realizan maniobras y prácticas de tiro en la zona de entrenamiento, y por las tardes reciben clases.
“La participación ha sido en bandada. La gente se lo ha tomado de forma muy positiva. Lo cierto es que muchas veces las personas no sabemos hasta qué grado nos podemos implicar”, confiesa recién llegado de pasar 18 años en España.
En El Aaiún dejó a su esposa Mamia y a su hijo de 24 días de vida. “Hace muchos años que reclamaba la llamada a las armas, pero aún así no se esperaba. Es un momento histórico, la juventud lo ansiaba pero las autoridades nos han ido inyectando la vacuna de la paciencia y del diálogo”.
Quien ha tomado como “una barbaridad” que Bala se vaya a la luchar a la guerra es su madre de acogida en un pueblo de Extremadura, Ana. “Me piden que no vaya, pero no lo entienden. Sé que lo de ir a la guerra suena mal, pero te sientes un extraterrestre- refiriéndose a la identidad, a la falta de país-”.
Lo cierto es que el tema de la guerra ha sido una conversación muy recurrente durante años entre los jóvenes de los campamentos de refugiados saharauis. La población se siente fatigada de sobrevivir en el desierto cuatro décadas. “Llevamos muchos años en los que la guerra es algo que hay en el ambiente”, dice Bala.
-¿Tú irías? -nos preguntábamos entre nosotros-. Y ahora es cuando se ve la hora de la verdad, esas conversaciones con amigos.
La causa saharaui
Además, Bala analiza la situación del conflicto saharaui desde la perspectiva de la Covid-19. “Si las cosas eran difíciles, ahora mucho más: no hay movilidad y se dejaron de organizar actividades. Es una señal para que nosotros luchemos para independizarnos y podamos vivir en nuestra tierra”, mantiene Bala.
Desde su trabajo en la ONG ACCEM en Madrid, donde residía hasta el inicio del confinamiento, también le llaman y se preocupan. Explica que sus compañeros no conocen mucho la situación del Sáhara, por lo que le preguntan más por la salud, por su hijo recién nacido, por la familia en general.
Recuerda, en referencia al conflicto, que “desde muy pequeño sabía que no podía esperar nada de España”. Sin embargo, tenía una perspectiva de vida, unos planes, llevarse a su familia a Madrid, tener otro futuro, que ahora se paraliza. “Pasa a ser un segundo plano, porque ahora el plano lo acapara nuestra causa, así lo siento yo al menos”, mantiene.
El sentido de identidad y origen también surge en la conversación con el doctor Jalil Yumani. “Me dan envidia las personas que tienen su propio país. Como saharaui siempre vas a ser extraño donde vayas. Ese sentido de pertenencia nos gustaría dejárselo a nuestros hijos y nietos”.
El doctor es otro combatiente casado con dos hijas de dos y tres años que volvió al desierto tras sus estudios de medicina en España y Cuba. Trabaja en el hospital de Smara y tiene una clínica privada de su especialidad, estomatología. Todo esto lo explicaba en una entrevista con EL ESPAÑOL dos días antes de partir al frente. A diferencia de Bala, Jalil sí había hecho el servicio militar.
“Tenemos un propósito. A nadie le gusta la guerra pero no tenemos nada que perder. Vivimos de la limosna del mundo y de la buena ayuda de Argelia”, sentenció con mucha serenidad. Aunque reconoció que “el que diga que no tiene miedo de ir a la guerra, miente”.
Siete días
El Frente Polisario encuentra en la guerra con Marruecos una solución para atraer la atención de la comunidad internacional ante la inactividad de la ONU, que no nombró un nuevo enviado especial del secretario general desde que a principios de 2019 dimitió del puesto Horst Kohler.
Por noveno día consecutivo continuaron ayer los ataques del Ejército de Liberación Popular Saharaui (ELPS) contra las posiciones de Marruecos a lo largo del muro en las regiones de Mahbes, Hauza, Frasia, Auserd, Amgala, Um Dreiga , Bagari y Ross Sebti.
“La guerra del Polisario es de desgaste, no de posiciones, porque sabe que Marruecos no puede aguantar una economía de guerra, poner en marcha un obús le saldría caro”, explica a EL ESPAÑOL Jalil Abdelaziz, responsable de Comunicación de la delegación de la RASD en España.
“Estamos en guerra y continuaremos la lucha hasta la victoria final”, repitió a lo largo de la semana el presidente de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD) y líder del Frente Polisario.
En la misma línea, se mostró en una entrevista con EFE, el jefe de la delegación negociadora del Polisario con Marruecos, que advirtió que “la guerra proseguirá” mientras la ONU siga eludiendo su responsabilidad”.
Y ahí es donde cabe la esperanza con una tregua o “nuevo pacto”, en palabras de Bachir Mohamed Lahsen, periodista e investigador experto en asuntos africanos. “Las operaciones militares seguirán a lo largo de las próximas semanas o meses si no hay una intermediación internacional que ponga un nuevo acuerdo sobre la mesa. Este no será igual que el antiguo, conllevará nuevas condiciones y será provisional, una especie de tregua”.
Guerra 'fake'
Dice el refrán que “no hay guerra si dos no quieren”. Y en el otro bando, esa es la postura de Marruecos, no reconocer la guerra, a la que califica en medios nacionales como “fake”, falsa. Autoridades y medios de comunicación marroquíes mantienen que se trata de una guerra mediática para hacer ruido.
De hecho, el gobierno magrebí tardó tres días en reconocer que el viernes 13 de noviembre se produjo un intercambio de disparos sin víctimas durante media hora. Mientras el Frente Polisario emite partes de guerra acompañados de mapas con los lugares donde se están produciendo los hostigamientos, Marruecos insiste en que se trata de una “guerra mediática” o una “guerra fake”.
El 19 de diciembre, el jefe del Gobierno, Saadinne El Otmani, dejó clara la postura en este conflicto de 45 años. “Marruecos tiene la capacidad de ganar la batalla sobre el terreno, pero por respeto al acuerdo del alto el fuego y a sus compromisos internacionales, espera una solución al conflicto por la ONU y su secretario general”.
La realidad es que Marruecos se ha ido armando en los últimos años pero no dispone de un ejército que maneje el arsenal, con menos de 200.000 soldados. De ahí la iniciativa de presos comunes en la cárcel de Nador que escribieron una carta a la autoridad de prisiones presentándose voluntarios para combatir en el frente.
Mala imagen
No obstante, no se puede permitir una economía de guerra con la bolsa de Casablanca, la inversión para convertirse en un país turístico y sobre todo con los acuerdos internacionales de comercio y negocio con grandes potencias como Gran Bretaña y Estados Unidos.
La imagen de país seguro y puerta a las inversiones en los estados africanos casa mal con un conflicto abierto desde hace 45 años que ya vivió una guerra durante 16 y que vuelve al campo de batalla.
Las autoridades marroquíes han llamado a las empresas internacionales a instalarse en el Sáhara occidental. Algunas de ellas ya están en funcionamiento. Otras, en proyecto. Un territorio que ahora le disputa con las armas el Frente Polisario.
De hecho, Francia, segundo socio comercial de Marruecos tras España, sigue de cerca el conflicto y se adelantaba a la ruptura del alto el fuego. Cuatro días antes, en una visita a Rabat, el ministro de Asuntos Exteriores Le Drian manifestó: “Hay que salir de esta situación”. La vecina Mauritania también le transmitió la misma semana la preocupación al secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres.
Esa vía diplomática ha sido aplaudida por países africanos y árabes, como República Centroafricana, Gambia, Senegal, Bahrein o Jordania. Hasta Rusia opinó sobre el conflicto.
En una conversación telefónica con su homólogo marroquí, el ministro de Exteriores ruso Sergei Lavrov llamó a todas las partes interesadas a que cesen las hostilidades y alivien las tensiones. Se mostró a favor de resolver el conflicto “exclusivamente por medios políticos y diplomáticos y sobre la base de la legalidad internacional vigente”, según un comunicado del Ministerio ruso de Relaciones Exteriores publicado el miércoles.
Poco antes, el domingo 15, el ministerio de defensa argelino lanzó un vídeo en los canales oficiales de la televisión y radio para exhibir su fuerza militar con el misil táctico ruso Iskander en apoyo al Frente Polisario.
“Argelia ha defendido desde siempre el derecho de los pueblos a su liberación y autodeterminación y ha trabajado siempre para que se apliquen las resoluciones pertinentes de la ONU y el Consejo de Seguridad”, reprodujeron las palabras de un discurso antiguo del primer ministro Abdelmajid Tebboune, ingresado desde el 28 de octubre en un hospital de Alemania. Una alianza incondicional a lo largo de los años que podría torcerse si la comunidad internacional continúa apoyando la vía diplomática.
En Guerguerat la vida ha vuelto a la normalidad. Las autoridades marroquíes iniciaron el mismo lunes una importante operación de despeje en la zona tapón, pocos días después de expulsar a los activistas saharauis, y proyectan construir una carretera hasta Dajla, además de edificar una mezquita.
En el otro lado, a los activistas de la población de Auserd que pasaron tres semanas obstaculizando la zona y encendieron la mecha del conflicto ya los denominan ‘los héroes de Guerguerat’.