El sacerdote metió las narices donde no le importaba. Quizás lo hizo sin querer, por puro desconocimiento, pero lo hizo. Corría el año 2000 cuando se saltó el pacto tácito. Mencionó el nombre de la familia Vicini en público, quitó el velo que cubría sus negocios. Retó por primera vez a los magnates de la caña de azúcar delante del presidente de la República Dominicana. “Presidente, bienvenido a la antesala del infierno”, comenzó el discurso del cura en las plantaciones de la familia de ascendencia italiana. El empresario no tuvo otro remedio que encarar al religioso.

—Lo que le pasa a usted, Padre Christopher, es que se quiere hacer famoso a costa de esa gente —dijo el enfurecido empresario Juan Bautista Vicini, que señalaba amenazante a su rival con el periódico enrollado que había destapado sus negocios en España.

—A lo mejor es verdad y me he hecho famoso por salir en los periódicos. Pero tú te has hecho rico a costa de estos pobres —le refutó el misionero angloespañol, que había conseguido abrir la caja de secretos de la familia.

Christopher Hartley Sartorius nació en Londres, en el año 1959. Miembro de una familia acomodada, es el mayor de tres hermanos. Cuando eran muy pequeños llegaron a España de la mano de sus padres. Él estudió en Madrid y a los 15 años ingresó en el seminario. Se ordenó sacerdote en Valencia el 8 de noviembre de 1982.

Quizás, en aquellos tiempos, no sabía la vida que Dios le iba a destinar. Podría haber sido sacerdote de un pueblo español, tranquilo, sin demasiados sobresaltos. Bautizar, dar la comunión, la confirmación y casar. La misa de los domingos, la del Gallo… Quizás, el oficio de algún funeral. Poco más. Si a eso le hubiera sumado la renta familiar, habría vivido algo más que tranquilo.

La familia Hartley Sartorius

El apellido Sartorius no es uno cualquiera. Su prima segunda Isabel Sartorius fue novia del Rey Felipe VI cuando aún era príncipe. Es decir, el Padre Christopher estuvo a un paso de ser familia política de la Casa Real que por entonces comandaba Juan Carlos I, al que avisó de sus peligrosas amistades con otros ricos azucareros establecidos en la República Dominicana, los hermanos Fanjul.

Además, Nicolás Sartorius, tío de Christopher, fue un actor político fundamental en la Transición española. Dirigente del Partido Comunista de España (PCE) e Izquierda Unida, desempeñó el cargo relevante de diputado en el Congreso durante las primeras legislaturas de la democracia española. 

El misionero junto a un retrato de su tatarabuelo Luis José Sartorius y Tapia, presidente del Consejo de Ministros de España. Javier Carbajal

No queda ahí la notoriedad familiar de los Sartorius. Nicolás Sartorius es el hermano de Fernando Sartorius, actual Conde de San Luis, también tío del sacerdote. Este título fue creado en 1848, por la real orden de 30 de diciembre, por la Reina Isabel II. Se le otorgó a Luis José Sartorius y Tapia, presidente del Consejo de Ministros de España y Ministro de la Gobernación del Reino, quien también ostentó el título de vizconde de Priego. Es el tatarabuelo de Christopher Hartley Sartorius.

Lo dicho: este sacerdote podría haber tenido una vida tranquila. Sin embargo, todo cambió un día de Navidad. Tenía 17 años. Su padre, protestante y no católico, decidió regalarle un libro sobre la madre Teresa de Calcuta. “Aún recuerdo aquel día. Debajo del árbol, me quedé mirando las fotos de la más espantosa miseria”, cuenta en conversación con EL ESPAÑOL, al que ha recibido en su casa de Madrid, donde pasa unos días antes de regresar a su misión en Sudán del Sur. “Ahí decidí que quería dedicarme a ayudar toda mi vida”, apostilla.

No sabía lo que le esperaba. Le firmó un cheque en blanco a Dios y él escribió el concepto. Veintidós meses en España, luego al Bronx en Nueva York, Roma, Manhattan, República Dominicana, Etiopía y Sudán del Sur. Parece sencillo. La vida de un misionero más. Y podría haberlo sido, pero aquel haitiano que pasó delante de Christopher Hartley en sus primeros meses en República Dominicana lo cambió. Le dijo: “Padre, ¿no piensa usted ir nunca al batey a oficiar misa?”.

A la izquierda, Nicolás Sartorius; a la derecha, Isabel Sartorius.

 

Es 2020. Está un poco más alejado de la prensa, aquella que tanto le acompañó en su lucha dominicana contra el imperio del azúcar. Le echaron de la isla caribeña en 2006 y aterrizó en Etiopía en 2007. Tras pasar 12 años allí, su destino actual es Sudán del Sur, concretamente Naandi, donde lleva poco más de año y medio. Evangeliza y crea escuelas en un país devastado por tres décadas de guerra civil, y en estos momentos también azotado por las recientes inundaciones. Cree que la educación es fundamental para levantar aquella nación.

Hartley Sartorius no se define como un Rey Midas. No obstante, bien podría ser protagonista de un cuento navideño. Pelo y barba poblados de canas, el blanco inunda su rostro. Renunció a todas las comodidades que le había brindado la vida y se volvió contra reyes, políticos y empresarios, siempre que fuera necesario para estar al lado de los pobres.  

Rey, empresario y sacerdote: Borbón, Fanjul y Hartley

Christopher Hartley junto a la Reina Sofía, en un encuentro hace años. Cedida

“Tuve una conversación muy larga con la reina Sofía en octubre de 2002, durante la Cumbre Iberoamericana que se celebró en Punta Cana. Le enseñé todas las fotografías de República Dominicana y me dijo: ‘¡Cómo va a ocurrir eso, si los Fanjul son muy amigos nuestros...!’. Le contesté: pues, señora, permítame que le enseñe quiénes son los Fanjul”.

La familia Fanjul, como la familia Vicini, se dedica a la explotación de la caña de azúcar. Son los dos grandes productores en República Dominicana y América. Su ingenio azucarero es Central Romana, situado frente a los conocidos chalés de Casa de Campo. Christopher Hartley los conoce bien, se enfrentó a ellos, y advirtió a la Casa Real española de sus tejemanejes.

El sacerdote angloespañol es tajante cuando habla de los Fanjul. “Pepe Fanjul y Alfy (Alfonso) Fanjul. Son extremadamente poderosos y personas muy malas, malísimas. Su fortuna la han edificado sobre la ruina y la muerte de miles de trabajadores haitianos en República Dominicana y jamaicanos en la Florida. Creo que el comercio de personas, el trabajo infantil, el abuso de todo tipo, el moral, psicológico y físico ha sido el sustento de su emporio. Creo que son la perfecta definición de lo que me dijo un trabajador: ‘Quizás en su país el azúcar sea dulce, pero en el nuestro es amarga; en el suyo quizás sea blanca, pero en el nuestro es roja de nuestra sangre’”.

Esta familia guarda una buena relación con la corona española. De hecho, el Rey emérito Juan Carlos I estaría deseoso de abandonar su exilio en Abu Dabi e irse al Caribe con los Fanjul. Si por él fuera, hace ya algunas fechas que estaría instalado en la casa de su íntimo amigo Pepe Fanjul en Casa de Campo (República Dominicana). En Zarzuela, sin embargo, no ven con buenos ojos esta relación.

Padre Christopher durante una de sus misiones. Cedida

Cada palabra de Hartley Sartorius es un martillo que golpea a los milmillonarios: “Son personas infiltradas en el gobierno americano, español y dominicano hasta las últimas estructuras. En sus propiedades ellos son el ejecutivo, legislativo y judicial. Son como los antiguos reyes de la edad media. El pegamento que sostiene esta industria es el terror. Esas personas viven aterrorizadas en esas plantaciones. Un buey tiene póliza de seguro, pero un trabajador no. Tienen la sensación de que han comprado personas, no que las han contratado”.

Afirma el Padre Christopher Hartley que Juan Carlos I conoce todo esto. También el Rey Felipe VI. “Es una familia que está advertida por mí personalmente. No puede no saberse. O no saben leer o… Esto está documentado y publicitado”, expone tajante.

La familia Fanjul junto al Rey Emérito.

—¿Qué le diría a Juan Carlos I por su relación con los Fanjul, Padre?

—Le diría: todo aquel que se acerca a los Fanjul se mancha las manos de sangre de los haitianos que pican la caña de azúcar. Todo aquel que se acerque a los Fanjul, se hace cómplice de sus crímenes. Quien no los denuncia se hace cómplice. Incluso por su silencio.

Hartley Sartorius apunta a la relación dinero y poder. “El dinero lo puede todo. A la Casa Real de Juan Carlos le gustaba el dinero. Es lo que sostiene a la gente en el poder, porque el poder le da el dinero. Que se arruine uno de esos Fanjul, a ver cuánto poder le queda. El dinero lo compra todo y a todos nos gusta el dinero. Eso es un principio universal. Los Fanjul se sienten legitimados por su relación con Juan Carlos I”, afirma.

El sacerdote y misionero llegó a reunirse con el Rey Felipe VI cuando aún era príncipe. El por entonces heredero de la corona le preguntó en un hotel de Santo Domingo: “Padre, ¿qué podemos hacer para ayudarle?”. La respuesta fue tan corta como tajante: “Alteza, hay personas que mueven el mundo con un teléfono”.

Christopher Hartley Sartorius está muy agradecido a Felipe VI a pesar de todo. “La Casa Real estuvo muy preocupada por mi seguridad personal cuando yo estuve amenazado de muerte. Siempre tendré que agradecerle al Príncipe Felipe cuánto me protegió. Y yo no estaba amenazado de muerte por delincuentes de barrio, sino por la industria azucarera”.

Sin embargo, la Corona sabe lo que hay: “Lo que no pueden es decir que no saben. Saben lo que está pasando. Tú te haces cómplice de una situación si la compartes, te beneficias de ella y no la denuncias”, expone.

Si Juan Carlos I se va finalmente con Pepe Fanjul a Casa de Campo, piensa que a la corona le repercutirá de forma negativa. “Lo será en la medida en que se sepa. Yo no sé cuánto saben los españoles de a pie quién es la familia Fanjul, lo crápula que son estos individuos. Y en una crisis económica en la que estamos viviendo, irse a vivir en el más absoluto superlujo y en el más absoluto despilfarro a costa de la explotación de miles de seres humanos es una vergüenza”. El apostol católico no deja de pensar en los pobres.

Uno de los guardias armados de las plantaciones de caña en República Dominicana. Cedida

Marcado por el azúcar

Christopher Hartley está sentado en un cómodo sofá, en su casa de Madrid. Se crió aquí. El salón tiene un altar donde oficia misa, una mesa de trabajo, con un portátil y algunos papeles, y una zona donde estar más relajado, con varios sillones. Pasa unos días en la ciudad antes de volver a Sudán del Sur. Evangeliza y construye escuelas. Son días tranquilos comparado con lo vivido. Está en Madrid para descansar y conseguir medios y ayudas para su misión en Sudan del Sur.

A veces inclinado hacia adelante y otras recostado, cómodo. Repasa su vida, habla de cómo el azúcar le cambió, de los problemas del mundo, de España o de la Iglesia. Por supuesto, no pasa por alto el coronavirus, aunque dice que sólo se da cuenta de que existe cuando llega a Europa. Este empleado de Dios no sabe hasta cuándo será misionero, pero lo será mientras no tenga billete de vuelta.

—¿Cómo se viven estos días por allí?

—Estamos creando escuelas y hemos hecho un pozo de agua para dar de beber a toda la población —dice el padre Christopher.

La Iglesia cree que el único motor capaz de hacer avanzar el país es la educación. Piensa que tienen una misión evangelizadora que, además, debe tratar de reconciliar a un país con distintas tribus rivales, recién salidas de tres décadas de guerra civil.

Acaban de construir en la comunidad de Djabio una escuela parroquial de unos 350 niños y niñas repartidos entre ocho cursos. Como expone en una carta, cada clase es una chocita de paja con unos troncos en el suelo para que los niños se sienten a modo de pupitres.

El Padre Christopher, con unos niños en Sudán del Sur. Cedida

El objetivo que tienen ahora es hacer una parroquia donde puedan reunirse. Hicieron un pacto con la comunidad. Si ellos hacían los ladrillos, la Iglesia se hacía cargo del resto de costes. A mano, los habitantes de Djabio han hecho 110.000 ladrillos cocidos a mano. El ente eclesial busca 10.000 euros para terminar de construir su obra.

"Muchas veces creemos saber lo que necesitan los pobres; nos creemos que somos nosotros los que debemos decidir lo que ellos necesitan. No es así. Son ellos los que nos descubren lo que de verdad necesitan", escribe Hartley Sartorius en su última carta.

Christopher Hartley se siente muy identificado con el Papa Francisco y espera su visita en Sudán del Sur. Cree que, en cuanto pueda, irá a verles. “Es un país que tiene en mente”. Habla de Francisco como un profeta que pone frenos al poder. Porque el poder siempre se ha apoyado en la iglesia.

“No siempre lo hemos hecho bien, es más, muchas veces lo hemos hecho mal, y yo el primero. Pero creo que la misión de la Iglesia ahora, y el Papa Francisco es un gran reflejo de esto, es de ser una voz profética. Que un Papa se niegue a recibir a Donald Trump es ponerle un freno al poder. Nadie se enfrenta al poder y aquí no se da puntada sin hilo. O cuando recibe al presidente Sánchez. Entonces le parecerá bien lo del socialismo y Podemos y tal... No, no. Léase lo que le dijo a Sánchez. Le lee la cartilla, con una elegancia que sólo se puede redactar en el Vaticano”.

Padre Christopher, con la madre Teresa de Calcuta.

Hace un par de años firmó una Apelación Pastoral contra una petición a los obispos para reafirmar la doctrina de la Iglesia, en principio, contra la apertura eclesiástica a los divorcios o la homosexualidad, entre otras.

—¿Está usted contra el Papa Francisco?

—Primero, yo creo que jamás he criticado al Papa Francisco. Segundo, sí he apoyado causas que a mí me parecen importantes, porque en la situación actual en la que nos encontramos, creo que es necesario reafirmar ciertos aspectos de la doctrina cristiana.

La antesala del infierno

Teresa de Calcuta, Juan Pablo II y el Sacerdote José Rivera. Los tres marcaron la vida del Padre Christopher. Cuenta sobre ellos: “Rivera fue mi formador y director espiritual; Juan Pablo II, que nos marcó en el entusiasmo y el espíritu evangelizador en tiempos difíciles; y Teresa de Calcuta, que dejó en mí una huella muy honda”.

Precisamente fue Teresa de Calcuta la que le reclutó para una iglesia del Bronx, cuando apenas acumulaba 22 meses de sacerdocio por pueblos de Toledo. Padre Christopher se marchó a Estados Unidos antes de terminar su formación en Roma. Volvió a Norteamérica y allí su amigo el Padre Antonio le hizo un ofrecimiento: “Vente a República Dominicana”.

El Padre Christopher junto a Juan Pablo II. Cedida

Era finales de los 90 del siglo XX. Una semana en el Caribe le bastó para recibir la advertencia. Una religiosa brasileña le dijo: “Padre, que sepa que tiene usted prohibida la entrada a los bateyes de los Vicini. Le pueden matar”.

En aquel momento, Padre Christopher ni siquiera sabía lo que era un batey. No esperaba aquello. Poblaciones llenas de inmigrantes haitianos en condiciones infrahumanas entre las cañas de azúcar.

El sacerdote llamó tres meses después a su amigo el Padre Antonio, "grande como un armario", rememora. Le dijo que le acompañara, que le daba miedo ir solo. Se armaron de valor y fueron.

“Cuando llegué allí, el primer impacto fue de una miseria, de una situación tan horrorosa… La absoluta degradación del ser humano: charcos de barro, niños desnudos, mujeres mal vestidas… La indignidad del ser humano despojado de la más mínima semblanza de persona humana”, señala Christopher Hartley.

El 6 de octubre de 2006, Christopher Hartley tuvo que abandonar la República Dominicana. Amenazas de muerte y huelgas. La gente se le echó encima. Pedían la salida del país del sacerdote que estaba amenazando la paz del lugar. Es la paradoja de la esclavitud.

“Mientras el trabajador permanece aquí no tiene problemas con la inmigración, porque aquí no se hacen redadas, la plantación es de una familia muy poderosa. Pero si te sales hacia la libertad, estás en riesgo de ser deportado. No tienes papeles. Es como la jirafa en el zoológico. Dentro tiene de todo, pero si quiere ser libre se enfrenta a todo tipo de peligros. La esclavitud es seguridad y la libertad riesgo de la propia vida”, afirma Hartley Sartorius.

La última pregunta -o casi- es la misma que la primera, tras la que comenzó a contar su historia de misionero.

—¿Cómo se definiría?

—Me definiría y quisiera ser recordado como un sacerdote de Jesucristo, hijo de la Iglesia y que encontró en el Jesucristo pan de vida, hambriento, sediento y desnudo, la razón de ser de su vida. Quisiera que cuando la vida se acabe, digan que de él sólo quedó ceniza. Lo dio absolutamente todo. Todo lo dejó en la arada.

—¿Algo que añadir a todo esto, Padre Christopher?

—Quisiera decirles, sobre todo a los españoles, que nunca olviden a qué precio de sangre, de sufrimiento y de muerte, le ponen todos los días azúcar al café.