Es miércoles, muy a primera hora. El día no ha querido aún arrancar del todo y el alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida (Madrid, 1975), sale por una puerta del lateral del Palacio de Cibeles, el centro de mando de la capital. Sus 1,64 metros de estatura, de los que él es el primero en reírse, tardan poco en dejar de amenazar su autoridad. Basta con verle. Siempre rodeado de gente que le dice cosas, algunas al oído, va liderando ese pequeño caparazón de personas que forman su comitiva. Por la calle, los transeúntes ya se dan cuenta de que es alguien incluso antes de verle a él; cuando intuyen el revuelo que genera y antes de rematar con un codazo al que acompaña y un “anda, es el alcalde”.
-Ah, que quieres que te lleve a ti en la moto -espeta, como amenazando con desbaratar el greatest hit de este reportaje.
-Sí, alcalde, esa es la intención. Me han prestado un casco y todo.
-Vale, perfecto. No hay problema. -despacha, rápido, como es él- ¿Has ido alguna vez en moto? Tienes que dejarte llevar cuando tome las curvas. Y si cometo alguna infracción, no la saques en el reportaje, eh. Lo que pasa en la moto, se queda en la moto.
EL ESPAÑOL ha querido acompañar a José Luis Martínez-Almeida, la estrella inesperada, en tres escenarios, tres episodios, que le definen en lo que es, que moldean su prisma. El primero, este miércoles, subidos a su moto. Un poco por el juego, por ver cómo se defiende en las calles de la capital, ahora en un amago de jaque desde la periferia nacionalista. Los otros dos, el pasado sábado, como alcalde en una entrega de despachos a policías municipales y como portavoz del Partido Popular, en un acto homenaje a la Constitución. Ahí, a su lado, estaba también la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso y, aunque él jamás lo reconocería, Almeida parecía despertar más interés, más presencia.
El perfil de este abogado del Estado, que apenas era conocido por los madrileños y llegó a la Alcaldía en junio de 2019 gracias a la aritmética que le permitió Vox, es ahora uno de los valores en alza de la política nacional. El soltero de oro, que dirían. Fue su gestión, maniatada por las competencias, durante el estado de alarma la que le colocó en el centro. La destitución de Cayetana Álvarez de Toledo, ex portavoz del PP en el Congreso, le dio a Almeida la voz del PP y ahora hace tándem junto a la presidenta de la Comunidad contra aquellos que, según él piensa, quieren atacar la Constitución y señalan con el dedo diciendo que Madrid hace dumping fiscal. Qué cosas, Madrid un Luxemburgo. Y él se crece.
Que el ánimo ha cambiado, de la nada al aplauso, ya lo nota él mismo. “Por la calle me insultan menos que antes, ¿verdad?”, pregunta a su escolta, que asiente. “Ya me dicen menos lo de Carapolla”, comenta, diciendo la palabra que nadie a su alrededor se atreve a sacar. “Hay que reconocer que Manuela Carmena [ex alcaldesa de la capital] tenía muy buena imagen, sacó un gran resultado electoral, y yo era el que había quitado a Manuela de ahí, además, con el apoyo de Ciudadanos y, sobre todo, de Vox”, cuenta. “Yo soy el primero que se ríe de mi estatura, de mi físico y eso… Pero cuando tienen que usar esos elementos para atacarte, es que no tienen más cosas que decirte”, añade.
Y, aunque hace un par de semanas, durante la inauguración del hospital de pandemias Enfermera Isabel Zendal, construido a contrarreloj en Madrid, Almeida se quejaba de que no había una sola pregunta de los periodistas que fuera bien intencionada, de momento, parece dejarse a las preguntas de este diario.
No llevaría a Sánchez
Una vez roto el hielo sobre la moto y la distancia de seguridad dilapidada por la causa, Almeida saca el pie del estribo y arranca, a toda leche, hacia la Puerta de Alcalá. La estampa parece un híbrido entre 3 metros sobre el cielo -pero menos sexi- y Vacaciones en Roma -pero menos pizpireta- y el destino es la calle Diego de León, número 50. Se la sabe. Preguntó unos segundos antes, mientras un asesor le daba el abrigo que él no lleva encima, y ya se hizo el mapa mental para llegar hasta ahí. Ahora circula por la calle Jorge Juan, “que es una gozada, sin tráfico, y pillas todos los semáforos en verde” y señala a la Embajada de Italia en un “mira qué bonito es el edificio”.
Así, y aunque no tiene carné de moto y tira en una de 125 centímetros cúbicos válida con el permiso de coche, va conduciendo por la calle mientras agradece que ahora, entre el casco y la mascarilla, ya nadie le reconoce. Y le pisa. Bastante. Aunque no llega a incumplir ninguna normativa, parece querer escaparse de esa comitiva que le sigue en un turismo con los suyos a bordo y de esos policías municipales de paisano y en moto. Le pisa tanto que los reporteros gráficos de este diario, también en ciclomotor, a lo paparazzi de La dolce vita, se tienen que saltar algún semáforo en rojo para llegar a la par.
-¿A quién ha llevado en moto, alcalde?
-Pues a Andrea Levy [concejala de Cultura en el Ayuntamiento y uno de los rostros municipales más conocidos] alguna vez.
-¿Y a quién no ha llevado y le gustaría llevar?
-¿A quién llevaría en moto? Yo creo que a la vicealcaldesa [Begoña Villacís], ¿no? Pero creo que le da algo de miedo.
-¿A Pedro Sánchez lo llevaría?
-Pedro Sánchez es que… yo no sé si es demasiado alto para ir en la moto. Creo que me puede desequilibrar la moto. Pero sí, bueno, a mí me encantaría darle un paseo por Madrid a Pedro Sánchez, de verdad.
-¿Y a Javier Ortega Smith? [secretario general de Vox y portavoz del partido de extrema derecha en el Ayuntamiento]
-Sí que le llevaría. Sobre todo en vísperas de aprobar los Presupuestos. Haría cualquier esfuerzo por convencerle.
-Pero Ortega Smith también es alto. ¿No será la altura una excusa para no llevar a Sánchez?
-Bueno, sí que le llevaría. Esto te permite ver a la gente y a Sánchez le falta empatía. Le vendría bien ver todo lo que ha sufrido Madrid.
Almeida es el menor de seis hermanos y pierde la razón por el golf y -quizás demasiado como para ser el alcalde de todos los madrileños- por su Atlético de Madrid. Llegó a la política bajo el ala de Esperanza Aguirre y pasó a sucederla al frente del PP municipal en 2017, desbancando al número dos de ella, Íñigo Henríquez de Luna, quien ahora copa un puesto en las filas de Vox. Cuentan las malas lenguas que, de aquella, su verdadera madrina fue la expresidenta madrileña Cristina Cifuentes, quien operó en la sombra para reforzar su influencia en la capital y a la que, dicen, Almeida nunca se lo agradeció demasiado.
Hoy, ya despachadas las viejas glorias, cuenta con el favor del líder Pablo Casado, que le metió en el Comité Ejecutivo Nacional del PP, le apuntaló como candidato a la Alcaldía y le acabó convirtiendo en portavoz nacional del partido. Este último movimiento, esencialmente, se fraguó por la falta de nombres notorios en el PP y gracias a que Almeida había logrado situarse como el político mejor valorado durante la crisis del coronavirus.
-Usted, a pesar de lo malo, salió beneficiado durante el estado de alarma. Al menos su imagen. Pero hay muchos que opinan que lo logró, en parte, a costa de la gestión y reputación de Isabel Díaz Ayuso, tan en la picota durante los peores momentos de la pandemia.
-No ha sido a costa de Isabel Díaz Ayuso. Ahora, en estos momentos, si vamos Ayuso y yo por la calle, estoy seguro de que la gente le aplaudiría más a Isabel que a mí. -Luego, más tarde, esto se demostraría que no es cierto-. Isabel ha demostrado que se podía mantener Madrid abierto y, al mismo tiempo, garantizar que los números siguieran bajando.
-Alguna responsabilidad habrá tenido usted.
-Los ayuntamientos teníamos una competencia simbólica que era muy importante: la de la cercanía. Desde el equipo de Gobierno y todos los grupos municipales supimos transmitir esa confianza y decir a los ciudadanos “sabemos lo que estáis pasando, nos hemos puesto en vuestra piel”, y la gente ha percibido que nosotros éramos la administración que daba la información mejor y de manera más precisa.
-Pasando a la política nacional, el Partido Popular ha estado dando bandazos en su mensaje. ¿Cómo se lleva, siendo portavoz, eso de desmarcarse del discurso Vox y a la vez no perder a los indecisos que se debaten entre Casado y Santiago Abascal? Más cuando son sus socios en el Ayuntamiento.
-Nosotros somos un proyecto político distinto al de Vox. Lo hemos mostrado y dicho. Sobre todo en la moción de censura. El discurso de Pablo Casado, en ese sentido, fue implacable. Porque no era una moción contra Sánchez, no nos engañemos, sino contra el Partido Popular y contra Pablo Casado. Yo tengo un pacto de investidura con Vox y no me arrepiento. Se puede revisar muchas veces y todos los puntos tienen encaje en la Constitución y en la ley. Dicho lo cual, nosotros no somos como Vox ni queremos ser como Vox. Tenemos un proyecto con la capacidad de aglutinar a muchos más españoles que el de Vox. Pero eso no quiere decir que no podamos llegar a acuerdos.
La derecha friolera
Es sábado, 5 de diciembre, poco antes de las 10.00 horas y los corrillos frente al cuartel de la Policía Municipal, en Casa de Campo, versan principal y casi exclusivamente sobre el frío. La pantalla del móvil dice que hay tres grados a pesar del sol. Esta es la primera cita de Almeida con EL ESPAÑOL, con el Almeida alcalde, acompañándole en un acto para dar unos despachos de oficial a los policías. Habrá un discurso, una lectura de algunos artículos de la Constitución -Artículo 5, “La capital del Estado es la villa de Madrid”- y un izado de bandera que emocionará más a Javier Ortega Smith que a otros.
Pero Almeida aún no ha llegado. Mientras, todos le esperan.
Para seguirle los pasos al alcalde, aunque sea sábado, hay que levantarse algo antes de que se haga de día, como él, que lo hace a las 7.30 de la mañana para meterse en el tajo a las 8.30, ya sea en el Ayuntamiento o donde la institucionalidad lo requiera, y seguir el día a volandas. Acto aquí, reunión allí, canutazo por allá y siempre al quite. A veces, cuenta, llega a casa a las 23.00 de la noche y prácticamente para dormir: siempre intenta respetarse siete horas de sueño.
Cuando Almeida aterriza en Casa de Campo ya lo hace como despojado de su apéndice. Llega sin moto, en coche. El día anterior, con la amenaza de lluvia, su equipo acordó que mejor en vehículo oficial, por seguridad. Y también hablaron de que podía llevar un abrigo, pero llega a cara de perro, con americana y sin más. Aunque dice que no tiene frío, cuando uno se acerca, demasiado como para apelar a la responsabilidad individual necesaria para hacer frente al coronavirus, se ve que tiene la piel del cuello algo erizada.
El primero en comentar su valentía a la temperatura es Javier Ortega Smith. “¿Entonces usted ya no es la derecha acomplejada? Ya es la derecha friolera”, dice el secretario general de Vox, a lo que Almeida responde con una carcajada. “Ya es la derecha que tiembla”, apuntala Villacís. Ya lo diría más adelante el propio Almeida a este diario: “Al margen de la política y las ideologías, intentamos siempre tener una buena relación en lo personal”.
Pero los sables siguen ahí, brillando siempre. Tras el acto, el alcalde y los demás miembros del Ayuntamiento pasan a ver una exposición de material de la Policía Municipal. Mientras a Almeida le roban las fotos los agentes recién promocionados, un compañero le enseña cómo funciona una pistola táser, con cámara de vídeo incorporada para evitar mano floja en eso del calambrazo. Y, después, un casco de antidisturbios. “Con estos cascos deberíamos ir al pleno”, comenta el alcalde. “Con eso y las táser”, dice Ortega Smith.
A fin de cuentas, ahora, los partidos del Ayuntamiento andan enfrascados en una pugna por los Presupuestos municipales. Almeida necesita dos votos más de los que ya tiene conseguidos y ahí Vox, su socio preferente, jugará, de nuevo, un papel fundamental. Pero esos no son los únicos frentes que tiene abiertos. A pesar del idilio que parece vivir, Almeida tiene que no bajar la guardia frente a la campaña de Navidad y las aglomeraciones, que son su responsabilidad, y que ahora le echan en cara por andar con manga ancha.
“Estate pendiente que vamos a acabar en breve y salimos volados y no esperamos a nadie”, anota uno de sus asesores a este reportero. “Te tienes que subir en el coche por el lado de la izquierda, es lo que manda el protocolo”, apunta. Minutos después, todos en marcha.
-Alcalde, el Ayuntamiento se está gastando 3,17 millones de euros en las luces de Navidad. Es una cifra superior a la del año anterior. Estando las cosas como están, ¿no es un poco frívolo andar aumentando ese tipo de gastos?
-Bueno, en realidad, prácticamente no ha habido diferencia. La reflexión es que no es incompatible tener luces de Navidad con prestar todos los demás servicios del Ayuntamiento. Es un año importante. Aunque no van a ser las mismas navidades, en la medida de lo posible tenemos que percibir que podemos recuperar esa normalidad. Es anímico. Lo hemos pasado fatal, especialmente en Madrid, una ciudad que ha sido tan castigada… Al final, la iluminación no busca prender el optimismo ni la confianza sino la esperanza de que podemos volver a cierta normalidad.
Almeida responde a las preguntas ahora en el asiento trasero del coche oficial que le lleva, reconvertido en una suerte de oficina, con papeles, bolis y cargadores del móvil por todas partes. Lleva una pierna cruzada bajo la otra, abanderando la informalidad y sin miedo a que el zapato le manche el traje. Y habla mientras mira al frente, como intentando no marearse, en un trayecto que parte de Casa de Campo hacia la Castellana y que pasa por el sitio inevitable en toda conversación política: el palacio de la Moncloa.
-Ya que estamos en el puente de la Constitución y que pasamos por la Moncloa… ¿se está intentando atacar la Carta Magna desde ese edificio?
-Desde ese edificio se está tolerando, se está permitiendo, que se hayan incorporado a la dirección del Estado partidos que están intentando romper el marco constitucional. No es una opinión, Esquerra, Bildu y Podemos lo han dicho en varias ocasiones, que a ellos no les vale el marco del 78.
-¿Y cuál sería su fórmula?
-Pues agrupar a esa inmensa mayoría de españoles que somos conscientes de que somos diferentes pero que podemos vivir en común. El problema no son las diferencias sino aquellos que quieren acabar con ellas y que quieren que todos pensemos lo mismo. No hay que dinamitar el modelo de convivencia. Tendremos que mejorarlo o reforzarlo, pero no dinamitarlo.
Tándem Almeida-Ayuso
-Se está hablando mucho de Madrid estos días. Y no bien, precisamente
-Ya, ya… la verdad es que cariño no nos tienen.
-Tampoco es nuevo que se mire a los de Madrid con recelo. Basta con veranear en casi cualquier lugar de la costa.
-¿Tú has visto que aquí, en Madrid, se reciba a alguien mal, venga de donde venga? Es la ciudad más abierta que hay. A nadie le preguntamos de dónde viene. No nos interesa. ¿Quieres estar aquí? Puedes estar aquí.
-Dicen que Madrid hace dumping fiscal
-A Madrid hay que respetarla. Estamos aprovechando el modelo autonómico que nos hemos dado. Cuando se nos acusa de hacer dumping fiscal… la ministra de Hacienda [María Jesús Montero] ha dicho eso y la acusación es muy grave porque está diciendo que estamos cometiendo una práctica ilegal. A mí todavía no me han dicho qué ley ha incumplido Madrid. Van a hacer una armonización fiscal simplemente para obligar a Madrid a que deje de cumplir la ley que ahora está cumpliendo y nosotros lo que vamos a defender es nuestro modelo.
-En ese ‘nosotros’... ahí son la presidenta Ayuso y usted los que están en tándem contra el PSOE, Esquerra, Bildu, Podemos y demás.
-Nos hemos acostumbrado a usar la expresión ‘contra’, y yo no estoy contra Esquerra ni contra Bildu. Yo estoy a favor del proyecto en el que creo. Nosotros no somos como Gabriel Rufián [portavoz de ERC en el Congreso], que quiere lo peor para Madrid. Yo no quiero lo peor para Cataluña. Pero el proyecto de Madrid ha dado buenos resultados y se basa en la estabilidad jurídica, en una mentalidad abierta para la inversión y en una baja presión fiscal. ¿Qué hay de malo en eso? Nada. Pero es un modelo político que pone en duda el modelo de la izquierda y claro…
La última parada de esta mañana de sábado de puente queda reservada para un acto del PP de Madrid, en el monumento a la Constitución que se yergue en la Castellana. Para llegar, hay que hacer un poco de calle con el alcalde. Almeida camina de nuevo con esa mezcla de autoridad y cercanía. Con el tiempo a contrarreloj, no se pelea con los que quieren pararse a saludar. Hay una pareja que se detiene para decirle prácticamente que “a por ellos”, que Ayuso y él están haciendo un gran trabajo; una señora baja la ventanilla del coche para hacerle una foto con el móvil y dice “para mi hija, alcalde”; y los hay que se cruzan como si hubieran visto un espectro, como si no se atrevieran a decirle nada por si acaso.
Antes de llegar al monumento, parte de la cúpula del PP de Madrid se organiza frente a un Rodilla, junto a un puesto de recogida de firmas del partido contra la Ley Celaá. Está Pío García-Escudero, presidente de la formación en la capital, y alguien dice “vamos ya”, a lo que otro responde “¿y la presidenta?”. “La presidenta está ahí”, apunta un tercero mientras señala al otro lado del paso de cebra y hay una mujer, ataviada con unas bambas Adidas, un abrigo que le cubre el cuerpo entero y una mascarilla que hace que nadie de los que pasan a su lado sepan quién es. Y el PP tarda en darse cuenta, pero, en efecto, es Isabel Díaz Ayuso, que cruza y se funde en un abrazo con Almeida.
Tras unos minutos de marcha, los asesores del alcalde se dan cuenta de que, caminando, han dejado muy atrás a la presidenta. Vuelve a aparecer de nuevo esa sensación de que Almeida lidera más que ella. Sale sin quererlo. Y no puede ser. Por eso esperan. Se reorganiza la comitiva y, ahora sí, la estrechez de la calle, que hace caminar de dos en dos, coloca a Ayuso en la primera fila y a Almeida en la segunda. A pesar de la jerarquía como impostada, la gente de la calle le seguirá pidiendo las fotos a él, no a ella.
Ahí ya van todos paseando por los puestos del PP contra la Ley Celaá, que además de firmas regalan pulseras con la bandera de España y constituciones. “Alcalde, si quiere le pongo la pulsera”, dice un chaval, en una pregunta que queda sin respuesta. Y acaban en el acto a favor de la Constitución que, como nota al pie, deja a dos jóvenes de Nuevas Generaciones sujetando los carteles que flanquean el estrado de los ponentes, para que no los tumbara el viento. Al concluir el acto uno de ellos le pide una foto a Almeida y dice “yo estaba ahí sujetando los carteles” mientras se ríe. En la vida hay que hacer méritos, ya se sabe.
-Por cierto, alcalde, el pianista James Rhodes, que compartió un tuit metiéndose con su estatura, me ha pedido que le traslade que le pide perdón.
-Pues se lo agradezco mucho. Yo, en esas cosas, creo que todos patinamos alguna vez. Lo digo de verdad, que a mí también me ha pasado que haces un chiste o una broma que… pero no pasa nada. -responde, de nuevo en el coche.
-¿En qué ha cambiado su vida privada siendo alcalde?
-Yo antes tenía una vida, gracias a Dios, muy agradable. Nunca he tenido dificultades excesivas. Pero antes tenía vida privada y tenía intimidad… eso ya no existe. Estás a tiro de foto de móvil en cualquier momento. No me importa que me pidan fotos si a la gente le hace ilusión pero hay veces que estás en un momento de tu vida privada y sabes que te están observando, que te están tirando una foto con el móvil y que la cuelgan en redes sociales.
-¿Qué está leyendo ahora?
-Un amigo me regaló uno que me está gustando mucho que es Noventa relatos en Maracaná [EL ESPAÑOL no ha encontrado ningún libro que se titule así y probablemente se refiera a Kafka en Maracaná. 90 partidos, 90 autores, 60 relatos]. Es sobre fútbol, la parte más frívola. El que tengo encima de la mesilla, que ya he empezado, porque me gusta mucho la Segunda Guerra Mundial, es de Vasili Grossman, Stalingrado.
-Le dicen mucho eso de que está soltero. ¿Por qué llama tanto la atención?
-Me extraña que llame la atención. Me lo dicen mucho y, si fuera mujer, sería machista, eso es cierto. En mi caso, creo que suscita curiosidad. Al final, yo tengo una imagen bastante tradicional: abogado del Estado, con seis hermanos… doy el estereotipo de tipo tradicional. Y a la gente no le cuadra el hecho de que esté soltero.
-Fue Esperanza Aguirre la que empezó con eso.
-Sí, ella me intentaba encontrar novia.
-¿En qué consistía? Porque parece algo muy frío…
-Es muy frío. Esperanza me decía ‘pues he encontrado a una chica que te vendría fenomenal’ o ‘he conocido a alguien que…’
-¿Ahora que tiene un cargo de poder la gente se comporta distinto en ese sentido?
-¿En qué sentido?
-Pues igual que una estrella del rock, alguien que no es muy atractivo pero liga por ser famoso o famosa.
-[Suelta una carcajada] Puede ser, no sé. Tampoco he notado que haya una especial atracción hacia mí, la verdad. Es que tengo una vida muy complicada. No tengo yo la cabeza para esas cosas ahora. Así que tampoco creas que lo he notado demasiado.
-¿Hay algún momento en el que esto merezca la pena, algún momento de flaqueza?
-En ese sentido no. Sí que ha habido momentos de… no sé cómo describirlo, ha habido algún momento de desánimo durante la pandemia. Momentos de decir ‘joder, qué duro es esto’. Veías la ciudad tan vacía, tan desierta, que te venías abajo. Y pensabas que ‘hay que sacarlo adelante como sea’.
Almeida apura el final de su respuesta mientras ya le abren la puerta del coche. Se baja mientras remata ese “Hay que sacarlo adelante como sea”. De nuevo en volandas. Su agenda no espera, a veces, parece que ni siquiera a él. Toca seguir.