Lo habitual es que a los pacientes les cause cierta preocupación pasar por el quirófano porque, a pesar de que las intervenciones quirúrgicas persiguen un fin loable, no es menos cierto que siempre incluyen riesgos. Tamara no disponía de estadísticas de éxito ni de fracaso para meditar su decisión porque era la primera vez que un equipo médico se enfrentaba en España a un trasplante de útero de donante viva. Tal salto al vacío no inquietaba a Tamara ni tampoco los riesgos de sufrir rechazo, inmunosupresión... Esta mujer tenía claro que para ser madre debía pasar antes por la mesa de operaciones: “Deseaba tanto que llegase el día de la operación que no tuve miedo ni nervios”.

Para entender semejante convicción hay que conocer el mazazo vital que Tamara Franco Jiménez sufrió en 2005 cuando solo era una adolescente que recibió un diagnóstico terrible. “No me venía el periodo con 15 años, mi madre me llevó al Hospital Virgen de la Arrixaca de Murcia y allí me dijeron que tenía el síndrome de Rokitansky”, resume esta treinteañera. “Nací con dos úteros no funcionales”, aclara empleando tecnicismos propios de un facultativo porque Tamara (Alcantarilla, 1988) ha investigado tanto sobre su enfermedad que a veces habla como lo haría un médico cuando conversa con EL ESPAÑOL.

De La Arrixaca salió hundida después de que le explicasen que padecía una patología rara que afecta a una de cada 5.000 mujeres en todo el mundo y que le impidía desarrollar su aparato reproductor. Jamás podría quedarse embarazada. “Encajé muy mal la noticia, me quedé traumatizada porque no podría tener hijos y desde bien pequeña me han gustado los bebés: siempre tuve claro que algún día querría tener niños”. Tras aquella nefasta consulta su madre —Juani— trató de animarla con una frase que a la postre sería premonitoria: “Hija no pierdas la esperanza porque la ciencia avanza mucho”.

Tamara posa junto a su madre, Juani, durante la pasada Navidad. Cedida

Llamadas a Gotemburgo

Nueve años pasaron hasta que se convirtieron en realidad esas palabras de consuelo que eran tan sencillas como el amor que solo sabe dar una madre. Un buen día de 2014 a Tamara le sonó el característico piticlín de su móvil y cuando abrió el mensaje visualizó la solución para el síndrome de Rokitansky. “Mi hermana, Bárbara, vio en un informativo de televisión que en Suecia una mujer dio a luz tras someterse a un trasplante de útero, cogió el móvil, grabó la noticia y me la envió con un mensaje: ‘Lo ves como sí hay esperanza para ti, tienes la oportunidad de ser madre”.

Los informativos se hacían eco del proyecto que en 1999 inició el Hospital Universitario Sahlgrenska de la Universidad de Gotemburgo para lograr que diesen a luz mujeres nacidas sin útero o que lo hubiesen perdido en una operación por cáncer. En la noticia que la hermana de Tamara le grabó se detallaba que el equipo médico que lideraba Mats Brännström logró que una mujer sueca, de 35 años, que nació sin útero por un transtorno congénito, primero recibiese el trasplante de útero de una amiga, de 61 años, y finalmente se quedase embarazada gracias a que le transfirieron un embrión.

—¿Qué hizo usted después de ver el vídeo que le envió su hermana?

—Me metí en internet para empezar a investigarlo todo y comencé a llamar a Suecia. Estaba dispuesta a viajar a ese país para hacerme el trasplante, pero al final no hubo manera de contactar con ellos.

La falta de fortuna para localizar al equipo de Mats Brännström no hizo tirar la toalla a esta mujer, de 32 años, que vio en el caso de esa sueca un halo de esperanza para seguir investigando por su cuenta cómo podía formar una familia con Jesús Robles Martínez: el chico con el que inició una bonita historia de amor que terminó en el altar el 25 de enero de 2014. “Decidí ir a Alicante a ver a un especialista en malformaciones para estudiar si podía hacerme un útero a través de una cirugía pero, como mis dos úteros estaban vacíos y no eran funcionales, no había posibilidad de hacerme nada”.

Tamara y su marido, Jesús Robles Martínez. Cedida

—Como pareja, ¿cómo afrontaban estas malas noticias que les confirmaban que no tendrían niños?

—A las tres semanas de que empezásemos nuestra relación como novios, le conté a Jesús que tenía el síndrome de Rokitansky y que no podía quedarme embarazada. Para mi marido nunca fue un problema el que no pudiésemos tener hijos: él siempre me decía que me quería por lo que yo soy y para él no era ningún impedimento. Hasta ahora siempre me ha apoyado en todo.

En 2016 prosiguió la travesía por el desierto de esta empleada en la cafetería que hay en Hero España, la histórica empresa de mermeladas y confituras. El tiempo pasaba, pero Tamara nunca dejó de buscar una solución y al final encontró al médico que podía ayudarla a ser madre: “Leí que el doctor Francisco Carmona del Hospital Clínic quería hacer en España el primer trasplante de útero”.

Tamara echó abajo la centralita del centro hospitalario barcelonés tratando de dar con el prestigioso ginecólogo, especializado en endometriosis, patología ginecológica benigna y en alteraciones del suelo pélvico, socio numerario de varias sociedades científicas y autor de más de cien artículos. A través de las llamadas no pudo contactar con el doctor Carmona, sin embargo, esta mujer no bajó los brazos y se dirigió a la Asociación de Apoyo a Mujeres en la Aceptación del síndrome de Rokitansky.

El mail del Doctor Carmona

“No me lo pasaban por teléfono, así que contacté con la Asociación A.M.A.R. donde conseguí el correo electrónico del doctor y le envié un e-mail contándole toda mi historia: le dije que a los 15 años me diagnosticaron el síndrome, que lo había pasado muy mal, pero que ahora estaba felizmente casada y me faltaba mi mayor ilusión: tener un bebé”.

Al día siguiente recibió una llamada de un número desconocido. Al otro lado del teléfono escuchó a Francisco Carmona, jefe del Servicio de Ginecología del Hospital Clínic, profesor de la Universidad de Barcelona y con consulta privada en el centro de salud integral para la mujer Women’s. “Me quedé asombrada de que me llamase tan rápido”, subraya Tamara agradecida por el interés del médico.

El doctor Francisco Carmona, jefe del Servicio de Ginecología del Hospital Clínic. Cedida por Women's

El doctor Francisco Carmona no quería riesgos con el trasplante de utero porque estaba en juego todo el trabajo investigador realizado desde 2015 y que incluía viajes a México, Estados Unidos y la India para asistir a intervenciones de este tipo. “El doctor me explicó que para el trasplante íbamos a ser treinta mujeres candidatas, pero que solo escogerían a una”. Tal reto lo aceptó sin pestañear Tamara, una treinteañera de ojos casi tan grandes como su sonrisa y su tesón.

Año y medio de viajes

El protocolo de selección de las candidatas para el trasplante que llevó a cabo el Hospital Clínic de Barcelona siguió criterios estrictos. Una selección de pacientes, de entre 27 y 38 años, no fumadoras, sin útero a causa del síndrome de Rokitansky, un cáncer de cérvix o una hemorragia obstétrica, que contasen con donantes sanas que en su mayor parte fuesen familiares porque hay más probabilidades de éxito... “Al final, me escogieron a mí”, zanja feliz esta alcantarillera.



De 2017 a 2018 Tamara dejó atrás el casting médico para emprender otro vía crucis personal con tal de lograr una oportunidad para intentar quedarse embarazada. “Me pasé año y medio haciendo viajes de Murcia a Barcelona para someterme a numerosas pruebas porque el doctor Carmona lo miraba todo con lupa para asegurarse de que todo estaba bien antes de llevar a cabo la operación”.

Tamara vuelve a recurrir a un lenguaje sanitario para ilustrar la experiencia que la ha convertido en la primera mujer de España y de un país del sur de Europa que se somete con éxito a un trasplante de útero con donante viva: “Me hicieron todo tipo de análisis, radiografías, resonancias, TAC con contraste, estudios de fertilidad, dos estimulaciones ováricas para congelar doce embriones...”.

Su madre no podía ser donante

Cuando todo parecía solucionado se topó con otra piedra en el camino: se quedó sin donante porque no era apta su madre, Juani, que se había ofrecido como voluntaria. Todo ello después de cientos de horas en la carretera de Murcia a Barcelona, tras someterse a incontables pruebas médicas, de dejarse un dineral en hoteles donde se alojó en cada viaje... Tamara necesitaba urgentemente una donante y justo en el momento más crítico de este agotador proceso surgió la figura de la mujer con la que jugó en su infancia y que en la adolescencia le dio sabios consejos: su hermana mayor, Bárbara.

Tamara y su hermana Barbara, las pasadas navidades. Cedida.

“Recuerdo que Tamara estaba en Barcelona en una de sus visitas médicas y le dije que me llamase para contarme cómo le había ido”, relata Bárbara, de 37 años, en conversación con este periódico. “Soy comercial de seguros y ese día estaba en la oficina cuando me telefoneó mi hermana para decirme que tenía dos noticias: una era buena, la habían declarado apta para el trasplante. Pero la otra era mala, se había quedado sin la donante que iba a ser nuestra madre debido a que le detectaron que tenía el cuello del útero dañado por la medicación que se tomó contra el cáncer”.

—Bárbara, ¿usted cómo reccionó ante el panorama que le pintó su hermana?

—Le dije: ‘Tú tranquila que aquí estoy yo para donarte mi útero’. Ni me lo pensé.

—¿Qué consecuencias tenía para usted convertirse en donante?

—No podría volver a quedarme embarazada y en la operación corría algunos riesgos derivados de cualquier imprecisón en la cirugía. Me explicaron que podía quedarme inválida porque entre la vagina y el útero hay varios nervios que pasan por las manos y las piernas.

—Antes de pasar por el quirófano a usted también la sometieron en el Hospital Clínic de Barcelona a diversas pruebas sobre fertilidad y para descartar patologías. ¿En ningún momento tuvo dudas?

—Mi hermana pequeña lo significa todo y es una parte de mí. Es mi compañera, mi amiga y mi paño de lágrimas. En todos los momentos malos que he tenido ella siempre ha estado conmigo. Somos una familia muy unida: esa decisión me salió del alma.

Bárbara cumplía con todos los requisitos médicos para ser donante porque tenía el mismo grupo sanguínero que su hermana pequeña, había sido madre de un hijo —con lo cual su utero era funcional— y no había sufrido una cesárea durante el parto de su hijo. La fecha para el trasplante quedó fijada para abril de 2020, pero un mes antes estalló la pandemia de coronavirus. Esta vez el problema se antojaba de proporciones bíblicas. “Con el estado de alarma se canceló todo y me quedé chafada después de tanto años de esfuerzo: llegué a pensar que no me iban a llamar para operarme”, confiesa Tamara.

El reencuentro en la UCI

La espera por culpa del bicho terminó en septiembre: “Me dijeron que el 5 de octubre nos operaban”. Para ese día en el Hospital Clínic se movilizó un equipo multidisciplinar de más de veinte cirujanos expertos en trasplantes, anestesistas, ginecólogos... Todos ellos estaban dispuestos a pasar a la historia de la medicina española, bajo la dirección del jefe del Servicio de Ginecología, Francisco Carmona, y el jefe del Servicio de Urología y de Trasplante Renal, Antonio Alcaraz.

El trasplante de útero era de alta complejidad y por ello se dividió en dos fases. La primera consistió en la extracción del órgano de la donante, Bárbara, que se realizó mediante cirugía robótica y se prolongó durante 12 horas. La segunda fase se centró en la implantación del útero en su hermana, Tamara, en una cirugía abierta a lo largo de cuatro horas.

—Tamara, ¿cómo fue el reencuentro con su hermana?

—Las dos estábamos ingresadas en la Unidad de Cuidados Intensivos. Cuando desperté lo primero que hice fue preguntar por Bárbara para saber cómo se encontraba y antes de subirla a planta la trajeron donde yo estaba para que la viese. Allí la agarré de la mano y le di las gracias por lo que había hecho.

—¿Cómo es el postoperatorio de una intervención quirúrgica de semejante calibre?

—Tuve un pequeño rechazo a las tres semanas de la ciurgía, pero se resolvió bien. Todavía sigo en Barcelona donde he tenido que alquilar un piso porque cada semana me tienen que hacer biopsias, análisis y sigo un tratamiento médico. Tengo que tomar ocho pastillas diarias: una para que me fluya bien la sangre, inmunodepresores para no rechazar el útero, ácido fólico... A partir de los tres meses, solo tendré que volver una vez al mes al Hospital Clínic para las revisiones.

De momento, todo marcha sobre ruedas porque en noviembre Tamara tuvo su primera menstruación. “El próximo mes de abril me pondrán los primeros embriones”, avanza esperanzada esta treinteañera que ha recibido numerosas muestras de cariño de sus vecinos de Alcantarilla, una población con 42.048 habitantes que está a tiro de piedra de Murcia. “También me han escrito chicas de Argentina con el síndrome de Rokitansky que están interesadas en conocer mi caso y quieren contactar con el doctor Carmona: si concedo esta entrevista es para abrir el camino a otras mujeres”.

—¿Qué probabilidades de embarazo le dan en el Hospital Clínic de Barcelona?

—Los médicos me han dicho que con el útero puedo tener hasta dos embarazos por fecundación in vitro, si el primer embarazo me sale bien, pues tendré el segundo, pero de momento ni me lo planteo. Yo solo me conformo con tener un hijo porque hasta ahora no tengo nada.

Tamara besa a su hermana Bárbara. Cedida

Desde que en 2014 tuvo lugar en Suecia el primer nacimiento de un bebé fruto de un trasplante de útero, en todo el mundo se han llevado a cabo cerca de 70 intervenciones quirúrgicas de estas características y que a la postre han permitido más de una veintena de embarazos que han culminado con recién nacidos vivos. Tamara y su marido, Jesús, ahora sueñan con elevar esa cifra de natalidad a partir del año próximo cuando ella vuelva al Hospital Clínic para ser sometida a la implantación de un embrión de los once que han fecundado in vitro previamente. “Me encantaría tener una niña porque para mí sería muy especial llamarla como mi mejor amiga y como mi querida hermana: Bárbara”.