Entre las históricas escenas del asalto que vivió este miércoles el Congreso de Estados Unidos mientras los representantes de la soberanía popular votaban la ratificación de los resultados de las elecciones presidenciales que dieron la victoria al demócrata Joe Biden, una de las más simbólicas es la que sucedió en las escaleras interiores de acceso a la sala de plenos del Senado, con dos hombres enfrentados como protagonistas.
Uno encarna la ley, el orden, la razón del aparato democrático del Estado, desbordado por la realidad; otro, a esa parte del pueblo estadounidense que se niega o es incapaz de aceptar la realidad objetiva de la derrota de su líder, el aún presidente Donald Trump, y vive en un mundo mental paralelo obsesionado por las conspiraciones.
A un lado, un solitario agente negro (cuya identidad no ha trascendido) de la Policía del Capitolio, el cuerpo de seguridad de 2.200 miembros que protege el edificio del poder legislativo de EEUU (sede de la Cámara de Representantes y el Senado) y cuyo operativo se vio sobrepasado este asombroso 6 de enero de 2021 por la avalancha humana. Al otro lado, un seguidor de Trump, blanco, de unos 40 años, identificado luego como Doug Jensen, que avanza a cara descubierta al frente de un grupo de manifestantes convertidos en asaltantes, entre ellos el ya famoso de los cuernos de búfalo.
En este enfrentamiento, que grabó en vídeo y colgó en Twitter el reportero Igor Bobic, de The Huffington Post, se ve cómo el policía, completamente solo en un vestíbulo de la primera planta, se encara con el grupo que acaba de asomar por una puerta, y les ordena que retrocedan. Jensen desobedece y se adelanta, tratando de seguir, aunque sin tocarlo. El agente va reculando mientras intenta contener a los descontrolados con gestos y voces; en un momento, hace ademán con la mano de ir a desenfundar la pistola que tiene a la derecha de su cadera, pero, quizás barajando velozmente las consecuencias letales, en vez de empuñar el arma reglamentaria, opta por recoger una porra que había caída en el suelo y la esgrime en alto frente al rostro de Jensen, el trumpista acérrimo, que sigue desafiándolo.
Sin dar ni un golpe ni disparar un tiro, el policía es el que, en busca de protección y de sus compañeros, acaba retrocediendo, y corre varios tramos de escaleras arriba mientras Jensen, como cabecilla, y el resto del grupo, lo siguen o persiguen. Una primera lectura del vídeo podría ser, como han interpretado algunos, que la masa blanca extremista quiere dar caza al solitario policía negro, que escapa para que no lo linchen; una revisión atenta de las imágenes hasta el final, unida a las fotografías captadas después, indican sin embargo que los asaltantes no están persiguiendo al policía para pegarle sino simplemente corriendo detrás para ocupar el espacio que él les va dejando libre camino del Senado.
Al final de la escena, el policía llega a un vestíbulo mayor donde se le unen otros agentes, y Jensen y sus compañeros de asalto se plantan frente a ellos, insistiendo en avanzar y desobedecer las órdenes de retirarse. No llega a haber enfrentamiento físico entre unos y otros. Los invasores, más numerosos, consiguen finalmente su propósito y entran en el Senado, donde se fotografían a placer sentados en el trono republicano.
En los comentarios al vídeo, muchos usuarios alaban al policía negro por su sangre fría y valor, al haberse enfrentado a los asaltantes y haber sido capaz al mismo tiempo de contenerse y manejar la volátil situación de manera que nadie resultara herido. Es lo contrario de lo que ocurrió a la vez en otro lugar del edificio, donde un compañero de la Policía del Capitolio mató de un disparo a través del cristal de una puerta a una manifestante desarmada, Ashli Babbit, de 50 años, cuya silueta se recortaba contra el ventanal; un tiro innecesario, fruto de la descoordinación policial y caos del momento, porque el grupo en el que se encontraba Babbit ya estaba siendo reducido por otros agentes con armas largas en este lado de la puerta, fuera de la visión del tirador.
Otros internautas creen que el policía negro tendría que haber abierto fuego a bocajarro contra los intrusos, a quienes ven como violentos defensores, explícitos o implícitos, del supremacismo racista blanco; otros opinan que si lo hubiera hecho, las consecuencias habrían sido peores; muchos más, que si los asaltantes fueran negros y el agente blanco, la masacre habría estado asegurada. El presidente electo, Joe Biden, apoya la interpretación racial al denunciar que ha habido doble rasero en el despliegue del Capitolio y en la respuesta de seguridad ordenada por Trump según el color de la piel de los manifestantes: dura con las protestas de mayo del movimiento Black Lives Matter (BLM; las vidas negras importan) en contra del racismo y la brutalidad policial, y permisiva con los votantes del presidente saliente, mayoritariamente blancos.
Policía formado
En Washington DC y su área metropolitana la mayoría de la población se identifica como negra o afroamericana (algo más del 50%), pero en la Policía del Capitolio (Capitol Police) los agentes negros son aún minoría. Aunque no conocemos aún quién es el policía solitario que plantó cara a los asaltantes, de la consulta de los perfiles de siete compañeros negros en la página de este cuerpo en la red profesional Linkedin, todos ellos con titulación universitaria, se deduce que el agente anónimo de la simbólica escena es un hombre muy bien formado, quizás con más estudios que los hombres, procedentes en su mayor parte del Medio Oeste, interior y rural, a los que se enfrentó.
El hombre que desafió al policía es uno de los que ahora busca la policía federal estadounidense, el FBI (Jensen aparece en la fotografía número 10 de la lista) para investigarlo y, en su caso, procesarlo como uno de los cabecillas de la entrada ilegal de centenares de manifestantes en la sacrosanta sede de la soberanía popular, que ellos, creyendo la falsedad machaconamente repetida por Trump, se veían con el derecho de ocupar para evitar el “fraude electoral” y el “robo” de su “victoria”. Como si los votantes de los otros partidos no fueran “el pueblo”.
Doug Jensen
Doug Jensen es un hombre común que recorió más de 1600 kilómetros desde su lugar de residencia en Des Moines, en el estado de Iowa (donde ganó Trump), hasta la capital del país para participar, como decenas de miles de seguidores, en el mitin que había convocado el millonario dirigente en la Elipse, muy cerca de la Casa Blanca, a las 11 de la mañana del 6 de enero, para protestar contra el “fraude” que los congresistas debían aprobar ese mismo día en el Capitolio. En su discurso, el líder populista, derrotado frente a Biden pero que consiguió en las elecciones 74 millones de votos, el récord de cualquier candidato del Partido Republicano, instigó a los congregados a no aceptar el resultado y combatirlo, ignorando la realidad de que ningún juez ha observado irregularidades.
La retórica incendiaria del hábil comunicador que es Trump inflamó los ánimos y dio carta libre para que Doug Jensen y miles más marcharan tras el mitin en manifestación, fuera del programa, hacia el vecino Capitolio, y ejecutaran al pie de la letra lo que su líder les había animado a hacer y lo que muchos de ellos llevaban preparando desde hace semanas o meses. La previsible protesta ante el Capitolio derivó rápidamente en turba y asalto, al romper la muchedumbre las frágiles barreras policiales.
Por la mañana, Jensen, con barba corta y gorro, tuvo tiempo de colgar en su perfil de Facebook una foto donde se le ve junto al Obelisco vestido con la misma camiseta que luce al enfrentarse luego al policía en el Capitolio. La camiseta luce el lema, en inglés: “Donde vamos uno, vamos todos”. Y una gran Q mayúscula con los colores de la bandera de Estados Unidos y un águila. Esa Q es el indicativo del difuso grupo Qanon, con el que operan en Internet los trumpistas adeptos a la teoría de la conspiración según la cual una malvada élite liberal del país forma una red de pedófilos y traficantes de niños secuestrados, entre los que están las hijas del expresidente Barack Obama.
Un delirio que Jensen alimenta en su página de Facebook, donde también anunciaba con un dibujo de Trump en forma de huracán la “tormenta” que se iba a desatar sobre Washington, en alusión a las protestas violentas del 6 de enero, colgaba la convocatoria del mitin previo que dio el pistoletazo de salida al asalto y reproducía un alambicado mensaje sobre significados ocultos en las supuestas coincidencias de los números 777 y 1111 en la biografía de su líder.
Assange, héroe
Además, entre otros temas relacionados con su confuso ideario político, mostraba su alegría el 4 de enero por la noticia de que Julian Assange, el fundador de Wikileaks, al que ve como un héroe de la libertad de expresión, no será extraditado desde Reino Unido a Estados Unidos (una juez en Londres lo dejó en libertad bajo fianza y dictaminó que su salud mental impide la extradición por riesgo de suicidio), compartía bulos sobre las vacunas contra el covid o sobre el dueño de Microsoft Bill Gates (enemigo por antonomasia como cabeza de las grandes corporaciones tecnológicas) y se burlaba de los que se preocupan por tener a un familiar conspiraonico en casa. Los equivocados, piensa él, son todos los demás.
Jensen se ve a sí mismo como un libertario patriota que quiere desenmascarar a los villanos traficantes de niños y revelar la auténtica verdad que los poderes ocultos de un mundo muy complejo intentan ocultar al pueblo, encarnado en hombres corrientes como él. Los que desde que se ha conocido su identidad inundan de improperios su página de Facebook lo tachan por el contrario de “capullo” y “traidor”. Una usuaria le acusa de ser un “racista”, “matón” y “terrorista”.
Pero en las fotos antiguas con su mujer o los niños y jóvenes de su familia se le ve por el contrario como un pacífico hombre corriente, inofensivo (por ahora, en las imágenes que se han publicado de él en el asalto no aparece rompiendo nada ni agrediendo a nadie, más allá de la violencia inherente en la entrada ilegal y por la fuerza en el recinto).
Perfil ideológico
Un perfil ideológico parecido tienen dos de sus colegas de asalto que más han captado la atención de la audiencia y que figuran asimismo en la lista de investigados por el FBI: el activista disfrazado de búfalo, Jake Angeli, de 32 años, seguidor también de la teoría conspiranoica de Qanon y procedente del estado de Arizona (donde los republicanos de Trump perdieron por estrecho margen), y Richard Barnett, alias Bigo, de 60 años, natural de Gravette, en el estado de Arkansas (donde Trump arrasó en las elecciones con el 62,4% de los votos) y vecino del cercano Sulphur Springs (en el condado, los blancos son el 86,7%).
Barnett ha promovido campañas de recogida de fondos para la policía de su localidad en el contexto del movimiento Blue Lives Matter (idénticas siglas que el Black Lives Matter, pero referidas no a los estadounidenses negros sino a los uniformes azules de los policías), y, según ha descubierto The Washington Post antes de que cerrara sus perfiles en Facebook, lleva meses llamando a la revuelta. Este miércoles consiguió hacer realidad su sueño más salvaje cuando puso los pies en la mesa del despacho de su odiada Nancy Pelosi, presidenta demócrata de la Cámara de Representantes, le dejó una nota y se llevó un sobre vacío con su nombre de recuerdo, no sin antes dejar una moneda en compensación “porque no soy un ladrón”, según él mismo le contó al New York Times cuando salió tranquilamente del Capitolio.
El nacionalismo blanco es uno de los componentes aglutinadores de la compleja amalgama social del movimiento MAGA de Trump (acrónimo de su lema nacionalista Make America Great Again; hagamos de nuevo grande a América), que abarca desde el populismo conservador y el tradicionalismo, a grupúsculos de la ultraderecha fascista, pasando por los elementos libertarios radicales, antisistema y ácratas. Pero Doug Jensen, Jake Angeli y Richard Bigo Barnett tienen más de excéntricos radicales, de outsiders, rebeldes cabreados de a pie obsesionados con las conspiraciones, que de supremacistas blancos como los del grupo Proud Boys, que rechazan perder sus privilegios ante la diversidad étnica del país.
La traca ¿final? de la presidencia de Trump encarnada en la toma del Capitolio ha acabado en tragedia, con cinco muertos. De ellos, al menos dos han perdido la vida en relación directa con los disturbios: la trumpista antes mencionada Ashli Babbit, de 50 años, muerta por un tiro en el cuello de un agente, y el policía (blanco) Brian D. Sicknick, de 42, que sufrió un colapso al volver a su oficina después de forcejear con los asaltantes. Los otros tres fallecidos, en muertes achacadas por las autoridades a “emergencias médicas” sin relación directa con la violencia, son seguidores de Trump que acudieron al mitin y la posterior manifestación: Rosanne Boyland, de 34 años, de Kennesaw, Georgia (estado clave para la derrota de Trump frente a Biden y que acaba de dar la mayoría en el Senado a los demócratas en las elecciones repetidas esta semana); Kevin Greeson, 55, de Athens, Alabama (tenía hipertensión y sufrió un ataque al corazón en medio de la excitación por los acontecimientos, dijo su mujer en un comunicado recogido por el Washington Post), y Benjamin Philips, de 50, vecino de Ringtown, Pensilvania (otro estado donde los republicanos denunciaron un fraude que se reveló inexistente).
Cinco muertos que quizás sean muy pocos en comparación con el baño de sangre en que la manifestación y posterior asalto podría haberse convertido si policías como el del vídeo, en lugar de torear la situación y dejar que los trumpistas entraran en el Congreso, hubieran desenfundado su pistola y apretado el gatillo sin pensarlo dos veces. Muchos se siguen preguntando qué habría pasado si los Jensen y compañía que asaltaron el templo de la democracia más antigua del mundo en nombre del pueblo tuvieran la piel oscura.