Juan Muñoz confiesa su verdad sobre Mota y el fin de Cruz y Raya: "Yo estaba mal y él quiso continuar"
'El rubio de Cruz y Raya' se sincera sobre el final del dúo cómico. Abre las puertas de su casa a EL ESPAÑOL y no deja pregunta sin contestar.
10 febrero, 2021 16:38Noticias relacionadas
Un coche mal aparcado regatea en un sitio pequeño, a medio camino entre ocupar la mitad de la calzada e invadir toda la acera. El parachoques amenaza peligrosamente un portal, a menos de un metro, y el hielo no ayuda. Una bota separa la nieve y abre la puerta. Es Juan Muñoz (Barcelona, 1965), el rubio de Cruz y Raya, sonriente y en chándal, apoyado en el marco. “Por el coche no te preocupes, es que no sabía dónde dejarlo”, y te invita a su casa, un chalet al oeste de Madrid. Es la semana de la polémica, la que ha revivido rencillas pasadas.
Te pide que subas al altillo, el lugar donde pasan las cosas, y que dejes el abrigo en la cama supletoria. De camino, en lo que parece una sala de estar, se amontonan instrumentos, figuritas y, en la pared, un elenco de fotos y caricaturas con su cara. Y sigues subiendo. Él te sigue a su ritmo, lentamente y ayudándose de barandillas y paredes. Hace dos semanas que le operaron de la cadera, pero todavía duele ante los movimientos extraños. Finalmente llega al desván, abre la ventana y entra en la máquina del tiempo.
A la derecha, dos muñecos, un par de sombreros y fotos, muchísimas fotos, apiladas encima de una cómoda. En primera línea, dos póster de películas, ¡Ja me maaten…! (2000) y Ekipo Ja (2007), con él en la portada. Al fondo un perchero con varias decenas de disfraces, un tambor y, pegado a la pared, un retrato antiguo, medio escondido medio a la vista, donde sale junto a un joven José Mota. A la izquierda del cuarto, estanterías con libros y películas, un reproductor, una mesa de escritorio llena de papeles y un par de sillas. Al final de la sala se escuchan unas voces y risas enlatadas. Y aclara. “Estoy digitalizando todo, todo Cruz y Raya”, y enseña la prueba del delito, un videocasete numerado.
En los últimos días Juan Muñoz ha regresado a la primera línea de las conversaciones, las revistas del corazón vuelven a prestarle atención y resurgen las preguntas sobre el rubio de Cruz y Raya. Parece una vuelta al 2007, algo así como el altillo en general, pero no como a él le habría gustado. La separación del dúo cómico ese mismo año estuvo envuelta en el misterio, entre rumores de problemas personales. Y el día de Reyes del año 2021, los rumores volvieron.
Su madre, Teresa, que había sido su mayor valedora y ejemplo vital, había fallecido 30 días antes fruto de una infección de riñón. Muñoz cogió una botella, se sirvió una copa y otra después. Y empezó a hablar. Y salieron los demonios. Dijo de Mota que era “una mala persona, muy prepotente, [...] que tiene ni la mitad de dignidad que yo”, aseguró en declaraciones a la revista Semana. La polémica no tardó en servirse y, poco después, Juan Muñoz volvió de entre las sombras para explicar lo sucedido y disculparse con su excompañero, el hombre con el que tocó los cielos de la comedia y la fama hace ya tantos años.
“Me pilló el día de Navidad devastado y con dos copas de más. Estaba muy triste, se me fue un trozo de vida y me quedó un vacío muy grande. Ya está. Me llamó un periodista y me fui de la lengua. Todo el mundo sabe lo que pasó”, explica a EL ESPAÑOL. “Él [Mota] me dió el pésame a través de su mujer porque estaba liado preparando su actuación de Nochevieja”, continúa. Eso fue suficiente para explotar. Y, aunque hayan pasado 13 años desde la separación, explica muchas cosas de lo que ocurrió entonces.
“Él quiso continuar”
Entre 1997 y 2007, Cruz y Raya lo era todo en el humor español. Habían ocupado el hueco vacío de Martes y Trece, cuya ruptura nunca quedó clara del todo. De la noche a la mañana, José Mota y Juan Muñoz pasaron de hacer imitaciones en la radio a ponerse los zapatos de Josema Yuste y Millán Salcedo, esta vez en Televisión Española, incluso superando en audiencia a los maestros.
Eran otros tiempos para la televisión, sin la competencia del streaming, de la pantalla a la carta en el móvil y de las series y películas a golpe de click, pero que no resta mérito a la popularidad de las parodias, imitaciones y sketches del dúo. Fueron revolucionarios en un nuevo tipo de comedia, una del siglo XXI, y con ella llegó el dinero y la fama, pero también las preocupaciones. Sobre todo para el rubio.
“Éramos como estrellas del pop, no podíamos ni salir a la calle, pero teníamos tanto éxito que no podíamos dejarlo”, rememora sobre los últimos años en pareja. Las palabras recuerdan, precisamente, a las de Millán Salcedo sobre la ruptura de Martes y Trece, superado por la presión del público y los mánagers, aunque esto se supo mucho después. En el momento, sólo quedó como una pregunta sin responder. Diez años después se repitió la misma historia con Mota y Muñoz, también entre especulaciones, pero nada más.
Desde entonces, de cara al público siempre ha habido un ganador profesional, José Mota, que quedó al frente del programa semanal que atesoraban en Televisión Española y de los especiales de Fin de Año. Siguió a lo suyo, con la fórmula del éxito. Juan Muñoz, por su parte, cambió de registro y volvió a los orígenes, la stand-up comedy, un negocio no tan lucrativo pero alejado de los focos. Espació más sus trabajos, se lanzó al teatro y optó por una vida más cercana a los escenarios, no tanto a la televisión. En definitiva, quería descanso. Y tiempo.
—Entonces, ¿partió de ti la idea de dejar Cruz y Raya?
—Sí. Yo fui el que tomó la decisión de dejar la tele. Estaba mal, me estaba perdiendo muchas cosas de la vida. Mi hijo tenía 15 años y me había perdido su infancia. La adolescencia no me la quería perder. Y José decidió continuar.
Era el año 2007 y al dúo no podía irle mejor. En lo personal, salvo diferencias puntuales “como en todas las relaciones largas”, seguían siendo uña y carne; en lo profesional, rompían récords de audiencia tanto en los programas de televisión como en los especiales de Nochevieja, donde llegaron a superar el 50% de cuota de pantalla. “Había niñas que tenían fotos mías en las carpetas del instituto”, recuerda, rodeado de carteles de aquella época, con el pelo más rubio y las arrugas menos marcadas. Y en lo más alto, como ya había pasado con Martes y Trece, Juan Muñoz decidió que ya era hora de pasar el testigo.
“Al final van pasando unos, van pasando otros, y tú te vas quedando como un icono en el recuerdo de la gente. Estábamos en el estrellato absoluto, pero ya estaba bien. Ahora todo ha cambiado muchísimo”, confiesa. De ‘La Raya’ pasó a convertirse en ‘el Bisbal de los abuelos’, un itinerante de mochila al hombro dedicado al teatro, al cine y, sobre todo, a los suyos. Quizá mejor que nadie, supo ver que algo había cambiado.
Con los años había ganado dinero. Mucho. Antes del boom de Cruz y Raya, sus giras con Mota le granjeaban más de dos millones de pesetas en una semana. Después, "ni idea, muchísimo más". Cuando todo acabó, ya tenía todo lo que necesitaba para vivir una vida acomodada y tranquila. Tenía su casa a las afueras, su familia cerca, sus recuerdos de glorias pasadas y se dedicaba a lo que le gustaba sin que la pasta fuese un problema. Mota, en cambio, siguió con la fórmula del éxito, las pantallas, y explotando su faceta televisiva. Quería más. Uno dijo basta y el otro dijo sigue, a pesar del paso del tiempo.
“El humor que hacíamos en esos años trae recuerdos de la infancia de la gente joven, pero a las personas mayores les chifla. Todo va cambiando. Me gusta decir que soy 'el Bisbal de los abuelos', pero ese era otro momento. El mismo José con sus especiales a día de hoy está… bueno, lo que quiero decir es que todo tiene su época, todo tiene su momento”, reflexiona. Ahora está metido en lo que le gusta de verdad, lo que echaba de menos, y abraza las tablas del escenario cuando puede. En otoño, si la pandemia lo permite, presentará una nueva obra de teatro cómico e ‘improvisado’. “Lo que me gusta es la gente, ir a pueblos o a donde sea, y de vez en cuando recuperar a mis personajes de siempre. Pero eso, entre la gente”, insiste. “Eso fue todo”.
'El hippie'
—Pero hay una leyenda negra sobre ti.
—Sí. Que soy ‘el Raya’, ¿no?
De toda la rumorología alrededor de Juan Muñoz, existe una que reflota de vez en cuando. Sobre la separación del grupo en 2007, los aparatos de cotilleos en Madrid empezaron a hacer circular historias de salidas nocturnas, alcohol y drogas, el típico cóctel molotov que termina con cualquier relación profesional. El dúo pasó a la historia tanto por sus actuaciones como por las personalidades de cada uno, al menos de cara a la opinión pública: el moreno era el formal, y el rubio el vividor.
“Te voy a reconocer que fumaba muchos petas, pero nada más. Y lo dejé, porque todo tiene su momento. Hay que evolucionar”, sentencia. Entonces, Juan tenía 25 años y sus únicas experiencias fuera del lecho materno habían sido la mili, las pensiones más baratas de la capital y los malpagados shows nocturnos. Llegó la tele y todo cambió. “De repente tenía dinero y libertad. Nunca había vivido mi juventud, así que llegué a Madrid y no es que no saliera, es que no entraba”, reconoce entre risas, pero acusa. “Salí mucho de fiesta y me lo pasé muy bien, pero me colgaron un sambenito de me cago en la puta. Encima el nombre de ‘Cruz y Raya’ daba mucho juego para que yo fuese ‘la Raya’”, ironiza sobre el asunto.
Siempre fue, en sus palabras, “el más hippie de los dos”. “Si tenía que decir algo lo decía, no me callaba, y salía más. Pero porque soy una persona libre, que le gusta hablar en voz alta”, reprocha. Y deja una píldora. “Fuimos una generación de privilegiados, también por la época. España estaba más unida. Todos estábamos más juntos”.
El show de SergioTV
Hijo de Juan y de Teresa, una pareja de feriantes, Juan Muñoz creció en la Barcelona de los años 60 como el mayor de cinco hermanos. Desde pequeño tuvo claro que quería ser humorista, y a los 15 sus actuaciones ya traían a casa más dinero que los dos sueldos de sus padres. Ella fue quien más le apoyó. “Siempre la llamaba antes de salir al escenario”, señala ahora, 40 años más tarde.
Entonces sólo se le conocía como SergioTV, un pseudónimo que le acompañaría durante años, “porque Juanes había demasiados y Sergio sonaba sexy”. Bajo el sobrenombre se convirtió, como él lo llama, en un "éxito de las gasolineras", y vendió más de 10.000 casetes con un humor todavía amateur. Era el año 1985 y, cuando estaba a punto de firmar con un importante grupo empresarial, le llamaron a filas, a la mili.
Allí, en el Centro de Instrucción de Reclutas de Zaragoza, se consagró como humorista del regimiento, obligado a contar chistes durante las guardias de madrugada para amenizar la noche oficiales y veteranos. Incluso hizo un espectáculo de imitación para el rey Juan Carlos I, de visita en el cuartel. Hasta que le salió un competidor.
“Me dijeron que había llegado un chico de Ciudad Real que era muy gracioso y que hacía muy buenas imitaciones, así que fui a verle”. Allí conoció a José Mota, un joven cuyo sueño era estudiar Bellas Artes. Se hicieron amigos, uña y carne, e hipotecaron su futuro juntos como dúo. Cuando se licenció, fue a verle a Barcelona y le convenció de emprender la aventura madrileña y triunfar en la capital. “Los dos lo dejamos todo sin tener nada”, concluye sobre la apuesta. Era el año 1986 y tenían 21 años.
Hermandad e ilusión
Durante los siguientes cuatro años, la verdad sea dicha, malvivieron. Juan Muñoz recuerda esa época con especial cariño, compartiendo habitación con Mota en las peores pensiones de la capital. "Estuvimos en una de Montera que para ducharte con agua caliente tenías que pagar 5 duros, y era un hilito pequeñito", ríe. Al final, como todas las penurias, se solucionaban con una sola palabra: hermandad. "Fue una época dura, de las más duras, pero también fue la más bonita para mí, la más entrañable".
—¿Cómo es eso?
—Porque era otro momento. Luego, cuando empezamos a vivir más cómodos, perdimos el hilo de la ilusión. Antes éramos jóvenes, queríamos hacer cosas y lo íbamos consiguiendo, aunque fuera difícil. Eso era lo bonito.
De vuelta a la realidad, a Juan se le ve bien. Y entero, a pesar de la reciente pérdida. Ya tiene la vista puesta en su siguiente proyecto, y nunca ha dejado de moverse. Sigue buscando su antiguo hilo de la ilusión, y se emociona por nuevos proyectos. "En octubre si Dios quiere presentamos una obra de teatro improvisada, que es la hostia, muy moderna".
Sobre el futuro, prefiere no hablar demasiado. Tampoco sobre cómo quiere que le recuerden. En 2012 fue el encargado de desvelar el epitafio de Tony Leblanc, uno de sus referentes y amigo cercano, que se lo había confiado antes de fallecer ese mismo año. Ni sus hijos lo conocían, pero así quedó escrito. "'Aquí yace un cómico. Fin de la primera parte'".
—¿Y el tuyo? ¿Cuál sería?
—Desde luego, no 'el Raya'.