Málaga

María del Carmen cumplió 69 años el pasado viernes 5 de febrero, pero la señora no pudo celebrar su cumpleaños como le hubiera gustado porque Mateo, el hombre de su vida y el padre de sus cinco hijos, ya no está vivo.

Justo 365 días antes, su marido murió a causa de una bala perdida que entró por la ventana de su casa. Ocurrió sólo cuatro horas después de que la mujer soplara las velas de una tarta de tiramisú con el número 68. Desde entonces, se acabaron los días de vino y rosas juntos.

El proyectil que le arrebató la vida a Mateo Vallecillos, de 74 años, salió de un kalashnikov que alguien portaba en la calle, diez pisos más abajo, donde aquella noche dos clanes familiares de La Palmilla, un barrio deprimido de Málaga, intentaban saldar viejas rencillas derramando sangre y plomo. Durante los cuatro meses anteriores habían jugado a las amenazas. Aquel día buscaban cobrarse vidas.

A la pena que María del Carmen García arrastra en el último año por la pérdida de su esposo se le añade desde hace unos días el dolor de saber que, si la justicia no da marcha atrás, nunca conocerá el nombre de quien apretó el gatillo de aquel arma de guerra.

El pasado 28 de enero, la juez que dirigió la investigación del caso, la titular del Juzgado de Instrucción número 2 de Málaga,  archivó la causa por “falta de autor conocido”.  

Se debió, principalmente, al arrepentimiento de un testigo protegido que había señalado ante la Policía Nacional a cuatro miembros de uno de aquellos clanes. Pero a principios del otoño de 2020, ocho meses después de contar lo que vio, dijo que quería desentenderse de aquel turbio asunto.

Lo hizo en su segunda comparecencia en el juzgado, que precisamente se celebró a petición del abogado de uno de los acusados. El letrado no había podido asistir a la primera declaración, donde el testigo sí confirmó lo contado en comisaría a los pocos días de la muerte de Mateo.

Es una injusticia -cuenta María a EL ESPAÑOL con la voz rota-. Hay un hombre enterrado desde hace un año mientras en la calle está quien apretó el gatillo. Si ese testigo tiene miedo, pido que cualquier persona que sepa algo o que viera lo ocurrido hable con la Policía o con el juzgado. Se le va a proteger. Que piense que si la víctima fuera de su familia, a ella le gustaría que se le ayudase”.

Mateo y María del Carmen junto a sus cinco hijos. Cedida

Desde aquel 5 de febrero de 2020, María ya no logra conciliar el sueño si no es con la medicación que le ha recetado su psiquiatra. La mujer no ha vuelto a su casa desde aquella fatídica noche. Se llevó una bolsa con algo de ropa y algunos objetos personales más, y cerró la puerta.

Sus hijos, poco a poco, han ido sacando de la vivienda en la que habían crecido algunos recuerdos y objetos de valor de su madre. Pero dentro se quedaron los muebles, las camas... Media vida se quedó entre aquellas paredes. 

Un vaso de leche

Este jueves, María del Carmen recuerda ante el periodista que cuatro horas antes de la muerte de su marido, dos de sus hijos y dos de sus siete nietos celebraron con ella su cumpleaños. Cuando María y Mateo se quedaron solos, vieron un rato la televisión y cenaron. Sobre las 21.50 horas, Mateo se levantó a tomarse un vaso de leche, como acostumbraba cada noche. Hacía un rato que había vuelto de llevar al trabajo a Jorge, otro de sus hijos, el último en salir del nido.

Al volver a casa, Mateo le dijo a María:

- Menudo jaleo tienen ahí abajo liado. Hay pelea. 

Su mujer le contestó:

- No bajes a sacar al perro, te lo pido.

Con el vaso de leche en la mano, Mateo volvía de la cocina hasta el comedor de su casa cuando se escucharon unas detonaciones muy fuertes. 

- Ay, Dios, esos disparos no son normales, le dijo María del Carmen a su marido.

La mujer, pese a estar acostumbrada a escuchar tiros en el barrio, se asustó al oír aquella ráfaga tan contundente. 

A Mateo sólo le dio tiempo a dejar el vaso de leche en la mesilla del comedor. Justo cuando iba a sentarse en el sofá, una bala proyectada por un kalashnikov en las calles de La Palmilla atravesó una ventana, la mosquitera y la cortina de su piso. Se oyó un “zumbido seco”.

El proyectil le impactó en el pecho. Mateo murió en mitad del salón, delante de su mujer, entre los gritos de María. “Esa imagen nunca se me olvidará. Cierro los ojos y me viene a la cabeza como si la estuviera viviendo ahora mismo”, cuenta la mujer. 

- María, que me han dado-, acertó Mateo a decirle a su esposa antes de morir. 

- Mateo, por Dios, no te vayas a dormir. 

Agentes de la Policía Nacional buscan casquillos de balas del tiroteo entre clanes que acabó con la muerte de Mateo, en febrero de 2020. Jorge Zapata (EFE)

"Vais a morir"

“Todavía no sé cómo acerté a llamar al 112. Les expliqué que habían alcanzado a mi marido, les pedí a gritos que vinieran corriendo”, cuenta María del Carmen. La Policía llegó enseguida. Los médicos le dijeron a la señora que su marido no había sufrido.

La Policía Nacional se hizo cargo de la investigación. Primero se detuvo a seis integrantes de una de las dos familias enfrentadas. Pero ellos eran las víctimas, los represaliados esta vez. No aportaron nada en claro a la investigación.

A los pocos días se detuvo a dos varones del clan rival. Días después, a otros dos. Al final, se imputó a esas cuatro personas. En gran medida, fue gracias al testimonio de aquel testigo protegido. Esa persona contó a los investigadores que había visto armados por la calle a los presuntos autores de los disparos con una metralleta, un subfusil y dos pistolas mientras gritaban “hasta aquí hemos llegado, vais a morir”.

Entre las 21.15 horas y las 21.55 de aquel 5 de febrero, hora aproximada en la que murió Mateo, la Policía recibió varias llamadas de vecinos de La Palmilla alertando del conflicto entre familias desatado en el barrio.

Una persona contó a los agentes: “Llevan desde ayer reuniéndose (...) Está la cosa un poco calentita. Bueno, tampoco va a pasar nada, pero que está la cosa fuerte”. Sin embargo, "ninguna patrulla se pasó por la zona para comprobar qué estaba ocurriendo", se queja la viuda. "Si lo hubieran hecho... ¡Ay!, si lo hubiera hecho".

Origen de la pelea

El presunto origen de la disputa entre familias se conoció días después de la muerte de Mateo, cuando el testigo protegido se presentó en comisaría. Según contó, cuatro meses antes un miembro de uno de los dos clanes enfrentados le fracturó un brazo a un joven de la otra familia. El chico necesitó pasar por quirófano.

Después, el hermano del herido habría apuñalado al agresor como represalia. Aunque en un primer momento se presentó denuncia, posteriormente se retiró porque “los mayores [patriarcas] de ambas familias solucionaron el tema”.

El testigo protegido contó también que, una semana antes del tiroteo, un grupo de 15 jóvenes, todos ellos familiares de la víctima de la puñalada, se abalanzaron sobre un coche en el que iban tres miembros del otro clan, a quienes les habrían amenazado de muerte.

Añadió que un día antes de la muerte de Mateo se produjo otro roce entre clanes y que la misma mañana de la fecha de su defunción “los mayores” de ambas familias se reunieron otra vez para, supuestamente, dar por zanjado el conflicto.

Se conocieron en Cataluña

Pero lo cierto es que, de ser verdad que se produjo aquella mediación entre patriarcas, no sirvió para nada. La pelea continuó hasta la noche de aquel 5 de febrero de 2020, cuando una bala mató al marido de María del Carmen.

La pareja se conoció a finales de 1969 en Barcelona. María, para ahorrar una boca en su casa, se marchó a vivir con unos tíos a Martorell, una pueblo de la periferia de la capital catalana. Allí trabajaba en dos fábricas. En una, de mañana. En la otra, de tarde.

A Mateo y a María del Carmen les presentó un señor de Antequera (Málaga) que conocía a los tíos de aquella muchacha tan trabajadora. Por ese tiempo, Mateo, que vivía con un hermano, trabajaba en lo que le salía: panadero, repartidor de una sastrería... 

Mateo y María del Carmen se casaron poco después de conocerse. El enlace se celebró el 22 de marzo de 1970 en Antequera (Málaga), donde la novia había nacido. Él procedía de Jerez del Marquesado (Granada). Tras el enlace volvieron a Barcelona.

Mateo y María del Carmen, de jóvenes. Se conocieron en Barcelona, aunque él nació en Jerez del Marquesado (Granada) y ella en Antequera (Málaga). Cedida

El matrimonio se instaló en Manresa, donde a los 11 meses nació el primero de sus cinco hijos. Le pusieron Mateo. Ahora es guardia civil. Con una boca más que alimentar, la pareja se volvió a Málaga poco después. El bebé se quedó por un tiempo con la abuela materna. Ellos se alquilaron un piso, donde nacieron otros dos hijos (José María y María del Carmen).

Años después, compraron una casa en el barrio de La Palmilla. Les tocó por sorteo. La adjudicación de las viviendas se hizo entre familias numerosas y con pocos recursos. A ellos les dieron un piso en un décimo en la calle Ebro. En 1975 se mudaron allí, donde tuvieron a sus dos últimos hijos, Fernando, policía local, y Jorge, el pequeño de los cinco.

El barrio se fue degradando con el paso de los años. Algunas familias humildes se fueron marchando, dando paso a la llegada de clanes relacionados con el tráfico de drogas, desde cocaína a hachís o heroína.

Mateo y María del Carmen supieron mantener alejados a sus cinco hijos de malas influencias. "Nunca se metieron en jaleos. Eran buenos chavales. Se dedicaban a ir al colegio, a estudiar y a jugar. Mi marido y yo salíamos muy poco. Siempre hemos sido muy hogareños".

Ahora el matrimonio vivía de las pensiones de ambos. Sus hijos les insistían en que se marcharan del barrio. Pero ellos se negaban. Estaban cómodos. Las 45.000 pesetas que costó su casa hacía mucho tiempo que ya las habían pagado.

"Mi marido decía que se moría si lo sacaban de allí", cuenta María del Carmen. "Y mire cómo acabó", se lamenta.

El abogado de la familia de Mateo ha recurrido la decisión de la juez de archivar el caso. "El hecho de que el testigo protegido se haya echado atrás es un indicio más para investigar. La muerte de mi marido no puede quedar así. ¡No puede quedar así!", insiste María del Carmen.

En su auto de archivo, la juez sostiene su decisión en dos argumentos. Considera de escaso o nulo valor probatorio el contenido de unos archivos de audio remitidos al juzgado por la Policía al considerar que podrían arrojar luz sobre la autoría de los disparos. "Nada apuntan en tal sentido", señala la magistrada.

El segundo argumento, probablemente, es el que más peso tiene para ella. La juez resalta en su escrito que el testigo protegido TP4 no mantuvo la "solidez" de su primera declaración, lo que supuso perder un testimonio clave para la acusación.

En su escrito de recurso, el abogado de la familia de Mateo insiste en el valor de dichos audios, señala que la juez no hace ninguna referencia a los indicios y pruebas existentes contra los sospechosos, y considera que el escrito carece de motivación.

Noticias relacionadas