Las imágenes son elocuentes: un hombre sujeta la puerta de una cámara cerrada de la que sale humo por sus rendijas. Pasados unos segundos, abre, y salen del cubículo de dos metros de alto y unos tres de ancho y largo, 10 mujeres, en medio de una bocanada de vapor. Luego se apelotonan dentro de la cabina nueve hombres. Y, así, de forma continuada. Es una de las extravagantes formas -todas científicamente inútiles- con las que el Gobierno de Tanzania promueve la erradicación de la Covid-19: terapias de vapor en una especie de hornos humanos que, supuestamente, matan al virus. Un virus que, además, en Tanzania no existe. Al menos, de forma oficial.
El vídeo se registró en la ciudad interior de Dodoma a mediados de febrero y da cuenta del delirio en el que está inmerso el país africano desde hace casi un año, promovido por su máxima autoridad, el presidente John Magufuli. Solo unos 500 kilómetros al norte de donde se grabó la escena, en la aldea de Engaresero, el “doctor milagro”, Pedro Cavadas, levanta cada seis meses un hospital de campaña. Allí lucha contra los elementos y en las peores condiciones para alargar la vida de una población sin el acceso sanitario más básico.
El médico valenciano de 55 años es conocido mundialmente por sus trasplantes y reconstrucciones de alta complejidad. También por su labor humanitaria, con una Fundación que arrancó en 2003. Pero, sobre todo, en el último año, se ha convertido en una de las voces más escuchadas en España sobre el coronavirus. Fue uno de los primeros en alertar de la catástrofe que se avecinaba con aquel virus que en enero de 2020 se tomaba a broma.
“[Si las autoridades chinas] reconocen un número de muertos y de contagiados no hace falta ser muy listo para pensar que hay como diez o cien veces más”, dijo Cavadas el 30 de enero del año pasado. El médico advirtió, además, sobre la “peligrosidad de un virus, muy agresivo y que se contagia muy fácilmente” y señaló: “Por simple evolución biológica, el ser humano tiene que sufrir una pandemia que diezme la población”.
Solo 24 horas más tarde, el epidemiólogo en jefe Fernando Simón decía que no se esperaba que en España se produjese “más que algún caso importado”. La campaña de desprestigio contra Cavadas fue brutal. Se le tildó de “alarmista” y se le acusó de “buscar morbo”. Colegas suyos de profesión pusieron el grito en el cielo por un cirujano que opinaba sobre epidemias. Pero tenía razón. Su vaticinio se cumplió.
Después de un año, Cavadas ha decidido guardar silencio. “Me han liado con este tema y no tengo nada más que decir”, aseguró en su última intervención pública, en la rueda de prensa posterior a extirpar un tumor gigante de la cara de un joven marroquí. Cavadas fue un visionario de la gravedad de la pandemia y uno de los críticos más frontales a su gestión en España. Ahora, cuando ya parecía que la concienciación sobre el virus se daba por asentada en todo el mundo, el médico tiene que enfrentarse desde su silencio a la peor de las gestiones posibles: la de Tanzania.
Entorno hostil
Cavadas llevó su proyecto a Tanzania a finales de 2013, después de que la Fundación que lleva su propio nombre tuviese que mudarse desde la vecina Kenia por razones de seguridad. Desde 2014, cada seis meses, el doctor y un equipo de médicos y enfermeros de su confianza, viajan a Engaresero, en la región del lago Natron, donde ejecutan “misiones quirúrgicas”. A su hospital de campaña acuden decenas de personas desde diferentes puntos a lo largo y ancho de esta zona casi deshabitada, situados, a veces, a cientos de kilómetros de distancia.
Las operaciones de Cavadas y su equipo van desde la intervención de traumatismos, fracturas, quemaduras, tumores y malformaciones congénitas hasta prácticas de cirugía ginecológica, tiroides, o “cualquier caso para el que honestamente seamos su mejor -única- oportunidad”, dicen desde la Fundación.
Vanessa Alemany, enfermera y mujer de Cavadas, quien le acompaña en todos sus viajes, explicó en una entrevista de 2019: “Se trata de campamentos quirúrgicos con los que se intenta arreglar todo lo posible. Así, seguimos el lema de Cavadas ‘todo lo que entra por la puerta y es mejorable para la calidad de vida del paciente y mientras se tenga material y se pueda, se cura’. Hemos tratado desde fracturas de tibias, peronés hasta bebés con labios leporinos que no pueden mamar y hay que operarlos porque están bajos de peso”.
Las condiciones en las que allí trabaja el “doctor milagro” y su equipo justifican por partida doble su apodo: no hay ni electricidad ni agua corriente y tienen que servirse de generadores que funcionan con gasolina. Las operaciones se practican de día por el riesgo a los fallos eléctricos por la noche y el ataque incesante de los insectos. “Hacen falta profesionales duros para aguantar física y psicológicamente estas misiones”, apuntan desde la Fundación en su web.
Después de las intervenciones, los pacientes permanecen, como máximo, uno o dos días de recuperación en el dispensario. Esto exige al médico y a su equipo prácticas que no requieran postoperatorio. Porque en Engaresero no hay ni UCI, ni laboratorio, ni sala de radiología. Apenas hay camillas. Todo se hace con el escaso equipo que Cavadas puede traer desde su clínica de Valencia y los enfermos aguantan en condiciones extremas. Los viajes del doctor y el equipo se repiten dos meses después de sus dos estancias anuales para controlar algunos casos que requieren seguimiento.
Alemany, que le acompaña a todos sus viajes, definió así la pasión del médico por trabajar en el continente: “El doctor Cavadas eligió África porque desde pequeño ha adorado todos esos países y decidió echar un cable y operar lo que pudiera y estuviera en sus manos”. De alguna manera, parte del corazón del doctor está en un país en el que, si las condiciones sanitarias son de entrada paupérrimas, el discurso oficial sobre la pandemia las complica todavía más.
Al entorno tanzano en el que trabaja Cavadas ahora hay que añadirle la presencia de una pandemia que campa a sus anchas y la creencia inoculada por el Gobierno en gran parte de la población de que el virus es inexistente. En todo caso, si queda algún retazo del virus, se atribuye a agentes externos que lo han introducido, y las autoridades dicen que puede 'curarse' con remedios ancestrales o pseudocientíficos como la inhalación de vapor. La pedagogía que Cavadas tuvo que hacer en su momento en España, se la lleva consigo a Tanzania.
País negacionista
La concatenación de despropósitos del Gobierno del presidente Magufuli se remontan casi al inicio de la pandemia. El 16 de marzo de 2020, el ministro de Sanidad de Tanzania anunció la primera muerte por Covid registrada en el país africano. Desde que empezaron a contarse casos, Magufuli comenzó a dudar sobre los test diagnósticos porque, según él, estaban fabricados por países occidentales o China, y programados para dar muchos positivos. Incluso hizo broma públicamente con que una papaya diera positivo de una prueba PCR, con el objetivo de ridiculizar su eficacia.
En abril, el país dejó de publicar estadísticas de contagios, muertes e incidencia de la Covid. En mayo, Magufuli ordenó que se dejasen de hacer tests. Para entonces, el país tan solo había registrado 509 casos y 21 muertes. El presidente dijo que Tanzania derrotaría al coronavirus “a través de la oración” y que no habrían confinamientos ni restricciones severas como sí sucedía en los países limítrofes Kenia y Uganda. En junio, Magufuli declaró triunfalista a Tanzania como “país libre de virus”. En octubre fue reelegido.
Así, el delirio del presidente ha llevado a un negacionismo oficial que se controla, además, con barra de hierro. De hecho, en Tanzania solo están autorizados a hablar de la pandemia él mismo, el ministro de Sanidad y otros tres altos funcionarios.
Este periódico ha contactado con trabajadores humanitarios extranjeros sobre el terreno pertenecientes a diferentes organizaciones que han pedido que no se hagan públicas sus declaraciones por miedo a represalias que pongan en peligro sus misiones allí. Pero el panorama que describen es preocupante. “Si la situación continúa grave como ahora, quizás comenzaremos a hablar”, dijo uno de ellos a EL ESPAÑOL.
La relajación de las medidas y la negación del virus han llevado a que, desde diciembre de 2020, las muertes por “neumonía aguda” se disparen en el país, según reporta la Deutsche Welle. La evidencia de la presencia del virus en el país africano es tan clara como que esta semana se han registrado en España, en concreto en Valladolid, los dos primeros casos de la variante sudafricana del coronavirus en dos cooperantes españoles que venían de Tanzania. La escalada de los fallecimientos en Tanzania ha comenzado a preocupar a una población local que está confusa y que ahora toma medidas por su cuenta.
“La situación no es muy buena. El Gobierno no habla abiertamente sobre la situación del coronavirus en Tanzania. Nos preguntamos si el virus está entre nosotros o no”, dijo a la televisión alemana Mussa Mussa, un residente en la ciudad de Arusha. “A principios de febrero, el ministro de Sanidad nos dijo que usáramos remedios tradicionales para protegernos. Unas semanas antes, el presidente nos dijo que algunas personas trajeron el virus al país, por lo que nos preguntamos, ¿hay coronavirus en Tanzania, o no?”, añade Mussa.
Vacuna no, vapor sí
Los remedios tradicionales de los que habla Mussa son, sobre todo, la inhalación de vapor que deja imágenes tan llamativas como las del vídeo. Desde que las autoridades diesen aquella directriz, la venta de cabinas o máquinas de vapor como las que aparecen en las grabación ha aumentado en el país, según informó el periodista keniano de Voice of America Kenny Wandera. Estas se usan, al menos, desde junio pasado.
Los propietarios de este tipo de máquinas llegan a ganar hasta 200 euros al día, una fortuna en el país africano. También han proliferado toda clase de curanderos a los que la población acude en masa. El vapor se obtiene de la quema de una combinación de hierbas medicinales que generaría un efecto a 100 grados de temperatura que el virus no podría aguantar, según dijo el propio ministro de Sanidad. La práctica no cuenta con ningún respaldo científico.
“La inhalación de vapor se ha usado sin duda como un remedio casero para el tratamiento de resfriados comunes e infecciones traqueales. Pero asumir que puede tratar el coronavirus es falso y simplemente ridículo”, señaló Kitapondya Deus, una especialista en Salud Pública en la capital, Dar es Salaam, en declaraciones a la agencia turca Anadolu.
Como ella, médicos, organizaciones humanitarias, la propia OMS o el Centro para el Control y Prevención de Enfermedades africano; hasta el obispo de Dar es Salaam, están presionando al presidente para que recapacite y termine con una deriva que puede provocar una hecatombe que amenaza con prolongarse. “La Covid no ha terminado, está aquí. Necesitamos protegernos, lavarnos las manos con agua y jabón. También tenemos que volver a llevar mascarillas”, dijo al respecto el obispo Yuda Thadei Ruwaichi.
Entre los mayores temores está que nadie en Tanzania vaya a ser vacunado. El Gobierno, en la última de sus ocurrencias, ha negado que los viales tengan efectividad alguna, en un país donde la sanidad es raquítica. De hecho, el presidente Magufuli ha rechazado formalmente la recepción de dosis de vacunas, de tal forma que la OMS ha excluido al país de su plan de vacunación en el continente. Delante de los ojos de los tanzanos, las imágenes de las cabinas de vapor contrastan con las campañas de vacunación que lentamente emprenden los países vecinos, sin que ellos puedan formar parte.
Con este telón de fondo, Cavadas pretende continuar con una ardua labor entre la población más desfavorecida al norte del país. Si algo queda a sus pacientes, es una resistencia casi inimaginable en la cómoda Europa. Porque si ya lo tenían todo en contra, ahora es por partida doble. “Son duros como el terreno”, describen a sus pacientes tanzanos desde la Fundación del “doctor milagro”.