El traficante Oubiña, del fardo de droga al fardo de ropa: así vende por los mercadillos de Galicia
“He cumplido en la cárcel 32 años, 9 meses y 15 días”. “Otegi, en cambio, es un hombre de paz”. “Si mi hijo muere por droga, mato al camello”. EL ESPAÑOL entrevista al histórico contrabandista en su nueva vida.
7 marzo, 2021 02:02Noticias relacionadas
Laureano Oubiña lleva unos días algo alicaído. Él, que guarda su parcelita en esta historia nuestra como el gran contrabandista de tabaco y traficante de hachís, el poderoso señor do fume, el del Pazo Baión que asaltaron las madres contra la droga, tiene ahora problemas para vender sus camisetas con su cara y sus verdades. Cuenta algo de que la burocracia de MRV, la empresa de mensajería, se las tiene paradas en su garaje de Villagarcía de Arousa (Pontevedra). Está como herido. Él, que le compraba la droga al currito marroquí y se la llevaba para que se la fumara el niñato en Ámsterdam, ahora las pasa canutas para llevar su fardo (de ropa) al muchacho de Zamora que quiere una camiseta suya porque le ha visto en la Fariña de Netflix.
Pero cuando recibe a EL ESPAÑOL este miércoles en el mercadillo de Becerreá (Lugo) para venderlas, ya llega redimido. La página web empezó a funcionar el martes y ha sido un éxito rotundo. Eso dice. Aún así, el negocio ha caído por la pandemia y la cancelación de las ferias y no puede renunciar a levantarse a las 5.00 de la mañana para entrar en faena en las plazas de los pueblos gallegos. Pero a todos habla de su web, de sus productos, del libro que ha escrito, y los vinos que venderá y que cuelga con orgullo en www.lanecora.gal, que lleva el nombre de la operación capitaneada por el juez Baltasar Garzón y que le tumbó.
-¿Cuánto tiempo ha pasado en prisión?
-Salvo que me quedara alguno atrás; 32 años, 9 meses y 15 días.
Hubo un tiempo en el que Laureano Oubiña (74 años) era otra cosa. Era el patrón, el capo, y las Rías Baixas se la repartían él y sus colegas: Sito Miñanco y Manuel Charlín -jefe del clan de Los Charlines-. Fue en los 80 cuando estos contrabandistas de tabaco se pasaron a otras hierbas y, de la total impunidad y el compadreo con los políticos y policías gallegos, pasaron a ser objetivo de la DEA, la agencia antidroga estadounidense, y se convirtieron en el rostro a batir por un escuadrón de madres, agentes y jueces que veían como una generación entera moría pálida y delgada en el portal de abajo y con la aguja aún colgando del brazo.
Aunque él reconoce haber traficado con café, gasolina, tabaco y hachís, siempre se enorgulleció, a su manera, de no haber tocado nunca cocaína ni la heroína. A pesar de ello, ahora vuelve a saltar a la actualidad y está siendo procesado por la Operación Matta contra la principal red de distribución de cocaína en Asturias. En uno de los registros se encontraron cinco kilos de la droga y le están acusando de ser el “intermediario o proveedor”. “Yo he podido llevar cinco toneladas, ¿me voy a mojar por cinco kilos?”, se defiende.
Al margen de sus sombras, aún despierta filias, una mezcla entre fascinación y magnetismo. Uno no sabe si es por la cultura pícara española, que relativiza, o por algo más profundo, como lo que hace que la ruta por la vida de Pablo Escobar sea lo más solicitado por los turistas que aterrizan en Medellín. Basta con ver a Oubiña en los pueblos: los mayores se quedan en sus corros cuchicheando y señalando y los jóvenes se deshacen en pedirle fotos y merchandising.
-¿Por qué una sociedad como la nuestra crea ‘héroes’ como usted?
-No tiene que crear héroes como yo porque no soy un héroe de nada, de nada. Me han condenado por tres condenas de hachís que cumplí día por día. Ninguno de ETA ni ninguno de los asesinos que conocí dentro cumplió ese tiempo día por día. Luego me condenaron por blanqueo de capitales y no quisieron refundirlas. Me trataron como una mierda, como un despojo. Aquí hay presos de primera, segunda, tercera, cuarta y quinta. Y como a mí, a muchos que conozco.
-¿Se arrepiente de algo?
-Yo no tengo de nada de lo que arrepentirme. Hay que arrepentirse antes de hacer el delito. Ahora, si usted me pregunta si lo volvería hacer… rotundamente, no. Porque no vale la pena una semana de cárcel por nada. ¿Pero por qué me iba a tener que arrepentir?
-Para estar en paz con Dios aunque sea.
-Yo con Dios estoy de puta madre. Yo no sé si es Dios o el demonio, pero alguien me protege. Porque conduje más kilómetros dormido que despierto y aún estoy aquí.
Laureano, reconvertido
Cuando las campanadas de la iglesia dictan que son las 8.00, la furgoneta de Laureano Oubiña luce frente al Ayuntamiento de Becerreá, subida a la acera con su cara, su nombre y su número de teléfono privado grabados sobre la chapa. Lo primero es ver dónde colocarse, preguntarle al tipo del puesto de enfrente si finalmente va a venir su primo o si puede quedarse con el hueco. Puede. Y se pone a descargar el maletero del vehículo, recién amanecido todo, como un vendedor ambulante más.
Ver a Oubiña manejar fardos tiene su aura poético. Da un aire de reminiscencia de otra época, de madrugadas en la costa gallega donde se ganaban “sus buenos cuartos” esos marineros que de mayores querían ser otra cosa. Ya luce algo más desgastado, eso sí, porque la edad pesa, pero lo lleva en la sangre. Y abre la furgoneta con las cajas encajadas milimétricamente y monta el puesto y coloca las camisetas y los libros, uno a uno y con esmero, sabiendo que es lo único que le queda.
El extraficante lleva ya unos años vendiendo lo que fue. Todo empezó con su libro Toda la verdad, que confeccionó tras salir de la cárcel por última vez en 2017, y del título de los capítulos empezó a sacar eslóganes que plasma en las camisetas. Cuenta que no puede tener empresas y cuentas bancarias a su nombre y que, por eso, ha cedido su imagen a una empresa, con la única condición de que le permita ir él en persona a venderlo todo. La empresa lleva como logo un pájaro. A él la policía le apodó El Pajarito.
-¿Se siente más cómodo en lo legal?
-Mucho más. Es otra tranquilidad. Yo ya pasé de temas ilegales hace muchos años. Mi época se ha acabado. La de lo ilegal, se ha acabado. Pero no me dejan tener cuenta en un banco ni para cobrar la pensión que cobro, que hasta ahora era de 398 euros y ahora ha subido a 400 mensuales.
-Antes tenía problemas para esconder el dinero, de tantos billetes que tenía, y ahora esa pensión… es una diferencia notable.
-A mí no me importa, el dinero no me llama. No soy ambicioso de dinero y de gallego tengo poco: porque voy de frente, alto y claro, sin hablar por detrás como hacen la mayoría de los gallegos. Yo, con tener para vivir al día, me llega. Una habitación y una cama para dormir, o no dormir, una ducha para ducharme y una cocina… me sobra lo demás.
-Pues vaya trabajo que eligió para no importarle el dinero...
-¿Qué trabajo?
-El de contrabandista
-Me marché de casa con 16 años y tuve que buscarme la vida como he podido. Eso es lo que ha pasado. Nunca tenía que haberlo hecho, porque no tenía necesidad. Pero, a lo hecho, pecho. ¿He cumplido mis condenas? Sí. ¿Qué más le debo a quién? Hostia. He pagado mis condenas, qué cojones queréis de mí. No le digo a ustedes [remarca, señalando a los periodistas], sino a los que no me dejan vender mis libros y mi merchandising. ¿Quieren que vuelva a las andadas o qué? Tengo el teléfono con la ubicación conectada constantemente. Deben escuchar hasta los polvos que echo, o los que no echo. Y estoy encantado. No tengo inconveniente, cuanto más me sigan, más protegido me siento. No tengo nada que esconder.
-¿Quién no le deja vender sus libros?
-Normalmente, donde gobierna el PSOE o un partido de izquierdas, tengo mil problemas para colocar el mercadillo. Quien no tiene problemas es Otegi. Otegi es un hombre de paz. Otegi no tiene problema ninguno, en El Corte Inglés venden su libro pero el mío no.
Oubiña es un tipo grandote, ancho de hombros y con manos del que ha pasado la vida trabajando, aunque sea a su manera. Habla, al principio, tranquilo. Pero es de gatillo fácil y estalla rápido, mostrando que hay algo más profundo que esconde detrás. Tiene fama de violento, aunque niega con la cabeza cuando se lo recuerdas, y se acerca y te mira profundamente cuando te dice algo, como queriendo subrayar y poner en negrita lo que sale de su boca. Intimida.
Al poco de montar el puesto de las camisetas, y al ver que nadie se acerca a comprarle nada, dice de ir a la feria de ganado que hay en la parte más alta de Becerreá. “Vale, pero vuelve rápido, que sin ti no vendo nada”, le contesta la mujer que le acompaña y que ha pedido no figurar en este reportaje. Y Oubiña se va, y las anécdotas se le caen de los bolsillos. Lo mismo arremete contra los funcionarios de prisiones recordando aquel día que mataron a uno y las celdas se quedaron sin luz porque pensaron que habían escondido el pincho en el cableado, que dice que nadie ha muerto del hachís: nadie excepto el cerdo ese que tenía un amigo en su jardín y que se comió un fardo que habían enterrado.
Camina por la feria de ganado y pasa desapercibido. Un rato sólo. Poco tardan en verle desde los corrillos. Es entrar en un sitio y que todos se giren, se queden unos segundos mirando, y vuelvan a lo suyo pero ya en silencio. “Oubiña, cómprame un queso”, le dice un vendedor. Se le intuye con dinero, eso piensa la gente. A saber. Pero luego come un pulpo a feira con su amigo Manuel, al que conoce de las ferias y con el que ha cosechado una amistad, y es Manuel el que invita a todos y el de “¿tú eres más de vino blanco?”, al comensal y el de “trae otra botella, pero de blanco”, al camarero.
Oubiña se achica en los espacios grandes y públicos, cuando sabe que la gente le mira. Habla menos y hace como si nada. Se come el pulpo y se va. “Oubiña, cómprame un queso”, vuelve a intentar el vendedor. Nada.
Su época dorada
De vuelta a la trinchera, al puesto desde el que ahora vende sus camisetas, la mujer que le acompaña dice que aún no ha colocado ni una. Habían llegado unos chavales a mirar, preguntaron por él y, como no estaba, se fueron sin más con su parné. Y es que, a pesar de todo, Laureano Oubiña se ha convertido en una especie de mito pop. Prueba de ello es que, nada más llegar, el negocio sí empieza a funcionar y son los jóvenes los que se acercan y, por cada camiseta que vende, se hace dos fotos con cada uno de ellos.
Gran parte del fenómeno que despierta viene de Fariña, el libro de Nacho Carretero que se ha convertido en serie best seller de Netflix y ahora también en musical que se representa en los teatros de Madrid. Eso le ha catapultado, le ha acercado al público que no le conocía y que ahora le ve más como el alter ego real de un personaje de ficción, un traficante cool. Sólo los viejos del lugar parecen querer recordar cuando se cruzan con él y apartan la mirada.
-Las madres contra la droga, capitaneadas por Carmen Avendaño, pasaron de cantarle lo de “Oubiña, cabrón, fuera de Baión” a “Oubiña, cabrón, púdrete en prisión”.
-¿Qué tengo yo que ver con las madres? ¿Fueron a algún juicio de quien mató a sus hijos? ¿A alguno por el tema de heroína y cocaína? No. Que yo sepa, el hachís no ha matado a nadie y el tabaco… dicen que es por lo que más muere la gente. Sí, he contrabandeado con tabaco pero la Tabacalera ha traficado más que yo y lo sigue haciendo.
-Si tuviera a Carmen Avendaño delante, ¿qué le diría?
-No tengo nada que decirle. Nada.
-¿No empatiza con el dolor de las madres?
-Para nada. Si muere un hijo mío por tema de drogas me cago en Dios y en la puta madre del traficante. No voy a patalear a su casa ni al juzgado, lo mato al traficante de heroína. ¿Por qué no fueron ellas a los juicios de los traficantes de heroína, cuando eran sus vecinos?
-¿Por qué fueron al suyo?
-Porque detrás de mí estaba el Pazo de Baión. Los de heroína no tenían ahí los pazos, los tenían fuera de Galicia. Y, recuerda, el traficante más grande de todos es el propio Estado.
La época de la que habla es, para muchos, esa noche oscura y larga del alma en la que siempre son las tres de la madrugada, que diría Fitzgerald. Los narcos tenían comprados a los policías, que iban a trabajar en Mercedes. Financiaban mitines de partidos políticos y había compadreo. Les dejaron todo y todo era suyo. Pero estalló cuando del tabaco pasaron a la droga y las cosas se complicaron. Vivieron mejor, ganaron más dinero, pero durante poco tiempo más.
El saber popular cuenta que el que no quería pasar a la droga era Vicente Otero, alias Terito, patriarca de la cooperativa de Sito Miñanco, Manuel Charlín y Laureano Oubiña antes de que pasaran a las ligas mayores. Terito opinaba que con el tabaco les iba bien y sólo se jugaban una multa mientras que vendiendo hachís podían acabar en la cárcel. En una reunión, Oubiña y él discutieron por eso mismo y Terito le pegó un tiro al que ahora vende camisetas.
-¿Fue así?
-Eso es mentira. Terito pactaba donde hubiera dinero. ¿Quién era él para decirme lo que tenía que hacer? Igual que lo de los disparos hacia mí. Falso, mentira. Fui yo el que le disparé a él. Hay testigos, pregúntele a José Ramón Barral [exalcalde de Ribadumia], que estaba ahí. La serie no se adapta ni al 50% de lo que pone el libro de Nacho Carretero que, por cierto, es un corta y pega de los recortes.
-¿Guarda relación con alguno de esa época?
-No, ni quiero.
-¿Ni con Sito Miñanco?
-Sito es amigo mío. No hablo con él. Ojalá pudiera porque sería que ya está fuera. Lo apoyaré en todo lo que pueda. Legalmente. Yo no entro a decir si hizo o no hizo, no soy policía ni juez para investigarlo. Pero es amigo mío y lo seguirá siendo y mi apoyo como persona lo va a tener toda la vida. Que le quede claro a todo el mundo. Es amigo mío.
-¿Habló alguna vez con Manuel Fraga o con Adolfo Suárez?
-Sí, con ambos. Con Suárez más que con Fraga. [Y, a pesar de la insistencia del periodista, no quiere decir de qué hablaron]
-¿Sabían a lo que se dedicaba?
-Supongo que lo sabían. Aunque al señor Fraga le faltó el tiempo cuando hicieron la Operación Nécora; al día siguiente, frente a mi casa y en una cena, alzó la voz: “¡Oubiña, ese gran narcotraficante, hay que meterlo en la cárcel!”, decía señalando. Cuando hace unos días había pagado yo la cena y un mitin ahí de él. Así de claro. Por cierto, que los millones de pesetas con los que financié al PP nunca se me devolvieron. Los que financié a UCD, sí, céntimo a céntimo. Me querían pagar intereses y todo.
Cuando llegan las 13.00, la figura de Laureano Oubiña se vuelve pequeña de nuevo. Toca recoger, no hablar de su época dorada sino ganarse el pan de mañana. Va plegando con el mismo esmero que montó el puesto, colocando los fardos de ropa de nuevo en la furgoneta y todo encaja a la perfección. Es un tetris al que ya ha jugado tanto. En esas, pasa uno y le espeta su nombre y le ofrece un cigarro. Lo rechaza. Laureano Oubiña, el señor do fume, no fuma. Qué cosas.
-¿La cárcel reinserta?
-Para nada. El que entra bueno, sale malo por cojones. El que entra malo, sale el triple de hijo de puta. Es una escuela de delincuencia. El carcelero, cuando se levanta, mira a ver a quién puede joder más, especialmente a alguien conocido, como es mi caso.
-¿Qué espera del futuro?
-Que me dejen vivir en paz y tranquilidad, honradamente. La pensión no me llega para vivir.
Quién le ha visto y quién le ve.