En la Suiza alemana, dentro del imperio del orden, la patria del tourbillon y la pasta “negra”, delante de mis narices, aquella máquina se empeñaba en destrozar el sillón más famoso del mundo. ¡Crash! ¡Punch! ¡Zasca! El artefacto imposible había sido diseñado para perrear al mejor sillón del mundo, la Eames Lounge Chair que esta semana cumple 65 años. Más tarde supe que la pieza torturada era siempre la misma y el artefacto una demostración ante el cronista inocente de la fiabilidad del sillón.
“Sometemos el sillón a todo tipo de pruebas de estres”, me explicó mí guía. “Ya veo ya. ¿Podría hacer una fotografía?”, pregunté blandiendo mi Leica Q. “Lo siento señor”, me respondió con firmeza calvinista. La palabra maldita en el Vitra Campus de Weil am Rhein, la casa de Rolf Felhbaum (79) -se pronuncia “falsificación”. En inglés “fake”, que mucho antes de sumarle la palabra “news” ya existía-.
La idea ha sido escrita una y mil veces. “¿Por qué no hacemos una versión actualizada del viejo sillón de club inglés?”, dicen que dijo el diseñador Charles Eames a su mujer Ray. Actualizar algo está bien pero no tiene mayor mérito si no mejora lo anterior. La Eames Chair es un icono y por tanto es incapaz de envejecer. En los objetos, no envejecer es un mérito, en las personas no envejecer es una maldición.
Por eso no es una gran noticia que el sillón Eames cumpla los 65, porque hace décadas que tiene garantizado su ingreso en el siglo XXII con solo gestionar bien la historia de su pedigrí, un buen servicio técnico y la lucha permanente contra las copias que en la edición de muebles -como en la moda- basta con que se cambien unos pequeños detalles para no escabullirse de la ley. Un paseo por Wallapop ofrece sillones Eames por menos de 600 euros. No los compres, te arrepentirás. Es mejor esperar. Si acabas por comprar una pieza de segunda mano busca el certificado de origen.
Los herederos de Jean Prouve (no se pierdan la exposición en el Caixaforum de Madrid), Verner Panton y el matrimonio Eames sufren cientos o miles de imitaciones que llenan la red de ofertas y decoran los bares de barrio de pretendido diseño. Imagino que el coste marginal de esta piratería ya lo tiene Herman Miller (el editor americano) y Vitra (el editor para Europa y Asia) imputado en el precio de venta de una pieza nueva.
Mientras Charles y su mujer Ray Eames terminaban de perfilar la silla, en 1956, en Madrid, en febrero, empezó a repartirse un manifiesto que llamaba a organizar un Congreso Nacional de Estudiantes, impulsado por Enrique Múgica, Ramón Tamames y Javier Pradera. Se trataba de romper el falangista SEU (Sindicato Español Universitario) dirigido por el gobierno franquista. Fue la primera manifestación de estudiantes en plena dictadura. Ignoro si alguno de los involucrados -solo Tamames vive- tuvo alguna vez una Eames Chair.
La estrategia de marketing está muy clara. “Para las generaciones futuras”, como dice también el relojero Patek Phillipe. Rotunda, aunque dudo que comprar algo para que lo hereden otros -que la van a vender, seguro, no te engañes- sea muy eficaz y no un disfraz para camuflar que la silla cuesta una pasta.
En los objetos, no envejecer es un mérito, en las personas no envejecer es una maldición
A mí las pieles en blanco nieve, el caramelo o el marrón brandy no me ponen nada, pero siempre hay color para cada gusto. Yo cuando la compré me enamoré de la palabra “palisandro”, diez letras con olor a madera dúctil que nombran a varios árboles diferentes, originales de Brasil, Gabón y Sudamérica. La madera de palisandro es muy densa, (por encima de 900 kg/m3) y muy dura contra hongos e insectos. Al palisandro se le conoce también como Jacaranda (Jacaranda mimosifolia) y regala unas flores moradas que si las ves en la primavera austral o te enamoras o te da por suicidarte. Mejor enamorarse.
Después de 65 años de fabricación, ¿quiénes son los clientes? Los que más compran son hoteles, un puñado de entendidos -no son pocos- y también recién llegados cansados de Ikea y de que Habitat no sea ya de Terence Conran. Advertencia para los que la compran porque no saben molar más. Las más cool son las que están más usadas. Como tus zapatos viejos de Trickers o esa camiseta que solo te pones en casa y que cada vez que te las pones te da gustito y pena a la vez.
Pero el tiempo pasa, y como canta Pablo Milanés (78), “nos vamos haciendo viejos, y el amor no lo reflejo como ayer”. Desde 1956 los homínidos somos mas altos, 10 cm más de media, así que Vitra en colaboración con la oficina de los Eames, liderada por su nieto Eames Demetrios (59), que vigila su legado, ha desarrollado una versión más grande para los clientes más altos.
Si te documentas verás que la Lounge Chair aparece como compañera de la publicidad de cientos de otros productos. Los creativos publicitarios la han utilizado durante décadas para transmitir un mensaje: soy moderno; tengo personalidad; soy unisex; si te sientas aquí eres alguien especial, desde creatividades tradicionales para prensa y revistas, a series de televisión como Mad Men.
Como es lógico, comprarla, poseerla, dormirse en ella, no significada nada de eso porque uno puede ser una acémila y por sentarse una silla Eames no impedirá que en vez de hablar rebuzne.
Merece la pena romper una lanza por otra de las palabras que me enseñó está sillón, la palabra “otomana”. La Eames no es sin su otomana, el reposapies que la acompaña siempre cerca, tan cerca como te den las piernas. Yo sabía que era un Imperio, el Otomano (1299 a 1922), pero no un reposapies. Subir los pies en un imperio les garantizo que mola mucho, mucho, y que no hay estrés que se resista a técnica semejante.
Ya informado apunto en mi disco duro que una otomana es un sofá que tiene cabeza pero no respaldo. La otomana de los Eames es muy poco otomana, diseño importado de Oriente en el siglo XII. No te recomiendo que por falta de presupuesto te compres primero la otomana y ya comprarás la silla, porque eso no pasará.
Quítate de la cabeza también comprarte alguna de las miles de falsificaciones que circulan por la red. La ley de protección del copyright de la edición de muebles es, digamos, que poco seria y hay más falsificaciones de la silla Eames que mosquitos en el Delta del Ebro. Así que recupera el cerdito hucha, (9.130 euracos) que también es un icono del diseño, y ahorra que sube la autoestima.