Es noche cerrada en la plaza de Santa Ana de Madrid. Apenas quedan 20 minutos para el toque de queda. Cuatro jóvenes franceses borrachos como tartas cantan a viva voz La vie en rose en la mesa de una terraza, acompañados por el acordeón de un músico callejero. La imagen le va como anillo al dedo a la realidad. En las últimas semanas, Madrid es precisamente eso para los turistas franceses: la vida en rosa.
¿Recuerda cómo era la vida nocturna antes del maldito virus? ¿Las terrazas rebosantes de vida y jolgorio? ¿Recuerda las cañas, las copas, los chupitos? ¿Los selfies con los amigos, todos bien pegados? ¿Recuerda cómo era hablar con la persona de enfrente oliendo el pestazo a alcohol y tabaco que emanaba de su boca sin que mediara mascarilla alguna? Para rememorar todo eso no es necesario tirar de recuerdos, ni buscar en el álbum de fotos de 2018. No. Solo basta darse una vuelta por el centro de Madrid cualquier noche de fin de semana.
Durante la primera ola de la Covid-19 España sufrió una especie de madrileñofobia, por todos los capitalinos que iban a las provincias y esparcían el temido virus entre la población local. Ahora, cuando nuestro país se asoma peligrosamente a la cuarta, Madrid sufre lo que bien podríamos llamar gabachofobia. Un tuitero se refería a los turistas franceses como benas (borrachos extranjeros no arrestados). La capital se ha convertido en el patio de recreo del país vecino, y comprobarlo no es difícil. Este es el relato de lo que hacen los franceses cada noche que pasan en Madrid. Y ya se lo adelantamos, querido lector: no es visitar museos.
Pasan pocos minutos de las nueve de la noche en la Puerta del Sol. La estampa podría ser la de cualquier otro año salvo por las mascarillas, elemento indispensable para andar por la calle desde hace ya tiempo. Aquí, Ilyes, Benjamin y Romain han salido a cazar farra. Los tres han aterrizado este mismo sábado en Madrid, provenientes de París. No tienen billete de vuelta. “Me da igual”, asegura Ilyes —en un castellano correcto— respecto a la fecha de regreso. “En París la situación es muy difícil, muy diferente. Sabemos que aquí hay muchas libertades. Por eso estamos aquí”.
—Se está aquí mejor que en Francia, ¿no?
—Sí, mucho mejor.
—¿Vais a salir de fiesta?
—Estamos buscando (risas).
—¿Qué opinas de que yo no pueda ir a ver a mis padres fuera de Madrid pero que tú puedas venir aquí?
—No es normal. Si yo puedo venir aquí, tú deberías poder ir a ver a tus padres.
—Entonces, ¿qué restricciones ponemos?
—Ah, buena pregunta. No sé.
Los tres aprovechan la conversación para pedir indicaciones hacia la fiesta, el clásico ¿y aquí dónde se sale? El barrio de las Letras es su mejor opción esta noche. Aseguran que el virus les preocupa “un poquitín, pero hay que vivir”. Hoy toca fiesta, mañana igual visitan un museo, bromea Benjamin.
El viaje de Capucine
El ambiente es puramente festivo en la céntrica calle de Barcelona, un estrecho callejón peatonal abarrotado de terrazas. Salvo por algunas mascarillas, aquí parece que el tiempo no ha pasado, que el mundo es el mismo que hace año y medio, que el virus este no existe y que términos como Covid, confinamiento, desescalada o PCR nos suenan a chino. No es difícil dar con extranjeros. Pocos son los comensales que hablan en castellano.
Una simpática chica llamada Capucine se anima a hablar con este periódico. Comparte mesa con varios compatriotas y ella es la única que habla español fluido. Cuenta que llevan aquí cuatro días y que están mucho mejor que en Francia. “Estamos en los bares y restaurantes, o sea que muy bien”. En París, esto no lo podrían hacer, ni de lejos. Ayer de hecho, se pasaron del toque de queda y un policía les llamó la atención, pero nada más. Ni multa ni bronca. “Nos dijo que fuéramos a casa”.
Entra en los planes de Capucine -nombre de la flor capuchina- y sus amigos visitar algún museo y cumplir así con la voluntad de la presidenta autonómica, Isabel Díaz Ayuso. “Quizás vamos al Museo del Prado o el Reina Sofía”, asegura la joven de 23 años. Pero de momento son solo eso, planes.
Preguntada por el hecho de que un madrileño no pueda ir a Ávila pero un parisino sí venir a Madrid, considera que “no es normal”. Pero en su país pasa lo mismo. “En Francia también hay esas medidas. Nosotros vivimos en el norte, en Lille, y no podemos ir a París porque estamos confinados. Pero podemos venir a Madrid… Es lo mismo que en España”. Este grupo de franceses tiene un vuelo programado el martes y una PCR el lunes. El negativo es condición sine qua non para poder volver a casa.
A unas pocas calles de donde Capucine y sus amigos celebran la libertad que les brinda Madrid, Batiste y Salim hacen lo propio. El suyo es un caso diferente: son franceses -Salim es de ascendencia marroquí- pero estudian y residen en España. Pero Batiste no lo hace en Madrid, sino que ha venido este fin de semana desde Barcelona, y no ha tenido “ningún problema” para llegar desde la ciudad condal.
Salim confirma la facilidad que hay para moverse por el territorio español pese a las restricciones: “Mi novia es de Alicante y yo voy cada finde. Todos los fines de semana me voy a Jávea. Las primeras veces me cogía una cita en una clínica privada o algo, pero ahora ya ni me molesto. Es un cachondeo, las cosas como son”.
Museos no, copas sí
El alcohol ya ha hecho mella en la consciencia y el comportamiento de cuatro individuos franceses en una terraza de la Plaza de Santa Ana. Quand il me prend dans ses bras, qu'il me parle tout bas, je vois la vie en rose resuena en el centro de Madrid. De los cuatro, solo uno de ellos huye de la cámara. El resto no duda en hacer el canelo frente a ella. Pues eso, la vida en rosa.
En la mesa de al lado están tres amigas suyas. Chloe es la única que habla español del grupo y que accede gustosamente a hablar con los periodistas. Los otros siguen a lo suyo, desentonando a placer la canción de Édith Piaf. Chloe explica que es belga y que actualmente reside en Madrid, donde hace prácticas de estudiante. Sus amigos los cantarines, en cambio, son de Lyon (Francia) y solo están pasando una semana en la capital. “Están haciendo turismo y se van mañana”. Seguramente, se vayan con resaca.
El paso de estos cuatro turistas se ha resumido en una gira por los bares y restaurantes del centro de Madrid, pero ningún museo (¿quizás el del jamón?). Respecto a su preocupación por las medidas de seguridad, Chloe admite que “no son muy cuidadosos con la mascarilla y eso”. Pero les transmite la pregunta:
—Chicos, ¿no tenéis miedo al coronavirus? -pregunta la joven a sus amigos.
—Yo soy negativo así que… -responde uno.
—Vale, no se preocupan mucho (risas).
—¡Dile que estamos aquí para beber! -salta otro.
El toque de queda está, como quien dice, a la vuelta de la esquina. Esto no parece preocupar a la horda de franceses que ocupan la calle Núñez de Arce con sus cubatas a medio beber en vasos de plástico. Los bares y discotecas han cerrado. ¿Y ahora qué? Unos, aseguran que se van a dormir, aunque con toda seguridad la cama les va a dar vueltas. Otros, empiezan a entrar en manada en portales cercanos para seguir la fiesta en el piso turístico de turno.
A Vincent le gustaría hacer eso, pero no sabe a qué casa acoplarse junto a su grupo de amigos. Visiblemente tocado por el alcohol y con una amplia sonrisa dibujada en la cara atiende a los periodistas alternando indistintamente el inglés y el francés.
—¿Qué opinas de que yo no pueda ir a ver a mis padres pero tú sí que puedas estar aquí?
—Considero que es absolutamente vergonzoso —responde en francés-. Debería ser prioritario que los nacionales pudiesen ver a sus padres o a sus allegados. Europa y Schengen me permiten venir aquí y es normal. Pero impedir que los ciudadanos puedan desplazarse por el territorio nacional es una violación de sus derechos fundamentales.
Para Vincent el coronavirus es un invento de los chinos para manejar el cotarro. El joven balbucea su particular teoría de la conspiración mientras fuma. El discurso contiene vocablos ininteligibles para el maltrecho nivel de francés de este periodista. Solo podemos limitarnos a asentir y sonreír.
Unos pocos agentes de policía desalojan la calle sin problemas. Entre los desalojados se ve pasar a Ilyes, Benjamin y Romain, los primeros entrevistados de este reportaje. Finalmente, encontraron la fiesta que venían a buscar. El museo, ya si eso, mañana.