Cuatro camiones y 10 furgonetas. Era lo necesario para que Héctor recorriera las ferias ambulantes de toda España junto al resto de trabajadores del Forno de Lugo. Lo hacían ofreciendo toda clase de artículos de panadería y pastelería artesanal gallega y vendían todo tipo de productos recién hechos en los numerosos mercadillos medievales como, por ejemplo, el de El Álamo (Comunidad de Madrid). En cualquier feria estaban Héctor y sus trabajadores que desde hacía 15 años habían conquistado el paladar de sus clientes. Pero la pandemia lo truncó todo: se suspendieron las ferias; se confinó a los consumidores y la empresa gallega comenzó su decadencia. Pero ha renacido como el ave fénix en forma de una exitosa cadena de panaderías que gana, cada día, entre 2.700 y 3.600 euros, casi 110.000 euros al mes. Eso sí, lo ha conseguido con esfuerzo.
“En 2018, por ejemplo, fuimos a 120 ferias de toda España vendiendo nuestros productos artesanales procedentes de Lugo. En 2019, a otras tantas, pero llegó 2020 y el año ya empezó mal porque me divorcié en enero. Ella tenía que quedarse con el 25% de la empresa y parte de la casa, así que se lo tuve que pagar. Me quedé a cero. Y, después, comenzó la pandemia…”, cuenta a EL ESPAÑOL Héctor Pérez Ramos (Madrid, 35 años), el dueño de la cadena de pan artesanal gallego Forno de Lugo mientras remueve su café.
Es una mañana de temperatura media y soleada en la madrileña calle López de Hoyos. En un bar que hace esquina, este diario se sienta a hablar con el dueño de Forno de Lugo y descubre que él, durante el año de la pandemia, lo ha pasado especialmente mal. “Con el confinamiento y el reciente divorcio entré en depresión. Y ya me derrumbé psicológicamente cuando tratamos de encender nuestros vehículos y no arrancaban porque la batería se había dañado al estar parados”, recuerda Héctor, mientras se le ponen los ojos acuosos al rememorar aquellos meses de abril y mayo de 2020.
No es fácil hablar. No era fácil recordar aquella pesadilla, pero Héctor se sobrepone para contar a este periódico cómo logró salir de aquel hoyo en el que se encontraba atrapado. “Durante años ha trabajado para el Forno de Lugo gente muy buena. Mis primeros empleados, que llevaban con nosotros 8 ó 10 años recorriendo las ferias vendiendo nuestros productos, me ayudaron muchísimo. Acudían a mi casa y me levantaban la persiana y me decían arriba Héctor; hay que seguir adelante”, desvela el empresario, quien se siente más gallego que madrileño porque allí se crió y porque sus orígenes están anclados a las tierras de Lugo. Su padre nació en la aldea lucense de Teixo, perteneciente al municipio Triacastela, y su madre es oriunda de la aldea de Uriz, un enclave de la localidad de Castroverde.
“Te ponemos la pasta”
Fueron esos mismos trabajadores del Forno de Lugo quienes animaron a Héctor a reenfocar el negocio dado que la vuelta de las ferias es incierta. Aunque, eso sí, el empresario no descarta volver a ellas porque es su “forma de vida”. Para él, “estar cada fin de semana en un sitio de España es un placer”. Pero la Covid frenó ese modus vivendi. Por ello, la idea era pasar de ser vendedores ambulantes de mercadillo a inaugurar tiendas físicas en las que los clientes pudiesen seguir comprando —y disfrutando— de los productos artesanales de Lugo como el pan o las empanadas.
Pero el dueño del Forno de Lugo no contaba con el capital suficiente para acometer tal idea. “Te ponemos la pasta, me dijeron mis trabajadores. Y, gracias a ello, abrimos en agosto el primer local en Vigo”, cuenta Héctor, visiblemente agradecido con sus empleados que, para él, “son familia”.
“Como éramos conocidos y siempre hemos tenido demanda, los trabajadores emprendieron con este negocio. Era una manera de darse autoempleo. Aparte del 50%, se han puesto sus sueldos y, poco a poco, han recuperado la inversión”, continúa Héctor. Y tras abrir la primera tienda en Vigo, comenzaría una cascada de aperturas de las panaderías del Forno de Lugo hasta llegar a tener abiertos nueve locales en toda España. Cada uno de ellos, de media, factura “entre 300 y 400 euros cada día”, lo que significa que la cadena genera un beneficio diario de 2.700 a 3.600 euros.
Y, la verdad, el Forno de Lugo está siendo un éxito. EL ESPAÑOL ha sido testigo de que en las dos horas con las que ha compartido con Héctor, la tienda de la calle López de Hoyos, 87 (Madrid), no ha parado ni un minuto de despachar pan gallego artesano, empanadas, quesos de Lugo… De todo. “Nuestro secreto es que los productos que tenemos son de una calidad increíble. Además, en Lugo no hay panaderos mediocres y en el Forno de Lugo somos los únicos capaces de traer pan recién hecho a Madrid de lunes a domingo”, esgrime el empresario.
Ni siquiera la borrasca Filomena del pasado mes de enero logró frenar a los camiones y furgonetas que vienen cada día desde Galicia para traer los productos artesanales recién hechos. Así lo acreditan unas imágenes en las que se ve la larga cola de clientes que esperaban, entre la nieve y el hielo, a poder comprar su barrita de pan gallego —recién salido del obrador— en el Forno de Lugo de Alcorcón, un municipio del suroeste de la Comunidad de Madrid donde hay otra tienda de la cadena.
“Cuando arreglamos y pusimos a punto los camiones y furgonetas empezó a andar el negocio. Lo bueno de haber tenido esos vehículos para las ferias ambulantes es que la inversión logística de transporte ya estaba hecha. Y desde que hemos abierto las tiendas de Madrid, los camiones cargan los productos artesanos a las 12 en Lugo; salen a las 2 y; a las 6 de la mañana de cada día empiezan a abastecer a los locales para que los clientes tengan sus panes gallegos recién hechos”, desvela Héctor.
De Lugo a Madrid
“Reparto de pan diario de Lugo a Madrid”. Es el lema de la panadería de Forno de Lugo y lo que se lee en cada una de sus sedes madrileñas. Y ya van siete tiendas abiertas en la Comunidad de Madrid. Seis en la capital de España y una en la localidad de Alcorcón. “En septiembre del año pasado, abrí el primer Forno de Lugo en Madrid. Lo hice en Carabanchel porque conocía bien el barrio por las ferias que hacíamos allí. Por ello, instalamos una tienda en la calle La Laguna, cerca de la plaza donde solía haber mercadillos. Desde entonces, buscamos los barrios que ya conocemos para que los clientes que nos conocían de las ferias puedan venir a las panaderías”, explica Héctor.
De esta manera, los clientes madrileños desde hace medio año pueden comprar a diario el pan gallego con Indicación Geográfica Protegida (IGP) y 18 tipos de empanadas gallegas caseras. Lo pueden hacer en la tienda de Guzmán el Bueno, abierta en octubre; en la de Alcorcón, abierta en noviembre; en la de López de Hoyos, abierta en febrero; en la de la calle Alcalá, abierta este mes de marzo y; en las nuevas, inauguradas esta misma semana en el Centro Comercial La Gavia y en el Centro Comercial Plaza Río 2.
Pese a ello, los consumidores no sólo pueden adquirir en el Forno de Lugo productos de panadería y repostería gallega artesanal, sino también otros artículos hechos en Galicia. Por ejemplo, el queso Santo André con DOP Cebreiro hecho por Carlos Reija y elegido como el mejor de su categoría en 2015. O, también, el vermut artesanal El Riba, las patatas de origen gallego Eiras, la famosa fariña gallega o los huevos traídos directamente de las granjas lucenses.
“Los productos que vendemos son producidos por los vecinos de mi pueblo, Castroverde, o de los municipios cercanos de Lugo y a mí me encanta vender esos artículos de calidad en Madrid”, sentencia Héctor. Gracias a iniciativas como la suya y a la cadena Forno de Lugo hay un pedacito de Galicia en la capital. Y ese pedacito se puede comer en forma de productos frescos.
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