“Es mi crío”: Pilar, la camarera que lucha para adoptar a un argelino de 22 años que llegó en patera
Esta madre de dos hijos y que superó un cáncer de útero, acogió en su casa a un inmigrante que llegó a Mazarrón el pasado 5 de agosto.
9 abril, 2021 02:52Noticias relacionadas
Labri pensó que moriría la noche del 4 de agosto de 2020, cuando a pesar de la malamar, se subió a una patera para que su hermano mayor no perdiese los 1.000 euros que pagó a una mafia por su pasaje en una lancha endeble, con un motor de cuarenta caballos, que tardó veintiuna horas en cubrir los 596 kilómetros que separan la playa argelina de Arzew de la costa murciana. Labri se jugó el pellejo para buscar un trabajo en España, con el objetivo de enviar dinero a su padre enfermo y a sus dos hermanos, pero acabó encontrando aquello que más quería y que la vida le arrebató por una enfermedad cuando solo tenía 14 años: una madre.
“¡Es mi crío!”, clama Pilar, camarera afincada en Mazarrón, de 44 años, con pareja y dos hijos adolescentes, que ha tenido un gesto solidario de proporciones bíblicas, al ampliar su familia ‘adoptando’ a este joven sin papeles. “Es como mi madre: daría mi vida por ella", le responde sonrojado el chico, de 22 años, mostrando la agenda de contactos de su teléfono donde la tiene grabada como 'mamá'. Pilar y Labri acceden a contar su historia a EL ESPAÑOL con un solo propósito: hacer un llamamiento al Gobierno para que este argelino logre el permiso de residencia en el país.
"No tiene pasaporte y sin ese documento en Extranjería no le dan cita para legalizar su situación”, cuenta Pilar. La 'adopción' que ha realizado esta mazarronera solo tiene un contrato: la palabra y el cariño. Para entender tal unión hay que retroceder al 5 de agosto, cuando este argelino tomó tierra en la costa de Mazarrón: un momento que inmortalizó con un vídeo que cede a este diario y donde Labri aparece saludando con un sombrero de pescador, de color blanco, mientras los diez tripulantes de la patera divisan en el horizonte a gente dándose un chapuzón en la playa de la Azohía.
"Pasé miedo en el viaje porque casi se nos acaba el combustible, había muchas olas, la patera daba bandazos y solo llevaba un chaleco salvavidas que me hizo mi hermano mayor, cosiendo unos trozos de corcho a un pañuelo y una camiseta", detalla Labri. "Mi hermano trabaja de electricista y se gastó sus ahorros en pagarme el viaje a España para ayudar en casa". Cuando pisó tierra firme en la Azohía tuvo un golpe de suerte: se paró a cambiarse y eso le hizo rezagarse del grupo evitando ser detenido por la Guardia Civil. "Como iba con ropa seca y el sombrero de pescador continué caminando entre la gente de la playa". Lo hizo sin rumbo: estaba solo.
"Pasé noches durmiendo en la calle hasta que encontré una mezquita en Mazarrón para pedir ayuda y buscar trabajo". Ahí comenzó un periplo que le llevó a ser acogido temporalmente en casas de compatriotas, a trabajar ilegalmente en una explotación ganadera y como jornalero recogiendo tomates, a vivir de okupa en una casa abandonada en Mazarrón que era propiedad de un empresario... "Todos los días comía kebab gracias a que un marroquí me lo regalaba de su restaurante".
El mayor lujo de la nueva vida de Labri en Europa era mantener una costumbre de su país: tomar café. "Cada tarde le veía en la terraza, sentado sin compañía, tomándose un solo y fumándose un cigarro", recuerda Pilar, camarera de la Cafetería El Muelle, situada en el turístico Puerto de Mazarrón, y que es propiedad de su pareja, Juan. "Un día lo vi por el puerto, no se venía a la terraza porque no tenía dinero y le invité", cuenta la mujer.
Aquel café cambió sus vidas: "Al día siguiente vino a traerme un euro, pero no se lo cogí y entonces él me ayudó a colocar la terraza". Pilar supo con ese gesto que aquel veinteañero era honrado y empezó a ayudar a Labri. "Entre enero y febrero de este año venía a poner y quitar la terraza, a cambio de un dinero".
Cada noche, esta madre que sabe lo dura que es la vida porque le tocó superar un cáncer de útero, se hacía la misma pregunta cuando veía al chico doblar la esquina tras recoger las sillas y las mesas del local: "No sabía dónde vivía, cuando se lo pregunté y dijo que se iba a una cueva cerca del faro me puse a llorar".
- Pilar, ¿qué hizo usted ante una respuesta tan dura?
- Lo recuerdo perfectamente, ese día era un 25 de febrero cuando le dije: 'Esta noche, tú te vienes a mi casa que te voy a poner un cama bien hermosa porque donde duermen tres, pueden dormir cuatro'.
Desde ese 25 de febrero, Labri vive bajo el techo de Pilar -y sus hijos- oteando algo de esperanza tras dejar atrás su país obligado por la necesidad. "Mi padre está enfermo del corazón y tiene dos hernias, no puede trabajar, así que desde los 16 años tenía que estudiar en el instituto y ayudar en casa trabajando".
Uno de los salarios que tuvo ilustra el duro panorama laboral de Argelia: "Cobré 10 euros por nueve horas en un restaurante". Luego trabajó de pintor, jardinero, albañil... y de lo que hiciera falta pese a ser un menor de edad. Cuando acabó Bachiller sabía que la economía familiar no daba para la universidad y su hermano, Mohamed, de 23 años, le pagó el billete en patera a espaldas de su padre, Ahmed, y del pequeño de la casa, Yasin.
La visita al cuartel
"Mi sueño es trabajar para ahorrar y montar un negocio que me permita traer a mis hermanos a España", subraya ilusionado Labri. Para trabajar debe obtener el permiso de residencia y, de momento, solo cuenta con la 'regularización' verbal que Pilar formuló con valentía plantándose ante las Fuerzas de Seguridad. "Como está ilegal en España, me fui al cuartel de la Guardia Civil y de la Policía Local a decirles que iba a acogerle para que no me quitasen al crío", subraya esta mujer: un torrente de personalidad, que ha decidido desafiar la ley por razones humanitarias.
"La primera noche que me lo llevé a casa sentí lo mismo que cuando traje a mis hijos al mundo". La situación no fue sencilla cuando Pilar comunicó su decisión a su prole porque Hugo, de 16 años, y María, de 18 años, se vieron por sorpresa conviviendo con un extraño. "Soy una persona reservada y me quedé perpleja", admite la hija mayor, que está estudiando Derecho en la Universidad de Murcia para llegar a ser juez de lo Penal.
- María, ¿cómo encajó la convivencia con Labri?
- Nos fuimos conociendo poco a poco. Desde el principio me transmitía bondad y supe que no nos iba a pasar nada por tenerlo en casa porque no paraba de ayudar en todas las tareas como muestra de agradecimiento. Lo primero que le pregunté fue como vivía en Argelia, cuando me contó su situación en su país pensé que yo había terminado Bachiller como él, pero había tenido la oportunidad de estudiar en la universidad y Labri cuando acabó el instituto tuvo que lanzarse al mar en patera a buscar trabajo en España.
- Usted cursa el primer año de Derecho. ¿Qué opina de la decisión de su madre de 'adoptar' a una persona que en términos legales está en situación irregular en el país?
- Lo que ella ha hecho es un acto de valentía y pocas personas serían capaces de hacerlo. Eso nos ha acarreado problemas, pero los hemos sabido superar. En los tiempos que estamos falta solidaridad. Creo que estaría bien mejorar aspectos legales de la inmigración en España, como las expulsiones en caliente de personas de las que desconocemos qué circunstancias tienen en sus países de origen y que les empujan a subirse en una patera.
El discurso de esta universitaria va acompañado de bonitos gestos integradores hacia Labri. "Le llamo 'Joya' porque significa hermano en su lengua", aclara María, sentada en la terraza de la Cafetería El Muelle donde su madre, Pilar, siempre cuenta con entusiasmo a los clientes que a su tercer vástago lo tuvo cuando llegó en patera el día de su cumpleaños, el 5 de agosto.
"Angelico mío, lo quiero como a uno de mis hijos", insiste esta mujer, de carácter risueño, criada en el seno de una familia numerosa. "¡Somos una comuna!", resume sobre una infancia compartida con seis hermanos en el hogar que levantó su madre, María, propietaria del afamado Restaurante El Caldero, junto a su difunto padre, Agustín 'El Rapao'. "Era un lobo de mar".
Posiblemente, el pasado familiar de Pilar, en el que aprendió a compartirlo todo y a aceptar cada una de las formas de pensar de sus hermanos, sea una de las claves para tener una mente tan abierta que no dudó en dar cobijo a un desconocido. Otra clave, es el hecho de que Pilar conoce el drama de la inmigración porque estuvo casada con un guardia civil, un Cuerpo que lidia con la trata de seres humanos, y además esta mujer reside en Mazarrón: un punto de destino para las mafias donde hace unos días murieron los tripulantes de una patera en la playa de Percheles.
Una mente sin prejuicios
Una buena prueba de la mentalidad sin prejuicios de esta currante de la hostelería es la rapidez con la que aceptó el anuncio de su hija: era transexual. "El 1 de junio de 2020, mi hija, Blanca, me dijo que se quería llamar Hugo: yo le respondí que ese día sería su nueva fecha de cumpleaños". Dicho y hecho: para ella Blanca pasó a ser Hugo. Y lo mismo le pasó a Pilar con Labri: lo 'adoptó' como vástago en un santiamén y no ha parado de ayudarle en estos 42 días. "Le estoy enseñando castellano para la entrevista que le harán en Extranjería si logramos solucionar lo del pasaporte".
Esta madre coraje también le ha buscado obligaciones diarias al adolescente para que tenga ocupado su tiempo, ya que no puede matricularlo en ningún centro para que estudie, y de paso, así evita que tenga la tentación de 'vivir a la sopa boba'. "Labri todos los días se encarga de pasear a los perros de un camionero, ayuda en el negocio de mi pareja...", enumera Pilar. Y el argelino lo corrobora entre risas: "No me deja estar solo por la calle más de una hora". De hecho, la entrevista con EL ESPAÑOL se produce en la Cafetería El Muelle mientras ambos dan el callo.
- Pilar, por curiosidad, ¿cómo lleva su pareja que usted haya adoptado a un argelino de 22 años?
- Mi pareja, Juan, lo quiere mucho, suele bromear diciendo que la cafetería será para el crío. También está deseando que le den los papeles de residencia para ayudarle contratándolo de camarero para que tenga su primer trabajo legal. Labri es un chico agradecido que no consiente que le pague por nada de lo que hace.
- ¿Conoce al padre o al hermano de Labri?
- Por supuesto. Hemos hecho varias videollamadas: en la primera nos pusimos todos a llorar. Después sus hermanos me empezaron a tirar besos y comenzaron a bailar. El padre de Labri y su hermano mayor le han dicho que como me haga algo malo, le cortan las manos (risas). Ellos están muy contentos de que esté conmigo.
- Labri, ¿qué tienes decir del recado que te dejó tu padre?
- Ahora mi vida está bien.
Durante toda la conversación, Pilar derrocha ternura hacia Labri, un joven apasionado del fútbol, al que llama continuamente "el crío", y por el que piensa pelear hasta el final en Extranjería. "Él ha arriesgado su vida para algo y lo tengo controlado todo el tiempo para que no coja el mal camino: necesitamos regularizarlo para que pueda empezar a trabajar y cumplir su sueño en España".