Este martes ha fallecido José Joaquín Puig de la Bellacasa de la misma manera que vivió: discretamente. Su desaparición con sordina no ha estado en consonancia con el papel que jugó en momentos importantes del reinado de Juan Carlos I.
Uno de ellos, que relataremos a continuación, sucedió pocos años después del 23-F, en 1990, en aquel periodo en el que el monarca se conducía más como un 'semidios' que como un Jefe de Estado pese a tener unos poderes muy reglados y limitados por la Constitución. De aquel descontrol, de aquellos barros, vinieron estos lodos.
Si España contara con una versión nacional de The Crown, Puig de la Bellacasa protagonizaría, seguro, un capítulo muy señalado que con la perspectiva actual, con lo que se sabe ahora de las andanzas de Juan Carlos, podría titularse como el famoso verso 20 del Cantar del Mío Cid: “Qué buen vasallo si hubiese buen señor”.
José Joaquín tuvo una estrecha relación con Juan Carlos I, basada más en la lealtad del colaborador que en el respeto de su jefe y señor. En 1974, el entonces príncipe de Asturias, a punto de suceder a Franco, nombró al diplomático su secretario particular. A Puig de la Bellacasa se le atribuye el discurso pronunciado el 22 de noviembre de 1975 con el que Juan Carlos se convirtió en Rey ante las Cortes franquistas. Las mismas Cortes que un año después se harían el 'harakiri' para alumbrar las primeras gozosas elecciones democráticas desde la II República, celebradas el 15 de junio de 1977.
El primer tropiezo de Bellacasa con la oscura realidad escondida tras los oropeles de Juan Carlos I sucedió muy pronto. En 1976, sólo un año después de la proclamación del Rey, el fallecido este martes abandonó Zarzuela por discrepancias insalvables con un general con bigotillo llamado Armada. Bellacasa era un liberal europeísta de cintura para arriba, profundamente religioso, y Armada era un conmilitón obsesionado con salvar a España de todos menos de él, que era verdaderamente el peligro; de protegerla del europeísmo.
Cuentan las crónicas que Juan Carlos, muy Borbón, dio un abrazo a Bellacasa y lo despidió como merecía, diplomáticamente, con un “Volverás”.
Y volvió al Palacio de la Zarzuela el 22 de enero de 1990, aunque también de manera breve. Y es aquí donde Puig de la Bellacasa jugó un papel valiente que le valió la 'decapitación': en diciembre de ese mismo año, Juan Carlos I lo destituyó como secretario general de la Casa de Su Majestad el Rey.
Puig de la Bellacasa osó reprender a Juan Carlos I por su conducta libertina. Quién sabe si al atreverse a decirle al monarca que no podía exhibir a su entonces amante, la mallorquina Marta Gayá, como lo hacía, con la consiguiente humillación que suponía para la reina Sofía, no salvó a la misma Monarquía en aquel trance.
El año 1990, Juan Carlos I hacía realmente lo que le venía en gana en España, con la connivencia del presidente de Gobierno Felipe González, quien a su vez asistía a la larga agonía de un felipismo salpicado por incesantes escándalos.
En este año de 1990 el Rey se rodeaba de las peores amistades, con personajes como el príncipe Tchokotoua y un plantel parecido de amiguetes. Dentro de este descontrol del Jefe del Estado, que no trascendía a la opinión pública, se vivió el noviazgo de Juan Carlos con la mallorquina Marta Gayá. Como se ha publicado, Juan Carlos estaba decidido a divorciarse para formalizar su relación con Gayá. Una película similar a lo que 20 años después hemos vivido con la famosa Corinna Larsen.
Su tumba
Pues es en el episodio con Marta Gayá en el que Puig de la Bellacasa cavó su tumba. Pilar Urbano lo tiene documentado y quizás algún día lo publique con todo detalle. Puig de la Bellacasa lo contó más o menos así, años después, a una persona de su confianza: “Recuerdo una conversación en el deportivo del Rey, un Mercedes azul metalizado, el mismo con el que se dieron un golpe Juan Carlos y su hija Cristina yendo a esquiar a Baqueira”.
“Era el 27 de julio de 1990. Íbamos hacia el aeropuerto de San Joan para recibir a la reina y al príncipe que llegaban a pasar el veraneo”. Mientras el Rey conducía, con su fiel edecán al lado, éste le dijo: “Señor, no debería tener discusiones agrias y expresiones humillantes hacia la Reina delante de los hijos, porque al fin y al cabo es la madre de ellos…..”. El piadoso Bellacasa se atrevió a dar una lección de moral matrimonial al todopoderoso señor, con una prédica que aceleró las revoluciones del Mercedes y del Rey.
Parece ser que hicieron su efecto. Al bajar del avión, el Rey, siempre tan esquivo con su esposa, la besó. Hasta los dos perritos que Sofía llevaba en el bolso parecieron sorprendidos. Al día siguiente, la instantánea fue portada del Diario de Mallorca.
Al verla, Puig de la Bellacasa, según confesó años después, pensó para sí mismo: “José Joaquín, ya te has condenado. Cuando Marta Gayá vea la foto empieza tu cuenta atrás en la Casa”.
Porque la amiga oficial del entonces Rey, con quien se exhibía por la isla y hacía viajes frecuentes a Suiza (siempre Suiza), no soportaba ver la imagen de los monarcas juntos.
Juan Carlos I se quejó al jefe de la Casa Real, Sabino Fernández Campo, de la osadía de Puig Bellacasa dándoles consejos de camino al aeropuerto, y unos meses después, en diciembre de 1990, el señor despidió al buen vasallo con un “José Joaquín, no encajas en la Casa y con el Gobierno (de Felipe González) tampoco te entiendes bien”.
Si el capítulo de The Crown Borbón se contara en términos de ucronía –lo que habría sucedido si los hechos se hubieran desarrollado de forma diferente-, y José Joaquín Puig de la Bellacasa no hubiera reprendido a Juan Carlos I (y su despido no hubiera supuesto una reacción de rebeldía de Sofía, siempre en su papel de reina sufridora), quizás Juan Carlos habría acabado divorciándose de quien no amaba, se hubiera casado con Marta Gayá –a quien se ha sabido ahora que hace un par de años Juan Carlos transfirió una cifra de siete dígitos para ayudarla-, el seductor seducido no habría conocido a Corinna, no habríamos asistido al “millongate” juancarlista y Felipe no reinaría aún porque Juan Carlos seguiría siendo el Jefe del Estado, viviría en Zarzuela y no como un triste exiliado en Abu Dabi.
El diplomático José Joaquín Puig de la Bellacasa murió este martes, el fiel servidor que jugó un papel más relevante en la vida zarzuelera de Juan Carlos del que la Historia le ha reconocido.