En el Hospital General de Segovia pocas cosas pudieron centrar más la atención de los 1.324 miembros de su personal que la entrevista que Miguel Bosé concedió a Jordi Évole y que se emitió los pasados 11 y 18 de abril. Podría haber partido de liga o una nueva entrega del documental de Rociíto, que nada como el apellido Bosé interpelaba tanto y por igual a quienes trabajan en este pequeño hospital castellanoleonés. Fue allí donde, el 23 de marzo de 2020, en los primeros días del terror de la pandemia del coronavirus, falleció Lucía Bosé, su madre.
“Mi madre no tenía coronavirus. Mi madre no se murió de Covid. Y eso tiene que parar ya.” Así de contundente se mostraba el artista, que prosiguió: “Sacaría cosas tremendamente peligrosas para las personas que se ocuparon de mi madre en ese momento (...) “A mi madre se la sedó hasta la muerte, como se solía hacer con el resto de los ancianos. Y daba igual quién fuera, y no te la dejaban sacar, no podías ir a visitarla”.
Miguel se ha convertido, en los últimos meses, en uno de los rostros más visibles y representativos de quienes niegan la existencia de la Covid. Y con Évole no podía ser menos, a pesar de dejar en evidencia sus propias contradicciones: “¿Dónde está el virus?”, planteó. “¿Qué provoca muerte, qué respeto he de tener yo a esta mierda y a estos mierdas?”. Luego, preguntado por el periodista sobre los 2,6 millones de muertos en el mundo por la enfermedad que él niega, agregó:
“2,6 millones de personas…. ¡No me digas! [se ríe irónica y espasmódicamente] De 7.700 millones. Iba a ser una pandemia y no tiene la casta de epidemia, ni la altura de epidemia. Y desde el respeto por los muertos, todos, y por el miedo y el dolor de quienes han perdido a alguna persona por este virus, también digo y profeso el respeto por personas que han perdido a familiares el año pasado, el anterior y el otro”.
Lo que no podía aceptar de ninguna manera Miguel es que su madre fuese una de las víctimas que se cuentan entre esos 2,6 millones, más de 100.000 en España. Si Lucía había muerto por Covid, ¿qué sustento habría de tener todo su argumentario? Poco más de un año después de su fallecimiento, EL ESPAÑOL viajó a Brieva y a Segovia, donde la matriarca del clan Bosé pasó feliz los últimos 23 años de su vida, para reconstruir los detalles de su fatal desenlace. Estos señalan a un gran protagonista: el mismo virus del cual Miguel Bosé niega su existencia.
Un viaje a Santiago
Antes de aquellos días sombríos de marzo, Lucía pasó las Navidades en México, donde vive su hijo Miguel. Sería el último contacto que tendría con sus cuatro nietos al otro lado del Atlántico, los hijos de Miguel y Nacho Palau. Ya en marzo, cuando la Covid llamaba a las puertas de España, Lucía hizo un viaje a El Bierzo, su pequeña Toscana española. También a Santiago de Compostela. Así lo atestigua una foto el día 7 frente al Pórtico de la Gloria de la Catedral compostelana. Ese día, en España, ya había 430 contagiados, entre ellos 8 fallecidos. Pero la conciencia por la gravedad de lo que se avecinaba era nula.
En aquella imagen tomada en Santiago, Lucía aparece junto a su inseparable compañera, su cuidadora la segoviana Ana Llorente Fernández. Al viaje acudieron ella, su marido, Lucía y un amigo de esta. Ana, “Tuana” -Lucía la llamaba “Tu-Ana”- se la llevó de regreso a Brieva, porque se encontraba mal. Los casos comenzaron a subir de forma descontrolada y, el 14 de marzo, llegó el estado de alarma.
Una vecina de Brieva asegura: “Aquí todos sabemos que ella murió por Covid. No a ciencia cierta porque nadie más que la familia ha visto el parte de defunción, pero en ese viaje lo cogió, porque aquí no había ningún caso, y después apenas hubo uno. Es demasiada casualidad que ahora los hijos digan que ella tenía neumonía todos los años. Ella era muy activa y no estaba enferma”.
Miguel le dijo a Évole que su madre murió de otra cosa. Lo que relata una amiga de Lucía, sin embargo, es que Tuana la llamó poco después de volver de Santiago preguntando por la llave del consultorio médico del pueblo porque necesitaba un respirador. El médico de cabecera de Lucía la había visitado y, ante las dificultades respiratorias de la actriz, que además tenía fiebre y tos, requirió el aparato. El médico acudió presumiblemente desde el Centro de Salud Segovia III-San Lorenzo, el más cercano a Brieva a una distancia de 12 kilómetros, desde donde se atiende el municipio. En la enfermería del pueblo no había ningún respirador, así que la mandó ingresar.
A pesar de su robusta salud, los problemas respiratorios de Lucía no eran ninguna novedad: arrastraba una tos bronquial desde hacía años, como asegura una allegada suya. Fumaba mucho. De hecho, la amiga comenta que el masajista de Lucía, que acudía a la ‘Casa Azul’ de Brieva donde vivía, siempre le decía que tenía que cuidarse más, dejar de fumar y beber más agua e hidratarse. Lucía, sin embargo, desoía los consejos.
El viernes 20 de marzo llegó la ambulancia a recoger a Lucía. “Se la han llevado ingresada”, dijo Tuana a la amiga por teléfono, según explica esta. Preguntó por cómo se la habían llevado, a lo que Tuana respondió: “Muy despacio”. La ambulancia trasladó a Lucía en estado grave al Hospital General de Segovia, situado a 22,3 kilómetros de Brieva. El trayecto duró 24 minutos.
Allí se le hizo una placa que le diagnosticó una neumonía avanzada. Posteriormente, fue ingresada en una de las tres plantas que el hospital había habilitado para enfermos de Covid, de las cinco con las que cuenta.
Tres días ingresada
La llegada de Lucía al Hospital General de Segovia se produjo en un momento en el que el centro médico presentaba la siguiente situación: “Tenemos falta de espacio. Se han abierto salas como el salón de actos y el gimnasio para seguir tratando a enfermos por el coronavirus. Nos falta material también. Sobre todo EPIs (Equipos de Protección Individual). De los respiradores, de momento, no tengo ninguna constancia y no podemos dar datos de ningún paciente en concreto”. Así lo describió el departamento de prensa del centro a este periódico. El colapso era total.
El 20 de marzo el centro hospitalario estaba en su nivel máximo de ocupación. En esas tres plantas, completamente habilitadas para la Covid, había cerca de 200 pacientes ingresados por la enfermedad, entre casos confirmados y sin confirmar, pero que presentaban síntomas, sobre todo, problemas respiratorios, como el era el caso de Lucía.
El hospital también había puesto a disposición de los enfermos de Covid el área izquierda de la quinta planta, la planta de Psiquiatría y el comedor ubicado en ella. Este era el terrible panorama que provocaba la pandemia inexistente -según Miguel- en el que su propia madre se había visto envuelta, junto a 200 enfermos en aquel hospital, en medio de la incertidumbre, el miedo y la soledad.
El cuadro que presentaba Lucía requería su ingreso en la UCI con respirador. Sin embargo, el protocolo escrito que regía en el hospital en aquel momento de colapso es que los mayores de 75 años no entraban en las UCIs. Los médicos tenían que seguir esas directrices para salvar a los pacientes con más posibilidades de salir adelante. La letalidad del virus abocó a ese y a otros hospitales a la cruda realidad del triaje. Fue este el que provocó que Lucía, de 89 años, fuese a una cama de cuidados paliativos en una de las tres plantas de Covid, y no a una UCI.
“Las UCIs tienen un coste de funcionamiento de 3.000 euros la hora y, aquel día y los que vinieron, desgraciadamente, estaban completamente llenas. Solo las podían ocupar personas que tenían posibilidades de sobrevivir. No se podía atender a todo el mundo. Las personas más mayores y con menos posibilidades, los pacientes terminales, se derivaban a paliativos”, asegura.
El domingo 22 de marzo, Lucía fue sedada para evitar su sufrimiento final. Horas más tarde, el lunes por la mañana falleció en la soledad de su habitación. “Aún pudo ser sedada y fallecer de una forma digna. En aquellos días hubo pacientes que no tuvieron ni eso”, aclara el sanitario.
Este también asegura que Lucía no fue desatendida, como ha dado a entender su hijo Miguel. “No se permitían visitas y nosotros no podíamos entrar en las habitaciones. En un momento de tremenda incertidumbre y desconocimiento del virus, en el que había protocolos diferentes todos los días, sin los equipos de protección más básicos, poníamos nuestras vidas en riesgo”, concluye el sanitario, que hace hincapié en que Lucía tuvo la atención más humana posible, dadas las extremas circunstancias de aquellos días.
El día de su muerte, Lucía pasó a engrosar la impersonal estadística de las 2.182 vidas que el virus había segado en España en unos pocos días. Aquella brutal primera ola del coronavirus se llevó por delante a Lucía, pero también a otras personas como ella en el mismo hospital que, por su edad, no pudieron acceder a respiradores. Es el caso de Loli, que ingresó en el centro médico de Segovia un día más tarde que Lucía, el 21 de marzo, y murió el 30. Tenía 78 años. La causa de la muerte fue también una neumonía bilateral asociada a la Covid. Al igual que Lucía, no tenía una patología previa grave y gozaba de una buena salud.
El ángel azul
A la entrada de Brieva, un enorme mural de 32 metros cuadrados detrás de la pared del frontón municipal da cuenta de que no es un pueblo cualquiera. Junto a Hipatia de Alejandría, María Zambrano y Malala Yousafai, aparece la figura de una esbelta y joven mujer vestida de azul con alas de ángel. Es Lucía Bosé.
Las frases que irradian la obra de Andrea Angelina de Blas, inaugurada en noviembre del año pasado por el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, es como si hablaran al visitante. En plena pandemia, y en el contexto de las polémicas declaraciones de Miguel, resuena especialmente entre ellas la que reza: “Prefiero una libertad peligrosa que una servidumbre tranquila”, atribuida a Zambrano.
Bien podría ser de Lucía, según afirma su propio hijo, a pesar de las circunstancias que rodearon su muerte: “Si estuviera viva, estaría muy involucrada y le estaría creando muchísimo dolor y mucha rabia, porque ella era muy rebelde y obviamente estaría plantándole cara a esta farsa”, dijo el artista en aquella entrevista.
Pero el virus, como demostró, no entendía de rebeldías. Su virulencia se llevó a Lucía, de forma directa o indirecta, al igual que a decenas de miles de españoles, cada uno con su historia. Si Lucía se contagió de en su viaje a Santiago es algo que nunca se conocerá. Si la neumonía fue provocada por la Covid u otra causa, tampoco, aunque todos los indicios apuntan a ello.
En aquel momento no se practicaban pruebas diagnósticas de Covid a todos los pacientes ingresados con síntomas compatibles con la enfermedad. En medio de la alarma, la presencia de estos en el paciente era más que suficiente para activar el protocolo. Tampoco se practicaron autopsias que definiesen con precisión la causa de la muerte en medio de la explosión de la pandemia.
En Brieva, el refugio de los últimos años de la actriz, apenas se detectó un caso más después del fallecimiento de Lucía. Fue el de una vecina que, afortunadamente, se recuperó. En adelante, Brieva ha sobrevivido como un reducto libre del virus, pero sin su vecina más ilustre. Su ángel azul, sin embargo, permanece inmortalizado en su historia. También las flores que plantaba en todas las esquinas. “Lo daba todo”, recuerda una de sus amigas, vecina de Brieva. “Es una pérdida muy grande”.
Este periódico trató de ponerse en contacto con Paola Dominguín y Tuana Llorente para conocer su versión de los hechos, pero no obtuvo respuesta.