26 grados. Olor a verano. El asfalto aún está caliente después de un día de verdadero calor estival en la capital. Faltan pocos minutos para la medianoche del día D, el 26 de junio de 2021. Esa jornada marcada en el calendario de España en la que las mascarillas dejan de ser obligatorias en exteriores. Paso a paso, los españoles volvemos hacia la ansiada vieja normalidad, pero la cosa se ha desmadrado. La fiesta imprudente ha comenzado. “¡Cinco. Cuatro. Tres. Dos. Uno!”, grita la gente con su mirada puesta en el reloj de la Puerta del Sol. “¡Adiós a las mascarillas!”, exclama un grupo de personas congregadas en la céntrica plaza ante la atenta mirada de los agentes de la Policía Local de Madrid.
Una mujer se quita la mascarilla bajo el popular cartel de Tío Pepe y la agita al viento nocturno. “¡No sabes las ganas que tenía de esto!”, exclama con alegría a EL ESPAÑOL. La gente rebosa felicidad —y falsa percepción de seguridad frente al virus—. Gritan, aplauden, saltan y las parejas comienzan a darse románticos besos como si acabáramos de recibir el año nuevo tras las 12 campanadas. Pero sin uvas. Se acaba la era de la obligatoriedad total de usar el elemento de protección sanitaria que ha evitado mayores olas de contagios durante la pandemia de la Covid-19.
El ambiente es lúdico y la distancia de metro y medio requerida para poder quitarnos la mascarilla en la calle deja de respetarse en algunos casos. “Chicos, si estáis sin mascarilla y sin cumplir la correcta distancia de seguridad tendremos que sancionaros”, advierten los agentes de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado a un grupo de jóvenes no convivientes que se abrazaban. Pese a ello, había también mucha gente que seguía usando su mascarilla. No se fían. La pandemia no ha concluido.
Este diario, tras ser testigo de esta escena de cierta liberación, decide adentrarse en la noche madrileña. Nuestro objetivo: entrar a las discotecas y pubs aledaños a la Puerta del Sol, situados en la calle de La Victoria, la calle de Espoz y Mina —o cercanas—, para observar cómo ha sido la vuelta del ocio nocturno en el primer fin de semana tras la reapertura de estos locales este 21 de junio. Pueden funcionar hasta las tres y aceptar nuevos clientes hasta las dos.
“No hemos visto esto tan lleno desde antes de que empezase la pandemia. No cabe nadie en ninguna discoteca”, explica el captador de fiesteros que nos acompaña con el objetivo de que podamos acceder a alguna discoteca. Hay largas colas en la entrada de cualquier local y en todos los pubs la respuesta de los puertas es la misma: “Estamos llenos, no podéis pasar”. Una y otra vez. Y así continuamos dando vueltas durante 40 minutos hasta que suena la campana. Nos dejan entrar en una discoteca.
Los bailes prohibidos
“Todos los locales de los alrededores se llenan sobre las 8. La gente tiene ya el chip de salir temprano, ganas de fiesta y de bailar. Adonde vayamos seguro que hay buena música y habrá gente bailando”, nos promociona el captador nocturno. Y, en efecto, cuando por fin accedemos a la discoteca pagando previamente 15 euros por una copa —el precio estándar de las discotecas cercanas a Sol—, vemos que la gente está emocionada con las canciones de una playlist de reguetón.
La paradoja es que estamos en el interior de una discoteca y, según la normativa expedida por el Gobierno regional de Isabel Díaz Ayuso, sólo se puede bailar en aquellos locales de ocio nocturno que estén al aire libre. No es el caso. Los fiesteros madrileños están apiñados en los dos niveles del local, que tiene una evidente ausencia de ventilación y que supera ampliamente el 50% del aforo permitido en los interiores —75% en exteriores—. No cabe ni un alma y la tónica de los bares aledaños, al parecer, es similar.
“Camarero, abajo hay dos chicos fumando”, se queja una joven que acababa de subir desde el otro piso que, a ojo, tiene unos seis metros cuadrados. Y mucha gente bailando en ellos. Si bien es cierto que el personal del local toma medidas, no es menos cierto que ofrecen a los consumidores cachimbas, cuyo humo impregna el local. Ah, y lo de las mascarillas… como si estuviéramos en la calle: o sin ella o en la barbilla.
Ni siquiera el camarero del local la tenía puesta mientras servía las copas y chupitos —de dos en dos o de tres en tres— en la barra. Una barra que, por otra parte, estaba infectada de clientes tomándose tranquilamente su gin tonic o su ron con Coca-Cola. En teoría, los clientes sólo pueden pedir su consumición en la barra e irse a su mesa. En la práctica, la barra era la mesa incumpliendo nuevamente la normativa vigente al respecto.
La noche me contagia
Dinio cantaba en su canción Hasiendo el amor la ya popular frase la noche me confunde. Pero si tuviéramos que describir esta primera excursión nocturna de fin de semana por las discotecas de Madrid se podría describir con una nueva frase: la noche me contagia. El desmadre de la capital ha sido como retroceder en el tiempo hasta volver a la era pre pandemia. Pero el caso madrileño no es aislado.
En las últimas semanas —y después de 15 meses de pandemia— ha reabierto el ocio nocturno en virtud de lo acordado por el Consejo Interterritorial de Salud. Éste, también permite a cada comunidad autónoma decidir los horarios y las circunstancias en las que pueden operar discotecas o bares, pero los contagios ya se han producido con al menos 85 positivos en dos discotecas de Alicante y Oviedo.
En el primer caso, de una fiesta celebrada el pasado 5 de junio en la discoteca Noisse, en Torrevieja (Alicante), se han notificado al menos 60 positivos nuevos esta semana. Y, en el segundo caso, otra fiesta, celebrada en Oviedo, se ha saldado con al menos 25 nuevos contagios. Por no hablar del macrobrote que se ha producido en Mallorca, durante la celebración de los viajes de fin de curso en el que al menos se han producido 600 contagios entre jóvenes, los cuales han obligado a aislar a 2.000.
Aún es pronto para saber si la reapertura en Madrid provocará en unas semanas nuevos contagios, pero lo que hemos vivido ha sido preocupante. Aunque hemos disfrutado de un buen Barceló con Coca-Cola, no hemos dejado de alertarnos por la nula distancia de seguridad entre los clientes de las discotecas, el uso de cigarrillos electrónicos en los interiores y, por supuesto, por los bailes prohibidos.
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