“Empecé a salir con un chico. Al principio todo iba normal, como en cualquier relación, pero luego empece a sufrir maltrato psicológico. La relación acabó porque… Bueno, acabó… Me apuñaló 8 veces”. Estas palabras son de Noelia Míguez. Al otro lado del teléfono, su voz suena con coraje. Narra un episodio de su vida que ocurrió hace seis años. Pero el miedo acaba de volver a llamar a su puerta.
Su agresor fue condenado a 10 años de cárcel. Desde el pasado 24 de junio, él disfruta de su primer permiso para estar en su residencia. Y vive a 15 minutos de ella. El escudo legal de ella a partir de ahora es una orden de alejamiento. Miedo. No hay otra palabra que describar su sentir. “No quiero morir, tengo 28 años”, dice Noelia.
“No es que sea muy guapa, pero es que estos días tengo una cara que vaya…”. En su testimonio hay pinceladas de humor que acolchan, por momentos, el dolor que siente. “Hay gente que no lo entiende, pero es el humor lo que me hace seguir viva”. En realidad, acaba de definir al completo sus últimos días con su frase irónica: no duerme, está alerta todo el tiempo.
Su vida ha cambiado desde el pasado jueves. Aquel día, su agresor salió por primera vez de la cárcel de Alicante en la que cumple condena. Él vive en Santiago, ella en la cercana localidad de Boqueixón. Es decir, 15 minutos en coche.
Han pasado 4 días, un fin de semana. Sabe que tiene que seguir con su vida y así lo hace. Toma pastillas para mantener una relativa calma hasta que él vuelva a Alicante.
La Policía Nacional le acompaña al trabajo y la recoge. Es auxiliar de enfermería en una residencia. “Mis jefas se han portado también muy bien conmigo y han puesto un seguridad en la puerta para que no pase nada”, cuenta Noelia. Es decir, no sólo es ella, esto también perturba a su entorno.
La Guardia Civil custodia su casa a veces, cuando no lo hace la Policía Nacional. Los dos cuerpos se van turnando por si a su agresor se le ocurre acercarse a su domicilio. Es la protección que ha conseguido gracias al ruido formado a su alrededor.
Teme por sus padres –“los mejores del mundo”, dice–, por sus cuatro amigas y por su pareja. “Ellos también están preocupados, aunque delante de mí no dicen nada. Intentan que no pase mucho tiempo en casa”, destaca la joven en conversación con EL ESPAÑOL.
Todos apoyan a Noelia. Tratan de que pase estos días tranquila. Desde el Ayuntamiento de Boqueixón, su localidad, le han prestado la máxima ayuda posible. “Gracias, de verdad, al Centro Integral de Muller del Ayuntamiento”. Ellos han hecho posible que porte estos días un teléfono alarma.
Es otro mecanismo de seguridad más que porta la víctima. Lleva encima una especie de localizador que dice a la Policía dónde está en cada momento. Si ella aprieta el botón, ellos ya saben en qué lugar se encuentra en peligro. “Si me alejo bastante de mi casa, además, tengo que llamar para avisar”.
Disfrutar del tiempo de ocio en estos días también le resulta complicado. “Fui a tomar algo, pero me tuve que ir en el momento en que empezó a llenarse el local”, apunta Noelia, que no se siente a gusto en lugares donde no consigue controlar a todos los que están a su alrededor. Evita, igualmente, ir a aquellas zonas por las que se movía su agresor antes de entrar en la cárcel.
Ella, por si acaso, ni siquiera mueve el coche del garaje. “Él lo conoce y no sé si me puede hacer algo”.
— ¿Él es una persona violenta?
— Sí. Tenía antecedentes por malos tratos a una pareja anterior. Yo no lo sabía por entonces.
“Tengo que aprender a vivir con esto. Es la primera vez y estoy muy acojonada. A lo mejor no pasa nada, pero, al menos, como digo yo, si me mata, que no sea porque no protesté. Yo quiero que se entere todo el mundo. Que no sea porque no protesté”.
La agresión
El 15 de junio de 2015, Noelia ingresó en estado crítico en el hospital. Había recibido 8 puñaladas. Antes, mientras dormían, él había intentado asfixiarla y le había golpeado en varias ocasiones. Ella reconoce que trató de defenderse de aquella agresión que le cogió por sorpresa.
Él fue condenado por una tentativa de asesinato, según la víctima. Ella, por su parte, tuvo que pasar una dura recuperación.
“No, no me falta un ojo, ni una pierna. Pero tengo secuelas de por vida, y con las que tuve que aprender a vivir (además de toda la medicación y diferentes tratamientos que estoy recibiendo aún hoy)”, se queja Noelia, que no escucha por un oído.
Y, sobre todo, lo que tiene es miedo. Le molestan los que le argumentan que ella ya tiene protección. Se refieren a la orden de alejamiento.
En su denuncia inicial en redes sociales ya exponía: “Incluyo a todas esas personas que cumplen órdenes donde me informan que yo ya tengo mi protección (la orden de alejamiento) y que no se puede hacer nada más. ¿Que no hay personal? España no tiene personal para proteger a todas las personas que vivimos estas situaciones, y yo no tengo más vidas. Lamentablemente, sólo tengo una”.
Afortunadamente, tras sus quejas, las medidas de seguridad para ella aumentaron, aunque no ocurre así con todas las mujeres que viven su situación.
Las críticas recibidas
Cuando se le pregunta a Noelia por su agresor, rehúsa dar datos. No quiere que se sepa nada de él, cree que tiene sus derechos, pero quiere vivir con seguridad. Ella no pide que él no salga de la cárcel, ni que no goce de permisos, su intención es que él esté vigilado. Por el momento, es al contrario; es la víctima la que tiene que estar controlada y la que mide cada uno de sus movimientos.
Esto no es nuevo, ocurre así en más casos. La pretensión de Noelia es dar voz al miedo con el que viven siempre las víctimas a ser agredidas de nuevo. De todas formas, sabe que tendrá que acostumbrarse a vivir con ello.
Ha recibido algunas críticas por exponer su miedo. “Primero me dijeron que no me vendría bien esto, que va a venir a por mí nada más que por eso, pero es que yo no he dado ni su nombre. Estoy apoyada, pero necesito más ayuda. Por favor, que nos escuchen y que no nos critiquen, que parece que somos las víctimas y las malas de la historia”.
“No me parece normal que una persona que trató de matar a otra salga sin ningún tipo de control. No me parece normal, porque el control lo tengo yo. La policía pasa por delante de mi casa. Esto fue porque pelee y se vieron un poco acojonados”, dice Noelia.
Su intención era que su agresor saliera con una pulsera que dijera dónde se encontraba en cada momento. Pero la junta de tratamiento ha dicho que él es válido para gozar de los permisos penitenciarios y poder volver a casa. El juez ha autorizado su salida.
Quizás, el melón a abrir ahora sea también otro. ¿Quién valora la capacidad de reincidir de los presos y les cataloga aptos para volver a la calle? ¿Por qué no hay criminólogos en las juntas de tratamiento de las cárceles, si son los más cualificados capacitados para hacer un perfil criminal de los reos antes de que gocen de permisos?
La única certeza por el momento es que él comenzará a gozar cada vez de más permisos, tal y como marca la ley y como es lógico que ocurran. Al final, la reinserción de los presos en la sociedad es un derecho. Eso sí, no hay que olvidarse de las víctimas. Sólo en lo que va 2021, 25 mujeres han sido asesinadas a manos de sus parejas o exparejas.
Noelia zanja su testimonio. “Yo no quiero que salga su nombre en ningún sitio, yo no voy en contra de él, yo lo que quiero es que salga vigilado y que mi seguridad sea mayor. Tengo 28 años y no quiero que me maten”.