El limbo de la Covid persistente: Mario no sube ni un piso y la Seguridad Social le obliga a trabajar
El INSS no contempla esta enfermedad en su Cuadro de Enfermedades Profesionales y dan altas aún con recomendaciones médicas contrarias.
3 julio, 2021 02:49Noticias relacionadas
A Mario se le jodió la vida el 17 de marzo de 2020 en el que, tras trabajar limpiando escaleras en una comunidad de vecinos, vio que había contraído el coronavirus. Pasó del spinning y del yoga, y todas esas cosas que hacía para mantenerse sano, a vender su casa porque estaba en un segundo piso y se cansaba al subir. Se mudó con sus padres, a sus 40 años. Más de un año después de aquello, ahora, sigue con la fatiga, los dolores de cabeza y de articulaciones, con pérdidas de memoria y, de tanto toser, le han salido dos hernias inguinales. A pesar de ello, la Seguridad Social le dice que, sintiéndolo mucho, tiene que volver a trabajar.
Lo de Merche es similar. Sanitaria, trabajaba en un centro de diálisis en la primera ola, cuando no había medios ni EPI, y se contagió. Ingresó en el hospital con neumonía bilateral y ahora tiene certificados médicos que acreditan que anda con fatiga crónica, deterioro neurocognitivo severo y fibromialgia. Y, sin embargo, la Seguridad Social la ha mandado a trabajar de nuevo. “En el reconocimiento médico para reincorporarme a la empresa, la doctora me dijo que lo sentía, pero que no podía declararme apta para trabajar ahí… ¿sabes cuál es el siguiente paso, no? Me van a despedir”, cuenta resignada.
Y ellos son sólo dos nombres, pero hay muchos más. Lo que padecen se llama Covid persistente, una enfermedad que consiste en seguir teniendo los síntomas del coronavirus una vez que ya se ha pasado la Covid-19. Su problema es que a nivel burocrático, para el Instituto Nacional de la Seguridad Social (INSS) que gestiona las prestaciones económicas de las bajas, lo que tienen en realidad ni existe. Así, la Seguridad Social les dio una baja de un año cuando contrajeron la enfermedad, pero ahora les está obligando a volver a trabajar. Todo a pesar de los múltiples informes médicos que indican lo contrario, porque el INSS no contempla esta situación en su Cuadro de Enfermedades Profesionales.
Los suyos son casos en los que la burocracia va por detrás de la realidad, un limbo absoluto en el sistema que aún no sabe cómo responder a ello. Y va a ir a más. Los casos que se están conociendo ahora son sólo los de los que se contagiaron en la primera ola y que ya han agotado el año de baja. Faltan por venir los de la segunda, la tercera…
No en vano, se estima que el 8% de los trabajadores contagiados por la Covid-19 necesitan más de tres meses para recuperarse, cuando la media son tres semanas. Así, si desde el principio de la pandemia hasta el pasado mes de marzo hubo 1,2 millones de bajas laborales, este es un problema que podría afectar actualmente a 100.000 trabajadores y contando.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha reconocido esta dolencia y la ha incluido en su Clasificación Internacional de Enfermedades. El Ministerio de Sanidad español también la incluye en su documento de información científica sobre el SARS-CoV-2. Sin embargo, al INSS no ha llegado y la situación con la Seguridad Social es una brecha por la que se cuela sin miramientos el Estado de Bienestar.
“Reclamamos que se nos identifique como lo que somos”, explica Beatriz Fernández, coordinadora en Madrid de Long Covid ACTS, una de las plataformas que se ha formado con víctimas de la primera ola y que ya cuenta con 3.000 miembros en toda España. “No sabemos a qué se deben las altas masivas, no se nos ha explicado, queremos que digan por qué. Pero es que hay falta de información y no hay un protocolo unificado”, añade.
EL ESPAÑOL ha hablado con cuatro personas afectadas por esta situación para que cuenten cuál es su caso.
Mario, en la limpieza
Al mes de contagiarse, en abril de 2020, Mario Bravo decidió ir al médico porque ese día se encontraba fatigado hasta cuando estaba sentado. “El médico me dijo que me pusiera a trabajar ya”, cuenta en conversación telefónica con EL ESPAÑOL. No hizo caso y fue al Hospital, el 19 de abril. Ahí le confirmaron que, efectivamente, tenía una mancha en el pulmón derecho. Era neumonía. Y menos mal que sólo le llegó a un pulmón, porque es asmático y, si hubiera alcanzado ambos, quizás ya no podría contarlo.
Desde entonces, más de un año después, Mario sigue sin curarse y sufriendo los síntomas del Covid persistente que parece. Van desde la fatiga, a la pérdida de memoria, a las hernias en la ingle que le han salido de tanto toser. En todo este tiempo, se ha separado de su pareja, ha vendido el piso -en parte por la separación, en parte porque al ser un segundo se le hace imposible subir las escaleras todos los días- y se ha ido a vivir con sus padres, a sus 40 años y cuando ya llevaba 15 independizado.
Lamenta profundamente no ser el de antes. “Yo antes tenía una memoria brutal. Ahora, me ha pasado de ir al centro comercial y dejar las llaves puestas en el coche. Me he dejado varias veces el aceite en el fuego. Nunca me habían pasado cosas así”, explica.
Mario trabaja -o trabajaba, es difícil dar con el tiempo verbal adecuado- limpiando en comunidades de vecinos. Es una labor muy física, escaleras para arriba y para abajo con cubos de agua, y le dieron la baja tras unos días con síntomas el 17 de marzo de 2020. La Seguridad Social está cubriendo este tipo de bajas durante 365 días. Una vez pasado el año, se va a un tribunal del INSS para que valoren si conceden una prórroga de 180 días o no. A pesar de su estado, le han dicho que no, que tiene que volver a trabajar.
“Me citaron para el tribunal el pasado 5 de mayo. Les tienes que mandar todos los informes médicos que has estado acumulando durante un año, las pruebas pendientes que tienes, etcétera. Cuando fui, todavía tenía pendiente una prueba con el neumólogo”, explica. Aún con todo eso, aún con todos los informes médicos que acreditan su fatiga, el 27 de mayo recurrió. Después, le encontraron las hernias inguinales, de las que le van a tener que operar, y también mandó esa información. A fin de cuentas, una persona no puede trabajar limpiando escaleras cuando tiene problemas de fatiga y hernias.
¿Qué pasó? Que dio igual. El INSS no reconoce la enfermedad del Covid persistente, no tiene código para ello, y aunque está físicamente incapacitado -y eso dicen los informes médicos que ha remitido a este diario- le obligan a volver a trabajar.
“Quiero trabajar y disfrutar, pero no es posible”, cuenta. “Sientes una impotencia brutal y falta de empatía. Te pasas la vida pagando la Seguridad Social para acabar desamparado, siendo una cifra. Mientras que en otros países sí están solucionando esto, en España no hay nada”, añade. Ahora, dice, el único paso que le queda es irse a juicio. Pero es un proceso largo, costoso y sin garantías. Mientras, tiene que seguir trabajando.
—¿Y qué va a hacer ahora?
—Estoy intentando prepararme unas oposiciones de administrativo. Me está sirviendo para no aburrirme en el tiempo libre. Yo quiero trabajar, pero no puedo trabajar en algo tan físico. Es que no puedo hacer más, no hay más vías…
Y, mientras habla, rompe a toser.
Mercedes, médica especialista
Mercedes Sánchez, Merche, tiene 50 años y es médica especialista en nefrología. Antes trabajaba en una unidad de diálisis concertada con la Seguridad Social y dependiente del Hospital 12 de Octubre. “Me contagie trabajando, por el contacto repetido con pacientes con Covid. No teníamos medios. Pero no culpo a mi empresa, no los teníamos nosotros ni nadie, era una locura”, explica.
A finales de marzo empezó a tener síntomas de estar contagiada y, tres semanas después, la fiebre ya le pasaba los cuarenta grados e ingresó en el hospital con una neumonía bilateral. Su evolución no fue la habitual y ahí se dio cuenta de que algo raro pasaba. Si normalmente la gente superaba esto en 20 días, a ella le llevó dos meses. Pero los corticoides hicieron que su evolución fuera buena y, finalmente, el 12 de julio volvió a trabajar.
“Fue una incorporación lenta. Alternaba una semana de trabajo, con una de vacaciones que tenía guardadas. Pero me di cuenta de que no estaba bien. Me hablaban los pacientes y no les entendía. Me confundía con las recetas y luego tenía que ir corriendo a cambiárselas. Me fatigaba, además, todo el rato. Cuando empezó la segunda ola, en septiembre, empeoré y tuve que pedir la baja por recaída”, explica.
En ese momento, le adjuntaron la baja a la anterior y empezó a hacerse pruebas en múltiples especialidades. Uno de los primeros médicos con los que se topó le dijo que “dejara de ver la tele, que estaba sugestionada”. Evidentemente, cambió de médico y las pruebas empezaron a reflejar lo que de verdad se temía. “Para el INSS cumplí el año de la baja el pasado 27 de mayo. Mi doctor había escrito en los informes que les tuve que mandar que aún estaba a la espera de los resultados de las pruebas que estaba haciendo. Sin citarme, ni nada, me mandaron un SMS en el que ponía que volvía a trabajar el 28 de mayo”, explica.
Recurrió el alta y, en ese tiempo, empezaron a llegar los resultados de las pruebas. La de fatiga resultó en una de fatiga crónica de grado tres, severo. El test neurocognitivo reflejó que tiene un deterioro severo incapacitante. “Todo ello son enfermedades discapacitantes. Les presenté la disconformidad con un informe médico en el que se dice que son un impedimento y una merma importante de capacidades y que no es previsible mejora a medio ni a largo plazo”, explica Merche. Todo eso lo presentó el pasado 4 de junio y el Servicio Público de Salud se posicionó a su favor. Tres días después, el INSS le dijo que tenía que volver a trabajar.
“Cuando recurrí en mayo, me dijeron que no había pruebas concluyentes. Después de presentar la disconformidad con todos los informes, no los han leído y han rectificado el alta”, explica Merche, que cuenta que no ha pasado el reconocimiento médico de su empresa y que la van a despedir.
“Me he jugado la vida como sanitaria y he contagiado a mi marido y mi hijo. Mucho aplauso a las ocho y muchas narices, pero esto es un maltrato”, se lamenta. “He estudiado la carrera que me gustaba desde pequeña, es la vocación de mi vida. Echo de menos a mis pacientes y mi trabajo, pero no puedo volver porque pondría en riesgo su vida. Moralmente, no puedo incorporarme. Entiendo y asumo que esto supone el despido. Pero no puedo poner en peligro la vida de terceros”, apuntala.
“Tiene que haber un código de diagnóstico. No puede haber informes como los que tengo, tan demoledores, que dicen que no tengo capacitación para trabajar y me manden a ello sin siquiera leerlos”, dice, y se echa a llorar.
Beatriz, informática
A Beatriz Pérez, informática de 51 años de edad, el Servicio Público de Salud también le ha dado la razón en aquello de que tiene motivos para estar de baja. Y ha ido más lejos incluso, escribiendo al Defensor del Pueblo. Desde la institución, le han respondido que sí, que puede tener razón. “Una vez estudiada su queja, procede su reapertura y admisión al considerar que reúne los requisitos establecidos en el artículo 54 de la Constitución (...) que regula la institución del Defensor del Pueblo”, se lee en la respuesta. “Por todo ello, se inician las actuaciones oportunas ante el Instituto Nacional de la Seguridad Social”, añade.
Antes de esto, ha recorrido un largo camino. La baja por contagio de Beatriz empezó el 18 de marzo de 2020 y a los cuatro días la ingresaron en el hospital con una neumonía bilateral. Ahí estuvo una semana y, cuando salió, ella dejó a su familia y se fue a una casa familiar que tienen en un pueblo de Cuenca a pasar la cuarentena.
“Esos días no los paso tan mal. La habitación es grande y tiene baño propio y veo el campo. En mi piso de Madrid me hubiera tirado por la ventana del octavo en el que vivo, se habría hecho larguísimo”, explica. Finalmente, cuando ya había vuelto, su marido también se contagió y tuvieron que cuidar de ellos sus hijos, de 19 y 17 años. Hacían todo, la comida -llamada de “mamá, cómo se hace esto” mediante-, la ropa y limpiaban todo con lejía por si acaso.
Desde entonces, Beatriz tiene mucha fatiga, dolores musculares y de cabeza intermitentes. Una de las cefaleas, dice, le llegó a durar 21 días consecutivos. Además, olvida cosas a corto plazo y tiene que ir anotando todo en una lista que lleva siempre consigo.
El pasado 5 de mayo la citaron para ir al tribunal del INSS y, tras la valoración, el día 17 del mismo mes le dijeron que tenía que incorporarse el “próximo” 11 de mayo. Sí, la carta llegó una semana tarde. Recurrió, pero su respuesta fue la misma que a sus compañeros: lo sentimos, hay que trabajar. Empezará el próximo día 7 de julio.
“Lo que no entiendo es por qué no regulan esto. Si se trata de una situación especial, que hagan una norma especial. No puede ser que vayamos tan por detrás”, explica Beatriz. “Es algo muy duro, es más de un año levantándote diariamente cansado. A veces estás un poco mejor y a los dos días vuelves para atrás. No sé cómo voy a afrontar la vuelta al trabajo”, añade.
“El otro día tuve una formación con la empresa, porque ha cambiado el sistema, y acabé muerta. Sólo en una formación, que no tienes que estar pensando y gestionando. Acabé reventada. Cuando vuelva, si rindo el 50%, pues daré el 50%. Y si me despiden… Es para hablar con el presidente del Gobierno o con la presidenta de la Comunidad de Madrid y preguntarles: ¿prefieren ustedes gente en el INSS o gente en el paro? porque si no rindes, la empresa privada, obviamente, no te va a mantener”, añade. “Son ganas de gritar, necesitamos una solución, una ayuda, una empatía…”.
Miriam, farmacéutica
Miriam Martín, de 40 años, sabe que se contagió trabajando porque es farmacéutica y le pasó cuando todo el país estaba confinado y ella sólo podía ir y volver del trabajo. Además, no había medios, todas las mascarillas que estaban disponibles en su farmacia se las llevaron a los hospitales. “Nos dijeron desde el Colegio Oficial de Farmacéuticos que no lleváramos mascarillas puestas, porque no había, y para no crear alarma social…”, explica.
El dolor de garganta empezó el 14 de abril de 2020. Al día siguiente fue a trabajar igualmente y, al terminar su jornada, ya no aguantaba más y fue al centro de salud más cercano. La doctora le atendió desde la puerta, a dos metros de distancia, y le pidió que se aislara 10 días. Y ahí fue, a su casa, a pasar la cuarentena encerrada en un cuarto, con sus hijos y su marido y su abuela de 95 años que vivía con ellos. A los días, una radiografía de tórax le confirmó que tenía neumonía bilateral.
“En la habitación que yo estaba, había un baño. Pero el otro era el de la abuela. Toda la familia se puso a usar ese baño y lo desinfectaban todo con lejía cada vez que se usaba, por si acaso”, recuerda. También recuerda los viajes a urgencias casi constantes, por el miedo, porque el bicho no tenía que durar tanto tiempo y, sin embargo, a ella los síntomas nunca se le terminaban de ir.
Además de las pérdidas de memoria, a Miriam le flaqueaban las fuerzas y se le caía el biberón cuando se lo daba a su hija. A ello hay que sumar los problemas respiratorios. Así, empezó en rehabilitación que se ha prolongado hasta el pasado mes de mayo, ya en 2021. Por las mañanas va a la rehabilitación para las manos, por el dolor, y por la tarde rehabilitación pulmonar.
“Con esas, el 6 de mayo me llamaron a la inspección del INSS y le conté todo a la doctora. Le dije que tenía dolor en pecho y espalda, cefaleas, fatiga, falta de arie, dolor en los músculos y articular, mareos y dolores de garganta intermitentes. Además, me baja la regla ahora dos veces por mes”, relata. “La respuesta de la doctora en el INSS fue que eso no era un tobillo torcido que se viera hinchado y no podía corroborar todo lo que le decía”, añade. Sin embargo, explica, las rehabilitaciones son por prescripción médica. Era evidente que, yendo a rehabilitación por la mañana y por la tarde, no podía volver al trabajo.
Y volvió. Empezó el pasado 25 de junio. “Han sido días agotadores. Es muy duro psicológicamente y físicamente. No estás al 100% y tienes una presión tremenda porque te juegas el puesto de trabajo. Llevo 16 años en esta farmacia trabajando bien y ahora le pido a mi jefa que, por favor, tenga paciencia. Si me despide, se me cae el mundo. Quise trabajar en esta farmacia porque está cerca de la casa de mis padres y me compré la mía al lado del puesto de trabajo, lo he organizado todo en torno a eso y ahora se me desploma”, añade.
Mientras Miriam relata sus temores, deja caer una frase que es para tatuarse: “Siento que he dado mi salud para salvar la de otros y se me está abandonando”. El suyo, como puede verse, es el lamento de mucha gente. Sólo falta que el Estado de Bienestar responda a esta cuenta pendiente.