Hay algo en su alias que no encaja del todo. Aquello de “pequeño”, para el que no le conozca, podría indicar que se trata de un joven ingenuo, inofensivo y chistoso; uno de esos afables juguetes del famoseo que, ya sea por candidez o inexperiencia, son incapaces de causar ningún mal. Lo mismo ocurre con su imagen, sonriente, aparentemente despistada, siempre a punto para aparecer por sorpresa y ocupar un nuevo titular. Nadie diría, al fin y al cabo, que detrás de este majete cúmulo de apariencias se esconde una de las personalidades más controvertidas de los últimos años.
Se llama Francisco Nicolás Gómez Iglesias (Madrid, 1994), pero siempre será recordado como El Pequeño Nicolás, la única persona en España que puede presumir de haber sido agente del CNI, experto en criptomonedas y blockchain, concursante de Gran Hermano VIP, emisario de la Casa Real, fundador de un partido político, enlace y asesor del Gobierno de España, representante de futbolistas y youtuber. Aunque la mitad no lo pueda demostrar.
Fran, como le conocen sus amigos cercanos, es una de esas figuras que encarna la picaresca española como pocos. Una especie de Lazarillo del siglo XXI a caballo entre la España real y la de Torrente, siempre dispuesto a una nueva pillería con tal de, según cree la Justicia, fomentar su narcisismo y sus “rasgos inmaduros” mediante el fraude y la usurpación de identidad. Ahora, en una reciente sentencia de la Audiencia Provincial de Madrid, está condenado a tres años de prisión por cometer estos mismos delitos en 2014.
En estos años desde que se descubrió el pastel, Francisco Nicolás había conseguido reconvertirse en estrella de la televisión, primero, y en empresario, después. Se define a sí mismo como “inversor” e “involucrado en diferentes sectores, desde las hostelería, deporte, blockchain, construcción, consultoría y demás”. Todos estos sectores, casualmente, son los que controlan los amigos de los que se ha rodeado en este tiempo.
Identidades falsas
Aunque hablar de Francisco Nicolás siempre ha sido hablar de falsedad, hasta ahora la Justicia no lo tenía claro. A ciencia cierta, nadie -ni siquiera él mismo- sabía qué es lo que hace o deja de hacer con su vida, lo que es o lo que no. Así, en estos últimos dos meses ha recibido varios reveses de los jueces, que le han declarado culpable de los delitos de usurpación de funciones públicas y de cohecho activo.
A grandes rasgos, el Pequeño Nicolás falsificó su DNI, sobornó al hijo del Embajador español en Egipto para que se presentara por él al examen de Selectividad y se hizo pasar por el presidente del Grupo Pascual para ofrecer empleo a la hija del jefe de estudios de su instituto. Para lograr la treta, creó una cuenta de correo electrónico falsa del directivo y le prometió un empleo, con tal éxito que la joven dejó su trabajo para incorporarse al Grupo Pascual hasta que se dio cuenta de que todo era mentira.
Todo esto forma parte de uno sólo de los cuatro juicios que tenía pendientes, entre los que se incluye el actual: tres años de prisión por hacerse pasar por emisario del rey Felipe VI y de la entonces vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, durante un viaje a Ribadeo (Lugo).
En definitiva, nueve meses de prisión como autor responsable de un delito de usurpación de funciones públicas con la atenuante analógica de anomalía psíquica y dilaciones indebidas, y otros dos años y 3 meses de reclusión en recinto penitenciario por un delito de cohecho activo. Casi nada.
Identidades reales
Tampoco hace falta generalizar, y no todo en la vida de Francisco Nicolás resulta ser falso. Durante los últimos años, el joven ha agrandado su fama no por usurpar puestos que no le corresponden, sino por ejercer posiciones y trabajos que -inexplicablemente- le han seguido manteniendo en la cresta de la ola, desde fundar un partido político hasta integrarse en el negocio de las criptomonedas.
Sobre todo, lo ha conseguido mediante contactos. Nada más saltar a la fama como el usurpador más famoso de España, sus primeras apariciones en medios de comunicación le granjearon la friolera de 300.000 euros sólo en el primer año, seguidos de otros 228.000 euros por su paso por Gran Hermano VIP. Mientras tanto, compaginaba su propia imagen con sus negocios paralelos. Era, a todos los efectos, una estrella del rock del fraude.
Entonces decidió dar el paso. En 2019 creó Influencia Joven, “Tu Partido (A)Político” con el que se presentó al Senado y al Parlamento Europeo, y empezó a dejarse ver en público con emprendedores e influencers. En la presentación del partido, que no consiguió representación parlamentaria, aparecen con él los fundadores de las gafas de sol Northweek, Héctor Rey y Álex Huertas; el director de Óptima Network, Sergio Escoté; y Álex Sicart, conocido como el Steve Jobs español. Todos pertenecientes a la lista ‘30 Under 30’ de la revista Forbes. Todos amigos personales.
Este último, sobre todo, era considerado en aquel momento uno de los niños prodigios de la tecnología en Europa: un genio del blockchain y el emprendimiento que con sólo 10 años había aprendido a programar. Tenía todo el futuro por delante. Ahora vive en Venezuela y la Justicia española le busca por cuatro delitos de revelación de secretos, un delito contra la propiedad industrial, otro contra los consumidores y otro contra el mercado. Sus asesores en materia judicial: su abogado y Francisco Nicolás, a quien introdujo en el mundo de las criptomonedas. Dios los cría.
Empresario e influencer
No son los únicos amigos del Pequeño Nicolás. Tras saltar a la fama, el joven trasladó su residencia hasta Las Palmas de Gran Canaria para, en su tiempo libre entre juicio y juicio, convetirse en emprendedor desde su base de operaciones: un lujoso apartamento en el edificio Woermann por el que pagaba 2.800 euros al mes.
Se empadronó en la isla para beneficiarse de los descuentos en los vuelos y allí entabló amistad con Miguel Ángel Ramírez, el poderoso empresario español que preside la Unión Deportiva Las Palmas. Juntos, incluso llegaron a proyectar varios negocios. Sólo volvía a Madrid para atender a sus obligaciones con la Justicia: una acusación de por parte del Centro Nacional de Inteligencia (CNI), a quien había acusado de pincharle el teléfono ilegalmente.
Sin embargo, el mundo de la empresa no le fue tan bien como el de la Justicia. La aventura canaria no funcionó y los negocios quebraron uno detrás de otro: primero una productora de televisión, luego un restaurante, luego una empresa de aceite y finalmente una marca de ginebra. Ninguna aventura legal tuvo éxito, tampoco cuando le nombraron CEO de la empresa Mealrocks, dedicada a “agencias de publicidad y similar”.
Así, empezó a ganarse la vida con lo que ya le había funcionado en el pasado: explotar su propia imagen. Empezó a relacionarse con youtubers e influencers, algunos de ellos residentes en Andorra o Irlanda para pagar menos impuestos: una de las clave de su partido político. Incluso ha hecho anuncios para clubes de esports y streamers de éxito. Ahora, quién sabe, podría hacerlo desde la cárcel. Porque, si algo ha dejado claro El Pequeño Nicolás, es que no va a dejar de intentar triunfar. Por lo civil o por lo criminal.