El día que mataron al sargento David Fernández Ureña, en enero de 2013 en Afganistán, Carlos -nombre ficticio a petición- estaba comiendo pipas junto al convoy. Habían detectado una garrafa que podía ser un explosivo y le tocó desactivarlo a Ureña. Pura rutina. “A los 10 minutos se oyó una explosión. Nadie se inmutó. Sabíamos lo que había pasado. Nos miramos todos diciendo ‘ya está, se ha quedado ahí’. Los compañeros lo recogieron en varias bolsas y se lo trajeron. Era un explosivo trampa”, relata por teléfono, rompiéndose entre sus palabras.
Afganistán vive estos días su noche más oscura en los últimos 20 años. Este domingo la capital, Kabul, ha caído finalmente en manos de los insurgentes talibanes, que han logrado hacerse con el control del país a una velocidad vertiginosa tras la retirada de las tropas occidentales que habían logrado mantener hasta ahora una calma muy frágil. Los ciudadanos afganos, presas del pánico, están viendo cómo todo lo construido se desmorona y están protagonizando algunas de las escenas más tristes que se han visto en mucho tiempo: como aquellos que se han agarrado a los aviones estadounidenses intentando huir y se han precipitado al vacío en pleno vuelo.
Para España, Afganistán no es un país más. Las tropas españolas han estado en la zona durante 19 años -desde enero de 2002 hasta el pasado mes de mayo-, han llevado a cabo más de 1.400 misiones y en ellas han fallecido hasta 102 soldados españoles. Todo eso, ahora, queda echado por tierra ante un país al que se intentó ayudar y que en cuestión de meses ha vuelto al yugo talibán fundamentalista de hace 20 años.
Por ello, EL ESPAÑOL ha hablado con tres soldados del Ejército que han servido en el país asiático para conocer sus reflexiones al respecto. El suyo es un relato de gente que ha visto peligrar su vida y ha perdido compañeros por el camino, que se ha sentido útil dando ayuda humanitaria a aquellos que lo necesitaban y que ha conocido un pueblo afgano con ganas de prosperar… “¿Y todo eso para qué ha valido?”, se pregunta Carlos. “Les hemos dado una esperanza de vida de 20 años. Y ya está. Todo lo que fue para adelante, ha ido ahora para atrás”, se lamenta.
Ataques todos los días
Javier Hernández estuvo en el primer equipo de infantería de Marina que pisó Afganistán. Lo hizo en marzo de 2008, durante cuatro meses, y luego volvió en 2009. Su labor fue la de ayudar al Ejército del Aire a dirigir los bombardeos y notó una clara diferencia entre la primera y la segunda. “En 2008 la cosa estaba mal, pero era relativamente seguro, sólo tuvimos tres combates gordos en los que tuviéramos que pedir apoyo aéreo. En 2009 el hostigamiento era constante, todos los días nos atacaban”, explica vía telefónica.
Él, ahora, se encuentra en un puesto logístico en Madrid, lejos del peligro, pero recuerda vívidamente aquellos días en la base de la ciudad de Qala-i-Naw. Y es que esa ciudad, de más de 60.000 habitantes, cayó hace apenas un mes en manos de los talibanes.
—¿Qué piensa cuando ve que los talibanes se han comido el terreno tan rápido?
—Siento que tengo que volver a correr, a hacer flexiones, y estoy dispuesto a volver. Ahí hay dos extremos de gente. Están los que no tienen ningún apego a la vida, por su religión, y van a luchar a muerte. Diría “los malos”, pero esa calificación es simplista. Luego está el pueblo de a pie. No quieren problemas, solo vivir tranquilos, y creo que se merecen todas las vidas que se ha cobrado el conflicto. Es un pueblo que merece la pena y por el que se debería luchar. Estamos perfectamente preparados para ello. Deberían implicarse todos los países.
El amor que Hernández relata y siente por el pueblo afgano le llegó el 27 de diciembre de 2009. Tras un ejercicio de prueba de armas, les dijeron que estaban atacando un pueblo cercano. “Nos dijeron desde España que no podíamos intervenir, así que nos volvimos a la base. Pero sobre las 5.00 de la mañana nos llamaron para que fuéramos. Estábamos a las afueras del pueblo, con la prisa, no habíamos llevado comida ni nada. Mientras esperábamos, los habitantes locales nos trajeron mermelada de zanahorias, pan, nos decían que si necesitábamos algo…”, relata.
“Nosotros, los españoles, éramos cuatro o cinco coches sólo, esperando ahí a que entrara el Ejército afgano. Pero entendieron que estábamos ahí por su pueblo. Era gente que había soltado el pico y la pala y había cogido el Kalashnikov para ir a defenderlo, iban a caballo algunos, sin tener ni idea de cómo usar las armas”, cuenta. “Finalmente, entramos el día 29. Para celebrarlo nos pusieron música. Imagina lo que significa para ellos: con los talibanes, lo primero que tienen que hacer es destruir los libros y los equipos de música”, añade.
—¿Ha perdido algún compañero?
—Gracias a Dios, no. Sí que hemos perdido a miembros de la Policía y el Ejército afganos. Nosotros nos hemos salvado, aunque hemos estado cerca. Yo me he librado por unos centímetros de un tiro en la cabeza. Es que al principio, en 2008, íbamos con semiblindados. En la segunda ya fuimos con un blindaje bueno. De mecánica mal, como todo lo que compra España, pero gracias al blindaje nos libramos de los impactos que tuvimos.
Aunque está dispuesto a volver, lamenta la situación en la que el país se ha hundido. “Sabemos que volverán a la Edad Media. A cualquier mujer soltera, la harán suya, volverán los asesinatos, las lapidaciones, colgarán a los homosexuales…”, explica con rabia. “España ha retirado a las tropas como si esto fuera flower power. Les interesa más un artículo en un periódico diciendo que retiran las tropas y que suba su popularidad que el hecho de salvar vidas”, añade.
“Para un militar, entrar en combate es su destino final. Yo no soy sicario, yo no quiero matar a nadie. Pero lo he hecho por defender a la gente en mi país y en Afganistán. Los gobiernos entran y salen y se tiran piedras los unos a los otros. A nosotros no nos importa nada de eso. Vamos por la vocación de defender”, apuntala.
Sacrificio para nada
Carlos no ha tenido la misma suerte que Javier y él sí que ha visto a compañeros suyos caer en combate. Suyas son las palabras que abren este reportaje. Sin embargo, pide que no se le identifique ni se diga qué labores realizó, ya que se encuentra actualmente en la Reserva y no quiere que hablar con la prensa sin permiso le pueda perjudicar. Y es que en sus palabras hay mucha amargura a raíz de las últimas noticias: “Siento que he estado una vida entera ahí, sacrificando mi juventud, para nada”, relata.
Él ha estado en Afganistán hasta en tres ocasiones: en 2005, en 2008 y en 2013. En las dos primeras “hubo jaleo de verdad”; en la última, el Gobierno español restringió mucho sus labores. Y aún así perdió a David Fernández Ureña. Pero no ha sido la única en la que ha visto peligrar la vida.
“Una vez tuvimos que llevar ayuda humanitaria a un pueblo que estaba relativamente aislado y que no había ido nadie en mucho tiempo. Además, era casi Navidad y les llevábamos mantas, arroz y cosas así”, comienza a relatar. “Nada más salir de la base empezaron los hostigamientos. Pero se complicó aún más cuando llegamos a un valle y nos atacaron hasta con morteros. Estuvimos dos o tres días de combate, nos tuvieron incluso que traer munición. Imagínate cómo fue eso, que nosotros en los coches llevamos munición para estar 10 fines de año tirando petardos sin parar. Fue horroroso”, añade.
Por suerte, no tuvieron que contar ninguna baja entre sus compañeros en esa misión. Los talibanes no salieron igual de parados y, según los mandos afganos, mataron a cerca de 60 insurgentes. Lamentablemente la misión acabó en nada, tuvieron que darse la vuelta y la ayuda humanitaria nunca llegó al pueblo.
—¿Cómo le explicas lo que es entrar en combate para alguien que nunca lo ha hecho?
—No se puede explicar. Hay un antes y un después. Cuando nunca has entrado, eres el más valiente. Luego te das cuenta de que el otro también dispara. Cuando ves que caen cerca de ti, que matan a uno de los tuyos o que el vehículo que llevas delante salta por los aires… ahí se te cambia la mirada. Se le nota en las caras, la llevan perdida. A mí se me pasaba todo por la cabeza. Pensaba en mi familia, que en un segundo me podía quedar sin nada. Es, perdona la expresión, como cagarte y mearte encima, pero sin hacerlo. Pero estás preparado, miras a los compañeros, codo con codo estáis, y sigues adelante.
La situación de Carlos, además, tiene un añadido. Se encuentra en la Reserva porque, al cumplir 45 años, fue despedido, igual que le ha pasado a muchos compañeros de Tropa y Marinería aquejados por la temporalidad de su oficio. “Cuando mi niña dijo ‘papá’, yo estaba en el Líbano. Cuando aprendió a andar, yo andaba por Haití. Aora nos sentimos abandonados y tengo que mendigar trabajos de seguridad, trabajo cuatro horas que no me dan casi ni para pagar la gasolina para desplazarme hasta mi puesto. Y, eso, teniendo en cuenta que aún somos útiles dentro del Ejército”, se lamenta.
Chantajes talibanes
David, también nombre ficticio ya que se encuentra en activo dentro del Ejército, nunca ha entrado en combate. No es la labor de este suboficial de artillería que estuvo en Afganistán de noviembre de 2013 a mayo de 2014. Él se dedicó al apoyo logístico desde la base de Herat, sin embargo, conoce bien la inestabilidad del país por lo que vivió en su puesto de trabajo.
“Nosotros teníamos mucho riesgo en la gente del país que trabajaba en Herat. Había que ver si alguien estaba haciendo doble juego, si había intentos de conseguir información y cosas así”, relata. “Al final, había a gente a la que los talibanes les cogían a la familia y les decían que si no daban información o metían un explosivo, mataban a los suyos”, añade. “Creo que uno de los motivos por los que el país ha caído tan rápido es porque hay mucho talibán infiltrado. Tenían los medios para defenderse, pero no tenían un Ejército real”, comenta.
“El pueblo afgano es como cualquier otro. Pueden estar más atrasados o menos, pero quieren prosperidad y modernidad. Kabul, antes de los talibanes, estaba muy bien encaminada, con sus cines, centros comerciales e instalaciones deportivas”, asegura. “Al principio los talibanes no eran tan radicales y se les veía como un movimiento hasta justo. Recuerda que los talibanes antes eran muyahidines y eran amigos de Estados Unidos en la guerra contra la Unión Soviética. Pero se han ido radicalizando en las ideas de la yihad y se ha ido degradando, igual que una potencia democrática se puede degradar por otros motivos”, apuntala.
—¿Con todo el esfuerzo que ha dedicado España, incluso con vidas humanas, cómo siente estos días?
—Da mucha pena que tanto esfuerzo se haya ido al garete. Da mucha pena la gente que se ha quedado ahí. Los traductores que trabajaban con nosotros, incluso la gente que iba a limpiar las bases… se van a vengar de todos ellos. Porque los talibanes no son tontos y tienen su inteligencia, saben quién ha estado donde. Y, si no lo saben, lo van a averiguar.
Antes de terminar la conversación, David quiere dejar un apunte. “Espero que tu artículo sirva de llamada a la comunidad internacional para que no termine de pasar lo que está empezando a pasar. Porque, si de verdad quisieran parar esto, lo paraban”, asegura. “El problema es que no hay petróleo, ni gas natural, ni riquezas. Ahora lo van a pagar los opositores y las mujeres”, añade. Y tiene razón.