El drama de Arancha, en paro: 'vive' conectada a una máquina para respirar y no puede pagar la luz
Al comienzo de la pandemia, esta madrileña y su marido perdieron el trabajo. Ahora, tienen que elegir entre "comer o pagar las facturas".
25 agosto, 2021 02:46Noticias relacionadas
Desde hace tres años, Arancha (44) necesita dormir conectada a dos máquinas para vivir. En una inspección rutinaria, los médicos descubrieron que tenía dos dolencias: apnea del sueño y el síndrome de Wolff-Parkinson-White.
El primero, un trastorno del sueño durante el cual la respiración se interrumpe o se hace muy superficial. Y el segundo, una afección que lleva al corazón a tener periodos de frecuencia rápida, es decir, taquicardias, por el que le implantaron un linq (detector de actividad eléctrica) al lado del organo rosso que emite electrocardiogramas directamente al hospital ¿La solución a ambas enfermedades? Estar conectada a dos respiradores durante la mayor parte del día.
Lo que fue un revés duro para esta madrileña, en 2018, no obstante, se convirtió en una auténtica pesadilla poco después. Al comienzo de la pandemia, tanto ella como su marido perdieron el trabajo y los ingresos dejaron de entrar en casa. Una situación insostenible a partir de la cual tuvieron que pedir dinero a familiares para poder comer y pagar el alquiler social; y por la que ahora, un año después, han tenido que dejar de pagar las facturas. Entre ellas, la de la luz. La que Arancha necesita para vivir.
Comer o pagar la luz
Uno de los aparatos que necesita, el del implante, tiene que estar conectado las 24 horas del día y el otro, mientras duerme, durante unas ocho horas. "Esto es un sinvivir, un cúmulo de situaciones que va a explotar en cualquier momento. Si me quitan la luz, me quitan la vida, pero es que hemos decidido dejar de pagarla definitivamente porque no podemos. Tenemos que elegir entre comer o pagar la luz", cuenta esta madrileña, en conversación con EL ESPAÑOL.
Un estrés constante que lejos de mejorar la salud de esta vallecana, la ha empeorado. Y es que, cuando los dos cabezas de familia se quedaron sin empleo, las deudas y los embargos comenzaron a llegar. "Vivimos en una montaña rusa constante. Estamos con el culo al aire. Tuvimos que pedir dinero a familiares para pagar el alquiler social, los pisos son de un fondo buitre; pero aún así no podíamos hacerlo siempre y nos llegó una orden de desahucio en Semana Santa".
Arancha no cree en Dios, dice, pero, después de que llegase la carta de desahucio por la deuda de 600 euros de impago, sucedió el milagro: el juez archivó la causa contra ellos. Aunque, según cuenta, en cuestión de tiempo puede reabrirse. "Al menos hemos tenido esta buena noticia", afirma.
Un albergue
En lo laboral, desde que llegó el coronavirus, esta familia tampoco ha tenido mucha suerte. "Mi marido, al principio, sí tuvo derecho a prestación, yo no, y nos llegó tres meses más tarde... Ahora él ha encontrado trabajo más o menos continuo y yo he hecho algunas suplencias, pero ya se ha acabado el verano y yo vuelvo a estar sin empleo.
— P. ¿No habéis solicitado ninguna ayuda social?
— R. Todas, pero nos las han denegado. Pedí el ingreso mínimo vital y me lo rechazaron; hemos ido a los servicios sociales y nos dicen que hay mucha gente y que no hay dinero ni ninguna ayuda que puedan ofrecernos. Me dijeron que si nos echaban de casa, la única solución era ir a un albergue. La anterior crisis también nos tocó, pudimos salir adelante... pero esta nos ha tumbado. Por tener, ni siquiera tengo el abono social para poder hacer la compra. Es un sinvivir.
A pesar de todo, sigue luchando. Cada día. Descansa cuando llega el fin de semana y las empresas no la llaman para reclamarle las deudas. No le han cortado la luz, pero ese día llegará y podría ocurrir lo peor.
Por ahora, lo que intenta hacer Arancha es utilizar la menor electricidad posible para que las facturas no aumenten demasiado lo que debe a las compañías. "Aunque hace unos días estábamos en plena ola de calor, intentamos no poner el aire acondicionado".
Esta madrileña hace todo lo que está en sus manos, no solo por su salud, sino también para sacar adelante a sus dos hijos, de 13 y 18 años, que también viven con ellos en Villa de Vallecas (Madrid). "Los dos están estudiando y quiero que sigan haciéndolo. Para ello, yo me quitaré de cualquier cosa, pero lo más importante es que tengan un buen trabajo en el futuro y no estén como nosotros". "Espero que el Gobierno se despierte y sea consciente de cómo estamos nosotros y muchísimas familias, necesitamos ayuda", concluye esta afectada.