Sonia Castedo plantada frente al Ayuntamiento de Alicante, tantos años después de haberlo hecho por última vez, es redimirse en la plaza pública. Se le acerca un policía local que le regala unas buenas palabras y un beso con la mano. Alguien saluda desde la lejanía, ella corresponde. Difícil saber si conoce a su interlocutor, pero la profesión va por dentro, y sonríe. Un motorista la mira, se cabrea, la señala, le dice algo a un vehículo de al lado; no se oye, no parece bonito… y se va por la obligación del tráfico, refunfuñando. Castedo no lo nota, o parece no notarlo. Al caso, es lo mismo. Es como si mirara al horizonte diciendo “un día todo esto fue mío”, y como ya no puede hacerlo desde la balconada, ahora marca los quites a pie de asfalto.
Hace unos minutos, Castedo (50 años) estaba en la sede de la cofradía alicantina de La Sentencia, de la que es capataz todas las semanas santas, recogiendo el pergamino que el legionario romano le lee a un Cristo herido y atado a un tronco para decirle que le van a crucificar. El Cristo fue usted, Sonia. “A mí me faltó la corona de espinas y la sangre”. Bueno, poco le faltó. Ahora posa frente a la casa consistorial con la sentencia en pergamino a medio camino entre lo espiritual y lo mundano, a medio camino entre un pasado ya expiado y un “pa sentencia la mía”: 290 y pico folios y una absolución.
Por si hay alguien que mirando la foto que abre este reportaje piensa que le suena la cara de Castedo, pero no termina de recordar, diremos que fue alcaldesa de Alicante, del Partido Popular, entre 2008 y 2014. Iba llamada a serlo todo en el PP valenciano, hay quien dice que habría llegado a presidenta de la Generalitat, pero le estalló en la cara el caso Brugal y se convirtió en símbolo indiscutible de la corrupción del partido, de la Comunidad Valenciana y de España.
En 2010 la Fiscalía Anticorrupción la acusó de estar implicada en una trama para amañar el Plan General de Ordenación Urbana a favor de su amigo el empresario Enrique Ortiz, financiador confeso de la Gürtel y propietario del 70% del suelo urbanizable de Alicante. El Ministerio Fiscal la acusó de los delitos continuados de cohecho, revelación de información privilegiada, tráfico de influencias, prevaricación y pedía 10 años de prisión para ella y para el anterior alcalde, Luis Díaz Alperi, también de su partido y por lo mismo.
La cara de Castedo abrió telediarios en todo el país y para la memoria colectiva quedan las grabaciones de sus conversaciones telefónicas con Ortiz. Ella le llama cariño, le manda amor, cuenta que no quiere que le vean en el Ayuntamiento, pero que ella se pasa por su despacho sin problema. Y queda el “píntamelo de azul, anda” que le dijo Ortiz en referencia al color que en los planos indica qué terreno es urbanizable.
11 años después de aquello, el pasado mes de julio, la Audiencia de Alicante la absolvió. Aunque sí reconoce que incurrió en un delito de cohecho impropio -por una chaqueta de Carolina Herrera que le regaló Ortiz-, también la absolvió por haber prescrito. La dureza de las grabaciones, la cercanía entre Castedo y un empresario corrupto-confeso, hace difícil para muchos asimilar que al final no haya acabado en la cárcel. Pero así es.
La exalcaldesa atiende a EL ESPAÑOL en su ciudad, quién sabe si para saldar cuentas pendientes o para celebrar la absolución. Con la conciencia tranquila de un monje budista, empieza a despachar contra aquel PP que considera la dejó tirada, contra el sistema que la tuvo en el alambre tantos años y que cataloga de sucio -jueces incluídos- y contra todo aquello que antes se calló. Porque antes, a ojos de todos, era una corrupta. Ya no. Y, en una situación así, como que las palabras pesan distinto.
—A la ciudadanía le costó encajar su compadreo con Enrique Ortiz. ¿Hace algún tipo de autocrítica ahí?
—Cuando yo mantengo conversaciones privadas, no son para que sean públicas. Porque si van a ser publicadas, soy más comedida en el vocabulario. Ya sea para hablar con Enrique Ortiz o con mi madre. Son privadas. De esas conversaciones, que todo el mundo se echaba las manos a la cabeza, no hay ni una delictiva. Ni una. Éticamente no son correctas, evidentemente. Soy la primera en reconocerlo. Pero si hablamos de ética, hablamos de ética. Y no la mía sólo, la de todo el mundo. No considero que haya hecho nada malo, pero entiendo que la ciudadanía se sorprenda.
—Ya que hablamos de él… ¿Qué tal está Enrique Ortiz?
—La verdad es que muy bien. Espero verle dentro de poco. Le vi cuando fuimos a recoger la sentencia, y ya, pero me apetece verle, a él y a su mujer. Nunca he negado nuestra amistad. Yo no soy tan hipócrita. En cambio, a mí me critican quienes no son capaces de reconocer amistades y negocios con otras personas.
Empezamos.
La caída de la alcaldesa
Pasear por Alicante con Sonia Castedo tiene su gracia. Poco más y le salen de detrás de los contenedores personas que siempre estuvieron a su lado, aunque nunca se lo dijeron, pero ahora que la Justicia no recomienda lo contrario se prodigan en los mares de confianza que tuvieron hacia su alcaldesa. Otros miran con recelo y señalan y algún extranjero, algo extraviado, echa fotos con el móvil en un “por si acaso va a ser ella una estrella de cine o algo”. Ella, mientras, posa sin problema para la cámara de este diario y sonríe, no para de sonreír, excepto cuando la conversación se torna seria.
Castedo nació en la localidad gallega de Ribadeo, en 1970, y a los 15 años aterrizó en Alicante por el trabajo de su padre, un marino mercante que encontró en la ciudad una casa en la que estar con su familia cuando la mar no reclamaba. Tras estudiar Sociología entró en 1995 a formar parte del gabinete de prensa del Ayuntamiento y en 1999 consiguió su primera concejalía. De ahí, del cargo público, no se apeó y llegó su momento cumbre en 2008 cuando el alcalde Luis Díaz Alperi dimitió y la designó sucesora.
Muy pronto empezó a despuntar su talento político. Buena en las distancias cortas y muy transversal en todo aquello a lo que le echaba el guante, consiguió ser una especie de verso libre dentro del PP. La respetaban y se convirtió en una figura intocable. Consiguió que la votaran a ella y no a unas siglas, y en 2011, en sus primeras elecciones, barre absolutamente con 18 concejales, mayoría absoluta y robándole 6 al PSOE.
Pero todo estalla en su momento más dulce.
—Iba usted camino de convertirse en una especie de Rita Barberá, una figura que trasciende al partido y que podía llegar a todo. Eso se corta con el caso Brugal. ¿Siente frustración profesional por el devenir de las cosas?
—Sí, es inevitable. Yo estaba recorriendo mi camino de una manera correcta. Podía gustar más o menos, pero me había trabajado mi camino y en ese momento estaba en pleno ascenso. Te frustra porque es injusto. Pero te das cuenta de que la vida es como es y no puedes planear nada. Va a decidir la vida por ti. Yo disfrutaba mucho dirigiendo mi ciudad.
—¿Ahí hay algo de rabia o rencor?
—Sí. Yo no era rencorosa. Pensaba que ¿te la hacen? pues lo dejas pasar. No lo tenía y ahora sí tengo rencor. Quien me la hace, me la paga. Antes o después, no tengo prisa, mi gran virtud es la paciencia y esperaré el tiempo que sea necesario.
—Entonces… ha cambiado su forma de ser, Sonia Castedo ya no es Sonia Castedo.
—Siempre me he considerado una persona con mucha empatía y siempre me ha gustado ayudar a la gente. Si alguien me pide ayuda, ahora, se la voy a dar; pero no voy a provocar ayudar a nadie. Han sido tantas las personas a las que he ayudado que hoy se cruzan de acera cuando me ven… Pues, al final, pierdes esa sensibilidad, esa dulzura.
Cuando acusaron a Castedo de intentar amañar el Plan General de Ordenación Urbana, empezó a salir en la prensa su relación de amistad con Enrique Ortiz. El empresario es el propietario del 70% del suelo urbanizable de Alicante, dueño del Hércules -del que la exalcaldesa es hincha- y una figura muy polémica por su compadreo con políticos y escándalos urbanísticos. Con un par de personajes así, y con España hundida en una crisis económica sin precedentes hasta entonces, confabularon los elementos de una tormenta perfecta.
Las grabaciones -tras los pinchazos de la Policía a los teléfonos de Castedo y Ortiz- son un sinfín de hechos escandalosos y bochornosos. No sólo está el “píntamelo de azul” que Ortiz le pide a la entonces alcaldesa para hacer urbanizable un terreno. También pide a la política que interceda para que le den un crédito público y ella le pide facturas para hacer una trampa al PSOE o que enchufe a dos enfermeras en un hospital… a eso hay que sumar los viajes a Ibiza de ambos en el yate de Ortiz, un coche que se pensó le había comprado el empresario a la alcaldesa, los viajes a Andorra todos juntos… Y de ahí, la gran sorpresa para muchos es que la Justicia no ha visto nada delictivo.
—Ha estado 11 años sin saber si va a ir a la cárcel o no. ¿Cómo lo ha vivido?
—No sé cómo lo viven otras personas. Yo me olvidé del tema, no podía vivir cada día de mi vida, al levantarme, pensando qué va a ser de mí mañana. No me lo podía permitir, aunque todos los días me lo quisieron recordar. Es que no me estaban pidiendo la inhabilitación, me estaban pidiendo cárcel. Yo sabía que no había hecho nada, pero eso no me daba ninguna garantía.
—¿Me está diciendo que no confía en el sistema?
—¿Cómo voy a confiar en un sistema que me ha desprotegido, a mí, a mis hijas, a mi familia? ¿En qué tengo que confiar, en si me va a tocar el juez bueno o el juez malo?
—¿Es que hay jueces buenos y jueces malos?
—Sabe que sí. Yo tuve mucha suerte con las tres juezas que me tocaron porque eran valientes, sin complejos. Si a mí me toca el juez instructor, Manrique Tejada, estoy muerta. Con eso lo digo todo. Y no porque él creyera que yo era culpable. Y aquí me tengo que callar la boca. Pero si digo que, con él, yo estaría muerta, estoy diciendo mucho.
—Mójese
—Es que si lo digo públicamente acabo otra vez en el juzgado, porque será mi palabra contra la de él. Pero, repito: si me toca el juez instructor, estoy muerta.
Contra el PP
Tras la mini sesión fotográfica frente al Ayuntamiento al que hace tantos años que no vuelve, este reportero le pregunta si giramos 180 grados y hacemos otra frente a los juzgados, ubicados en exactamente la misma plaza, a unos cien metros. Ahí ya no, despacha, y empieza a serpentear por las calles mientras cuenta anécdotas de este o aquel edificio. Poca gente debe haber que se conozca las esquinas de una ciudad mejor que un alcalde y ella es eso, una fiera en las distancias cortas.
Al llegar a un restaurante empieza de nuevo una comparsa de saludos. El encargado, que hace mucho tiempo que no coinciden, pero que sí pasa por ahí habitualmente su madre, que se alegra de verla. Otro camarero, que le mande también recuerdos a su madre. Sonia Castedo se sienta, pide unas verduras a la plancha, pasa el propietario -o el que aparenta serlo- y, de nuevo, dos besos. Al rato, se sienta al lado una mesa de seis personas y lo mismo, que si un beso, que si se alegran de verla. Castedo sonríe. Parece una funcionaria del cariño.
—Basta con ver a Rita Barberá, con la que tenía buena relación, o a Cristina Cifuentes. El PP no tiene fama de amable con las personas que se vuelven incómodas. ¿Qué tal su relación con el partido?
—Ninguna. El PP, en el momento en el que yo dimití (el 23 de diciembre de 2014, el día de su cumpleaños), respiraron aliviados y dijeron “menos mal que se ha pirado esta”. Ahí se acabó el PP para mí.
—Le habría gustado algo más de…
—Es que yo lo hubiera hecho. Yo nunca dejo a mis compañeros tirados. Me hubiera gustado un mínimo, aunque sea por aparentar, que de vez en cuando hicieran una llamada con un “oye, cómo estás, cómo va”... Básicamente para que tú también, como partido, tengas la información del estado de las cosas. Nada, cero. Rechazada. Les propuse enviarles toda la documentación y me dijeron que no hacía falta. Yo pensé que era porque confiaban en mí. No sabía que, en realidad, era porque me habían crucificado.
El grupo de la mesa de al lado ha ido mutando con los minutos mientras ella ha estado hablando. Al principio, nadie hace ni caso y se deshacen en una charla intrascendente. Luego, el niño empieza a molestar a los demás con un sonajero y un adulto se le une, a molestar ambos juntos. Poco a poco, mientras Castedo va hablando, se van callando, poniendo la oreja, hasta que llega un momento en el que el silencio entre los comensales vecinos es absoluto y sólo rebotan las palabras de la exalcaldesa entre las paredes. Dan ganas de decirles, en broma, que a sus asuntos; si quieren escuchar, que paguen la suscripción a este diario, que los chopitos no se van a pagar solos.
—En definitiva... la dejaron tirada.
—Como dejan a todo el mundo cada vez que hay un problema. Eso le va pasando a la gente cuando tiene un cargo. Cuando dejan de ocuparlo ya tienen empatía. Faltaría más, no iban a poner ellos en peligro su cargo para apoyar a una persona que tiene la espada de Damocles sobre la cabeza, no vaya a ser que rebote y salpique la sangre.
—Dijo entonces que iban detrás de usted “porque ven al PP como un enemigo al que hay que destruir”. ¿Sigue pensando así, con perspectiva de partido?
—Yo era un enemigo para muchos, para los de fuera y para los de dentro. Ese verso suelto y esas posibilidades que tenía… Dentro de los partidos hay muchas envidias. Hay puestos que la gente quiere y que de alguna manera puedes ser una molestia, más si tienes el carácter de plantar guerra. Pero se equivocaban conmigo. Yo no tenía aspiraciones, no habría aceptado nada fuera de Alicante.
—Una vez que salga la sentencia en firme, si lo pide, puede volver a ingresar en el partido. ¿Lo hará?
—No tengo ni idea. De futuribles… me ha enseñado la vida que nada de nada. Ya veremos.
—Vamos, que no lo descarta… sería muy rock n’ roll. ¿Ha sido decepcionada por sus concejales?
—Por todos no.
—¿Por Luis Barcala (actual alcalde de Alicante)?
—A ver… Con Luis Barcala tenía una buena relación hasta que he dejado de tenerla. En la vida hay que ser valiente, no todo vale por mantener un cargo. Él hizo unas declaraciones que me han molestado mucho. No habló conmigo en todo el juicio y, cuando salió la sentencia, apareció diciendo que “se han acabado 12 años de injusticia”. Ese señor tenía un abogado representando al Ayuntamiento y pidiéndome cuatro años de cárcel. Con lo cual, si ahora dice que se ha acabado la injusticia, es que considera la acusación que él mismo ejercía como injusta, pero que para mantener su cargo era incapaz de retirarla. La mantuvo sobre una persona que consideraba inocente… Es una lectura fácil.
Una posible vuelta
La sentencia a Cristo que hace apenas unos minutos sujetaba Sonia Castedo frente al Ayuntamiento, ahora reposa sobre la silla del restaurante en el que despacha. Yo, Poncio Pilato (...) condeno a la pena de muerte a Jesús, llamado el Cristo Nazareno (...) sedicioso contra el Emperador Tiberio César; y en razón de ello decido que sufrirá dicha pena sobre cruz”, se lee en el pergamino.
Ella ha seguido siendo capataz de la cofradía La Sentencia durante todos estos años, incluidos en los que ha estado imputada, a pesar de la indiscutible gracia que provoca el juego de palabras. Pero ahora parece haberse resignificado. Es un poco como queriendo jugar con la historia: se condenó a un inocente. A ella le ha pasado lo mismo. La condena social sigue, la judicial dice lo contrario. Aunque queda una mancha en el currículum, una penitencia leve, ese delito de cohecho impropio que cometió por una chaqueta de Carolina Herrera. Pero también se libró por haber prescrito.
—¿Qué ha sido de la chaqueta de Carolina Herrera que le regaló Enrique Ortiz?
—La tengo en mi casa porque la he comprado yo.
—Ahí me va a tener que ahondar.
—No lo puedo explicar porque no entiendo por qué se considera cohecho impropio. Pero dentro de todos los delitos que se me imputaban, ese es el mínimo, mínimo, mínimo. ¿Por qué ese sí y el viaje a Ibiza no? No lo sé, por desconocimiento jurídico. He dicho que estaba en casa, pero evidentemente no la tengo. Hace mucho que no existe porque todos cambiamos de ropa cada equis tiempo. Que hablen de los regalos de navidad todos los que se echan las manos a la cabeza por la chaqueta.
—Se especula mucho con que pueda volver, o incluso montar su propio partido. ¿Sonia Castedo ha regresado o prefiere la tranquilidad?
—Lo de antes, no hablo de futuribles. Eso no significa que reniegue de nada. Yo era muy feliz haciendo mi trabajo. Creo que la ciudad estaba bien, estaba guapa, y la gente estaba contenta. Creo que me sacaron injustamente. El futuro dirá si hay que volver y con quién hay que volver.
—La absolución jugará a su favor…
—A mí me votó la derecha más centrada y la izquierda, también, porque confiaron en mí. He pensado mucho en esa gente que confió sin conocerme. No soportaba que estuvieran defraudados. Ahora, con la absolución, me daban ganas de ir por la calle corriendo aireando la sentencia. Para decirles a aquellos que me votaron en 2011 que no se habían equivocado, que no habían votado a una persona deshonesta. Más aún después de una investigación tan bruta, que sabían hasta la marca de ropa interior que utilizo. Que se ponga cualquier otro político bajo esa lupa y a ver qué sale.
—Una última: ¿Es usted la ‘Alicante Sonia’ de los papeles de la Gürtel?
—No soy yo, nunca lo fui. La Policía lo sabe perfectamente. Pero metieron en Google “Sonia Alicante” y salió Sonia Castedo. Yo jamás llevé temas económicos. Llevé campañas y actividades de las organizaciones.
—Si llevó eso, en el partido le tienen que tener mucho miedo.
—Sí, mucho.
Y se echa a reír, de nuevo y por última vez. Ríe como prólogo de lo que fue o, puede, antesala de lo que quiere volver a ser. Quién sabe.