“Probablemente iría a la obra, pero sólo si no tuviera trabajo. Puede. O no. Seguramente no”. Es el proceso mental que se le pasa por la cabeza a la mayoría de jóvenes. Saben que, al igual en otros tiempos en que el ladrillo parecía labrado en oro, dar el paso y trabajar en la industria de la construcción puede significar una salida al desempleo, un dinero rápido y una preocupación menos, pero nada es tan sencillo. Y el pensamiento se repite: “Probablemente, puede, puede que no, seguramente no”.
En este caso, la frase es de Yeray, un joven al que EL ESPAÑOL encuentra paseando por Madrid. Su situación, reconoce, es privilegiada: a los 26 años no conoce lo que es estar en paro, aunque prefiere no decir en qué trabaja. Confía en que, de encontrárselo, las salidas laborales podrían ser más atractivas que carretar arena y volcar sacos. “Es demasiado duro por muy poco dinero”, resume.
Es lógico que lo piense. Cuando estalló la crisis de 2008, Yeray no era más que un adolescente que no había accedido todavía al mercado laboral. Para él, hablar de ladrillazo o del boom inmobiliario significa solamente el crac de la economía, y a día de hoy tiene más que ver con calles sin personas y asfaltos sin coches que con obreros haciéndose de oro. Otros no están tan de acuerdo.
Pedro Fernández Alén es uno de los primeros nombres que se vienen a la cabeza cuando se habla de la construcción en España. Presidente de la Confederación Nacional de la Construcción (CNC), vicepresidente de Cepyme, miembro de la dirección de la CEOE y consejero del Consejo Económico y Social (CES), su objetivo es convertir su sector en el gran motor de recuperación económica y social en España. En conversación con este periódico, no se explica que España tenga un 40% de paro juvenil y que, en paralelo, su sector necesite a más de 700.000 trabajadores nuevos.
“Hacen falta los clásicos [albañil, encofrador, jefe de obra, peón, aprendiz…], sí, pero hay muchísimas nuevas profesiones que están relacionadas con las nuevas tecnologías y que, por algún motivo, los jóvenes no están interesados en ellas. También es cierto que requieren más cualificación”, señala. Todo lo relacionado con las instalaciones fotovoltaicas, las eólicas, la realidad virtual, la tecnología BIM o la informática es bienvenido, dice, pero no termina de calar. Sobre todo entre los jóvenes.
Pero en esto cada uno tiene su teoría. Si Fernández Alén hace un alegato a favor de las nuevas profesiones y la capacitación en la industria, la mayoría de gente ajena a la construcción no opina así. Quizá hasta todo lo contrario. Él mismo lo reconoce, que el sector se volvió impopular tras la crisis. “Sólo es cuestión de tiempo que se den cuenta de que es un mundo atractivo. Muchos que perdieron el trabajo entonces están empezando a volver”.
"No merece la pena"
Víctor es uno de los que vivieron aquella época. Hubo un tiempo en que trabajó como ayudante de topógrafo para construir la circunvalación de Zaragoza antes de la Expo, el mismo 2008. Acababa de pasar la barrera de los 25, tenía un buen convenio, un buen sueldo y no le pedían capacitación. Ahora, a punto de los 40, ha trabajado en la restauración, estudia una FP y está esperando un hijo. Las cosas han cambiado.
“Cuando llegó la crisis la obra se paró y todos se fueron a la calle. Entonces estaba bien, pero con las condiciones actuales no volvería nunca”, relata a este diario. “Hoy por hoy, ese mundo es una esclavitud y está mal pagado. Ahora voy a ser padre, y por 1.000 euros no me veo 10 horas al día seis días a la semana. No creo que me merezca la pena”.
Es un mantra muy repetido que se extiende a lo largo de varias generaciones, y junta en este mismo argumento a Yeray, a Víctor y a Mari Cruz, una empleada de Correos de 62 años: “Antes se entraba en la obra con una preparación y un contrato. Ahora la mayoría son autónomos y cobran cinco euros la hora por jornadas maratonianas”, asegura.
Fernández Alén no lo ve así. Según cuenta a este diario, el convenio más bajo del sector se sitúa en casi 18.000 euros al año, 4.000 más que el salario mínimo. “Pero en realidad se cobra más: la media en España está en 22.800 euros al año”, precisa. “Y estamos hablando de los trabajos con capacitación más baja”. Entonces, si el problema no es el sueldo, ¿cuál es?
—Que los jóvenes no quieren trabajar.
—¿Cómo es eso?
—No están dispuestos a sudar. Todos quieren ser funcionarios del Estado o tener una empresa de la leche. Pero es normal: todas las series o películas les enseñan que “viva la vida”, que hay que triunfar, pero poco de lo que es trabajar.
Las palabras no son de Fernández Alén, sino de Jaime, un comercial de 61 años que en su juventud también probó lo que era montar y desmontar andamios. “Es lo que había y no nos importaba ir cambiando de trabajo: si de repente tenías que estar de camarero, pues estabas, en una obra, pues estabas, en una tienda, pues estabas… Pero no veo que pase eso a día de hoy”.
La tasa de temporalidad entre los 16 y los 24 años es de 65,5%, según los datos del Ministerio de Trabajo en su último informe de juventud, publicado en el mes de marzo. Esto quiere decir, a grandes rasgos, que más de 6 de cada 10 jóvenes tienen empleos temporales, varios al año y distintos entre ellos -de lo que sea-, normalmente contratos parciales por debajo del salario mínimo. Por contra, en 1987, cuando Jaime salió de esa misma franja de edad, el dato era menos de la mitad: 31,4%.
Pero este dato, claro, se basa en las personas que trabajan. Para contrarrestarlo, el argumento más común es decir que es que los jóvenes de hoy en día prefieren no tener un empleo, y de ahí que el 39,9% de ellos no tengan trabajo. En comparación, en 1987, el desempleo entre menores de 25 años era del 39,4%, casi el mismo. O sea que no: los jóvenes trabajan lo mismo que entonces, pero los que trabajan tienen que sumar más empleos temporales para pagar sus facturas.
Esperando los fondos europeos
Si algo tiene el sector de la construcción es que, le pase lo que le pase, siempre se resiste a morir. En el 2007, uno antes de la crisis, contaba en España con más de 2,8 trabajadores regulados: en menos de un año, dos millones se fueron a la calle. Ahora están en 1,35 millones, y esperan volver a los dos millones de cara a 2022. Quizá no sea suficiente.
Según los cálculos de Fernández Alén, cerca de 35.000 millones de euros de los fondos de recuperación europeos pasarán directa o indirectamente por empresas constructoras, por lo que el crecimiento está garantizado: “Un 7% en lo que queda de año, tirando por lo bajo, y más a lo largo de 2022, pero hace falta gente”, resume. En total: 700.000 trabajadores cualificados, desde operadores de maquinaria hasta informáticos.
“Este es un sector que se adapta rápido a las necesidades de la economía, es cierto, pero o cumplimos los objetivos que nos hemos marcado en el calendario o los fondos europeos dejarán de llegar, y eso es algo que no nos podemos permitir: son una oportunidad pero también una responsabilidad”, resume Fernández Alén. Otro problema es el relevo generacional.
Según la Federación Regional de Empresarios de la Construcción (Frecom), esta es otra de las grandes preocupaciones de la industria. En el año 2008, un 25% de los trabajadores tenía menos de 30 años, y sólo el 17% contaba con más de 50. Hoy por hoy, dice la EPA, los valores se han invertido y el 34% de los trabajadores tienen más de 50 años, mientras que sólo un 8% menos de 30.