Francisco Javier Fraga Corbelle es un ganadero del municipio lucense de Ourol dedicado desde hace décadas a la cría de caballos de pura raza gallega. En los últimos tiempos se ha acostumbrado a perder cada año a 50 ejemplares por culpa de los ataques de lobos: las manadas campan a sus anchas por su zona, donde hace casi una década que no permiten cazar a un solo ejemplar.
"Yo ya no puedo luchar más", lamenta este vecino de la parroquia de Miñotos, donde unos 150 caballo sirven de alimento para los lobos cada año. "Que vengan aquí los naturalistas de corbata, que no tienen ni idea, y me expliquen cómo manejan al lobo: lo que están haciendo no tiene lógica y van a acabar con todo el rural", sentencia.
Los ganaderos temen que la situación de Francisco Javier, que convive con la superpoblación de lobos, se extienda a toda España con la decisión del Ministerio de Transición Ecológica de incluir a este cánido en el Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial (Lespre), lo que impide cazarlo incluso en las zonas donde, lejos de ser una especie amenazada, es una auténtica plaga para los que viven de la cría de animales.
Las cuatro comunidades que concentran el 95% de los aproximadamente 3.000 lobos que actualmente viven en España -Galicia, Asturias, Cantabria y Castilla y León- han hecho frente común para negociar una marcha atrás en esta iniciativa, toda vez que el cánido "no es una especie amenazada en esta zona, ni mucho menos".
"Ni los ganaderos ni nadie quieren que se extermine al lobo: sólo queremos herramientas para poder gestionarlo", explica a EL ESPAÑOL Xacobo Feixóo, secretario de Desarrollo Rural de la organización profesional gallega Unións Agrarias (UUAA), quien advierte de que en Galicia "los ganaderos pagan un tercio de la dieta del lobo".
Aunque cada comunidad facilita las cifras por su cuenta, se estima que al año en España hay alrededor de 10.000 ataques de lobos, un dato que los ganaderos esperan que empeore cuando el cánido se sitúe en solitario en lo alto de la cadena trófica sin que el ser humano interfiera.
"En zonas como la cornisa cantábrica el lobo no está en peligro de extinción: hay una gran abundancia y la caza es un instrumento imprescinible para controlar su población o para intervenir para resolver problemas puntuales, como grandes ataques reiterados, acosos a explotaciones o problemas de seguridad", prosigue Feixóo.
Desde las organizaciones agrarias coinciden en cargar contra los "criterios ideológicos" de la decisión de incluir al lobo en el Lespre, "un elemento más en una estrategia de acoso a la ganadería" según la que "los ganaderos son unos señores muy malos que viven en el rural y los lobos son una especie maravillosa que tenemos que proteger".
"Esto parte de un colectivo muy ideologizado sin base científica ni rigor que necesitaba a un tonto útil y lo encontró en el Ministerio de Transición Ecológica: ahora tenemos un problema artificial que se genera cuando algo llega al BOE desconociendo y despreciando la realidad sobre el terreno", sentencia.
Ourol, el ejemplo
El caso de Ourol, un pequeño municipio de la Mariña lucense que roza los mil habitantes, es una muestra de la realidad que deja el descontrol de la población de lobo: hace una década que no se autoriza la caza de un ejemplar en la zona y, tras haber afectado gravemente a la actividad ganadera, las manadas empiezan a extenderse hacia zonas pobladas, moviéndose entre las casas y atacando incluso a perros.
"El problema aquí empezó hace diez años, pero se pasó olímpicamente del tema y ahora tenemos una saturación total de lobos que no se puede solucionar con una batida", lamenta Francisco Javier Fraga Corbelle, vecino de la parroquia ourolense de Miñotos y criador de caballos de pura raza gallega.
La situación es desesperada: cada año pierde unos 50 caballos por culpa de los lobos y, más allá de las compensaciones económicas de la Xunta de Galicia, nadie le ofrece ninguna alternativa. "Yo ya no puedo luchar más", lamenta este ganadero, acostumbrado a encontrarse a un animal muerto cada semana.
"Yo pierdo 50 caballos al año y en mi parroquia se pierden unos 150 en total, ¿quién va a aguantar eso?", se pregunta Fraga, quien detalla que más de la mitad de las tierras de la zona dedicadas a la ganadería de se vendieron y ahora "sólo quedamos cuatro" que no pueden sacar beneficios.
Este vecino es consciente de que en su zona, en la Serra do Xistral, hay que convivir con el lobo y que "es normal que coma una oveja de vez en cuando, es algo a lo que no se le da importancia", pero su descontrol ha llevado la situación a límites por encima de lo tolerable.
"Los caballos se van acabando y, cuando terminen con ellos, irán a por las vacas y después, a por los perros: las manadas se reproducen y cada año hay más lobos que se independizan y se acercan cada vez más a los pueblos", prosigue Fraga. Estos cánidos "son listos" y saben que no tienen ningún depredador".
El ganadero denuncia que la Xunta de Galicia viene aplicando en su zona la política que ahora prevé utilizar el Ministerio de Transición Ecológica: no cazar a ningún lobo y limitarse a compensar las pérdidas. "Lo que quieren es comprar nuestro silencio, porque las indemnizaciones a la larga no te sirven de nada", lamenta.
"Que vengan aquí los naturalistas de corbata, que no tienen ni idea, y me expliquen cómo manejan al lobo: lo que están haciendo no tiene lógica y van a acabar con todo el rural, al final no queda más que plantar eucaliptos mientras las madereras se frotan las manos", concluye.
Ignacio Porto gestiona junto a su hermano una explotación ganadera en la misma parroquia y también tiene que lidiar con esta situación: pese a que sus vacas están protegidas por cierres "todos los años hay algún ataque de lobo".
"Ningún ganadero dice que haya que errradicar al lobo, pero tenemos que tener un control sobre la población: no puedes tener tal cantidad de depredadores mientras repercutes a los ganaderos todo el coste de su alimentación", denuncia.
Porto advierte de que la situación puede ir a peor: tras acabar con el alimento en la sierra y en las zonas de pasto, las grandes manadas de lobos "que saben que no los tocan" pueden ir un paso más allá y, ante el "descontrol total" del animal, terminará habiendo "una desgracia humana".