Así trafican los turistas con lava del volcán de La Palma para venderla en la península por Internet
EL ESPAÑOL habla con Gabriel (nombre ficticio), que ha conseguido sacar lava volcánica de La Palma y está pensando en venderla.
8 octubre, 2021 02:33Noticias relacionadas
Era la primera vez que Gabriel (nombre ficticio para guardar el anonimato) traficaba con algo. Tras dos días de estupefacción observando y escuchando cómo ruge y escupe fuego el volcán canario de Cumbre Vieja, en La Palma, decidió llevarse un obsequio procedente de las entrañas de la tierra; las cenizas volcánicas más recientes del mundo. Y, si puede, venderlas –como se está haciendo ahora por Internet–.
La idea se la había dado el propietario de la casa donde se alojaba. “Yo me estoy guardando cenizas volcánicas en unas botellitas de cristal para dárselas a mis hijos. Toma unas bolsas del congelador y te llevas unas cuantas de recuerdo. Polvo somos y en polvo nos convertiremos, como el Cumbre Vieja”, le había dicho.
El casero dio a Gabriel un puñado de bolsitas de plástico para que las llenara de piroclastos, el término empleado en geología para definir el ‘material sólido arrojado por un volcán’, procedente del griego pyr (‘fuego’) y klastós (‘roto’). Gabriel decidió aceptar sólo dos bolsitas, pues tampoco quería arriesgarse a transportar algo que se le antojaba ilegal.
En su periplo por la isla, recogió muestras de dos tipos, la arenilla negra muy fina que invade los arcenes de la carreteras, los campos de plátano, las cornisas de las fachadas, las cervezas de la gente, vamos, todo lo expuesto al aire; y piedrecillas con formas irregulares y cortantes, similares a vidrio opaco, más grandes. Estas últimas las recogió en la iglesia de El Paso, donde se concentran medios de comunicación, habitantes de la isla y curiosos en general, a poco más de un kilómetro en línea recta del cono volcánico.
Adicción a la ceniza
“Empecé recogiendo a mano un puñado de cenizas negras como el tizón que estaban acumuladas a la entrada de la casa donde me hospedé. Recolectar entrañas de la Tierra con la mano fue una mala idea. La ceniza volcánica se pega como un chicle a la suela del zapato. Se adhiere tanto que en un momento la tienes en el pantalón, dentro de un oído y en todo lo que tocas. No podía parar de coger cenizas, así que me pasé a las piedras vítreas. El pequeño puñadito inicial se convirtió en muchos puñados, pesaban casi un kilo”.
La relación de los seres humanos con el volcán, a pesar de la gran tragedia que supone para la Isla Bonita, es paradójica. ‘El Monstruo’, como lo llaman los palmeros, genera por igual admiración, destrucción y congoja. No se puede dejar de observar lo que parece ser la misma boca del infierno, la cual crea una extraña adicción visual y sonora de la que es difícil escapar.
Como Gabriel tenía tantos piroclastos, unos en forma de ceniza y otros en forma de piedrecillas vitrificadas, decidió hacer otra bolsa más, la tercera. Esta vez, usó las que dan en el control del aeropuerto para meter los líquidos. Mezcló los restos de las muestras científicas que poseía y frabricó un mejunje de arenilla negra y pequeñas rocas.
Llegó la hora de abandonar la isla. Los vientos alisios eran favorables para que su avión despegara hacia la Península Ibérica, tuvo suerte. El ladrón de polvo azabache ideó un plan. El paquete de menor valor (la ceniza más fina) iría en una bolsa de papel con el logo de la oficina turística de La Palma, junto a panfletos, algo de comida y objetos cotidianos.
Otra bolsa, la de los piroclastos más grandes, los que duelen al golpearte la cabeza, iría escondida dentro de la mochila de viaje, entre la ropa interior, el neceser, el ordenador y la cámara de fotos. No quería facturar su mochila por si le desaparecía algún enser. La tercera bolsa, la más polémica, la que estaba compuesta por una mezcla de ceniza y piedrecitas iría empotrada en sus testículos. 300 gramos de piroclastos. Nunca había transportado droga en un avión, aún menos polvo negro.
"Una buena pasta"
Gabriel se puso muy nervioso. Los restos del volcán le hacían entrever un paquetón fuera de lo común. Al sacar los bártulos del bolsillo el paquete era aún más evidente. “Me van a pillar, me van a pillar, ¿por qué hago estas cosas?”, se preguntaba en silencio.
Nada sucedió. Pasó el control y colaron las tres bolsas de piroclastos y ceniza. El guarda de seguridad del escáner paró a la chica que iba justo detrás de Gabriel, llevaba líquidos sin declarar. Se preguntó cuántos kilos de piroclastos podrían viajar en el avión que lo trasladaba a la Península.
Ya en su casa, contó su extraña historia a un amigo llamado Santos. “¿No jodas que has estado en el La Palma? Es un momento histórico. A mi hijo le encantan los volcanes, podrías regalarme un poco, le haría muy feliz“, le espetó sin contemplaciones su compañero del colegio. “Vale, Tío San, cuando nos veamos te regalo un botecito de ceniza volcánica”.
Al rato, su amigo del colegio llamó a Gabriel por teléfono y lo convenció para que se hiciera traficante: “He estado buscando por Internet y venden la ceniza del Cumbre Vieja a 15 o 20 euros el botecito. Si tú has traído un kilo y metes unos pocos gramos por botecito te puedes sacar una buena pasta, yo que tú la vendería por Internet, o en el rastro. Es una gran oportunidad”.
Mientras escuchaba a su camarada de aventuras la cara de Gabriel se transformó al igual que el Cumbre Vieja cuando llega la noche o cuando se abre una nueva boca magmática: “Quizás sea una buena idea, aunque he oído que está prohibido traer lava volcánica de Lanzarote o del Teide, y que multan a la gente. Me voy a convertir en un traficante de piroclastos”.