-“Hola Paquita. ¿Qué te ocurre?”.
-“Está ardiendo mi casa. Hay fuego en los dormitorios”.
Eran las 2:30 de la madrugada del 20 de septiembre. Minutos antes, la anciana se había despertado súbitamente, desorientada, no veía nada y le costaba respirar. Pero en el corto recorrido que dio a su casa, atisbó que estaba ardiendo. De inmediato pulsó el botón del Servicio de Tele Asistencia de la Junta de Andalucía, del que era usuaria.
-“Ve hacia la puerta, Paquita, búscala. Yo voy llamando a los bomberos”.
A sus 84 años, Paquita M.F., viuda y sin hijos, obedece y se pone a caminar a tientas. No consigue dar con la puerta, desnortada en su propia casa a causa del humo. La grabación, a la que ha tenido acceso EL ESPAÑOL, es dura. Agónica, por el desenlace que acabó teniendo.
-“Ya he llamado a los bomberos, y ahora voy a llamar a tus sobrinas, para que abran con las llaves”.
-“Mis sobrinas están acostadas”, responde ella tan asustada como resignada. Y añade: “Ha caído un relámpago”.
Pausan la grabación, y explican: “Seguramente, lo que vio fue un chispazo de alguno de los dormitorios que estaban ardiendo”.
Play.
La asistente continúa hablándole, con una profesionalidad admirable. Por la tranquilidad que quería transmitirle a la anciana pero que, en realidad, era imposible sentir.
- No consigo dar con tu sobrina, Paquita.
Silencio.
-Háblame, Paquita, por favor. ¿Paquita?
Pero la mujer ya no contesta porque ha perdido el conocimiento. La única respuesta que se oye en la grabación son los golpes que, fuera de la vivienda, comienzan a propinar a la puerta para derribarla.
A Paquita la encontraron desvanecida víctima de una insuficiencia respiratoria por falta de oxígeno. Casi lo había logrado: estaba ya en el pasillo, a escasos metros de una puerta que no pudo alcanzar. La gravedad del incendio fue tal que hubo dos vecinos evacuados al hospital por inhalación de humo y tres agentes heridos. Menos de 24 horas después, Paquita fallecía en el Hospital Puerta del Mar, en Cádiz.
Los vecinos cuentan en estado de shock que era una superviviente. En tres años había superado una fractura de clavícula al caerse, un atropello cruzando la calle, la pandemia y una operación en ambas manos para aliviarle el dolor articular por la artritis. Lo que no había superado, como tantos mayores, era su terror al coronavirus.
Por eso no salía de su casa y era atendida por dos sobrinas y algunos vecinos. “Tiene guasa”, resumen los ojos húmedos de Pepi sobre la mascarilla. Es la propietaria de la tienda de ultramarinos que solía llevarle el pan y la compra, porque Paquita, además de no salir, no podía coger peso con las manos tras la operación.
Lo que finalmente se acabó llevando por delante a Paquita fue una traición por dinero. Pero eso se sabrá más tarde.
Después.
La sobrina se llama Rocío M.A. Tiene 41 años, está separada, tiene dos hijos menores y vive con su madre. No tiene trabajo fijo. Unas veces hace manicuras y otras trabaja de peluquera. Luego, el paro. Trampea. Rocío es la persona que se ocupa habitualmente de Paquita. El caso es que la detienen a los dieciséis días de fallecer su tía. Por, presuntamente, asesinarla.
Antes.
Sacan a la mujer con un hilo de vida gracias al turno laboral de un vecino. Éste llega a las 2:30 de la madrugada a su casa, en un barrio humilde, el de Carlos III de San Fernando (Cádiz). Mientras Paquita habla hasta que no puede más, el vecino ya ha aparcado y alertado de las llamas que lamen la fachada del edificio.
La Policía Nacional se persona de inmediato, y el grupo de agentes se divide en dos. Uno trepa por la fachada y parte las ventanas del primero, donde vive la mujer, y otros comienzan a golpear la puerta con un extintor para abrirla. Son los golpes que registra la grabación del 112.
Allí, a pie de calle, el mismo vecino que llama al 091 comenta: “La sobrina se acaba de ir de aquí”.
Mucho después.
Tan pronto lo permite el siniestro, la Policía Científica se dispone a entrar en la vivienda. Ya saben que Paquita ha muerto. Se colocan en el zaguán del edificio los monos de plástico aislantes. Los agentes piensan que va a ser puro trámite por puro cliché: mujer mayor, en verano, sartén con aceite olvidada al fuego. Si fuera invierno, brasero. No falla.
Pero el patrón, el cliché, lo habitual, falló. La científica acabó yendo varios días. Porque el primero encontraron cuatro focos: en el colchón de la cama articulada de Paquita, que prendió mientras ésta dormía sobre él; en el sofá de otra habitación; el del colchón de otro dormitorio y las cortinas de un cuarto de estar. “El acelerante inflamable que utilizó no lo tenemos claro todavía, está en el laboratorio y aun no tenemos los resultados”, comentan a este periódico fuentes de la investigación.
Los agentes no daban crédito cuando fueron uniendo las piezas del puzle.
Afectada
“Que la sobrina no cogiera el móvil a la chica de la Tele Asistencia, cuando la habían visto por allí minutos antes, ya nos hizo sospechar”, cuentan fuentes de la investigación. Luego, además de los cuatro focos de la vivienda, habían prendido fuego a las macetas que colgaban de las paredes del descansillo y había arrancado de cuajo las plantas naturales de la entreplanta. “Como en un arrebato, o para acabar de gastar el combustible que llevaba”.
Cuando le comunicaron el fallecimiento de Paquita, Rocío se mostró afectada. Pero de inmediato, otra sobrina de la mujer puso en conocimiento de los agentes lo que la víspera del incendio había descubierto.
Solo las dos sobrinas tenían acceso a la cuenta bancaria de la mujer. Y ésta segunda acudió a casa de su tía, y Paquita le pidió que le sacara dinero para pagarle a Pepi, la de los ultramarinos, para pagar la bombona de butano… Y al ir al banco no había nada: su prima Rocío había vaciado la cuenta bancaria. Lo hizo poco a poco.
“En un año hizo 100 transferencias a su cuenta, de poca cuantía. Pero había vaciado la cuenta y le había dejado a cero. Descubierto total”. Eso lo supieron después, cuando el juzgado les permitió acceder a la cuenta de la anciana para corroborar el testimonio y averiguar que la cuenta a la que habían dirigido los traspasos era de la Rocío.
En un año, le había robado a su tía Paquita los ahorros que tenía de su pensión de viudedad: 11.000 euros. La Policía intuye que la anciana, al enterarse, se llevó un enorme disgusto, se lo recriminó y le pidió explicaciones. Fue horas antes del incendio. Viéndose acorralada, la salida que encontró Rocío fue entrar de madrugada en casa de su tía y prenderle fuego mientras ésta dormía para matarla.
Ya detenida, se negó a declarar ante la Policía Nacional. "Incendio con dolo, intencionado, con un móvil claro...asesinato", resumen los agentes. Este jueves sí declaró ante el juez, pero respondiendo solo ante las preguntas de su abogado. Ha ingresado en prisión, sin fianza, a la espera de juicio.