El pasado 31 de octubre coincidió el final de la Cumbre del G-20, que congregó en Roma a las 20 principales potencias mundiales (y algunos invitados, entre los que estuvo España), con el inicio de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP26). Este evento, que se desarrollará hasta el próximo 12 de noviembre, tiene como objetivo determinar las claves en la lucha contra el calentamiento global. Y, como no podía ser de otra manera, el pasado lunes acudió la activista Greta Thunberg.
Llegó a Escocia en tren, como es habitual en ella, y su primera intervención no ha pasado inadvertida: demasiado agresiva para unos, plenamente justificada para otros. Allí, dirigiéndose a los líderes mundiales, dijo: “Ya basta de bla bla bla. Podéis meteros la crisis climática por el culo”. La contundencia y el vocabulario empleado han impactado, pero ¿quién es realmente Greta Thunberg? ¿Fue alguna vez la niña adorable que muchos imaginaban? ¿Se ha radicalizado?
Isabel Fernández, periodista, dedicó su Trabajo Fin de Grado a analizar la figura de Greta Thunberg: desde sus discursos políticos hasta el estudio de cómo había sido tratada por la prensa española. En conversación con EL ESPAÑOL, Fernández cuenta que no le sorprenden sus últimas declaraciones, pues "antes ya los había llamado poco menos que asesinos”. En opinión de esta experta, Thunberg había considerado que su papel como parte integrante del sistema podía ayudar, pero se ha dado cuenta de que no sirve para nada. Fernández se refiere al hecho de que en la Cumbre del G-20 se haya acordado de nuevo reducir a 1,5 grados el calentamiento global. Lo mismo que ya se fijó en el Acuerdo de París de 2015. En otras palabras, se ha acordado el anterior acuerdo.
En apenas dos años Greta Thunberg ha dejado de ser una adolescente anónima para convertirse en una estrella política a nivel internacional. Para explicar este ascenso meteórico hay que retroceder algo más en el tiempo. Para comprender quién es en realidad Greta Thunberg hay que viajar hasta 2011.
El año del descubrimiento
Thunberg fue precoz hasta para elegir fecha de nacimiento: un 3 de enero de 2003, en Estocolmo. Y no es el único presagio para aquellos que gustan de las casualidades: su padre recibió el nombre de Svante en homenaje a Svante August Arrehenius, un científico que recibió en 1903 el Premio Nobel de Química. El motivo: ser el primero en calcular, en 1896, las emisiones de dióxido de carbono que provocaba el efecto invernadero. Es decir, uno de los primeros teóricos sobre el calentamiento global a causa de combustibles fósiles.
El admirador en cuestión de Arrehenius era Olaf Thunberg, un conocido actor de teatro, aunque también se le pudo ver en la gran pantalla: fue el organista de, nada más y nada menos, Los comulgantes de Ingmar Bergman. Svante Thunberg siguió sus pasos y también fue actor, además de escritor. Para colmo, se casó con Malena Ernman, una de las cantantes más famosas y reconocidas de Suecia –en 2009 representó a Suecia en Eurovisión–. De la unión de tanto talento nacieron Greta, primero, y Beata después.
Thunberg era una niña reservada y con problemas para relacionarse, pero todo eso explotó en 2011. “Tenía ocho años cuando oí hablar por primera vez de algo llamado cambio climático”, contaba en Estocolmo durante una conferencia TED. “Entonces recuerdo que pensé que estaba claro que los humanos no podíamos hacer nada al respecto, porque si así fuera no estaríamos hablando de otra cosa”. Thunberg salió de aquella clase incapaz de contener el llanto. Sin embargo, lo que más le dolió fue la indiferencia de sus compañeros: mientras ellos olvidaron la charla en cuanto acabó, ella no podía dejar de pensar en una situación que amenazaba nuestra propia existencia.
Los tres años siguientes fueron de angustia y soledad y dolor y apatía. Sin amigos ni energía, desarrollando una incipiente anorexia (llegó a tardar más de dos horas en comer cinco ñoquis), a los 11 años Thunberg dejó de hablar. Así fue hasta que un hecho hizo que rompiera al fin su silencio. Su madre Malena acababa de volver de un concierto en Tokio y Thunberg le recriminó duramente aquello: “¡Al montarte en un avión es como si hubieras matado a 80 personas!”
Fridays for future
En 2015 llegó el diagnóstico: síndrome de Asperger, trastorno obsesivo compulsivo y mutismo selectivo. En cuanto a este último, no debe confundir su nombre: el Servicio Nacional de Salud de Reino Unido (NHS) lo describe como “un trastorno de ansiedad grave en el que una persona es incapaz de hablar en determinadas situaciones sociales, incluso en entornos privados”. Estos problemas de ansiedad venían derivados de la gran obsesión de Thunberg: salvar el planeta.
“Me lo guardé todo para mis adentros y eso no fue sano. Me sentí bien cuando me desahogué con mis padres”, cuenta Thunberg. Para Isabel Fernández, el hecho de que sintiera la necesidad de romper su silencio por esa causa “dice mucho”. No obstante, y como era de esperar, la respuesta de sus padres no sirvió de nada: “Me dijeron que todo iría bien; obviamente eso no funcionó”.
Entonces decidió pasar a la acción. Inspirada en una huelga contra las armas promovida por estudiantes del Instituto Parkland (Florida), el 20 de agosto de 2018, con 15 años, Thunberg se saltó el instituto, se montó en su bicicleta con la que solía ir a todos sitios y se plantó en las puertas del Riksdag (Parlamento sueco). Allí estuvo sentada, sola, con su rudimentario cartelito de “Skolstrejk för Klimatet” (Huelga escolar por el clima), desde las ocho de la mañana hasta las tres de la tarde: lo que dura la jornada estudiantil.
Los primeros días fueron duros: sus compañeros de clase no se unieron, sus padres no la apoyaron, la gente que se la cruzaba la miraba con una mezcla de extrañeza y compasión. Pero Thunberg tenía un objetivo claro: sentarse allí todas las mañanas hasta el 9 de septiembre que se celebraran las elecciones. Y, lo que al principio era la locura de una niña de 15 años, pronto se convirtió en la inspiración de toda una generación. Poco a poco se le fueron uniendo cientos a la huelga de Thunberg. Primero unos pocos jóvenes, después ciudadanos de todas las edades. Como en las películas bien construidas, Thunberg consiguió activar la empatía de la sociedad gracias a tener un objetivo bien definido y por el que hacía sacrificios. Y su historia empezó a adquirir tintes épicos.
La chica tímida de clase abanderaba una de las luchas más necesarias del presente. Sus logros desde entonces habrían sido cantados por juglares de todo el mundo en otro tiempo. Con su cartelito de “Skolstrejk för Klimatet” allá donde iba, en 2019 Thunberg se plantó ante el Foro Económico Mundial y dio uno de esos discursos que impactan y duelen y alumbran y remueven conciencias y no tienen fronteras. “Quiero que sintáis el miedo que yo siento cada día. Y luego, quiero que actuéis como si vuestra casa estuviera en llamas. Porque lo está. No quiero que habléis de esperanza. Quiero que cunda el pánico”.
Cada palabra iba precedida por el ejemplo. Thunberg es vegetariana, no compra ropa nueva y evita los transportes que más contaminan. Para viajar hasta Suiza, se montó en un tren durante 32 horas. Después, durmió a 18 grados bajo cero para apoyar una acampada de los Arctic Basecamp.
El movimiento que fundó con el hashtag #FridaysForFuture llevó a miles de niños a saltarse las clases cada viernes para protestar contra el cambio climático bajo el lema-aviso: “La lucha acaba de comenzar. Esto es solo el principio”. Fridays For Future se convirtió rápidamente en inspiración, como afirma Alejandra Contreras, fundadora de la organización activista Decididos. Atiende a EL ESPAÑOL por teléfono desde México, camino de un Foro Universitario, y recuerda la Cumbre Climática de 2019 donde conoció a una Greta Thunberg que ya era una estrella mundial: “Fue una experiencia muy grata y curiosa. Yo estaba llegando a la sede de las Naciones Unidas y, cuando giré la cabeza, vi a Greta cruzando con su tutor y un oficial”. Contreras la describe como una “chica sencilla, con la que se puede compartir impresiones y que transmite esperanza con su movimiento”.
Después de varios minutos felicitándose mutuamente, “le expliqué por qué era importante que continuara con esta lucha, su gran contribución posicionando estos temas en el foco mediático. Después, ella me dio la enhorabuena por el simple hecho de haber llegado a la Cumbre Climática y me dijo que necesitamos inspirar a la acción”.
Para José Luis García, de Greenpeace, Fridays For Future va en la misma línea de lo que hace Greenpeace: “Acción directa pacífica; hay una emergencia climática y estamos de acuerdo con lo que defiende Greta”. En este sentido, García entiende las polémicas palabras de Thunberg en el COP26 (“Pueden meterse la crisis climática por el culo”). Si bien García prefiere no entrar en cuestiones semánticas, cree que se trata de “un tono de indignación muy justificado".
En estos últimos tres años desde aquello, Thunberg ha sido dos veces nominada al Premio Nobel de la Paz, la revista TIME la nombró Persona del Año en 2019, ha sido redactora jefa por un día de Dagens Nyheter –el mayor diario de Suecia–, movilizó a 71 países y 700 regiones distintas en una huelga contra el cambio climático. Merkel dijo de ella que la “impulsó a avanzar en el cambio climático” y, uno tras otro (Macron, Jean-Claude Juncker, Obama, el Papa Francisco…), los líderes mundiales han ido poniéndose a la cola para recibir los rapapolvos de Thunberg: “Si todo el mundo es culpable, entonces nadie es culpable. Vosotros sois los culpables”.
Pero, al mismo tiempo, ha recibido ataques de igual contundencia. Scott Morrison, primer ministro de Australia, la acusó de “alimentar una ansiedad innecesaria”. Jair Bolsonaro la llamó “pirralha” (mocosa) al poco de estrenar su mandato. Donald Trump, expresidente de Estados Unidos, se burló de ella llamándola “ridícula” y la invitó a “relajarse e ir al cine a ver películas clásicas”. El periodista Andrew Bolt arremetió contra ella por su Asperger (“deeply disturbed”). El presidente ruso Vladimir Putin dijo que era “una niña amable y desinformada siendo manipulada”. Y, en realidad, Thunberg no cumplió la mayoría de edad hasta el pasado enero. ¿Cómo una menor de edad logra semejantes hazañas en tan poco tiempo? ¿Fue realmente manipulada?
“Tengo superpoderes”
No se puede comprender la figura de Greta Thunberg sin profundizar en su síndrome Asperger. El psicólogo Javier García, que ha trabajado con niños afectados por este trastorno, matiza, en primer lugar, que se trata de “un tipo de autismo leve”. Entre los síntomas habituales –pues cada caso es un mundo– están los problemas para relacionarse, no entender de empatía, de ironía, rutinarios. “Se dice que son perfeccionistas, pero en realidad lo que ocurre es que tienen esquemas mentales muy rígidos: si creen que a las 14:00 h. hay que estar comiendo y a las 14:01 no han empezado, entran en brote, se desestabilizan y despliegan una serie de manierismos para solucionar su estrés”, explica García.
Cuando Thunberg cuenta que siempre ha sido “esa niña del fondo de la clase que no dice nada”, está describiendo una terrible dinámica social por la cual solo se tiene en cuenta a quienes llaman la atención. Pero también está describiendo un problema directamente relacionado con su trastorno. Y, cuando dice que lo considera un “superpoder”, se corre el riesgo de romantizar una carencia. “Coloquialmente se ha creído que son superdotados, pero no es así. Este tipo de frases tan comerciales no reflejan la realidad. Hay personas que no pueden ni hablar”, explica García.
Para Isabel Fernández, su familia tiene gran parte de culpa de esta romantización de la enfermedad: “Viene de una familia muy acomodada, con muchos recursos económicos, muy acostumbrada al estrellato en Suecia. Aunque ella misma decide exponerse con 15 años, sus padres ya la estaban exponiendo”. Curiosamente, el libro familiar autobiográfico Nuestra casa está en llamas. Escenas de una familia y un planeta en crisis refleja cómo Svante y Malena, a quienes nunca les había interesado el ecologismo, estuvieron a gusto con la fama de su hija (relatan su Asperger como “una bendición”).
Toda historia tiene un lado oscuro, y en el caso de Greta Thunberg se trata de cómo hubo otros actores que crearon e impulsaron su imagen. Como la niña de Annette, nació en el seno de una familia de artistas. Y, como la niña de Annette, Greta ha sido explotada. Fernández la define en su TFG como “un elemento herético integrado, puesto que altera una parte del sistema, pero también es utilizada por el mismo”.
Para Javier García, se le ha dado una imagen de niña pequeña, encantadora, rubita, que seguramente es poco realista: “De encantadora tendría poco, era una chica con muchos problemas y lo más aconsejable habría sido ponerla en tratamiento”. La pequeña Greta no era la niña perfecta según los parámetros hegemónicos del American way of life que quisieron hacer creer. No salía de una película de Douglas Sirk. En esta idea coincide Fernández: “No era un personaje agradable. No se la trató como a una niña. No era adorable, pero porque niños adorables hay muy pocos”. No obstante, ella no culpa a Greta “puesto que no se presentó así, sino que fueron sus padres como tutores los responsables”.
Como Sheldon Cooper
Otro rasgo del síndrome de Asperger es tener intereses limitados. “Tienen muchas obsesiones. Como Sheldon Cooper, que se obsesiona con los trenes, los Asperger suelen focalizar en algo muy concreto y les causa un gran malestar”, resume García. Lo que induce a pensar que aquella frase emblemática –“Quiero que cunda el pánico”– no es más que el síntoma más desgarrador de un malestar profundo.
“En esta chica, quizá no haya sido lo mejor haberle dado un micrófono e influencia mediática”, opina García. No es de extrañar el vocabulario empleado por Thunberg: “No es una radical. Uno espera respuestas socialmente aceptadas, pero ella habla sin pelos en la lengua porque no tiene la capacidad de identificar si está hiriendo a alguien. En cambio, es capaz de hacer otras cosas increíbles”.
Además, la exposición mediática tan fuerte a la que se ha visto sometida no hace sino potenciar su angustia: “Haberle dado tanta importancia al problema que le obsesiona, porque efectivamente es importantísimo, puede que no le haga bien a su salud”, explica García. El cambio climático crea en Thunberg una gran ansiedad (“Pienso demasiado. Algunas personas pueden dejar pasar las cosas, yo no”). Encima, no solo ve que no se resuelve, sino que empeora (incendios, olas de calor, inundaciones…). Por tanto, no resuelve esa obsesión de la manera más sana, sino que la frustra más.
Contra Greta
En su estudio, Fernández describe cómo la prensa conservadora llevó a cabo una campaña para desacreditar a Thunberg: se referían a ella con términos negativos como “bruja”, “niña”, “estar enfadada”, “mala”. Además, a muchos empezó a caerle mal: “La gente estaba harta, era repelente… Les estaba diciendo que la vida tal y como la entendían no podía seguir adelante. Y eso no le gusta al ciudadano de a pie. Al ciudadano de a pie le molesta que le digan que su estilo de vida hasta el momento estaba mal. Greta fue a por las conciencias de todos”, relata Fernández.
Grandes empresarios intentaron aprovecharse de forma ilegítima de su imagen. Ingmar Renthzog, por ejemplo, utilizó el nombre de Greta en redes sociales para conseguir inversores. Thunberg rechazó estas prácticas y dijo que la odiaban porque la veían “como una amenaza”, y no le falta razón. Pero también era cierto que si llegó hasta lo más alto fue porque así lo habían dispuesto ciertas estructuras económicas.
Es decir, las empresas renovables constituían “un lobby que, aunque tenga consecuencias positivas para el medio ambiente, iban a lucrarse de que existiese una persona como Greta porque promovía ciertos tipos de consumo que les beneficiaba”, cuenta Fernández. Con el beneplácito de su familia, formaron una estructura económica y mediática que estaba detrás de la creación de su personaje. Y a nadie le importó que una menor de edad afirmase trabajar “entre 12 y 15 horas diarias”. Sin embargo, cuando la campaña por demonizarla cogió fuerza y mucha gente empezó a ver a una niña de 16 años como el enemigo, las consecuencias para Thunberg y la lucha contra el cambio climático se hicieron notar.
Jaque mate
La conclusión a la que llegó Fernández fue que Greta Thunberg “era un personaje con unas motivaciones muy positivas y que había tenido un impacto muy bueno”. Como opina también Javier García, nadie la tuvo que manipular: su obsesión estaba ahí. Sin embargo, si Thunberg llegó hasta donde nadie lo había logrado fue porque había una serie de estructuras detrás que la habían apoyado.
Los logros y méritos de Greta Thunberg serán reconocidos por más que su figura pierda impacto mediático. “Ha alterado el sistema a muchísimos niveles. No lo dinamitó porque hay estructuras muy fuertes como las del carbón o el petróleo, pero hizo saltar por los aires dinámicas muy arraigadas. Muchos jóvenes cambiaron sus patrones de consumo, la gente dejó de ir en avión; también a niveles más básicos: reciclado, compra de ropa…”, enumera Fernández.
Greta Thunberg consiguió hacerles jaque mate a muchas empresas de aviación, por ejemplo, que tuvieron que actuar con mayor responsabilidad social en cuanto a sus niveles de contaminación. Greta Thunberg tuvo impacto en la bolsa y en los mercados. Y, aunque ahora sus intervenciones puedan causar más rechazo, la crisis climática sigue existiendo. Ya lo ha avisado el último el informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático: tenemos cinco años para cambiar radicalmente la situación.