Vivir en Mataró, ciudad con 367 okupaciones en 2021: así engañaron las mafias a Abdennassar
La localidad catalana vive una oleada de okupaciones. Entre enero y septiembre de este año, ha habido una media de 41 usurpaciones mensuales.
28 noviembre, 2021 02:35Noticias relacionadas
Abdennassar insiste en pagar el café, pese a que hace un par de minutos se ha confesado ante este periodista: “Estoy así”, mientras se lleva la mano al cuello. Imaginemos que la mano es agua y la metáfora quedará completa. Cuenta que tiene 50 años, que hace 23 que llegó a España y 11 que tiene la nacionalidad, lo que le convierte en un español de pleno derecho. Cuenta que sus ingresos rara vez llegan a los 600 euros mensuales y que hace un mes, por pura desesperación, compró una casa okupada en Mataró (Barcelona) a una mafia por 1.400 euros. Le dijeron que pertenecía a un banco. No era así.
Un día duró su familia en el inmueble. Cuando el propietario supo que alguien vivía en su piso, fue hasta allí y echó a Abdennassar y su familia por las bravas. No fue agradable, pero el protagonista de esta historia afirma que el dueño “tenía razón”. De nuevo, se vio en la calle, sin blanca y con tres niños menores a su cargo. De vuelta a la casilla de inicio.
Este episodio podría ser una mera anécdota, un capítulo más en la mala suerte de está familia de origen marroquí, pero lo cierto es que se engloba dentro de una realidad difícil de digerir: Mataró está tomada por los okupas. Entre enero y septiembre del 2021 se han producido 367 okupaciones de inmuebles en el municipio catalán, según las cifras que maneja la policía local mataroní. Esto supone una media de 41 usurpaciones al mes y un aumento del 138% respecto al 2019. Es el triple que hace apenas cinco años. La realidad sobrepasa al Ayuntamiento, a los agentes y a unos vecinos desesperados.
Desconfianza y hartazgo
El día está gris en el barrio de Cerdanyola de Mataró. La lluvia va y viene, como el Guadiana, y el viento hace ondear las banderas de los balcones. No son esteladas, como muchos podrían imaginar. Alguna hay, pero la bandera más habitual reza lo siguiente: “¡Basta ya! Por una Mataró segura”.
La okupación no es un problema que se distinga a simple vista. Es un fenómeno de puertas para adentro que puede pasar muy inadvertido. Pero en Cerdanyola se palpa tensión, desconfianza y hartazgo. Basta preguntar a un par de personas en la calle y el problema se revela con toda su crudeza. “Yo he tenido que llamar tres veces a la policía porque en mi escalera intentaron okupar. Pero no consiguieron meterse”; “Tengo okupas arriba”; “Sé de gente que le han dado un golpe en la puerta y le han okupado”. Es vox populi.
Hace solo un mes, Abdennassar recibió una jugosa oferta. Cuatro jóvenes marroquíes, de unos 24 años, le ofrecieron las llaves de un piso en Mataró. Por 1.400 euros era suyo. El padre de familia cometió el error de aceptar la oferta pensando que el piso pertenecía a una entidad financiera y que un posible desalojo tardaría meses en llegar. ¿Ilícito? Habrá quien diga que no. Abajo está la sección de comentarios. ¿Ilegal? Sin lugar a dudas.
El trato se cerró. El piso estaba totalmente vacío y la sensación de abandono hacía prever que todo iría bien. Pero no. No pasaron ni 24 horas cuando el dueño del inmueble supo que le habían okupado. Se presentó ahí y, claro, se montó la Marimorena. “El dueño del piso lo tiró todo a la calle. Yo no podía hablar”, explica Abdennassar, pero insiste: “Él tiene razón”. No opuso resistencia y se marchó con su familia. La jugada le salió mucho más cara de lo que esperaba.
Ahora sus hijos —de 10, siete y dos años— están al cuidado de una mujer que les ha acogido en su casa de Barcelona, cerca de donde transcurre esta entrevista. “Me va a hacer el favor solamente un mes o mes y medio. No podemos estar más”, explica. Él y su mujer, en cambio, se alojan en una habitación alquilada en Mataró por 170 euros mensuales.
Los niños, para su suerte, no son conscientes del grave apuro en el que se encuentran y están yendo al colegio con normalidad. Esa es una de las principales razones que sacó a Abdennassar de Alhucemas (Marruecos) para estar en España: la educación. “Quiero que mis hijos estudien aquí”.
—¿Eres musulmán?
—No, eso son tonterías.
En Marruecos, sus hijos difícilmente recibirían una educación laica y de calidad. Para él, la religión es un medio del poder para controlar a las masas. “Yo lo conozco. El rico se lleva el dinero mientras el pobre reza”. No es el futuro que quiere para su familia. Desde que cruzó el Estrecho, nuestro protagonista ha dado muchos tumbos. Es oficial de primera en la construcción y ha trabajado en Francia, Holanda, Alemania e incluso de vuelta en Marruecos. “Si no hay trabajo en Barcelona y me sale en Francia voy para allá”, asegura. Llegó a vivir un año en Cercedilla (Madrid) por trabajo.
“Yo no quiero nada gratis. Nunca he cobrado un duro de la seguridad social [se refiere a las arcas públicas, en general]. Nunca. Yo quiero alquilar pero no hay alquileres. Y yo no quiero vivir gratis. Yo trabajo”, asegura mientras hace el gesto de quitarse el sudor de la frente.
“Desahucios a montones”
Cuando Abdennassar vivió sus horas más oscuras, una de las personas que le ayudó a encontrar refugio fue Antonio Ruiz, miembro de la Asociación de Vecinos de Cerdanyola, que accede a atender a este periódico casi sin previo aviso para intentar dar explicación a lo que ocurre en Mataró.
La historia del municipio es la misma que en toda España, pero exagerada. “Los problemas no caen del cielo, tienen sus causas. Mataró es una zona donde hubo mucha especulación con el suelo. Se vendían pisos como rosquillas”. Cuando azotó la crisis financiera del 2008 pasó lo que ya es de sobra conocido. Muchos trabajadores endeudados no pudieron pagar su vivienda y llegaron los desahucios de forma masiva.
La hemeroteca lo corrobora. Un reportaje publicado en El Periódico de Cataluña a mediados de 2019 citaba a la Plataforma d’Afectats per la Crisi i el Capitalisme (PACC), una entidad a la que llegaban fácilmente 50 personas al día con un proceso de desahucio inminente en Mataró. Dicha plataforma, además, estaba a su vez en un local okupado a Caixabank.
“Desahucios a montones, pisos vacíos a montones”, recuerda Ruiz. “Entonces aparecieron las okupaciones y las mafias. A ver, nos referimos a mafia como los que usan la necesidad de un persona que está en la calle y le abren un piso y le cobran lo que pueden sacarle”.
“El problema es que hay muchos pisos vacíos y mucha gente sin casa. Eso ha hecho que suban los alquileres un montón, una aberración. Los fondos buitre compran a precio de saldo todos los pisos que pueden, los quitan de la circulación. Eso hace que los demás pisos se encarezcan”, explica este vecino en un acento poco sospechoso de ser catalán. Antonio es malagueño y llegó a Mataró en 1969, cuando el municipio era una próspera ciudad plagada de industria. Pero de eso ha llovido mucho.
“La solución al problema es complicada. Nosotros somos de la opinión de que nadie debería verse en la necesidad de okupar un piso. El delito más grande es tener un piso 10 años vacío cuando no cumple una función social”, opina este antiguo trabajador de la metalurgia mataroní. “Hace poco he escuchado, no sé si será verdad, que un país tan radical y de izquierdas como Alemania ha expropiado 270.000 pisos”.
La noticia es cierta, pero ligeramente imprecisa. Son 240.000 pisos y solo en la ciudad de Berlín. Esta medida, pendiente de ejecución, también bonifica tímidamente a los propietarios de esos inmuebles expropiados, que pasan a formar parte del parque de vivienda pública de la capital alemana.
Pero el problema que inquieta a los vecinos no es la okupación en sí, sino la conflictividad que trae consigo. “Nos encontramos con que los pisos los okupan gente conflictiva, gente que da problemas en la comunidad”, explica. No son delitos graves, matiza, son “problemas de convivencia”.
Para ilustrar su argumento, nombra un edificio construído en la época del ladrillazo de 34 apartamentos que estuvo vacío más de 10 años. Durante la pandemia, fue totalmente okupado y “era un desmadre”. Fiestas, peleas, trapicheos… El camarero es testigo de la conversación entre vecino y periodista, y lo corrobora: “Yo vivo ahí al lado y era muy fuerte”, asegura el joven.
Finalmente, los movimientos vecinales consiguieron que el Ayuntamiento echara a los okupas de dicho edificio, que ahora permanece tapiado con ladrillo en puertas y ventanas. Nunca se le dio el uso que se le pretendía dar y ahí permanece, condenado al abandono con el paso del tiempo.
La okupación no es un problema exclusivo del barrio de Cerdanyola. Es más, ni siquiera es el peor en ese aspecto. El lugar que se lleva la palma, según los vecinos consultados, es Rocafonda, apodado el gueto. Este sobrenombre no se debe a que sea un barrio especialmente conflictivo, de hecho, no lo es más que otros. Se debe a su diversidad cultural.
Basta pasear por sus calles para comprobar que aquí hay personas venidas de todos los continentes y negocios rotulados en muchos alfabetos. Y, aunque la okupación es el pan de cada día, ningún vecino consultado ha tenido un enfrentamiento grave con nadie. “Yo tengo la casa de arriba okupada por una familia. Y abajo hay otra”, afirma Dora, una anciana mujer que pasea con un bastón en la mano y un carrito de compra en la otra. “Cuando llegaron hablé con ellos, porque tengo a mis nietos viviendo en casa, y les dije que no hicieran ruido. Pues no ha habido ningún problema. No montan jaleo ni nada”, asegura esta vecina. “Se oyen pasos, eso sí, pero lo normal”.
“Esto ha hecho un cambio increíble. Cada día es raro que no veas una ambulancia o los Mossos o los nacionales”, afirma Juan, otro veterano vecino del barrio que tampoco ha perdido el acento andaluz. “Esto es como Sant Adrià de Besòs. Se va llenando, llenando y llegará un día en que sea como América”.
Para fortuna de estos vecinos —más asustados por incertidumbre que por experiencia— la presencia policial es fuerte en Rocafonda. Los Mossos responden y las llamadas suelen venir por problemas entre los propios okupas, más que por enfrentamientos con vecinos. “Hay escándalos, peleas y drogas”, asegura Juan. “Entre ellos tienen enfrentamientos fuertes”.
“Sí, suele haber problemas”, asegura un matrimonio de ancianos que lleva 60 años en Rocafonda. “Ha venido mucha gente de fuera, que todo el mundo tiene derecho a venir, pero se ha convertido en un desmadre”, afirman. “Antes esto era una balsa de aceite. Un barrio estupendo. Todo esto [señalan al norte] no existía”. Toda esa zona que estos vecinos vieron nacer, ahora es un hervidero de okupas.
Cae la noche del miércoles y este periodista se dirige a Granollers, a 12 kilómetros de Mataró, para cenar con una amiga, Nerea.
—¿Cómo es que estás aquí?
—Para hacer un reportaje sobre el problema que tienen en Mataró con los okupas.
—Bueno, eso pasa en toda Cataluña.