David salió de su bar a las cuatro de la tarde del día 28 de diciembre. A esa hora, toca el cambio de turno de camareros, por lo que esperó a que viniera su compañera para irse. Cuando por fin llegó, recogió los bártulos y salió de su local, Donde Kiko, un establecimiento muy conocido en la zona situado en la calle Guadalajara, número 21.
Al salir, puso rumbo descendente por la calle Guadalajara, pero solo anduvo un par de metros antes de detenerse en la freiduría La Espuela, situada en el bajo del número diecinueve. Allí, se dio cuenta de que la cortina que solía estar siempre echada tenía una pequeña apertura a la altura de la puerta. Al mirar por ella, encontró a una persona tirada en el suelo con aparentes rastros de violencia en su cuerpo.
A las 16:03 de la tarde, llamó a los servicios de emergencia, quienes no tardaron ni cinco minutos en personarse en la puerta. Dentro de la freiduría, encontraron los cadáveres de Rubén, el dueño del local de 62 años y José Ángel El Maño, un amigo suyo de 59.
Al principio, empezó a circular por los medios de comunicación la teoría de que había sido una explosión de gas, pero enseguida fue descartada rápidamente con las primera pesquisas que obtuvo la Policía: ambos cuerpos tenían signos evidentes de violencia, uno de ellos puñaladas y el otro golpes contundentes. Ahora, se manejan dos hipótesis: que alguien los haya matado tras un robo o que ellos dos se mataran mutuamente en una disputa, lo que explicaría que un cadáver tiene puñaladas y el otro sólo golpes.
La Policía ha detenido esta madrugada a un varón como presunto autor de los hechos. Se trata de un hombre de 53 años, con nacionalidad española y multitud de antecedentes policiales.
"No pudo ser una explosión"
En las calles del barrio, no se habla de otra cosa más que del doble asesinato. "Eran gente de toda la vida. Sobre todo, Rubén. Aquí le conocía todo el mundo. Es un palo durísimo", asegura a este periódico un vecino, que vive en el mismo número 19, y que se niega a hacer más declaraciones.
Aunque, tras el hallazgo, los medios de comunicación y el propio boca a boca del barrio hicieron creer a muchos que se había tratado de una explosión de gas, otros tantos sabían, desde el momento en que se encontraron los cuerpos, que no había sido así. "¡Si en ese local ni siquiera tenían gas!", asegura desde la puerta de su negocio Irene Sánchez, una esteticista que tiene un pequeño salón de belleza en otro bajo comercial del mismo número 19.
"Estuve aquí todo el día y no escuché nada. Me encontré directamente a la Policía en la puerta y me enteré de lo que había pasado. Si hubiese sido una explosión de gas, lo habría escuchado. Además, no hay ni ventanas rotas ni nada", termina de decir antes de volver a entrar en su negocio.
Efectivamente, la versión de Irene concuerda, pues en la fachada del edificio no hay ningún rastro de explosión. La freiduría aparenta estar en perfectas condiciones, más allá de los desgastes habituales de la fachada. Desde fuera, es imposible ver el interior, precintado por la Policía, pues una gran cortina cubre la puerta y las ventanas.
Entre las 5:30 y las 16:00
A pesar de los rumores y las habladurías vecinales, ninguno se atreve a aventurarse a adivinar qué pasó, pues aseguran que Rubén era un tipo muy querido por todos: "A El Maño le conocía menos, pero Rubén era amigo de toda la vida", asegura un vecino que, ante la atenta mirada de cámaras y periodistas, se acerca a una repisa de La Espuela a encender un par de velitas rojas. "No creo que los mataran para entrar a robar, porque Rubén no tenía ni un duro. Aunque vete tú a saber. Hay muchos hijos de puta sin alma".
Para los investigadores, la clave consiste en establecer la hora exacta a la que sucedieron los hechos, pues el abanico de horas es muy amplio.
"Rubén solía hacer pequeñas reuniones con los amigos en el local", manifiestan otros parroquianos del bar Donde Kiko que aseguran conocerlo bien. "De hecho, muchas veces dormía ahí. A nadie le sorprende que estuviera a esas horas".
En estos momentos, las dos principales hipótesis que barajan los investigadores son que pudo haber una pelea entre los amigos, la cual terminó fatídicamente mal –otros testigos manifiestan que la Policía encontró elementos punzantes como tijeras y puñales en el suelo, junto a los cuerpos–, o que un intento de atraco acabó en homicidio.
Las dudas y preguntas son múltiples, ya que el caso se encuentra bajo secreto de sumario. Se ha hecho cargo de él la Brigada 6 de Homicidios de la Jefatura Provincial de la Policía Judicial.
Cantó con Camarón
Entre las lágrimas y negaciones ante lo sucedido, los vecinos recuerdan a Rubén Molero Rodríguez, un hostelero muy querido en Parla. "Era un gran amigo y un gran profesional de la hostelería", relata Ángel Antonio Domínguez, de 80 años, quien lo conocía muy bien.
Según cuenta, además de La Espuela tuvo otro bar "hace ya muchos años, ni me acuerdo de cuando" en una calle cercana. Además, regentó un restaurante en un pueblo de la comarca de La Sagra, en Toledo.
"No daba problemas, era un señor tranquilo, bajito, delgado y con media melena, aunque el pobre estaba ya un poco fastidiado físicamente», asegura otra vecina de unos cuarenta años. Rubén era conocido, además, por ser un gran forofo del flamenco. «Le encantaba. Cuando se tomaba unas cañas, sacaba la guitarra y se ponía a cantar con los amigos. Llegó a tocar con Camarón de la Isla. Tenía una foto con él dentro de la freiduría".
A pesar de las buenas palabras de todos los vecinos, un hostelero de un local cercano asegura que el bar no abría nunca, que se había convertido en un punto de encuentro para él y sus amigos: "Casi siempre estaba cerrado. O eso parecía, al menos. Creo que no tenía licencia. Al menos, sé seguro que no tenía proveedores. Con la caja del día anterior, iba hasta el Ahorramás, donde compraba las bebidas que creía que iba a vender, e intentaba darles salida. Como ya tenía su piso pagado, no le importaba sacarse cuatro perras".
En el momento de su fallecimiento, Rubén tenía una relación sentimental con una mujer de mediana edad –su esposa murió hace cinco años de cáncer–, un hijastro y un hijo de 32, Alfonso Molero.
De El Maño nadie sabe nada, más allá de que también llevaba mucho tiempo en el barrio. «Era otro buen hombre», asegura un transeúnte que se niega a dar más detalles a la prensa.