Una realidad que se vuelve cotidiana de menosprecio, ridiculización en público, hacer el vacío, trato vejatorio, descalificaciones que están dirigidas a desestabilizar psíquicamente a la persona. En estos términos define la RAE el acoso ejercido en el entorno laboral. No resulta fácil identificarlo y mucho menos actuar frente a él. De media, ha de pasar al menos un año sufriendo esta situación para tomar conciencia de que lo que está pasando no se debe a la incompetencia de uno mismo sino que es un maltrato, según explican desde la Asociación española contra el acoso laboral y la violencia en el ámbito familiar (AECAL). En lo que va de este recién estrenado 2022, ya han recibido a una decena de personas, casi una diariamente, que han acudido a esta organización en busca de ayuda jurídica y/o psicológica para afrontar un panorama sostenido y recurrente de mobbing.
“Últimamente, nos llegan muchos profesionales del sector sanitario, también de la Policía Nacional o incluso altos cargos de un equipo de fútbol andaluz. Rara es la semana que no nos viene trabajadores de una cadena de grandes almacenes. También de la Administración Pública tenemos casos. Yo iría más allá de las cifras de la OIT y la doblaría, diría que uno de cada cinco trabajadores está expuesto a acoso en su trabajo”, explica Carlos Bravo, director jurídico de AECAL.
El acoso se ejerce tanto horizontalmente, por compañeros de trabajo, como verticalmente, de jefes a subordinados y viceversa, de empleados a sus superiores. Se da tanto en la Administración Público como en la empresa privada.
Reconocer el acoso
La psicóloga forense Ainhoa Mayoral, especializada en psicopatología laboral, explica como hay un patrón común para someter a la víctima de mobbing. “Se utilizan estrategias como rebajar a la persona asignándole trabajos por debajo de su capacidad o sus competencias habituales; ejercer presión indebida o arbitraria; amplificar y dramatizar pequeños errores de manera injustificada; menospreciar o menoscabar personal o profesionalmente a la persona, infravalorar o no valorar en absoluto el esfuerzo realizado, ser amenazado por teléfono, redes o verbalmente, encomendarle trabajo excesivo o difícil de realizar, criticar continuamente su labor, sus ideas, sus propuestas, sus soluciones”.
A través de la empresa Estudio Psicoforense, Mayoral colabora con AECAL ofreciendo apoyo psicológico. Esta profesional detalla las repercusiones que se observan en las víctimas de acoso laboral que acuden a su consulta. “Presentar –explica– confusión acerca de lo que les sucede, comenzando paulatinamente a sufrir una respuesta de estrés que suele acompañarse de miedo, pasividad y aislamiento. Este desequilibrio psicológico del trabajador afectado irá en aumento a medida que se mantiene la situación de acoso, empezando a aparecer reacciones emocionales como ansiedad, depresión y quejas psicosomáticas (dolores de cabeza, tensión muscular, molestias estomacales...)”.
El desenlace habitual pasa por que la víctima abandone de manera voluntaria o forzosa la organización. En muchas ocasiones, la sintomatología que presenta le conducirá a obtener la baja laboral. “Durante este periodo en el que permanece alejada del estresor, es cuando tendrá tiempo para elaborar lo ocurrido, aceptar su rol de víctima y prepararse para hacer frente a un procedimiento judicial. Es entonces cuando se suelen poner en contacto conmigo”, añade Mayoral.
“Llega un momento que no te sientes capaz de nada. Si un día estaba limpiando un micrófono, al día siguiente cuando tenía que hacer una entrevista, dudaba de mí. Desconfiaba de mis propios sentidos. Pensaba que el maltrato era por algo que había hecho, que si mi jefa saludaba a todo el mundo menos a mí, si me gritaba… eran imaginaciones mías o que yo era muy ‘blandito’ y no era para tanto”, cuenta Fran Pastor sobre el acoso que vivió.
Hace unas semanas este periodista creó un hilo por Twitter –que supera los 2.500 retuits y los 12.000 likes–. En él, hizo público el calvario que padeció durante siete años en una emisora de radio. Estaba a las órdenes de una jefa que a menudo le ignoraba, le mandaba hacer labores que no eran de su competencia y que rara vez tenía que ver con lo creativo y sí con tareas más insidiosas, como ordenar o hacer fotos para sus redes sociales de ella. “Después de una “bronca horrible” respondía con un gesto que me hacía albergar esperanzas de que todo cambiase. Pero no mejoraba nada, todo iba a peor”, confiesa.
Fran Pastor, que al final dejó su trabajo, recuerda que no le costó dar el paso de publicarlo en las redes. “Lo que sí fue más duro fue es la primera vez que le dije ‘no’. Tras años de acatar todo, el día que me negué a limpiar un micrófono en plena pandemia, que no era mi labor, eso fue lo más difícil”, cuenta. Nueve meses después de habérselo expuesto a sus jefes y viendo que nada cambiaba, empezó a sufrir mareos y pesadillas. “Se lo tienes que contar a personas que a lo mejor no tienen la preparación o la sensibilidad para entenderte. Te das cuenta, como en el caso de mujeres que han sufrido abusos, que se pone la lupa en el más débil y no en el abusador”, cuenta de camino a la consulta de la psicóloga a la que le llevó la situación de maltrato en el entorno laboral.
“Normalmente los casos que hemos visto aquí acaban con un acuerdo con la empresa antes de llegar a mediación o juicio y se terminan, habitualmente, con un ‘despido’ con indemnización como improcedente. Hay casos en los que no se llega a romper la relación laboral y se logra una solución, pero no es lo más habitual”, explica Carlos Bravo.
Reconocer y reaccionar
Si se considera o sospecha que está sufriendo acoso en el trabajo, es importante actuar cuanto antes, buscar ayuda profesional. Tanto en AECAL como en la Fundación en acción contra el acoso (Funaco), lo primero que hacen cuando reciben a personas que sufren acoso, además de ofrecerle apoyo, es valorar si hay un caso real y si es viable actuar. “En algunos casos es tan grave el acoso que se podría ir por lo penal”, recalca el abogado Carlos Bravo.
En muchas ocasiones el trabajador tiene miedo a perder su empleo y lo que intentan desde estas asociaciones es una mediación con la empresa o con la Administración en el caso de empleados públicos. A veces puede bastar con una carta o una llamada al departamento de Recursos Humanos o a algún cargo político, en el caso de ayuntamientos pequeños, para que se corrija, pero no siempre es tan sencillo y tampoco es fácil probarlo. Existe la opción de denunciarlo ante la Inspección de trabajo.
Carlos Sanz, presidente y fundador junto a otros dos funcionarios de ayuntamientos de la Comunidad de Madrid, creó hace 20 años Pridicam, asociación que hoy se integra en Funaco. “Yo mismo fui víctima de acoso laboral. Trabajaba como director de Informática en un consistorio de una localidad madrileña de más de 200.000 habitantes. El alcalde me tuvo un año de 8 de la mañana a 3 de la tarde sin encomendarme tarea alguna. Me respetaron el cargo y el sueldo pero no me daban trabajo”, cuenta Sanz.
Se compró un ordenador portátil, “uno de los primeros que salieron”, apunta. Gracias a eso entretenía las horas muertas en el ayuntamiento y comenzó a conformar la asociación Pridicam, que ha prestado ayuda a más de 289.000 personas de toda España afectadas por riesgos psicosociales, entre ellos el acoso laboral. “Ahora hay más casos, pero también hay más conocimiento sobre qué es y cómo actuar”, reconoce.
El presidente de Funaco tuvo la suerte de dar con un psicólogo, profesor de la Universidad Complutense, que se había formado en Estados Unidos y hace dos décadas ya era especialista en acoso. “Gracias a él pude recuperarme. Y cuando el alcalde que me había arrinconado acabó su mandato y se reincorporó a su puesto como funcionario municipal, sufrió en sus carnes el mismo ostracismo por parte de sus compañeros al que me condenó a mí. Cuando me tropezaba con él por los pasillos, le abrazaba, entendía perfectamente por lo que estaba sufriendo”. A sus 75 años, este exfuncionario atiende a diario llamadas de víctimas de todo tipo de acosos.
Un mal de nuestra sociedad
A Paz García (no es su nombre real porque vive en una localidad pequeña de Cáceres y quiere evitar ser reconocida) aguantó durante años la presión y menosprecios de su hermano y jefe en la empresa familiar. “Lo peor era la comunicación gestual, las miradas reprobatorias que me lanzaba. Todo empeoró cuando le dije que me iba, que no podía gestionar ciertas cosas. Me disuadió y me respondió que estaba muy contento con mi trabajo y que me necesitaba. Tras aquella conversación empeoró, más incomunicación, me ignoraba, no se dirigía a mí apenas y cuando lo hacía era con malas formas, delante de todos”.
Nerviosismo, insomnio, una falta total de confianza en sí misma, desconcentración, agotamiento, fueron los síntomas que desarrolló Paz. “Hasta que un día tuve un ataque de ansiedad y comencé a llorar, no podía parar y me tuvieron que llevar al centro de salud. Fue por un comentario banal pero que me tomé muy a pecho. ¡Bendito ataque! Fue el resorte que me sacó de ahí”, afirma.
La psicóloga Ainhoa Mayoral considera que el acoso es producto de la cultura social y empresarial predominante en nuestra sociedad, “porque para que se dé el proceso de acoso psicológico se requiere una complicidad activa o pasiva por parte del grupo en el que se ha gestado así como, tal vez más aún, por parte de la organización laboral en su conjunto” argumenta. Señala que es una “patología emergente” que, a pesar de que con frecuencia es un fenómeno enmascarado como “conflictos entre personas”, siendo silenciosamente tolerado o trivializado, se empieza a reconocier cada vez más por los tribunales y se están realizando modificaciones legales en su definición, como señala esta psicóloga forense.
“En el acoso laboral nos falta mucho para crear una conciencia social, como ha ocurrido con los asesinatos machistas, que en los informativos se les llamaba ‘crímenes pasionales’. Tampoco se hablaba de acoso escolar, ni de abusos sexuales que se normalizaban calificando de mujeriego a los abusadores…”, apunta Fran Pastor. Nos falta un #Metoo que arroje luz sobre el mobbing y permita reconocerlo y combatirlo.