“Una joya tiene la vida que tú le das. Está hecha con metales preciosos que tienen una durabilidad mayor que el humano: la simbología y los sentimientos son un valor añadido”. Cristina Yanes, con estas palabras, expone los lemas heredados de una tradición que lleva más de tres siglos vigente en su familia.
La historia de sus antepasados demuestra que esos elementos sobreviven y son su estela: comenzó cuando en 1861 su tatarabuelo Claudio dejó la enseñanza. “Se dio cuenta de que lo que a él le gustaba era la creatividad”, cuenta Yanes en una conversación telefónica con EL ESPAÑOL.
Esa inocente decisión marcó un rumbo de muchas generaciones. ¿Cómo podría imaginarse Claudio que ese camino les llevaría a vestir a la realeza? Desde Alfonso XIII y Victoria Eugenia hasta la Reina Letizia han quedado cautivadas por estas obras pensadas con sumo cariño.
Las primeras inspiraciones
Las primeras pinceladas de Claudio, quien fue autodidacta, están inspiradas en el arte toledano y en elementos de la aparición del Tesoro de Guarrazar en Guadamur. “Él era de un pueblo que se llama Malpica de Tajo y todas las influencias de la zona le movieron a darse cuenta de que aquella era su vocación”, explica Cristina.
La tradición pasó a su bisabuelo Esteban y a su abuelo: “Se llamaba igual, Esteban, y a él lo pude conocer porque ya era el siglo XX. Ellos le dieron un impulso, sobre todo en Madrid”. Se trasladaron a la capital, a la zona de la Carretera de San Jerónimo, porque en aquellos momentos era el área comercial.
“Empezaron a tener encargos de la boda real de Alfonso XIII y fue ganando popularidad de la manera que se consolidaban antes las firmas”, reconoce la joyera sobre la importancia de la confianza de los clientes. “En aquel entonces, lo que movía el mercado en el sector era lo tradicional y clásico, para de eventos de sociedad”. Con el tiempo, la cuarta y la quinta generación –la de Cristina y su padre– rescataron esas piezas del siglo XIX y las adaptaron al siglo XXI: “Damos vida a colecciones que se pueden integrar perfectamente con el día a día”
Del mismo modo que a Claudio le inspiraron los tesoros de Toledo, al abuelo de Cristina, Esteban, le despertó la Alhambra: “Creó una colección paralela a la Malpica que tiene muchas cosas en común y otras que le hacen diferente. Esas dos colecciones, que en su día eran vanguardistas, son actuales”.
Lo que demuestra es que cuando se crean piezas con mimo, el tiempo no pasa de ellas. Y cuando una pasión es colosal, los años no corren. “Mi padre sigue en activo con 88 años y mi madre también es una creadora con un increíble espíritu. Ambos formaron un tándem que les llevó a dar contenido a la orfebrería”.
Un pedacito de la realeza
No les gusta utilizar a la clientela para darse visibilidad, pero se han ganado la confianza de las casas reales: “Es una enorme satisfacción que Yanes esté presente en los joyeros de las últimas reinas españolas. Doña Letizia tiene algunas piezas nuestras y nos sentimos muy orgullosos de ello”.
La relación es recíproca. En los años 90 se interesaron por las piezas de orfebrería de plata del Palacio Real de Madrid por su belleza y valor histórico: “Pedimos la autorización para replicar estas piezas que hoy en día están en los salones, como un juego de café que pesa 12 kilos. Se hizo con un número limitado de reproducciones y nosotros los llamamos los pequeños y grandes tesoros de la orfebrería española de la época”.
Las piezas que les definen
Desde las creaciones de Claudio, la familia conserva alguno de sus tesoros familiares. En orden, guardan los broches Belle Époque; la pulsera Seven Roses; el barazalete Alhambra; la tiara de diamantes Nueve Rosas y una gargantilla con 137 gemas de diferente naturaleza diseñada por Cristina Yanes.
“Son las más identificativas de su época y también piezas espectaculares”, recalca. Su valor es inmaterial porque les han acompañado en momentos cargados de significado. Ella se casó con la tiara. “También lo hizo mi hermana y en las siguientes generaciones, aunque no se dediquen a esto, las portatán”, apuntala, y añade que las nueve rosas se desmontan y tienen muchas aplicaciones, como broches o pendientes.
La aportación de Cristina a la compilación familiar fue un diseño creado con el afán de preservarlo. Cuando empezó a estudiar gemología quería tener una piedra de cada naturaleza; preciosas, semipreciosas, duras. “Normalmente, me quedaba con dos, y como más o menos tenía dos o tres piedras de cada familia, hice una pieza maravillosa a la que llamé My private collection”.
Una vez que estuvo expuesta en el escaparate, causaba gran admiración. Una clienta se interesó por esa pieza única realizada en oro de 18 kilates y la creadora tuvo que hacer un cálculo. “A todo el valor cuantitativo de pedrería, preparación, engarce y metales nobles hay que añadir un plus por ser irrepetible”, recuerda sobre aquella impresionante composición cromática.
“A veces me planteo volver a hacerla, pero una segunda pieza hay que superarla. Estoy esperando una inspiración, a ver si me voy a un punto tropical”, añade, entre risas. ¿Qué le remueve a un joyero? ¿Cómo consigue inventar? “Hay días que el trabajo me fluye. Y a mí, por ejemplo, no me inspira tanto dar una vuelta por el campo como las clientas”.
La inmortalidad
Los Yanes reviven lo añejo y su propia biografía. De hecho, ha sido presentada en una tesis doctoral realizada por personas cualificadas a la que han otorgado el cum laude. En este proceso le ha hecho descubrir nuevos aspectos de las cinco generaciones.
– Yo desconocía que nuestro fundador era maestro, suponía que siempre fue joyero. Es un dato bonito. Después de él en la familia solo una sobrina se ha dedicado a lo mismo, pero los demás hemos heredado su otra dedicación.
– ¿Al final os enseñó a todos vosotros?
– Sí, totalmente. Nos mostró el camino.
Cristina ve las joyas como algo más que un bien material. Piensa en esos anillos, pendientes y collares que pasan de generación a generación y adquieren una nueva vida. “Es uno de los valores añadidos más importantes de una joya, también la facilidad de ponerla a punto. Un coche puede quedarse sin funcionar porque hay cosas sin arreglo, pero en la joyería casi todo tiene arreglo, siempre se puede reforzar una pieza que se haya roto”, reflexiona sobre el cariño que despiertan las piezas que se relacionan con personas.
“Nos movemos en una profesión en la que la mano humana está por encima del producto. El sentimiento le aporta un contenido muy poco comparable a cualquier otro objeto, hay pocas cosas como una joya que pueda pasar de generación a generación sin tener coste adicional. Una tierra la tienes que cuidar y está anclada; en cambio, una joya te la puedes llevar siempre. A donde quieras”.