Ya no se pueden comprar periódicos en la calle Jaime Balmes de León. El quiosco que otrora repartía la prensa entre los lugareños ahora yace detrás de la vidriera con las estanterías vacías. El recuerdo de lo que fue está en una caja con periódicos amontonados, dejada al azar encima de un mueble. Y en las pegatinas de la puerta, que hacen rememorar cómo la prensa impresa tuvo días de gloria que no volverán.

Esta podría ser la historia de un quiosco más, pero no lo es. Porque en este lugar que habita vacío, allá por 2014 nació una ‘estrella’ de la oratoria a la lumbre del 15-M que pronto llegaría a las Cortes de Castilla y León. Los vecinos de esta calle no recuerdan exactamente su nombre, pero sí lo que hizo. “¿Pablo Fernández? [Piensa]. Ah, sí, el del quiosco, el que se metió en Podemos”, dice un vecino. Correcto.

Hace mucho tiempo de aquello. En el mundo de la política recuerdan a Pablo Fernández Santos (León, 6 de abril de 1976) como “el quiosquero”; en la calle en la que dejó sus últimas horas de esfuerzo como trabajador por cuenta propia no parecen tenerle tan fresco en la memoria.

Si hacen un esfuerzo, los que convivieron con él en aquellas jornadas le recuerdan con su camiseta de Podemos —por entonces sin el Unidas delante—, en los primeros días en los que había decidido meterse en política, en los días en los que pasaba de vender periódicos a copar las páginas de los mismos.

Por entonces, los sueños no tenían límites. La organización de los círculos, un proyecto asambleario nacido del hartazgo con el sistema político, un discurso de cambio y el intento de llegar al cielo por asalto bajo la estela de Pablo Iglesias.

Pablo Fernández era un joven autónomo, 38 años, regente de un quiosco; de la España que madruga, vaya. Un vecino aún recuerda cuando se quejaba de que los políticos no pisaban los barrios más que para recaudar votos. Otro rememora cuando dijo que no viviría de la política. Y ahora… Ahora que es parlamentario en Castilla y León con un sueldo de 98.000 euros, ahora que es el portavoz de Unidas Podemos, ahora que es el candidato de la formación morada a la presidencia en la región… es él quien no pisa el barrio, el que ya lleva 8 años en política y no parece tener visos de abandonarla a tenor de su última estrategia.

‘El quiosquero’

Pablo Fernández regentó el quiosco situado en la calle Jaime Balmes, en la esquina casi donde ésta confluye con la avenida de Noceda, hasta su entrada en política. Lo hizo durante algo más de un lustro, “unos seis años”, atinan en el barrio. Luego, lo traspasó a un familiar, “una prima suya”, dice un vecino.

Una imagen del que fuera negocio de Pablo Fernández.

Ser autónomo y, concretamente, quiosquero significa dedicarte todos los días de tu vida a tu negocio. Sin vacaciones, sin descansos. Porque los periódicos en papel, recuerden, se venden 362 días del año, es decir, todos excepto los posteriores a los que no trabajan los periodistas: el 26 de diciembre, el 2 de enero y el sábado santo.

Por aquel entonces, el padre de Pablo Fernández iba a echarle una mano. Ayudaba con los menesteres diarios a su hijo, que acababa de darle un nieto. Aquí se les recuerda como gente amable, aunque extrañaba la excesiva implicación del progenitor en el negocio del 'niño'.

"Desde que se fue no le hemos vuelto a ver por aquí”, dicen en la zona de San Mamés. Dicen que Pablo Fernández se relacionaba sobre todo con el barrendero del barrio. Sus vecinos le recuerdan como un tipo joven, con el que no tenían demasiada “vecindad”, al que se le daba bien hablar y que te convencía con lo que decía.

Otros, sin embargo, pensaban de él que era “muy infantil”. Se refieren con esto a que era ingenuo, idealista, una de esas personas que piensa que la revolución es factible. Y también lo dicen porque idolatró con facilidad a su tocayo, al hombre que salía por entonces en la televisión y aprovechaba la coyuntura de hartazgo: Pablo Iglesias.

Además de pensamientos y nombre, todos le recuerdan porque compartían otra peculiaridad: su pelo. Pablo Fernández es el hombre rubio de ojos azules y larga melena, siempre al vuelo.

Un leonés en Valladolid

Pablo Fernández ha cambiado en muchas cosas. En su aspecto, ahora ya no luce la cara afeitada, sino barba. Por otra parte, ya no es el autónomo quiosquero rebelde, que se quejaba por las injusticias políticas; ahora es el candidato de Unidas Podemos a las elecciones de Castilla y León.

Pablo Fernández en su presentación en Valladolid.

Él es de León, pero se presenta por Valladolid. Esta semana ha tenido una agenda apretada, como la de cualquier otro político en campaña, por lo que pasa por Valladolid, León y Madrid en cuestión de horas.

Para los que quieren hacerle un perfil, Pablo Fernández se presenta a través de Twitter. La cuenta regional del partido en esta red social asegura: “Seguro que ya le conoces por sus intervenciones en las Cortes de Castilla y León y por decir verdades que nunca nadie se había atrevido a decir, pero esto es lo que no sabes de nuestro candidato”.

El otrora quiosquero responde: “Crecí en León, jugando en las calles y en las plazas, sobre todo en la que estaba al lado de mi casa. Tuve una infancia muy agradable. Estudié Derecho en la Universidad de León y terminé la carrera en la Complutense de Madrid. Después estuve trabajando en un despacho, posteriormente estuve ejercitando oposiciones a la Inspección de Trabajo y, por último, regentando un negocio, un quiosco, en la ciudad de León”.

Esas son sus primeras credenciales. A partir de ahí, Pablo Fernández explica lo que comentan sus ex vecinos del barrio donde trabajaba —que no es el mismo en el que creció, dicen—: todo comenzó en 2014, al albor del 15-M, cuando trabajaba de quiosquero y quedaba encandilado con las intervenciones de Pablo Iglesias.

“Decidí entrar en política en el año 2014. Lo hice porque vi a un chico joven que decía las verdades del barquero y expresaba cosas que yo también sentía. Esa desafección, ese desencanto con las políticas del PP y el PSOE que nos habían condenado a la pobreza, a la precariedad y al exilio”.

Parlamentario

Pablo y Pablo se conocieron en marzo de 2014. Ahí se encontraron dos jóvenes con la misma ambición, en el seno de unas próximas elecciones europeas en las que Podemos daría la campanada consiguiendo cinco eurodiputados. Desde entonces, Fernández es fiel a la formación. Su gran capacidad de oratoria, además, le hacía ascender internamente. Era el perfil perfecto: un hombre de la base, involucrado en resolver los problemas sociales de la gente, que sabía lo que decía y cómo decirlo, con capacidad de convicción, personalidad y carisma.

El único pero sería a futuro. Aún no lo sabía, pero las palabras que pronunciaba por entonces, le dejarían mal a futuro. Porque hay discursos que hoy se saben errores, pero por aquellos tiempos había quién no lo sentía así. Contradicciones como las que todos tenemos, defenderán algunos.

Pablo Fernández argüía en sus inicios por qué su familia no estaba muy de acuerdo con su entrada en política. “No entienden que dedique mi tiempo a una actividad que no está remunerada, pero para mí es muy gratificante, es mi granito de arena a mejorar este país”, decía en una entrevista a un diario regional.

A renglón seguido mostraba su intención de no cobrar si ejercía como ‘consejero’, algo imposible de llevar a cabo, obviamente. De hecho, son palabras que ahora se le vuelven en contra, pues su sueldo actualmente es de 98.411 euros.

Corría el año 2015 cuando Podemos accedía al hemiciclo de Castilla y León. Había diez parlamentarios de Podemos y Pablo Fernández era uno de ellos. Era el portavoz del grupo, además del secretario general del partido en la región. Todos sabían cómo había llegado hasta ahí, algunos le conocían ya como “el quiosquero de Podemos”.

Lo que unos utilizaban (y utilizan) como arma arrojadiza, él lo utilizaba como contraataque. Si le decían que no tenía experiencia en política, él reclamaba las instituciones políticas para todos los estamentos sociales, como del que él procedía.

Sus primeras participaciones en las Cortes eran dignas de mención. Fuentes consultadas por este periódico le recuerdan como un hombre “que se preparaba mucho los discursos” y que tenía un tono “bastante bronco” en los debates, que incluso a veces era “vehemente”.

Pero sus mejores intervenciones comenzaron a quedarse atrás, comentan a este periódico lenguas amigas del hemiciclo regional. El trato que tienen con él los rivales, dicen, “es bueno”, pero luego señalan rasgos de su carácter bien distintos. “Es altivo, habla con tecnicismos —algo que también señalaron sus ex vecinos— y no se prepara los plenos”, llegan a decir en conversación con este periódico.

Para rebajarlo, lo comparan con Belén Domínguez, parlamentaria de Unidas Podemos en Castilla y León en la anterior legislatura que acabó por dejar la política. Comparan ambos perfiles y Fernández sale perdiendo.

Además, estas mismas fuentes tachan a Fernández de “pavo real”. Se refieren a su carácter grandilocuente y a que, cuando habla, “lo hace para su parroquia”. “Entra el último siempre al hemiciclo, como para que lo veamos”, aseguran. Eso sí, todos reconocen su gran capacidad para la oratoria. Ahí coinciden todas las personas consultadas por este periódico.

Pablo Fernández y María Sánchez durante la reunión con la Plataforma de Afectados

El jurista ha ido escalando políticamente, al menos a nivel interno en el partido. De hecho, es el portavoz de Unidas Podemos, dentro de la ejecutiva que lidera Ione Belarra.

Su carrera no es tan meteórica cuando se habla del parlamentarismo. La bronca ha dejado paso al sosiego, quizás también por lo que apuntan las mencionadas voces amigas: no tiene tiempo para atenderlo todo y “no se prepara los discursos”.

Sea como fuere, los datos objetivos dicen que la formación regional que lidera pierde fuerzas en su territorio. Podemos albergó en 2015 unos resultados que le permitieron tener 10 sillones en las Cortes de Castilla y León. En 2019, tan sólo obtuvieron dos. Uno de ellos, el parlamentario de León, el propio Fernández, lo consiguió en el tiempo de descuento.

Ahora, de cara a los comicios del próximo 13 de febrero, las encuestas siguen sin ser halagüeñas. De hecho, Pablo Fernández se presentará a la elección por Valladolid y no por León, su provincia, una estrategia que en la calle y en el hemiciclo ven como miedo a quedarse fuera.

Bulos, Iglesias y contradicciones

Pablo Fernández cree que los castellanoleoneses deben votarles porque “voy a llevar a las instituciones la voz de la gente, la voz de la mayoría social, la voz de los servicios públicos, la voz de la igualdad, del feminismo, de la transición ecológica, la voz de aquellos que quieren una Castilla y León más justa, más digna y mejor”.

Se presenta como cabeza de lista por Valladolid en vez de por León. Dijo que se trataba de “una decisión tomada colectivamente”, al considerar que “Sixto Martínez es el mejor candidato que puede representar a León” porque “conoce la provincia, sus problemas y sus posibilidades”.

Pablo Iglesias y Pablo Fernández.

Sus rivales en el hemiciclo aseguran que es “cuestión de aritmética”. Podemos no tiene visos de obtener buenos resultados —a pesar de haber conseguido medio millónes de euros en 10 días en microcréditos— y en los anteriores comicios perdió ocho parlamentarios. “Se quiere asegurar el sitio con esta estrategia”, dicen fuentes parlamentarias a EL ESPAÑOL.

Pero lo que deparará el futuro, aún está por ver. El presente dice que este sábado Pablo Iglesias respaldará a Fernández en una charla llamada 'Bulos: la mentira como estrategia de las derechas'.

Pablo Fernández ha sido blanco de algunas de estas difamaciones que se han publicado en la red. Las más sonada es la que le implicaba en la estafa de la asociación contra el cáncer infantil.

El secretario general de Podemos en Castilla y León no era ese Pablo Fernández, sino que se trataba del por entonces gerente de la formación morada, Pablo Fernández Alarcón, que se vio envuelto en la trama de la que aseguró no saber nada y por la que no se le imputó tampoco finalmente.

Lo que sí es cierto es que el discurso inicial de Pablo Fernández Santos ha virado. De no cobrar de la política, ha pasado a tener un sueldo de casi 100.000 euros —completamente lícito, por cierto—; de quejarse de las altas esferas que no se preocupan por las clases trabajadoras, a no volver a pisar el barrio en el que trabajaba, “ni para saludar”; de defender un "debate serio" por la independencia de León, a presentarse para ser elegido en Valladolid...

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